No negaréis que, para ser alguien que aseguró que ya no era fan de Naruto, últimamente me prodigo un montón por estos lares, .¿no os parece?
La culpable directa de esta historia es gael1611, una amiga y lectora que deja menos reviews de los que debería (*miradamirada*) pero que me da su opinión en persona de la manera más fangirl posible, y eso me encanta. Como me manifestó lo mucho que le gustó Premeditación, nocturnidad y alevosía, me propuse hacerle un pequeño regalo en forma de oneshot. El caso es que el tema se me fue de las manos y al final va a ser un mini fic de tres capítulos. Te quejarás, guapa xD
Eso sí, la pareja protagonista es ItaSaku. Aunque ella prefiere el KakaSaku, a mí no me sale escribirlo :s Pero espero que esta pequeña historia te guste. En serio... debería escribir un mail a los administradores de para proponerles que incluyan un nuevo género que sea "Tensión sexual no resuelta". Yo lo usaría mucho. De hecho, por eso no me he atrevido a decidir entre comedia y drama para el segundo género del fic. Ya veremos cómo evoluciona el tema. Una vez más, es AU. Los personajes de Naruto se prestan muchísimo al AU, lo diré siempre. Pero así como hay personajes que en AU sólo pueden ser de una manera cuando escribo yo el fic (léase Sasuke y Sakura, por ejemplo), con La chica de prácticas me he atrevido a crear un Itachi nuevo. Muchas lectoras me pedisteis ItaSaku en los primeros capítulos de Ojos de Jade. Con mucho retraso, os presento una pieza de ItaSaku para que veáis cómo me desenvuelvo con esta pareja.
Por cierto, veréis que debajo del nombre de cada capítulo hay una frase (ya empieza la friki de las citas...). En La chica de prácticas, esta frase corresponde a un verso (o dos) de alguna canción de Fangoria, uno de mis grupos predilectos.
Ah, y por cierto: .¡vuestros reviews son siempre bienvenidos!
Disclaimer: Naruto pertenece a Masashi Kishimoto. La pequeña edad de hielo pertenece a Fangoria.
LA CHICA DE PRÁCTICAS
Parte I: Siberia
"Los glaciares helados almacenan pecados y sueños que quedaron atrás" (La pequeña edad de hielo)
Él no estaba hecho para resistir las tentaciones.
La primera vez que dijo eso en una entrevista, hubo un ataque de histeria colectivo entre la población femenina. Él era uno de los actores de moda, se encontraba en el umbral de la mayoría de edad y no parecía decidirse a cruzarlo a pesar de que su perfectamente cincelada musculatura, que había paseado por cerca de una docena de películas románticas y subiditas de tono, parecía anunciar lo contrario. Él era el fontanero, el butanero, el lechero, o mejor dicho, lo sería: de momento, era el alumno rebelde que lanzaba miradas lascivas a la inexperta profesora de secundaria.
Su primera película, un previsible bodrio de serie B llamado Calor en las aulas, batió récords de taquilla, y su nombre, Itachi Uchiha, fue catapultado a la fama. La secuencia más famosa del filme, una apasionada escena de sexo entre la profesora y el alumno en un compartimento del aseo del instituto filmada desde arriba, se convirtió en un icono y en fantasía sexual de todas las adolescentes (y no tan adolescentes) japonesas a principios de los noventa.
La productora acababa de destapar la caja de Pandora, había hallado un verdadero filón, y lo sabía. Se rodaron nada menos que tres remakes de la película, llamados, en sendos alardes de originalidad, Calor en las aulas 2, 3 y 4. Cambiaban el entorno, cambiaba la actriz que encarnaba al objeto de deseo del malote rebelde, pero él era el mismo: Itachi Uchiha, el chico escultural de larga y sedosa melena negra, rasgos masculinos e hipnóticos ojos carmesíes. Una mirada de soslayo, media sonrisa cargada de malicia y millones de bragas se empapaban. Algo que aprovechó muy bien cierta empresa de refrescos para vender cientos de millones de latas de una bebida que ya no se recuerda: la empresa quebró cuando el caché del joven actor comenzó a rozar cifras astronómicas por rodar un sencillo anuncio en que saliera medio desnudo. El director de la misma no comprendía que alguien que declaraba en las entrevistas a los medios que él era el Sexo (con mayúscula inicial) luego exigiese tamaña cantidad de dinero por salir en un decorado tan sólo con una toalla.
Corrió el rumor de que era nudista. Miles de jovencitas comenzaron a apostarse en las playas donde la gente se bañaba desnuda, hasta que los usuarios de las mismas comenzaron a sentirse incómodos y hubo de contratar seguridad privada para espantar a las espontáneas voyeurs.
Cualquier cosa que tocaba se convertía en oro. Bastó una declaración en televisión de que adoraba el kit-kat para que las ventas se multiplicasen por tres. Él correspondió a sus abnegadas fans con una sesión de fotos íntima: solos él y el kit-kat en una habitación calurosa, lo bastante como para que el chocolate se derritiera. Creo que esa revista se vende por eBay a precio de oro.
Él era la locura. Los medios le apodaron "el placer culpable".
Era el niño mimado de su productora. Le permitían cualquier exceso, por excéntrico que fuese: él era Itachi Uchiha, una bestia sexual. Mantuvo idilios con cerca de cuarenta actrices y modelos durante sus diez años de carrera. Montaba las juergas más escandalosas (en todos los sentidos) del star-system japonés. Cada vez hacía menos películas, pero seguía estando la publicidad. En cualquier caso, cada vez que salía en la pantalla grande, los críticos le machacaban, y con razón: nunca le había hecho falta ser buen actor: él era carne de erotismo para mujeres. Poco a poco, su estrella se apagaba. Sus fans eran ahora respetables madres de familia y él era una manzana madura en un mundo lleno de bollycaos.
Vale, eso no le quitaba el sueño. Era multimillonario, maldita sea.
Pero entonces, diez años después de su debut, su agente se retiró y entró aquella loca adicta al trabajo. Bueno, y al juego. Tsunade, se llamaba. Itachi nunca se acordaba de su apellido.
La productora había decidido aprovechar el cambio de personal que velaba por Itachi y sus caros caprichos para cambiar las condiciones de éste. El actor llevaba mucho tiempo viviendo de las rentas de sus películas y era algo así como una vaca sagrada del estudio, que vale, producía ganancias, pero cada vez menos. Los directivos se propusieron tratar de reciclarle como actor en telefilmes, pero desde sus despachos se oía cómo los periodistas del corazón afilaban sus plumas (o sus teclas), dispuestos a sacar de sus cajones secretos la no poca información que detallaba los escándalos sexuales de Itachi Uchiha en sus años dorados, cuando se llevaba a las mujeres a la cama a pares, y eso cuando no era fin de semana.
Sólo había una manera de salvarle el cuello: con discreción.
¿Discreción y un mito erótico? Imposibles de encajar en la misma frase. Para eso contrataron a Tsunade, toda una experta en aplicar disciplina marcial a celebridades díscolas. Ella revisó el caso y decidió que lo más sabio era relegar a Itachi a labores de producción de películas. Un estudio estaba trabajando en un remake de una de sus cintas más célebres, Nuestra Dulce Navidad, e iban a reconvertirlo en un drama musical protagonizado por el idol de moda, Sai. Hasta le cambiarían el título: iba a llamarse Sweet You.
Al principio, cuando se enteró, Itachi se rió. Luego dejó de hacerle gracia, porque aunque la película original era mala, nada aseguraba que meter cinco canciones interpretadas por el Justin Bieber japonés fuese a convertirla en una obra de culto. La original ya era de culto. Del culto que le rendían sus admiradoras, por supuesto. Todas las Navidades, Itachi seguía recibiendo remesas de ropa interior femenina que le enviaba su plataforma de fans. Algunas chicas, algo más mayores de lo que fueron sus fans diez años atrás, descubrían la gozosa belleza de la virilidad y allí estaba él, con sus once títulos reeditados en DVD para hacer las delicias de las muchachas del siglo XXI, que alardeaban de haberlo visto todo pero que se ruborizaban cuando le veían quitarse la camisa empapada al salir del río (Tentación de una noche de verano, 1997).
Decididamente, Itachi Uchiha era difícil de tratar. Tsunade opinaba que deberían haberle entregado su tutela con la etiqueta de que un exceso de ego perjudica seriamente la salud. Sin embargo, estaba dispuesta a darlo todo en lo que se refería a domesticar a la afamada bestia sexual.
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-.¿Pecados? .¿Qué demonios es esto, porno light?
La mujer lanzó una mirada de advertencia por encima de sus gafas de montura azul.
-.¿Quieres trabajar en el negocio, sí o no? –Le preguntó.
-Sí, pero...
-No hay peros que valgan. Antes de conocer a una celebridad en persona, tienes que conocerle a través de su trabajo –le cortó la mánager.
-Bueno, sé quién es Itachi Uchiha –replicó la muchacha. Aquella misma mañana había visto uno de sus innumerables anuncios en la parada del autobús.
-No, querida, no lo sabes –Tsunade se acodó en su atestado escritorio y dijo, en tono confidencial-. No sabes quién es Itachi Uchiha hasta que no has soñado con que te folle al menos una vez.
La chica abrió mucho los ojos y clavó la mirada en la portada del DVD llamado Calor en las aulas 2. Tsunade la señaló con un bolígrafo.
-Ésa fue la más famosa de todas. Lo recuerdo como si fuera ayer. Las quinceañeras ahorraban sus pagas para ir a verla seis o siete veces al cine. Convertía a la audiencia de cualquier inocente cine de barrio en una manada de gatitas. Chica, este hombre endurecía pezones con una caída de ojos.
La muchacha enarcó las cejas. Parecía que se le iban a salir los ojos. Bueno, sabía que había sido uno de los más deseados de su época, cuando ella estaba en primaria, pero, .¿no era aquello exagerar?
Como si le hubiese leído el pensamiento, Tsunade esbozó una sonrisa malévola.
-Pronto lo verás –le prometió.
La mujer se incorporó y rodeó la mesa. Al otro lado, en la silla para equilibristas que se utilizaba para intimidar a los aspirantes, estaba sentada Sakura Haruno, pero Tsunade pasó de largo y se dirigió directamente a la puerta. Se volvió para indicarle, con un gesto de cabeza, que la siguiera, y la chica obedeció sin rechistar. Tsunade cerró con fuerza la puerta de aluminio de su despacho, un exiguo cubículo ubicado en la parte del edificio de oficinas con menos glamour de los dominios de la productora. Al entrar al ascensor, las dos mujeres se cruzaron con un tipo trajeado al que Tsunade saludó con un sucinto gesto de cabeza, pero puso cara de asco tan pronto como la puerta del ascensor se cerró frente a ellas. Sakura no perdió detalle, pero se ahorró los comentarios.
Siempre había querido trabajar en ese mundillo, o mejor dicho, en el submundo de ese mundillo.
Su padre era fotógrafo profesional, y a menudo la había llevado consigo a las sesiones oficiales de promoción de películas que se hacía con los actores. Siendo muy niña, Sakura había desarrollado un gran interés por el trabajo de aquellas personas que no salían en las fotos pero que velaban por que todo saliera perfecto, incluido el propio temperamento de las celebridades, a menudo caprichosas e inconstantes. La gente normal no lo sabía, pero eran los agentes los que lograban, en muchos casos, que los actores y cantantes más famosos fuesen a trabajar cada día. Había excepciones, por supuesto, pero ella nunca olvidaba a aquellos famosos embriagados por su propia popularidad, que parecían pensar que el mundo debía darles las gracias por el simple hecho de que siguieran respirando, y en el abnegado esfuerzo de su equipo por lograr que pusiesen los pies en el suelo. Las celebridades eran los delincuentes, y su equipo era el personal de reinserción. Y para Sakura, aquella niña rara que desde pequeña que aprendió a doblar la ropa para colocarla por colores en el armario y que tomaba apuntes pulcros como documentos de Microsoft Word, convertirse en alguien así era más que un sueño: era su meta en la vida. Y ahora, por fin, estaba cerca de lograrlo. Por eso había luchado con uñas y dientes hasta lograr que una agencia aceptase su solicitud de prácticas. No era Johnny's, pero a ella le valía. Tenía el temple suficiente para comerse a los famosos caprichosos con patatas.
Lo que ella no sabía era que Tsunade no estaba tan segura de eso. Por eso había decidido hacerla escarmentar. Si quería probar suerte midiendo su resistencia psicológica, sus fuerzas y sus ganas de abofetear a la gente, tendría que demostrar lo buena que era con uno de los huesos más duros de roer del star-system: Itachi Uchiha.
Y aquella chica ni siquiera había visto sus películas. Si no fuera tan desalmada, Tsunade sentiría lástima por ella.
Las dos mujeres atravesaron el aparcamiento del estudio a paso vivo. El coche de la mánager, un viejo Volkwagen Escarabajo de color verde aceituna, no parecía en absoluto el vehículo adecuado para la agente de una estrella, pero a Tsunade le traía buenos recuerdos. Además, quejarse de lo mal pagada que estaba era uno de sus hobbies, y el único que no requería apostar dinero y, generalmente, perderlo.
-.¿Dónde vamos? –Preguntó Sakura tras acomodarse en el asiento del copiloto y ponerse el cinturón de seguridad.
-Vas a tomar tu primer contacto con el enemigo –respondió, escueta, Tsunade.
El motor rugió al arrancar como si el cochecito fuese un bólido de carreras, y la mujer lo lanzó a la carretera como una verdadera posesa. Por un momento, Sakura creyó que eso del enemigo era un eufemismo para referirse a aquella endiablada carrera y no a lo que ella pensaba; el resto del tiempo lo pasó temiendo por su vida mientras el Volkswagen verde zigzagueaba a través del infernal tráfico de Tokio.
Cuando al fin se detuvieron, la muchacha se dio cuenta de que había pasado todo el trayecto en tensión. De haber llegado, la muerte la habría hallado apretando las piernas embutidas en su flamante Traje Para Entrevistas De Trabajo. Tsunade aparcó haciendo una pirueta imposible, sacó la llave del contacto y dijo, con un suspiro:
-Bueno, ya hemos llegado.
La muchacha le lanzó una mirada tan cargada de terror que la mujer no tuvo más remedio que encogerse de hombros y confesar:
-De joven fui especialista. Las persecuciones en coche eran mi especialidad. Me llamaban "la Reina de la Autopista".
-Oh –fue todo cuanto acertó a decir Sakura.
-En fin –la mánager echó el freno de mano-, vamos a conocer a Itachi.
-Pensé que antes tenía que ver sus películas –aventuró la chica, dispuesta a volverse en metro si Tsunade cambiaba de opinión.
Ésta chasqueó la lengua.
-Bueno, de momento no es mala idea que os conozcáis un poco.
Sakura no pudo evitar preguntarse si aquel repentino cambio de opinión tenía trampa. Tenía la impresión de que Tsunade no la veía preparada para asumir las responsabilidades que conllevaba su puesto de prácticas aunque ella se sintiese más que lista para ello. Estaba dispuesta a demostrarle que era la persona más idónea para ocuparse de aquel engorroso Itachi Uchiha, por muy sexy que fuese (o decían que era, Sakura no tenía la menor idea).
Mientras se apeaban del coche, la chica se fijó en el lugar donde estaban. No conocía aquel barrio, pero tenía pinta de tener pocos habitantes y con mucho dinero. A un lado había fastuosos chalés unifamiliares que habrían hecho sonrojarse de envidia a los personajes de Gossip Girl; al otro lo que se veía era una hilera de altísimos rascacielos de última generación. Tsunade cerró el coche y se giró hacia los edificios de acero y cristal.
-Es por aquí.
Sakura la siguió hasta uno de los edificios. La mujer cruzó la puerta y saludó al portero, un tipo estirado ataviado con un uniforme negro, gorra de plato y guantes blancos, que lanzó una mirada de soslayo a Sakura que la hizo sentirse como una terrorista en potencia. En cuanto se hubieron metido en el ascensor, Tsunade le quitó hierro al asunto:
-No te preocupes por Ryo. Sospecha de todo el mundo, para eso le pagan.
"Genial"
-.¿Va armado? –Preguntó Sakura, medio en serio, medio en broma.
-Mmm... Me parece que no –contestó Tsunade-. Bueno, lleva una porra de ésas que sueltan descargas, pero nada más.
-Parece que voy a tener que pedirle a mi tío el policía su uniforme de antidisturbios –bromeó la chica, tétrica.
Tsunade le dirigió una malévola y reveladora sonrisa y preguntó:
-.¿Nerviosa?
-Estoy bien –se apresuró a responder Sakura, demasiado vehementemente, según apreció después.
Se había dejado los DVDs en el coche de Tsunade y ahora se arrepentía de no haberlos visto antes, al menos uno de ellos, para conocer mejor al tipo con el que trabajaría. De hecho, lo único que recordaba de él en ese momento era una de las portadas de las películas, una muy cutre en la que salía un plano americano de él completamente desnudo cubriéndose con una guitarra eléctrica lo que no debía ser visto.
"¿De verdad endurecía pezones con una caída de ojos?"
Una voz femenina generada por ordenador informó de la llegada al último piso. Las puertas se abrieron y las dos mujeres aparecieron en el espacioso rellano. Sólo había una puerta. Como si respondiese a una pregunta, Tsunade explicó:
-A Itachi le gusta tener cierta intimidad. Compró los dos áticos y los unió para hacerse... esta especie de palacio en las nubes que vas a ver ahora.
Sakura tragó en grueso. Había leído el estado en que dejaban sus habitaciones las estrellas de rock, y se preguntó si la casa de Itachi Uchiha estaría igual. Tsunade decidió que no tenía tiempo para permitirle el beneficio de la duda: sin miramientos, se sacó una llave del bolso y abrió.
Silencio. Y visillos movidos por el viento, como en un videoclip.
Las persianas estaban subidas y bueno, aunque no todo estaba en orden, no parecía que hubiese que lamentar pérdidas materiales. Eso sí, de Itachi no había ni rastro.
Tsunade cerró la puerta tras de sí después de que Sakura entrase, con respeto reverencial, en la vivienda. Se internó en el loft e hizo caso omiso a las espectaculares vistas que se apreciaban desde los ventanales. Desde un pasillo oscuro que había en un extremo llegaban los acordes de Alejandro, de Lady Gaga.
Claro, Itachi no sabía que iban a ir. Habría amanecido hacia las doce, como siempre. Vidorra de artista.
Carraspeó, aunque sabía que él no la oiría, y dejó sus cosas en la mesa de la cocina como si aquélla fuera su casa. Él estaba acostumbrado, ella estaba acostumbrada; pero no Sakura, que seguía aferrada al asa de su bolso negro, probablemente de su madre, porque era un bolso de madre. Tsunade revisó la nevera, espió el contenido de unas botellas de vodka sobre el aparador y vació el cenicero de colillas de hierbas de pastor que Itachi empezó a fumar para desengancharse de la marihuana y que lo habían convertido en un peligroso adicto a la hierba luisa. Le olía el aliento a eucalipto, pero al parecer algunas modelos lo hallaban exótico.
La música paró de repente, y Sakura se tensó como la cuerda de un arpa. Tsunade entraba y salía, y la chica se encontró temiendo que él entrase en la cocina y se la encontrase sólo a ella. El rostro de la portada del DVD se había esfumado de su memoria y ahora sólo se acordaba de sus pectorales. Bueno, y de la guitarra.
Pasos en el pasillo. Descalzos. Normal, estaba en su casa. "¿Pero por qué estoy pensando en esas cosas ahora?"
-Voy a hacerte cartillas de racionamiento para la ginebra. En serio, Itachi, estás acabando con las reservas mundiales de Bombay Sapphire, .¿qué vamos a beber en caso de hecatombe nuclear? –Oyó la voz de Tsunade a su espalda.
Itachi Uchiha se asomó al umbral de la puerta que separaba la cocina de las estancias privadas. Llevaba sólo una toalla de ducha enrollada a la cintura y el cabello negro, empapado, se le pegaba al pecho y a la espalda. Sakura sintió que expulsaba todo el aire que tenía en los pulmones de golpe y pensó que no podría volver a inspirar. Y a su lado, Tsunade agitaba la botella de vidrio azul como si nada. "No debe ser humana".
Itachi se encogió de hombros, perezoso.
-Ya sabes que a mí no me gusta la ginebra, sabe a colonia. Anoche vinieron unas chicas a tomar unas copas, entre ellas Konan, y ya sabes lo mucho que a ella le gusta la ginebra con lima.
Tsunade arrugó la nariz.
-Ya. ¿Sigue ahí dentro?
-No –él se rascó la nuca. Giró lentamente sus ojos color escarlata hacia Sakura y preguntó, con voz aterciopelada-. ¿Quién es el caramelo?
A la chica se le descolgó la mandíbula. Demonios, sí que endurecía pezones con una caída de ojos. Tsunade le lanzó una fugaz mirada a través de las pestañas.
-Es Sakura Haruno, nos ha solicitado unas prácticas.
-.¿Y trayéndola aquí has pretendido asustarla o complacerla? –Volvió a mirarla y le dedicó una sonrisa sencillamente irresistible. Sakura se preguntó si su base de maquillaje era a prueba de rubores salvajes provocados por actores macizos semidesnudos.
Tsunade alzó una ceja, como la típica tía solterona que regaña a sus indecentes sobrinos.
-Para lo primero, por supuesto –Itachi soltó una carcajada fresca como un río de montaña-. Ve a vestirte, anda.
-Enseguida, señora –y, sorprendentemente, el actor obedeció.
La mánager se giró hacia Sakura.
-.¿Cómo te encuentras?
-Bien –respondió la chica, fingiendo normalidad.
-.¿Fría?
-Como un témpano.
-De acuerdo. Pues junta las piernas, te estás derritiendo.
Sakura lo hizo por acto reflejo y entonces se dio cuenta de que todo lo que Tsunade le había dicho era cierto: aquel hombre endiabladamente sexy habría provocado deseo sexual hasta a un cadáver. Trabajar con él iba a ser muy, pero que muy difícil, y en ese instante Sakura se halló preguntándose cómo lograba Tsunade resistirse a los más que evidentes encantos de Itachi Uchiha. Como si le hubiera leído la mente, la mujer respondió:
-Es demasiado joven para mi gusto. Hay una cosa que debes saber, Sakura –la muchacha cuadró los hombros al oírse nombrar por su nombre de pila-: si quieres que él haga algo contigo, lo hará. No se le da bien resistir las tentaciones. Tienes una semana de prueba para retirarte si quieres, pero ten en cuenta una cosa: si en cualquier momento, y reitero cualquier momento, sea en la semana de prueba o en las siguientes, en tu horario de trabajo o fuera de él, te acuestas con Itachi, puedes olvidarte de tu período de prácticas. ¿Entendido?
Sakura comprendió que se le había bajado el rubor cuando asintió con la cabeza. El cuello parecía habérsele vuelto de madera. Tsunade esbozó una sonrisa malvada.
-Genial. Me observarás hoy y mañana, desde pasado vendrás tú sola. Si tienes dudas, llámame al móvil; ahórrate pedirle indicaciones a Itachi, él no tiene ni idea de nada más que de beber, fumar y follar –Sakura pensó que eso era ofensivo, pero se calló. La música volvía a sonar al fondo del pasillo, pero ya no era Lady Gaga, sino Kylie Minogue. More more more. La intención en la mirada de Tsunade se acentuó, y añadió-. Bueno, es posible que sea él quien trate de seducirte. Ya lo ha hecho otras veces.
Sakura clavó la mirada en el suelo. Las baldosas de la cocina eran de color negro, y brillaban como en los anuncios de productos de limpieza. Las palabras de Tsunade se filtraron lentamente en su cerebro, hasta que se halló preguntando:
-.¿Otras veces? .¿Ha habido más chicas haciendo prácticas?
Tsunade suspiró. En momentos como aquél (entre muchos otros) se arrepentía de haber dejado de fumar. La política de la empresa de no dar largas desde un principio le había complicado mucho la vida.
-Sí. Varias. Cinco o seis.
La chica la miró directamente. Obviamente, esperaba una explicación más amplia, pero Tsunade no estaba segura de querer extenderse en ese punto. Observó disimuladamente a Sakura. Parecía una chica honesta, pero había aprendido a no fiarse de las apariencias. Por eso se ahorró los detalles. Le lanzó una mirada de advertencia que en otros tiempos habría estudiado meticulosamente pero que ahora le salía sola y se limitó a acodarse en la mesa de la cocina, tamborileando con los dedos los cajones de madera pintada de blanco. Y Sakura se quedó allí plantada, sujetando aún su bolso negro de madre, moviendo ligeramente la mandíbula, como tratando de decidir si debería presionar a Tsunade para obtener más información sobre esas cinco o seis chicas que, antes que ellas, habían empezado a hacer prácticas en el mismo lugar que ella, y que, según había captado entre líneas, habían sucumbido a los más que sugerentes encantos de Itachi. Finalmente, carraspeó y preguntó:
-.¿Y qué vamos a hacer ahora?
Itachi regresó a la cocina. Llevaba una camisa de color gris muy oscuro, tanto que parecía negro, y unos pantalones vaqueros que se ceñían a sus piernas. Sakura deslizó la mirada hasta los pies del actor, sólo para descubrir que estaba descalzo.
-Señoritas, cuando quieran –declaró con una sonrisa.
Tsunade tomó asiento junto a la mesa de la cocina e indicó con la mirada cuál era el sitio de Sakura. Ella se limitó a hacer lo propio, y por primera vez en toda la mañana soltó el bolso, descubriendo así que había agarrado el asa con bastante fuerza como para que le palidecieran los nudillos. Con todo, al apartarlo se sintió desprotegida de repente, como si abandonara una ciudad fortificada en plena guerra. Cuando Itachi se sentó, perezosamente, frente a ellas, comprendió por qué. El actor desvió sus irises carmesíes para fijarlos en ella y esbozar una sonrisa que debía estar prohibida por ley. No era una sonrisa de "me pone mirarte", ni de "sé que te pone que te mire", sino una sonrisa de "eres nueva en esto, y te deseo suerte con la bruja de mi agente", sólo que de una forma aniquiladoramente sensual. O a lo mejor eran sólo imaginaciones suyas. En cualquier caso, ella tiró con un hilo invisible de los músculos de sus mejillas para componer un catálogo de dientes que pretendía ser una sonrisa de respuesta.
-Bien, Itachi, empecemos con la rutina de hoy –comenzó a hablar Tsunade.
-.¿Te apetece un café? –Cortó él.
La mujer le lanzó una mirada capaz de agriar la leche.
-No –respondió ella, cortante. Suavizó ligeramente el tono para añadir-, gracias.
Él le lanzó una mirada con extra de sarcasmo.
-Le preguntaba a Sakura –a continuación se volvió hacia ésta, que se envaró instantáneamente-. ¿Qué me dices?
Ella negó con la cabeza como si le fuera la vida en ello, y él se encogió de hombros con una sonrisa. Tsunade, que había contemplado el proceso, enarcó las cejas. Aquélla tampoco duraría mucho.
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Había unas normas. Normas que ella misma se había impuesto. Normas que había pasado a ordenador e impreso para tenerlas siempre presentes: en su armario, en la mesa de la cocina, en su cartera. Eran las siguientes:
1.-No lleves otra ropa que tus trajes de chaqueta, y nunca un color diferente de blanco, negro o gris.
2.-Nunca camines más allá de la cocina en su apartamento. Jamás.
3.-No le devuelvas la sonrisa.
Sakura tachó un día más en su calendario de paisajes de la Toscana. Nunca lo había hecho antes, pero desde que empezó a trabajar con Itachi, se había convertido en una costumbre. Día tachado: día que no se sucumbía a él. Parecía sencillo, pero no lo era en absoluto: Tsunade se lo advirtió y ella se lo tomó a pitorreo hasta que le conoció. Se vio obligada a admitir que Tsunade tenía razón. Es más, cuando vio los DVDs que contenían la filmografía de Itachi (Director's cut), escenas eliminadas incluidas, comprendía perfectamente por qué era un mito casi erótico. Se le había secado la garganta viendo Twins R Love, y había acabado comprándose las dos primeras de Calor en las aulas cuando tuvo que devolverle los DVDs a Tsunade, cosa que por cierto no habría hecho si ella no se los hubiera pedido. Ah, y estaba ahorrando para comprarse No molestar. Era una maldita groupie.
Ser fría con él no era nada fácil. No se trataba sólo de que fuese increíblemente atractivo o que tuviese una desconcertante facilidad a dejarse ver ligero de ropa, es que además era encantador. A veces, Sakura pensaba que en realidad él era un producto de su imaginación, y que ella estaba atada a una camilla en un hospital psiquiátrico. Bueno, lo pensó una vez, después de una reunión de tres horas en la mesa de la cocina de Itachi mientras él liaba varios kilos de hierbabuena en forma de cigarros, fumándose unos cuantos en el proceso.
Y era verdad: el aliento le olía a eucalipto.
Siempre que salía a su encuentro cuando Sakura llegaba a la casa, la saludaba, meloso, y ella le ordenaba que acabara de vestirse. Luego se sentaban en la cocina y ella le decía lo que tenía que hacer cada día. Mientras, él canturreaba las estrofas de Where the wild roses grow y al final siempre decía, con tono fingidamente quejumbroso:
-Sakura, eres más fría que Siberia.
Y ella le miraba con gesto hosco, mientras se pasaba su propia lengua por el paladar, rogando interiormente por que él no se diera cuenta de que su mayor deseo era agarrarle de la pechera de la camisa y besarle hasta quedarse sin oxígeno.
Pero no podía hacer eso. No podía, porque eso equivalía a perder su única oportunidad de convertirse en agente de alguien famoso y cumplir así su sueño, absurdo pero suyo al fin y al cabo, de dedicar su vida a sacarle las castañas del fuego a otra persona. Lo cierto es que, visto así, casi cundía más acostarse con Itachi. Por suerte, siempre entraba en razón después de aquellas reflexiones. Era perseverante hasta rayar la tozudez, y un pedazo de hombre como era Itachi (pausa para respirar hondo) no iba a hacerla desistir de su propósito.
Nunca hablaban de temas personales. En la práctica, él era un extraño para ella más allá de su filmografía y algunos datos poco comprometidos que Tsunade le había proporcionado. Seguía sin soltar prenda de las chicas anteriores. Ella también era una completa desconocida para él, pero dudaba que le importase. Era tan pasota, tan dejado, que lo único que le importaba era que hubiese alguien ocupándose de sus asuntos, para así tener suficiente tiempo libre para sus actividades, es decir: dormir, fumar y sentirse un maharajá en las fiestas que organizaba cuatro días por semana en su apartamento, con las consecuentes actividades derivadas en las que Sakura prefería no pensar para evitar que le hirviera la sangre o alguna otra parte de su anatomía.
Al menos, él respetaba eso, como la respetaba a ella y a todas sus barreras. A pesar de su inevitable tonillo meloso a la par que irónico con el que arrullaba a las audiencias desde sus películas, era siempre muy correcto. Es más, era atento, un verdadero caballero que habría cuadrado con su fama de bestia sexual de no ser porque exudaba sensualidad por los cuatro costados. Aun encorsetada en sus trajes de chaqueta, Sakura se sentía una verdadera princesa vestida de Givenchy las pocas veces que sus asuntos les requerían fuera del apartamento y él insistía en pagar siempre. Cuando Sakura había tratado de protestar, él le había recordado con un tono de superioridad perfectamente medido que debía reservar su ridículo sueldo como niñera (ella no tenía muy claro si se refería a las prácticas que estaba realizando o a su verdadero trabajo como niñera los fines de semana, del que por supuesto él no tenía la menor idea) íntegro para ella sola.
Había algo en su manera de pronunciar ciertas palabras que removía algo dentro de ella y la hacía sentirse incómoda, pero no incómoda de incómoda, sino incómoda en el buen sentido, si es que lo hay. Podría decirse que la turbaba. Íntegro era una de esas palabras. Había otras, sobre todo cuando le oía murmurar la letra de Where the wild roses grow: "For her lips were the colour of the roses that grew down the river, all bloody and wild". Cuando Sakura buscó el significado de la letra completa de la canción, le hizo sentir un poco inquieta que una historia tan sangrienta sonara tan hipnótica en labios de aquel hombre. Pero, recordó, sólo era una canción.
Todo estaba bajo control.
Una mañana, la muchacha entró en la cocina del apartamento, como siempre, y tomó nota de las cosas que tenía que encargar al supermercado. Suspiró al ver las botellas vacías –otra noche larga en el palacio en las nubes de Itachi Uchiha- y las metió en una bolsa con intención de tirarlas al contenedor de reciclaje. No se dio cuenta de que Itachi había salido ya de la ducha y la observaba fumando uno de sus cigarros vegetarianos apoyado en el quicio de la puerta que separaba la zona segura de la zona privada en la que ella nunca debía entrar.
Casi dio un respingo cuando se dio la vuelta y le vio allí, expulsando aquel humo espeso, de color blanco como la leche, que creaba caprichosas volutas enroscadas entre sí, como la Oruga de Alicia en el País de las Maravillas. Sakura suspiró, tomó asiento como siempre y esperó a que él hiciera lo mismo, poniendo una mesa de distancia entre ellos. Eso no evitó que la joven le mirase de forma maternal y declarase:
-Deberías dejar de fumar.
Itachi, aún con el cigarro en la boca, sonrió. Podía oír el sonido del escudo de Sakura resquebrajándose.
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