Trescientas sesenta y cinco razones.
Me diste trescientas sesenta y cinco razones y todas eran mentira. / Rosalie's POV.
Disclaimer: la saga Crepúsculo no me pertenece. Es obra de Stephenie Meyer.
Viñeta.
¿Cuántos días han pasado ya? ¿Cuántas semanas? No lo recuerdo. No quiero recordarlo. Demasiado, demasiado tiempo ha transcurrido desde que te fuiste.
Me siento aquí, en la orilla del lago. Sostengo la caja entre las manos, la abro con cuidado. Y aquí están todas tus razones, tus trescientas sesenta y cinco razones para quererme.
Con mucho cuidado saco el primer papel. Mis ojos se posan en las palabras que hay escritas en él y, al instante, la pena me obtura la garganta.
Porque lo que hay entre nosotros no se puede destruir.
¿No? ¿De verdad que no? ¿Y qué es lo que ha ocurrido, entonces? ¿Podrías decírmelo? ¿Serías capaz de explicármelo? No, no creo que pudieras. Porque, a fin de cuentas, ya no hay excusas que valgan. Nosotros lo destruimos, no hay más.
Dejo el papel a un lado, sobre la hierba. Y saco el segundo.
Porque eres única. Porque eres la única.
Se me escapa una pequeña risa. Amarga. ¿La única, yo? No, no lo creo. Tampoco es que importe, ya nada importa. Ya no merece la pena pensar en ello. Eres libre.
Tercer papel.
Porque cada día te quiero más que el anterior. Porque cada vez te necesito más.
Los ojos se me llenan de lágrimas. Trago con fuerza; no dejaré que caigan. Siempre me he considerado fuerte. Mucho. Y, quizá por ello, los demás piensen que soy egoísta. Pero, ¿sabes?, por muy egocéntrica, vanidosa o superficial que sea, yo sí que te quería. Puede que no de la forma que tú desearas, no lo sé. Pero lo hacía. A mi manera.
¿Y tú? ¿Dices de verdad que me querías? Te diré una cosa: cuando quieres a alguien, cuando quieres a alguien de verdad, aguantas hasta el final. Sin importar lo que pase. Yo, al menos, soy así. En cambio, tú decidiste marcharte, decidiste dejarme atrás.
Mentiste. Todo eran mentiras.
Porque no me canso de mirarte.
Sí, al final lo hiciste. Te cansaste de ello, al igual que te cansaste de todo lo demás. Te cansaste de mí. Te aburriste. O eso fue lo que dijiste. Fuiste tú quien dijo que nuestro amor se había terminado.
Porque no te fuiste.
No, no fui yo quien se fue. Porque, como ya te he dicho, yo, si tú me hubieses querido a tu lado, jamás te hubiera abandonado, sin importar el daño que me hubieras hecho. Pero era tan obvio, tan obvio que no querías seguir junto a mí… Tan obvio…
Y, sí, quizá me comporté mal, quizá dije cosas que no debía. Quizá pareció que no me importabas, que me daba igual la decisión que tomaras. Pero es que tengo mucho orgullo, demasiado. Deberías saberlo a estas alturas. Deberías haber sabido que no era yo quien hablaba, sino él.
No fui yo quien se fue. Fuiste tú quien me echó.
Porque no me imagino sin ti.
Mentira, más mentiras. Una tras otra. Y es que sin mí es como mejor estás. Y lo sabes. Creo que, en el fondo, siempre lo has sabido.
Hay tantas razones, tantos papeles… Los saco uno a uno, los leo todos lentamente sabiendo que será la última vez que los tenga entre las manos.
Cuando termino los recojo todos, los sostengo entre las manos unos minutos, tratando de reunir el coraje para lo que estoy a punto de hacer. Lo que tengo que hacer. Porque sé bien que no vas a volver. Tampoco es lo que quiero. No, no quiero que regreses. Porque, a fin de cuentas, yo no soy nadie para obligarte a estar junto a mí. No, si no quieres hacerlo. Y es que sé bien que no quieres.
Inspiro hondo y suelto los papeles. Salen volando, caen al lago. Se empapan, se deshacen.
Desaparecen.
Y, con ellos, desaparecen también todas tus mentiras.
Fin.
