Mía.
Simplemente, tengo miedo de volver junto a ti e irme sabiendo que no estarás a mi lado.
Disclaimer: El Señor de los Anillos no me pertenece, es obra de Tolkien.
Drabble.
Los músculos del caballo se tensan bajo mis muslos, el penetrante olor del sudor del animal llega a mi nariz. Es una sensación familiar, reconfortante. Cabalgar, eso es todo lo que necesito para olvidar mis males. O, al menos, así lo era antes.
Todo ha acabado; el Anillo ha sido destruido. Debería mostrarme feliz tal y como lo hacen todos. Debería sentirme ansioso por regresar a casa. Pero no puedo.
Delante de mí monta Aragorn. Mi buen amigo, el futuro rey de Gondor. Aragorn.
El rey de Arwen.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquella noche, aquella última noche en que la vi. La noche antes de la partida, la noche en la que, antes de reunirse con Aragorn, acudió a mí para pedirme que me mantuviera a salvo en la empresa que estábamos a punto de acometer. Me pidió que regresase a casa. A su casa, a su hogar. A Rivendel. Pero no me pidió que regresase junto a ella. No, esas palabras le estaban reservadas a otro, a su amado, a mi amigo. No a mí.
No sé si quiero regresar, susurré. Me miró asombrada, sus perfectos labios entreabiertos, las delicadas cejas arqueadas en una muda pregunta.
Me incliné hacia ella. Su cálido aliento rozando mi piel, su dulce aroma envolviéndome. Nunca habíamos estado tan cerca. Me permití un momento de debilidad. Solo uno. Efímero.
Tengo miedo de regresar sabiendo que no me estarás esperando a mí. Una pequeña pausa, mis pupilas clavadas en las suyas. Arwen tan serena como siempre, tan imperturbable. Hermosa. Tengo miedo de volver junto a ti e irme, regresar a casa, sabiendo que no estarás a mi lado. Eso es todo.
Y, antes de que ella pudiera decir nada, antes de que pudiera dar un paso atrás, apartarse de mí, le di la espalda. Me alejé lentamente deseando que ella me detuviera. Sabiendo que no lo haría.
Pensando que quizá esa fuera la última vez que la veía. Y que, quizá, eso fuera lo más apropiado.
El grito de júbilo de Aragorn me devuelve a la realidad. Mi compañero espolea su montura, sale al galope; los cascos retumban sobre la tierra del camino levantando nubes de polvo.
Solo cuando ya se ha alejado una veintena de metros descubro a qué se debe su alegría. Tan ensimismado estaba en mis pensamientos que no había reparado en la figura de largo cabello azabache que, sobre un caballo blanco, se acerca a nosotros por el camino que lleva a Rivendel.
Arwen.
Aragorn no tarda en alcanzarla, ambos desmontan del caballo, se funden en un abrazo.
Cuando los demás obligan a sus monturas a acelerar yo soy el único que se queda atrás. Mi mirada no se aparta de la figura de Arwen. A pesar de la distancia percibo claramente cada uno de sus rasgos. Veo su mirada brillante, la sonrisa que le dirige a Aragorn. A él, solo a él.
Duele. Pero, a fin de cuentas, siempre lo he sabido… Que ella nunca será mía.
