El porqué del título de la tabla en general: Porque es el lema de Alemania, Unidad y justicia y libertad . No hay más explicación.
Advierto: los prompts irán salteados.
Título: Piel de gamba
Tabla: Deutschland
Número: 1
Prompt: Somos los clientes más amables del mundo; somos modestos – tenemos dinero.
Claim: Alemania [Axis Powers Hetalia]
Resumen: España recuerda la vez que llevó a Alemania de vacaciones a Benidorm.
Advertencias: Alemania sólo como la República Federal de Alemania. Aparición de España (el narrador).
Notitas: 1) No leáis la historia económica de España durante la segunda etapa del franquismo (menos de la primera). Da pena de lo mal administrada que estaba por ese fantoche de culo blanco; sólo las ayudas de Estados Unidos, las visitas de los extranjeros y las divisas de los emigrados nos sacaban adelante.
Ya sabéis, Spain is different (Fraga dixit). Tópicos: saludad al guiri (el turista malo, aquel que siempre va detrás del tópico de sangría, flamenco y paella, y que siempre grita incoherencias en las Ramblas). Aquí sólo con un pequeño detalle.
Muchas frases relacionadas con el catolicismo metidas expresamente. Guiños a iconos castizos de la época. Y a ciertos gigantes (eso va para la de Harvardcete).
2) No leáis la historia económica de España en la actualidad. Volvemos a los pilares de siempre. Referencias a las frases de la jefa actual de Alemania... Y creo que me he pasado el prompt un poco por la manga.
Palabras: 1129 (oh, un one-shot).
La jefa de Alemania me dijo que podría traer parte de mi gente a su país para trabajar, para vivir y a pesar de su expresión de seriedad podía ver un rastro de emoción.
No era lista ni nada, la tía.
Pero mi jefe se enfadó, y me advirtió:
—Antonio, no nos rebajaremos a su nivel. ¡Debemos relanzar la economía!
Perdóneme, señor, pero ya podemos esperar ambos a pies juntillas, que la espada de Damocles nos caerá tarde o temprano.
·
La jefa de Alemania me hizo recordar esos tiempos en los cuales tarareaba a Antonio Escobar y conducía el seiscientos que tan a regañadientes me había entregado el viejo jefe, y silbaba a las minifaldas que empezaron a mostrar algo más allá de las rodillas.
—Pareces un viejo verde —me respondió una voz molesta desde el asiento del copiloto.
—¡Virgen Santísima, Ludwig! ¿Es que no puedo alegrarme la vista gracias a tus chicas?
—P-Puedes —y noté que bajaba la mirada avergonzado, deseando en silencio que no tuviera tantas características calcadas a las de su hermano mayor—, pero deberías concentrarte más en la carretera.
Quedaba todavía un buen trecho hasta Benidorm, ya que veníamos directos desde el Prado. No había dinero para traer a un par de grises, y así lo prefería yo. Parecíamos dos humanos que sólo se iban un par de días a la playa.
Y estábamos a principios de julio. Oh, Dios mío, ¡qué vacío parecía todo si te concentrabas en ir antes de arrancar la séptima hoja del calendario!
El sol me arrancaba la vista, y aquella visera tampoco ayudaba mucho, así que preferí hacer una parada en un pueblo de Castilla La-Mancha, allí por donde Cristo perdió la sandalia. Los gatos maullaban en la sombra, los abuelos estaban bajo las moreras jugando al dominó y los niños se arremolinaban alrededor de la fuente a ver si caía aunque fuera una gota.
Encontré en la calle mayor un bar cualquiera, donde una mujer típica castellana nos recibió con la alegría de aquella persona que luego repetirá a sus allegados todas las novedades que le ocurran. Que un alemán rubio y de ojos azules fuera cliente suyo sería difícilmente olvidable.
—¿Qué quieren? —nos preguntó mientras nos sentábamos en la barra de metal, ahora helada.
—Una bota de vino. Y una tapa de jamón y otra de patatas bravas, si puede ser. Y de chorizo y de queso de Cabrales, también.
—¡Ahora mismo se la traigo todo!
—Danke schön, señora —dijo a su vez Alemania cuando los platos y las bebidas nos fueron servidas. La mujer alzó las cejas.
—Significa «muchas gracias» en alemán, señora —intercedí al ver que la amable castellana no había entendido ni papa.
—Ah, de nada, buen hombre. ¿Sabe que tengo un hijo mío allá arriba, llamado Pepe?
—¿Pe... pe?
—José, Ludwig —suspiré, y sonreí de manera conciliadora—. ¿Y dónde vive, señora?
—Creo que en un lugar llamado Ginebra o algo así... en fin, perdónenme, que debo seguir trabajando.
Y se fue tan tranquila ignorando que Ginebra estaba en Suiza y no en Alemania. Dejé a Ludwig un rato inmerso en la miseria de quien conoce la geografía como la palma de su mano mientras mojaba la patata en el alioli y el pan en el chorizo.
—¿Por qué no nos vamos ya, Antonio?
—Debemos recuperar fuerzas —argumenté mientras le echaba un trago al vino—. Además, estamos a mitad de camino. Alicante no está lejos, y si damos un pequeñorodeo todavía puedo hacer un poco de guía.
—¿De qué sitio?
Cuando hubimos comido debidamente, llevé el coche un poco más abajo, y fue en ese monte donde declamé en voz alta:
—«La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas.» Molinos de viento, en realidad.
—Entonces, ¿estos son los de Don Quijote de la Mancha?
—Si Cervantes anduvo por aquí alguna vez, supongo que sí.
Y después de eso hice una siesta maravillosa y reparadora dentro del seiscientos. Se estaba tan bien que ni me di cuenta de lo pensativo de su expresión, en ese lugar donde el blanco, el negro y el marrón desértico eran los únicos colores...
Una hora más tarde, una mano me removió suavemente desde el asiento del copiloto, una expresión fiera detrás de ella; no me acordaba cuánto odiaba perder el control de las cosas.
—Me dijiste que tus siestas duraban sesenta minutos, no setenta.
—Soy español —bostecé mientras giraba la llave de contacto—. Si te reúnes conmigo, hazlo con la previsión de que es posible que llegue un poco tarde a todos lados.
—¿Es que eres así de perezoso?
—Quizás...
Reí, cómo no, al intentar tomarle el pelo. En ese viaje no podía ser serio con Alemania.
·
Benidorm ya era una urbe en proceso de masificación y especulación urbanística.
Pero había sol, playa, tumbonas y turistas que ni las de las películas de Alfredo Landa.
Mientras, ya camuflado en la sencilla vestimenta de bañador corto, toalla con anuncio de un hostal cualquiera de Madrid, zapatillas de tiras de usar y tirar y la piel ya empezando a ponerse morena, después de acompañarlo al hotel y de recibir más de un silbido —qué pasa, uno tiene su orgullo—, esperaba cómo había pensado que iría.
La imagen, pues, fue dantesca. No valía que la camiseta corta marcara los músculos, esas sandalias y esos calcetines no eran compatibles.
—Por el amor de Dios, ¡quítate los calcetines, Ludwig!
—¿Qué razones argumentas?
—Primero: no es estéticamente agradable. Y segundo: cuando pongas los pies en la arena te vas a morir de calor.
—De acuerdo.
Se quitó los calcetines y los dejó en la bolsa. Así mejor.
Cuando nos hartamos de playa, fuimos a cenar en uno de los restaurantes cercanos; fue inesperadamente amable y mantuvo a la camarera entre el vilo y el enamoramiento, dejando, sí, una generosa propina... mas se reía entre dientes ante el tono de piel de Alemania.
No era tostado, sólo parecido a la gamba que mordisqueaba.
·
La jefa de Alemania me hizo recordar cómo nos emborrachamos de cerveza y llegamos al hotel dando tumbos y lo bien que me cayó soltando esas verdades a puños mientras yo cantaba canciones de sol y amor. La mañana siguiente decidió comprarse una casa en mi país y huir cuando el deber no le llamara.
Hoy, si vas a Mallorca y te acercas a una de las urbanizaciones cercanas a Palma, quizás te lo encuentras.
