Tengo más de cinco historias de estos dos que simplemente se niegan a ser terminadas. Pero por el momento parece ser que una se ha decidido rendir a medias y he aquí el resultado.
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"Yo no sé a quién
se le ocurrió
temerle a la oscuridad,
esconderse del frío
y huirle a la ausencia.
Yo no sé a quién
se le ocurrirían
semejantes tonterías."
A Helga el bullicio le retumbaba en la cabeza. Era como tener la cabeza llena de tambores que se negaban a parar, necios en el paroxismo de la fiesta. La velada había llegado al punto en que todos estaban bailando, un poco tomados o ambas cosas; se escuchaban risas mezcladas con la música por todos lados y las conversaciones se animaban y comenzaban a girar en torno a anécdotas compartidas que rayaban en la nostalgia de la infancia perdida.
La mujer rubia en el vestido color crema no estaba para nada interesada en recordar cosas tan lejanas. Era inútil, a fin de cuentas, porque evocar el pasado era evocar fantasmas y ella bien lo sabía. Había participado de buena gana en el corro formado alrededor de Patty y Harold hasta que Sid había salido con su "¿Recuerdan cuándo casi echan abajo el vecindario?". Por supuesto que todos lo recordaban. De pronto Helga necesitaba aire fresco. Asentían todos mientras cada quién contaba, no sin algunos agregados y una que otra exageración, su versión de la historia.
Para cuando Gerald y Arnold, emocionados, hablaban ya sobre sus aventuras y desventuras en medio de la risa general, Helga le susurró al oído a una alegre Phoebe que volvería enseguida. Ésta le miró con curiosidad antes de asentir.
Se alejó silenciosamente y de camino al balcón aceptó una de las copas que los camareros iban ofreciendo de aquí para allá en bandejas plateadas. El pequeño espacio estaba vacío, todos se refugiaban en el calor de la estancia, enfrascados en la compañía mutua.
Se apoyó en el barandal mirando hacia las luces de la calle y le dio un sorbo al vino. Tinto, no estaba nada mal, le llenaba de una sensación de calidez en el frío de la noche de otoño. Otoño, ¿quién diablos se casa en otoño? ¿Quién diablos se casa con Harold? Helga cerró los ojos porque la pregunta que su mente le respondía le dejaba un hueco en el estómago.
¿Y porqué no habían de casarse?
Se notaba en la forma en que Patty se apoyaba en él al bailar. Se veía en la manera en que Harold la miraba cada vez que sonreía. Se querían y se buscaban porque se habían encontrado.
Con Phoebe y el cabeza de cepillo pasaba lo mismo. Se habían comprometido hacia no más de un mes. Helga se sentía a la deriva en medio de sus amigos de casi toda la vida, las sonrisas no le salían del todo, el pecho se le comprimía en el vestido, la cabeza le daba vueltas y se le perdía. No se sentía cómoda. Pero últimamente no se sentía cómoda en ningún lugar. Acababa de dejar su trabajo en el periódico local para ir tras algo más grande y no podía dejar de preguntarse si no habría cometido un error.
Abrió los ojos sólo para fruncir el ceño, "En serio Pataki, te estás comportando como una tonta." Bebió una vez más de la copa y dejó que el viento le revolviera el cabello y se le colara hasta los huesos mientras ella trataba de encontrar alguna estrella en el cielo despejado y se encontraba mirando la luna cuando una voz llegó a sus oídos.
"Vas a pescar un resfriado."
Arnold caminó hacia ella y se recargó junto a ella, de espaldas a la calle. Helga le miró de reojo, se le veía contento y relajado al mismo tiempo, la corbata floja en el cuello de la camisa y el saco perdido.
"Ocúpate de tus propios asuntos, Arnold."
"Eso hago. Pero al parecer me han ganado el lugar. ¿Por qué no estás con los demás?"
"Es que siempre has sido muy lento. Tú también estás aquí, usa tu imaginación si tanto quieres averiguar."
Para su sorpresa Arnold dejó salir una risa ligera ante el comentario y la miró antes de contestarle, algo avergonzado,
"A decir verdad estoy huyendo de Sid y Stinky y su idea de 'diversión'"
Helga alzó una ceja."Vaya, eso no es muy propio de ti, ¿dónde quedó el diligente de Arnoldo?"
"No tiene muchas ganas de intoxicarse con vino tinto que digamos."
"Pues que persona más aburrida eres, Cabeza de balón, me sorprende que te hayan invitado." Arnold la miró, aparentemente ofendido y la rubia rodó los ojos.
"Todavía no me has dicho que hace el alma de la fiesta en el balcón. ¿No quieres bailar?"
Helga ignoró la pregunta como la persona sensata que era.
"Me duele la cabeza, déjalo estar."
Y era cierto, el ruido y el vino comenzaban a surtirle efecto en forma de un malestar vago en la frente y el estómago. No lo mejoraba la cara de preocupación de Arnold. Preocupación sincera, porque así de bueno era él, siempre viendo por los demás; el amable metiche que siempre se le aparecía en los momentos más (in)oportunos.
"¿Quieres ir por alguna aspirina?"
Que no, Arnold, que qué parte de déjalo estar no entiendes. Que te lleves tu amabilidad a otra parte porque Helga no la necesita, no la quiere necesitar.
"Te estaré eternamente agradecida, Arnoldo."
Le sonrío sardónica mientras en su interior no hacía más que culpar al alcohol porque le había hecho sentirse un poco más valiente. Arnold le devolvió la sonrisa antes de ponerse en marcha.
Al final Patty no tiene aspirinas en la casa recién estrenada y Helga se deja convencer por Arnold de que lo deje llevarla a casa porque a esas alturas a las palpitaciones en aumento de su frente se les ha unido el sueño y francamente no podía pedir mejor excusa para retirarse temprano de la celebración que al rubio abogando por ella. Se despiden de todos y cuando Phoebe le pregunta si se encuentra bien (porque es Phoebe y sabe que algo anda mal desde que se escabulle del grupo para no volver), ella le responde que sí, que le llamará por la mañana y que no se preocupe. Su amiga asiente aún con dudas, pero le deja ir sin más preguntas porque sabe mejor que interrogarla mientras se encuentran rodeadas de tantas personas.
Les reitera sus felicitaciones, con toda la sinceridad que puede, a los novios y le advierte a Harold que haga feliz a Patty si no quiere ser miserable el resto de su vida. El (ya no tan) niño rosa le contesta algo que Arnold no le deja responder porque ya la está tomando del brazo y ofreciendo sus propios buenos deseos para evitar una discusión. Salen de la casa y a nadie le parece raro ver a Helga y Arnold tan juntos porque las personas maduran y porque si bien Helga ya no es tan agresiva, Arnold sigue siendo un entrometido que hace el bien sin mirar a quién. Además, Helga no había llegado en coche y nadie estaba del todo cómodo con la idea de dejarla tomar un taxi sola.
El interior del auto es cálido y el aire que entra por la ventana hace un marcado contraste entre el interior y el exterior. Helga se estremece; acaba de recordar que en su apuro se olvidó el abrigo en la fiesta. A Arnold no parece inmutarle el frío, pero nota el temblor de la muchacha y en el primer alto le alcanza el saco que ha dejado en el asiento de atrás.
Helga murmura un 'gracias' antes de echárselo sobre los hombros y se vuelve hacia la ventana, mirando los coches pasar al lado suyo. No pasa de las 12 y sin embargo se muere por dormir y olvidar que mañana será domingo y debe hacer las compras para la semana, llamarle a Phoebe, limpiar el departamento y buscar un nuevo trabajo.
Arnold no le pregunta hacía donde debe dirigirse, ha estado ya un par de veces en el pequeño apartamento junto con Phoebe y Gerald, la primera vez cuando la pelinegra había insinuado que Helga iba a mudarse y necesitaba quién le ayudara a hacerlo.
Aún recordaba la cara de Helga de franca sorpresa que había cambiado a una de aparente fastidio antes de decirle a Phoebe que por ayuda se había referido a ella y no al par de melenudos frente a ella que, además, no podían con la cara de sueño. Gerald le había contestado que estaba siendo una malagradecida, que no cualquiera se levantaba un sábado a las siete para cargar cajas ajenas. Finalmente Helga les dio las gracias a regañadientes, más por consideración a su amiga que al esfuerzo de ambos, o al menos eso afirmaba Gerald. A Arnold le tenía sin cuidado, le tenía más ocupado la expresión de felicidad contenida en la cara de Helga al entrar en el que sería su hogar en adelante. De eso hacían ya tres años y de vez en cuando se sorprendía pensando en esa sonrisa velada de Helga cada vez que extrañaba Hillwood.
Unas calles antes de llegar, Arnold se detiene frente a una farmacia.
"Iré por las aspirinas, ¿necesitas algo más?"
Helga le dice que "Con eso es suficiente, gracias" y Arnold se muerde la mejilla para aguantarse una sonrisa porque nunca la había visto con esa cara de adormilada que se le cuela hasta la voz y le hace sonar tan poco Pataki. Baja del coche para comprar una botella de agua y unas aspirinas y cuando vuelve se encuentra con que la rubia se ha quedado dormida del todo.
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Qué querían, para mí Helga es pésima bebiendo cuando se le apilan las emociones. En fin, esta cosa tiene una continuación (corta, espero), pero mis ojos se niegan a cooperar más a estas horas así que con suerte a más tardar en dos días andaré fastidiando por aquí de nuevo.
Ah, esta historia la pongo aparte de Estocástica simplemente porque sí. O quizás porque aquí Arnold es menos denso y ya no depende tanto de las casualidades para encontrar a Helga sino que se las pasa por el arco del triunfo y la busca por sí mismo.
A saber :P.
