AMOR PROPIO

Los gemidos de Ino llegaban a sus oídos, Sakura sólo quería ahogarlos usando de escudo las colchas de su cama y dejar de pensar en la actitud sin vergüenza de su compañera de cuarto.

No era que hubiese traído a un muchacho sin permiso, no, era que, apagadas las luces, Ino se daba un placer único, solo y exclusivo bajo sus mantas, imaginando quién sabe qué manos, qué lenguas y qué placeres mientras las yemas de los dedos recorrían su propia piel.

"Una mujer masturbándose…" Sakura no salía de su asombro, tratando en vano de conciliar el sueño. Cuando el acto acabó minutos después con un suspiro de alivio y un jadeo mal disimulado, Ino paró de moverse y al poco tiempo comenzó a respirar con la regularidad de los dormidos.

Sakura dejó salir la cabeza liberando su cabellera, sintiéndose como recién despertando de una pesadilla, incapaz de girar la vista en dirección de la cama donde descansaba su amiga.

Miró con enfado el velador a su lado y sobre este, las hojitas de texto que poco o nada pudo leer en la tarde.

Recordaba los besos de Naruto, en medio de papeles impresos para el examen del día siguiente, que con desesperación buscaban sus labios, desabrochando botones, acariciando cabellos y saboreando la piel, el roce insoportable de sus pantalones.

— Oye Sakura… ¿cuándo?

Esa era la pregunta ¿cuándo? Y no era que Sakura no quisiera, sino que Naruto era demasiado respetuoso para proponer tal cosa sin estar seguro de la posición de ella.

Esas palabras marcaron la luz verde, porque aunque Sakura también hubiese querido llegar al final de aquellos juegos que la volvían loca, no quiso que Naruto pensara que ella —su princesa— era una cualquiera, una de esas chicas fáciles que a su edad —y a cualquier edad— abundaban.

Sakura era una joven delicada, pero incisiva, criada dentro de una familia que de valores intachables, aunque aquello no impidió que su primer encuentro sexual fuera antes de cumplir los dieciséis. Sakura se sentía segura de sí misma, de sus besos y sus caricias, incluso de sus formas femeninas en el pequeño bikini que usaba en la piscina los fines de semana, pero aún así insistía siempre en hacer el amor con la luz apagada.

Sakura sonrió y asintió con la cabeza mientras se besaban de nuevo. Dulce, suave…Naruto tenía una delicadeza poco común y atendía el punto sensible de su cuello con devoción. Debajo del sostén sus manos eran firmes mientras ella, con picardía, le acariciaba esa zona entre la cadera y la ingle, que le dejaba anonadado, ronroneando en su oído.

El "cuando" no presionó el encuentro, que con cariño entre prendas, sonrisas y comentarios cortos se fue dando de manera natural.

De a poco aquello se transformó en desesperación, el sonido de sus salivas calientes y sus dientes chocando con frenesí, sus mejillas sonrojadas de excitación y sus manos sudorosas pidiendo más, separar esa cortina de piel con rudeza. En medio de la orgía de papeles desparramados y sonidos obscenos, Sakura sentía que olvidaba algo importante.

Naruto terminó de desnudarla dejando sus suaves senos al aire, sus pezones erectos le invitaban a acariciarlos, redondear sus formas con sus manos callosas de trabajos mecánicos. Su cuello largo, sus pechos firmes de aureolas oscuras que contrastaban a la perfección con el matiz amarillo de su piel. Tocar dejó de bastar y sus labios acompañaron el camino, luego el vientre de ombligo adentrado y las caderas pronunciadas, sus piernas delgadas y al final, la ropa interior, como límite exacto a la fuente del placer.

Sakura revolvía con ansias los cabellos rubios de Naruto, mientras respiraba con dificultad, abandonándose a las sensaciones de su cuerpo, ¡tanto tiempo de espera! Y es que el miedo estaba presente, el miedo que la falta de química arruinara esa corta pero tierna relación, ¡qué equivocada estaba! Y se sentía tan aliviada y a la vez tan absurda de haberse prohibido —como otras veces— esos placeres carnales, que pecado o no, eran la prueba del presente perfecto, sin ayeres ni mañanas, el universo por ese momento de delicia.

Todo era perfecto, maravilloso…hasta que una intrusión, un cosquilleo extraño que la hizo alzarse presurosa, encontrándose con esos cabellos dorados hundidos entre sus piernas de pubis descubierto, ya sin la única prenda que le cubría por completo. El presente perfecto se desvaneció en la conciencia de los hechos: el primer sexo oral que recibía y el detalle olvidado de la constante presencia del sol, mostrando impúdicamente su cuerpo y toda ella se sintió desnuda, expuesta, por primera vez en su vida.

Un chillido de pánico salió de su garganta y Naruto se desprendió de su tarea, aún con la lengua afuera de la boca, miró a Sakura y luego volvió la vista a su sexo.

— Vaya, ¡qué morena que es tu piel aquí abajo! — El comentario hizo que incluso se sonrojara más. Ningún hombre, ni siquiera ella misma, había mirado tan cerca. Por primera vez en mucho tiempo se sentía descubierta, indefensa. El rosado de sus mejillas acompañó el rastro anaranjado de la tarde detrás de las ventanas. Estaba dispuesta a posponer el encuentro cuando un beso, más bien un ligero roce, sobre su cadera y luego en su vientre le hicieron bajar la mirada y ahí estaba, el hombre que la miraba con devoción y lujuria mezcladas, con el torso desnudo, marcado de cicatrices de peleas callejeras y aún así ante Sakura, Naruto se veía perfecto, con lo labios mojados de ella y la mirada acuosa de deseo. No importaba lo desnuda que se sintiera, porque eso estaba bien, porque saber que el sol calentaba sus carnes expuestas la encendía más que las caricias ciegas, porque no sólo Naruto podía verla, sino que ella se deleitaba en su cuerpo de piel tostada

—Me encantas…— Ronco, bajo, la frase la excitó como no creyó nunca.

No era una cualquiera, ni una princesa, era una mujer, de carne y hueso y su dermis prendía de deseo con cada toque de esas manos callosas sobre su piel blanca, lo deseaba entero, completo, dentro y fuera, desde su sonrisa boba enamorada.

Tomó a Naruto de los hombros y con una inusitada rapidez se deshizo del bóxer. Se entretuvo en los vellos de su vientre y jugueteó con los dedos la humedad que ya chorreaba de sus muslos morenos, mientras el sexo masculino pulsaba bajo su tacto, ansioso. Un condón de uno de sus bolsillos y sin mayor ceremonia, dirigió su sexo despierto al suyo palpitante y los fundió a ambos, despacio y con cuidado.

Bajó sobre sus rodillas con calma, suspirando, con una mezcla sutil de un placer incomparable y una ligera punzada del dolor, su interior abriéndose al goce después de tanto tiempo, un reencuentro con el paraíso en el regazo de su rubio amante. ¡Cómo pudo vivir sin ello tanto tiempo!

El vaivén comenzó lento, Naruto apretaba con ímpetu las caderas estrechas de Sakura y ella sentía la presión como si en cualquier momento sus huesos fueran a romperse, mientras el "descarado", como lo llamaba a ratos, aprovechaba para dejar marcas en su cuello con dientes y succiones. Sakura subía y bajaba su cuerpo con ligereza y rapidez, con movimientos ondulantes que mecían sus pechos al compás. Naruto disfrutaba del espectáculo y el placer con medios jadeos y mordiéndose el labio, las pupilas de velada concupiscencia.

Sin poder contenerse, con la energía que lo caracterizaba, la tomó con los brazos y la tumbó de espaldas sobre los papeles olvidados, arremetiendo con fuerza. Sakura gemía descontrolada, dejándose hacer sintiendo el sudor uniendo sus cuerpos como pegamento, los vellos de sus sexos mojados y su cara roja, aún iluminada por el atardecer.

Más, más, más rápido, más fuerte, ahí estaba la perfección, nada existía más que la habitación inundada de caliente excitación, del calor de dos cuerpos que se encuentran egoístas y a la vez dispuestos. Ni el sonido estridente de las carnes chocando o los gemidos o los papeles arrugados, ni la luz del día o los ojos del mundo, nada, sólo placer, un placer inexpresable de quemazón profunda.

Naruto, sin avisos o señales y con cierto arrepentimiento al no poderse contener por más tiempo, alcanzó el orgasmo de pronto, retirándose casi de inmediato del interior de Sakura, quien aún jadeaba, abandonada sobre la alfombra de papeles arrugados.

Cansado, mientras anudaba el condón, le preguntó complaciente, con esa grande sonrisa zorruna qué quería que hiciera por ella.

—Con mi boca o con mis manos.

—Ninguna —Contestó, no quería volverse a sentir desnuda, al menos no de esa forma. No ahora que la noche había llegado tan oportunamente.

—O quieres hacerlo tu sola, no me ofendería.

Masturbarse, le estaba proponiendo que se masturbara. Que él hubiese cumplido a medias no significaba que ella se rebajara a masturbarse. Lo veía patético, un acto que le remitía a hombres desesperados mirando pornografía virtual.

Naruto la miró largamente y adivinó sus pensamientos, diciendo con cierta burla.

— ¿Qué? No me digas que nunca...

Flanqueó la pregunta y sintiendo pasos cerca, se vistieron.

Ahora, al lado de su compañera ya dormida, Sakura se preguntaba ¿Por qué no? Sabía que Ino no era ni una desesperada, ni una ninfómana, ni nada, pero hace minutos, la había escuchado tener un orgasmo propio con una satisfacción envidiable. Entonces ¿por qué no? Al final, si aquello no le gustaba, no volvería a repetirse y punto, nadie tenía que saber nada.

Con lentitud y cierta timidez, echada de espaldas en su cama, bajó su mano izquierda y con los ojos cerrados, aún dudosa, la adentró en sus pantalones de dormir.

Sintió primero los vellos espesos que se asomaban formando una V que se perdía más allá de su vagina, luego los labios, anchos, sensibles. Acarició un poco, suavemente, haciendo círculos con la palma de su mano, se encontró con sus labios menores y jugueteó con ellos hasta que sintió la humedad. Dirigió con preocupación su mirada a la cama de al lado, esperando no haber despertado a Ino.

En medio de esos jugueteos, lentos, suaves, el cuarto comenzó a nublarse y su rostro a arder, la garganta se secó y un pinchazo en su vientre bajo le anunció el no retorno. Ya nada importaba, el presente perfecto.

Los movimientos de presión exacta, fuerte, cada vez más pegada a su propia dermis, los dedos ondulando y la mano firme, encontró su clítoris por sobre la piel y sintió desfallecer. ¡Ahí!, ese era el lugar exacto. Lo frotó con suavidad, más fuerte y más rápido, mientras escenas fugaces que su encuentro en la tarde y de la luz golpeando su rostro la llenaba de nueva excitación. Cerca, más cerca. Los párpados apretados, no escuchaba nada, el mundo desaparecía, sólo existía ella, ella y ese placer abrasador. Sus músculos cada vez más tensos…más rápido, más fuerte, más presión, si duraba poco o mucho, si era egoísta, no interesaba, porque no dependía de nadie, no necesitaba ni besos ni caricias ni la luz del día vulnerándola, era ella, ella independiente, un placer sin consecuencias, sin heridos, sin temores, sólo puro y dulce placer de imágenes inconexas y frases morbosas que le lanzaba su propio cerebro, estimulando cada vez más su cuerpo excitado, que llegó a un punto inaguantable. Los músculos se tensaban, temblando, en el vientre se formaba una explosión, un ardor que amenazaba con expandirse de golpe por todo su cuerpo, quemándola por completo desde adentro, desde las profundidades de su naturaleza más primitiva.

Entonces, con la fuerza de un movimiento de sus dedos, una presión casi brusca, necesaria, alcanzó el orgasmo de forma indescriptible.

¡Ah! El presente perfecto, los ojos cerrados y el cuerpo derritiéndose en un calor interno, único, liberador.

Contracciones, una tras otra, mientras el dedo central seguía presionando ese punto sin piedad y los músculos se relajaban mientras ella desaparecía, el tiempo desaparecía y todo se resumía en su respiración agitada.

Con cada contracción menos intensa el mundo volvía a su lugar de a poco y su cuerpo volvía a unirse a ella, más liviano, más seguro. Decidió que los hombres, la sociedad y Freud podían irse al diablo, porque el orgasmo sin penetración, era sin duda una de las cosas más increíbles que había experimentado en su vida.

Aunque un cansancio increíble se apoderó de ella casi al instante, se obligó a levantarse y sin que Ino despertara, se encerró en el baño determinada a conocerse con un espejo de mano. Mientras encendía la luz, pensó con travesura que al día siguiente le diría a Naruto exactamente como quería que le hiciera llegar, con la única condición de hacer el amor a pleno día o con las lámparas prendidas. Al sacar el espejito un rápido vistazo a su rostro fresco y casi feliz la convenció de que aunque todo con Naruto estuviera bien, o con otro, u otros tantos, un poco de amor propio de vez en cuando nunca estaría de más.

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