Rastro de humor

Tendría que haberlo sabido desde que empezó a dar vueltas alrededor suyo, que fue poco después de que el Número angustiado llegara a la base, promocionado por motivos que alzaban cejas. Todas menos las suyas, que rara vez sufrían cambios. En el caso de Gino, no cuestionaba la decisión del Emperador al dar esa recompensa en lugar de un discreto cadalso, sino que…

-Siempre está deprimido.

Por supuesto.

-Yo también lo estaría si estuviera tan jodida.

No pareció oírla. Iba a su punto de inmediato. Eso podía ser obsequioso cuando una era el centro de sus buenas intenciones. De otro modo, recordabas la brutalidad del Imperio. En crudo. Hablando más de su ignorancia que de su magnaminidad.

-Me estoy quedando sin opciones. Ya lo intenté todo o casi todo. No quiere ir al cine, ni en la sala de mi casa. Comer sushi. Ni jugar videojuegos. No le gusta beber. Ni…

Anya tecleaba frenéticamente antes de su llegada. A medida que la conversación tomaba un curso que la voz en su cabeza dilucidaba divertida, se le cerraba el estómago, a pesar de que su rostro siguiera impasible. Y el ritmo de sus dedos sobre el teclado del diario se enlentecía. "La calma antes del huracán. Una mujer no es británica si no la ostenta", aseguraba Mónica.

-Por eso estaba pensando…¿qué es lo que siempre me anima cuando estoy deprimido?

Le pasó el brazo por encima de los hombros a Anya, que parpadeó dos veces, antes de que su flujo constante de ideas se atascara como el papel en una fotocopiadora. A punto de ser escupido con violencia…

-Anya…¿te importaría…?

Como media hora después, Suzaku Kururugi, sobre quien evidentemente había versado aquella conversación tan problemática en sus inicios y sin dificultades mayores resueltas, entró en la sala de recreación, con su pesado aire húmedo en tristeza que intentó disimular sin demasiado éxito, sacando un tema cualquiera.

-¿Ese diario es nuevo?

Uno de los sirvientes de Anya acababa de traerlo y ella lo desenvolvía sin prestar demasiada atención a dónde caía el papel brillante de la tienda. Suzaku podía darse cuenta de esos detalles, más allá de su propia situación. Anya se preguntó sin mucha curiosidad si también le sería posible distinguir la marca de su anterior computadora en la cara de Gino, vendajes aparte.