Hacía una noche tranquila en Tokio. Un cielo despejado, sin nube alguna, cubría la ciudad; y en él se podían ver miles de lucecitas brillando incansables dando seguridad a los hombres que caminaban bajo ellas. En toda la ciudad se podía respirar la calma, no había casi ataques de ghouls, y en caso de que los hubiera las palomas del CGG se encargaban de ellos enseguida. El distrito 20 no era una excepción.

En el distrito 20 un café cerraba sus puertas. El dueño con ayuda de dos de sus empleados recogía y ponía en orden el establecimiento. El nombre del café era el Anteiku. Era un sitio amplio, en un lado del local había unas cuantas mesas y sillas para que se acomodaran los clientes, en el otro una gran barra ocupaba casi todo el espacio, y detrás de ella se podía llegar a vislumbrar los secretos de lo que se servía ahí. A parte de la puerta de entrada que se encontraba tanto enfrente de las mesas como de la barra, había dos puertas más detrás de la barra: una en la que podía leer claramente ``Solo empleados´´, y otra que llevaba directamente a la despensa del establecimiento. El suelo del café, las cortinas, hasta las molduras de las paredes seguían el estilo de los cafés parisinos: suelo de madera, en este caso caoba, cortinas con bordados en los bordes, y molduras que se declinan por lo clásico sobre unas paredes de un color naranja nacarado.

Dentro se encuentran dos hombres, uno mucho más mayor que el otro, y una mujer joven, vestidos con el uniforme del Anteiku.

-Kaneki, hazme el favor de recoger las sillas - dijo el hombre más maduro y dueño del local.

-Sí, señor - contesto el chico joven.

Kaneki se dirigió rápidamente hacia las mesas para cumplir la petición de su jefe.

-Date prisa esta vez Kaneki – dijo en tono de reproche la joven - que desde que estás tú aquí cada vez tardamos más en cerrar.

Kaneki empezó a cumplir más deprisa su cometido.

-Hay que saber tener paciencia Touka, – dijo el dueño del local – Kaneki todavía está aprendiendo el oficio.

-Si usted lo dice señor. – respondió con dejadez Touka.

Las tres personas que se encontraban ahí eran los principales trabajadores del Anteiku. El dueño, al que se le conoce como El Búho, es un hombre mayor, alto, con el pelo canoso y repeinado hacia atrás. Es alguien muy respetado por sus empleados, puede llegar a ser excesivamente comprensivo y siempre parece estar dispuesto a ayudar a los que lo necesiten. Touka es una joven estudiante universitaria que utiliza lo que gana en el café para pagarse sus estudios. El pelo lo tiene de un color morado azulado que hace juego con sus ojos azules. Estos acompañan al resto de sus facciones sobre una tez de un tono blanco oriental. Ella suele ser muy reservada para sus cosas, y suele tener una actitud seria y algo amarga con los demás. Y finalmente Kaneki es un muchacho que recientemente ha entrado a trabajar en el establecimiento. Es un joven estudiante de estatura media, con el pelo color negro azabache, y que lleva sobre uno de sus ojos un parche médico. Es una persona bastante inocente a la que es fácil engañar. Todos vestían el uniforme del Anteiku, que consiste en chaleco gris acompañado de un delantal blanco atado a la cintura, y un corbatín alrededor del cuello.

Esos tres que recogían tranquilamente su negocio, aunque nadie se lo imaginará, eran ghouls, bestias necrófagas sedientas y hambrientas de sangre y carne humana.

-Y esta es la última. – dice Kaneki colocando la última silla encima de su respectiva mesa – Ya hemos terminado.

-Por fin Kaneki.

-Entonces nos veremos mañana a las 09:00 como siempre. – predijo el Búho – No os olvidéis de descansar, y más importante: de comer.

Cuando Kaneki y Touka le estaban diciendo al Búho que lo harían la puerta de entrada se abrió de repente haciendo sonar la habitual campanilla que encabeza la puerta. Entro un hombre en el café, pero se quedó en la entrada bañado en penumbras, sin que se le pudiera ver bien.

-No puede ser. – se quejó en voz baja Touka – Lo siento caballero pero el café ya ha cerrado.

El hombre hizo caso omiso a lo que le dijo Touka y avanzó hacia la barra, donde se encontraban. A la luz de las lámparas del café se podía ver bien al hombre. Era un hombre alto, de complexión normal, con el pelo negro como una noche sin luna. La cara la tenía con facciones claramente occidentales, tenía una pequeña cicatriz sobre el pómulo derecho, los labios los tenía tornados en una sonrisa de maniaco, y encabezando su rostro tenía sus ojos que emitían un resplandor azul etéreo, y al final de sus pupilas parecía que se podía ver el mismísimo infierno. La ropa que vestía era lo que parecía un antiguo uniforme militar desgarrado por el paso del tiempo y manchado de sangre. El uniforme constaba de una chaqueta color verde amarillento con una banda roja sobre el brazo derecho que tenía un circulo blanco con un símbolo negro parecido a una araña en él, unos pantalones negros anchos con una línea roja vertical a cada lado, y unas botas negras que en su momento brillarían, pero ahora estaban sucias y desgastadas. Encima de la cabeza tenía una gorra de plato militar con el símbolo de la Wehrmacht en ella. También, sobre la corbata, llevaba un pin rojo con el mismo símbolo que el que tenía en la banda del brazo.

-No me ha oído, ¡qué está cerrado! – le volvió a decir Touka.

El hombre se quitó la gorra, la situó a la altura de su cintura, y se puso firme.

-Guten Nacht pequeños Idioten. – les saludo el hombre – Perdonad que venga tan tarde, pero me han dicho que aquí vive un ave rapaz muy escurridiza.

El acento germánico del hombre era evidente.

Nadie dijo nada.

-Un búho para ser exactos. – especifico el hombre con una sonrisa amenazante en la cara mientras se volvía a colocar la gorra sobre la cabeza.

-¿Quién te ha dicho eso exactamente? – le pregunto El Búho con una seriedad repentina.

Touka y Kaneki no sabían que decir.

-¡Jajajajaja! – el hombre se reía de una manera que helaba la sangre – Si te soy franco ni yo mismo lo sé. Simplemente él está ahí diciéndome cosas. – dijo apuntándose con un dedo a la sien.

Touka y Kaneki parecían algo amedrentados por el hombre, pero su jefe permaneció impasible.

-Lo siento pero aquí no hay ningún Búho. Así que haga el favor de marcharse. – exigió El Búho.

El hombre miro sonriente al dueño.

-Si andará bien de tiempo te seguiría el juego. – le dijo al Búho – Pero no es el caso. – dijo mientras desaparecía la sonrisa de su cara.

Movió rápidamente el brazo y sacó una pistola que tenía oculta en la espalda, la pistola era una Máuser alemana de 1938. Encañono a los tres empleados con el arma, aunque estos ni se inmutaron.

-No sabes el error que acabas de cometer. – dijo el Búho mientras sus ojos se tornaban de un color negro con la pupila tono rojo sangre.

A Touka también se le cambiaron los ojos como al Búho.

-O quizá el error lo estéis cometiendo vosotros. – dijo el hombre volviendo a mostrar su sonrisa de seguridad – Pronto lo descubriremos.

Han pasado 10 minutos. La noche se ha enturbiado. Solo una persona sale del Anteiku. Sangre se ha derramado esta noche, pero no sangre humana. La persona que sale del café avanza por la calle, hasta que de repente se ve envuelto en una descarga de rayos azul eléctrico, emiten un característico y fuerte sonido, y la persona desaparece junto a los rayos. La noche vuelve a ser tranquila en Tokio.