Hola chicas y chicos, pues como ven este es el comienzo de un mini proyecto, será lo que esté subiendo y forma parte de mi disculpa por tardar en subir el lobo, que ya estoy trabajando en lo último de él, la inspiración me está siendo infiel a decir verdad, me tiene abandonada y por ello aun no subo material de mi lobo. Como ya tengo los capítulos escritos, será una publicación semanal para que haya nuevo material cada semana y no dejar la cuenta tan sola ahora que iniciaré el segundo semestre en la Universidad, también me dará tiempo de empezar a escribir Believe.
Espero que les guste, sin más les dejo el capítulo uno de esta historia y para no verme tan tacaña, en unas hora subo el dos.
Declaimer:
Naruto NO es mío, es de Masashi Kishimoto.
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Episodio
I
Algo que me recuerda a mí
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"Yo… voy a desaparecer"
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Como una huella que lentamente va dispersándose, fundiéndose en la eternidad del límite de los recuerdos, la vida es efímera y hermosa, no queda nada al final y simplemente sobrevive la melancolía del desenlace. En un mundo que constantemente cambia las personas se vuelven sombras borrosas reflejadas en las pupilas. El sabor de un café tomado en una tarde de primavera se olvidará una noche estrellada de verano al saborear el ayer endulzado con miel. Así poco a poco el "yo" de cada uno se vuelve un desconocido incluso para él mismo.
Lenta, suave e inevitablemente…
Decir adiós será sólo la suma de las partes en una ecuación silenciosa.
La soledad es el destino final.
Había comenzado a llover cerca de mediodía y realmente no parecía que fuera a detenerse aún.
El reloj marcaba las nueve de la noche menos un cuarto. Por una de las empinadas calles de la ciudad, podía apreciarse la silueta de una chica, quien vestía un uniforme escolar estilo marinero completamente negro, su largo cabello azulado se mecía detrás de su espalda, Hyuuga Hinata tenía facciones delicadas y tomaba de una manera muy elegante el paraguas que la cubría. Sus ojos perla llenos de un misterioso brillo melancólico se mantenían firmes sobre la vía. Cuidando en todo momento eludir los charcos de la acera y al mismo tiempo admirando cada pequeño detalle como si fuera la primera vez que lo veía.
Era la misma calle que siempre utilizaba para regresar a casa, era la misma acera, el mismo anuncio de shampoo, los mismos edificios y sin embargo siempre le resultaban tan nuevos y curiosos. Desde muy pequeña aprendió que cada persona debía atesorar las cosas más triviales por ser preciosas en sí y aun cuando éstas mismas fueran dolorosas, no había nada que no tuviera una razón; pues la vida es lo más sabio que los dioses les habían regalado.
Ella lo sabía mejor que nadie.
Su rostro se opacó ligeramente al sentir que a su cabeza volvían los característicos olores de desinfectantes y fármacos, así como un penetrante sonido rítmico de una máquina que funcionaba a la par con su corazón.
Una piel blanca marchitándose y siendo preciosa al mismo tiempo, lo hermoso de aquello que no dura para siempre, es el dolor de tener que perderlo.
Sacudió ese pensamiento de su mente.
No tenía caso deprimirse por cosas que no era capaz de cambiar. El presente representaba lo único que tenía seguro y si se la pasaba lamiendo las heridas cicatrizadas, éstas tarde que temprano se volverían a abrir. Se obligó entonces a recordar que Kakashi-sensei les había encargado un ensayo sobre la primera obra de Jiraya. Un escritor que actualmente hacía novelas eróticas y de las cuales el profesor de cabellos plateados era un descarado fanático. Sin embargo el material de clase radicaba en su obra más inocente y curiosamente su favorita entre todas las que tenía en su pequeña estantería privada. Tendría que comenzar a escribirlo a penas acabase de cenar. Así que debía apresurarse en llegar a casa.
Seguramente su padre le echaría un sermón por no apresurarse con sus actividades y descuidar su toque de queda. Hanabi, su hermana menor por cinco años, le diría alguna palabra burda y su primo Neji sencillamente le recordaría tomar sus suplementos correctamente antes de encerrarse en su cuarto.
No es que no la apreciaran, al contrario, sin embargo no podían ser amables porque les resultaba un poco difícil expresar sus sentimientos. Hinata estaba acostumbrada a esto, su padre, su hermana, su primo, todos siempre habían sido tan herméticos con sus emociones, que ella siendo puro corazón algunas veces se hirió al intentar comprenderlos. Pero eso estaba bien, salir herida no importaba, porque ellos eran sus más preciados y queridos seres, que llenaban sus memorias con una pisca de felicidad genuina de la cual ella estaría por siempre agradecida de haber recibido.
Se detuvo.
Negro, intenso y áspero se reflejó en sus pupilas.
Fue como si de pronto todo el sonido de las gotas pegándole al suelo y los lejanos ecos de las personas unas calles más adelante se hubieran apagado. Los focos de los coches hacían un juego de luces y sombras contra aquella estoica figura, le provocaron un escalofrío en la espina dorsal.
Era una mirada que jamás había visto en nadie. Como si su portador estuviera receloso y quisiera lastimar a las personas para que no se le acercasen y descubrieran todos sus secretos.
Protegiéndose de todo lo que ese mundo le ofrecía.
Esos agudos ojos eran parte de un rostro bastante fino, blanco y manchado. La muchacha reaccionó cuando distinguió en esas rectas facciones algunos golpes, raspones y cortadas. Cerca de sus labios había una incisión amoratada y un hilo de sangre diluida por la llovizna que le corría desde la sien hasta perfilar su afilada barbilla. Notó también que el desastroso uniforme oscuro que ese chico llevaba era de su escuela y aunque sintió que le había visto antes no pudo reconocerlo. Intentó hacerlo al mirar más detalladamente sus desordenados cabellos color carbón y su amplios hombros, más no pudo lograrlo.
Él era un completo extraño.
Un desconocido que se encontraba sentado bajo la lluvia, completamente lleno de hematomas, por lo que seguramente fue una pelea. Recargado contra un poste del alumbrado público. Como un león herido. Ese chico parecía haber salido de un mundo completamente distinto al suyo.
Miles de alarmas se encendieron como focos en su cabeza.
No debía involucrarse.
—¿Tú… estás bien?—fue apenas un movimiento de labios, un susurró sutil que salió de su boca sin permiso.
Simplemente no podía ignorarlo.
—Eso no te incumbe— su voz era profunda y agresiva, bastante espinosa. Como si de alguna manera estuviera a la defensiva.
Hinata sintió que estaba viendo a un gato callejero enseñarle los dientes.
—Deberías… limpiarte—sugirió por lo bajo acercándose sigilosamente, mientras buscaba su pañuelo dentro del bolsillo de su falda, sintió que su pie chocaba contra algo y al mirar hacia abajo vio la cartera del chico completamente empapada.
Un sentimiento de empatía la embargó.
Se acuclilló frente a él y estiró la mano con el pañuelo para limpiarle la sangre, no obstante la rechazó completamente al darle un manotazo.
El gato callejero había lanzado un zarpazo.
—Lárgate—gruñó.
—L-lo siento…—bajó la mirada que quedó cubierta por su flequillo—, pero… no puedo hacer eso—afirmó volviendo a mirarlo, no quería ser cobarde cuando alguien necesitaba ayuda.
Por lo menos no con él.
Así que contra la propia voluntad del susodicho le comenzó a despejar la cara con su pañoleta suavemente.
Frunció el ceño.
—Te mataré—rezongó amenazante.
El gato gruñía escamado.
—No…lo harás—casi pudo afirmar, tanto tiempo observando los detalles más minúsculos le habían otorgado cierto sexto sentido para leer a las personas.
Él no la lastimaría sin motivo.
—¡Tsk!
Hinata sacó de su mochila un pequeño bolso tejido, extrajo del interior un par de banditas, luego de asegurarse que había encontrado las laceraciones en el rostro del desconocido, se dispuso a curarlo con ellas.
—Listo—anunció cuando terminó de colocar los curitas en la sien y labio del joven herido.
—Hmmp—torció los labios con desagrado y desvió la mirada a otro lado.
Enfermo de la excesiva gentileza de esa tonta mujer.
—Debes desinfectarlo cuando llegues a casa, ¿vale?—sonrió sinceramente y el morocho alzó una ceja viéndola de soslayo.
Ella era rara.
—Estúpida—masculló estrechando la mirada, fulminándola sin piedad.
La lluvia seguía cayendo.
—Además…—tomó la mano del muchacho.
Una corriente eléctrica traspasó su piel en un microsegundo.
—Arg—se quejó.
La ojiperla se asustó un poco, y el corazón comenzó a pitarle en las orejas, trató de ignorarlo para ver la razón del bufido del muchacho.
Era otra herida.
Suspiró encogiéndose de hombros. La verdad es que estaba un poco aterrada, seguramente él era una persona peligrosa, pero por algún motivo quería ayudarlo. Como si quisiera cuidar del gato callejero que acababa de encontrar.
Después de todo había algo en él que le recordaba a ella misma.
Usó el pañuelo húmedo para cubrir la herida en un improvisado vendaje. Agradeció internamente ser tan torpe, porque sus habilidades en primeros auxilios eran decentes.
El moreno la observó atentamente, intrigado por las temerarias acciones de aquella desconocida. No estaba acostumbrado a esta clase de amabilidad. La detestaba, por no decir que le jodía el hecho de que las personas pretendiesen ser algo que no eran realmente; usando una máscara estúpida e hipócrita por su propio ego. No obstante esa chica, era diferente, sus ojos reflejaban el pequeño temor que le provocaba estar tan cerca de él, pero también se encontraban exentos de malicia alguna.
Era una mirada muy pura y limpia.
Demasiado honesta a decir verdad.
—Aquí—terminó de amarrar el pañuelo alrededor de la palma del morocho.
—Eres realmente extraña—acusó resentido volviendo a sus sentidos luego de perderse en sus pensamientos sobre ella.
Hinata lo miró parpadeando repetidas veces, un poco aturdida por sus palabras. Su corazón latió de forma inusual dentro de su pecho y unas inusitadas ganas de contestarle le arañaron la garganta. Entreabrió los labios sin saber qué cosa saldría de ellos.
Era la primera vez que le pasaba eso.
Usualmente no era el tipo de persona que de buenas a primeras se atrevía a hablar con un extraño. No obstante algo en él le resultó tremendamente familiar.
Él era como ella.
Llevaban encima el estigma de la soledad, como si ninguno perteneciera a un sitio en particular.
El teléfono de la muchacha interrumpió su intento de contestar.
—Debo irme—expresó mirando en la pantalla un mensaje de su padre. Estaba muy molesto—. Por favor… utiliza esto para regresar a casa, y… toma un baño para no resfriarte— dejó la agarradera de su paraguas en la palma sana del chico, para después levantarse con su bolso sobre la cabeza en un intento por cubrirse de la lluvia, que ya no era tan fuerte y podría parar en cualquier momento—, ¡Asegúrate de tomar algo caliente en casa!—exclamó yendo calle abajo con gran presura.
Por una vez en su vida, ella intentó pretender ser imprudente.
El muchacho se quedó todavía un rato más sentado sobre el empapado suelo. Abstraído en sus pensamientos, observó el vendaje de su mano y la agarradera de plástico con una pegatina de sol en la torcedura para los dedos. Volvió la cabeza hacia arriba para ver como aquella chica tan extraña se desvanecía en el reflejo de las luces.
—¿Ella… es una idiota?
Se preguntó, sin siquiera sospechar que ese había sido tan sólo el principio del final.
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El tiempo contigo era limitado, pero ese día que nos conocimos la lluvia no me dejó recordarlo
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.-*+*-.
Continuara
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Espero que les haya gustado. Lamento los errores, trataré de corregirlos.
Dejen sus opiniones por favor, sin más.
Akari se despide.
Yanne!
