Título: Memories.
Summary: Rukia siempre se había considerado una mujer fuerte y se sentía orgullosa de ello. Precisamente por eso odiaba haber encontrado algo que conseguía desarmarla: el recuerdo de Kaien, dolorosamente ligado a la presencia de Kurosaki Ichigo. IchiRuki. AU.
N/A: ¡Buenas a todo el mundo! Aquí regreso con la reedición de este fic, un poco más animada. No he trastocado demasiadas cosas en este capítulo en concreto, pero empezaré a cambiar otras en los siguientes, puesto que he remodelado un poco bastante la historia que había pensado en un principio. Espero que os siga gustando, de todos modos. Eso sí, no puedo asegurar cuándo reeditaré el siguiente capítulo, porque tengo ya varios proyectos en manos y llevarlos a cabo para mí es todo un reto. Pero me ha entrado la nostalgia y he pensado, ¿por qué no?. Me disculpo nuevamente por haberlo dejado tan tremendamente abandonado durante todos estos años, pero siempre he tenido intención de terminarlo. La fecha es ya algo indeterminado.
Disclaimer: Bleach y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Kubo Tite.
¡Saludos a todos y gracias por leer!
Dedicado a Rikku-chan, por ayudarme a volver al mundo de Bleach gracias a nuestras conversaciones fangirleras.
Capítulo 1.
En una noche de nieve.
Parte 1.
Tamborileó los dedos sobre la rodilla, que subía y bajaba, impaciente, nerviosa, como todo su ser en ese momento. Alzó la mano derecha, girándola para hacer que la manga de la americana bajase lo suficiente como para poder ver la esfera de su reloj de pulsera. Una hora y cuarenta minutos. Bufó, algo hastiado, y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra la pared. ¿Cuánto rato pensaban tenerlas ahí dentro? Por favor, si tan sólo tenían que decir 'si', 'no', 'siguiente'. ¡No podía ser algo tan complejo! Eran profesionales; a fin de cuentas podían distinguir a alguien con talento nada más verlo actuar cinco minutos, y no podían ser más de diez a las que habían acabado por escoger como candidatas para el papel principal, así que, ¿por qué demonios tardaban tanto?
Sacó el móvil, suspirando, levantó la tapa, pulsó la tecla de llamada, buscó un número en concreto, volvió a presionar el botón y se llevó el teléfono a la oreja mientras colocaba el pie izquierdo sobre la rodilla derecha. Esperó pacientemente un par de tonos hasta que sonó el descuelgue, escuchando una voz grave y conocida al otro lado.
—¿Qué sucede? —sonaba indiferente, pero él sabía perfectamente que no lo estaba. No cuando era de su hermana de quien debían tratar.
—Aún no ha salido. Me dijo que lo avisase por cualquier retraso posible.
Silencio. Se introdujo la mano libre en el bolsillo de la chaqueta y jugueteó con las llaves del coche, buscando tranquilizarse de alguna manera, ya que había cierto ambiente incómodo entre los dos, a pesar de que había bastante distancia de por medio.
—Bien. Que me llame cuando termine todo.
—Se lo diré.
Se cortó la comunicación. Suspiró y cerró el aparato, guardándolo en el chaquetón grueso de color negro que descansaba en el asiento de al lado. Centró los ojos después en la maquina expendedora de comida que había al otro lado de la habitación, y haciendo acopio de fuerza de voluntad, se levantó, con las piernas algo dormidas por llevar tanto tiempo sentado sin hacer absolutamente nada. Caminó a paso lento hacia ella, inclinándose sobre el cristal mientras se llevaba una mano a la barbilla, rascándosela al observar lo que había dentro lentamente. Al final se decantó por una barrita de Mars. Sacó su monedero del bolsillo de atrás del pantalón vaquero oscuro que llevaba y lo abrió, contando por encima la calderilla que tenía, viendo con desagrado que tenía demasiada. Cogió un par de monedas, las introdujo por la hendidura, pulsó la combinación apropiada para que la chocolatina fuese empujada y cayó con un golpe sordo.
De pronto la puerta del auditorio se abrió y el pasillo se llenó de muchachas jóvenes, guapas, muy pintadas, luciendo provocadores vestidos de colores llamativos. Chicas muy jóvenes y seguramente sin experiencia; cosa que debían haber resaltado los que hacían el casting, porque la mayoría salía disgustada. Buscó entre la multitud - ¿había habido tantas ahí dentro desde el principio? - el rostro de su amiga, pero no lo encontró a primera vista. Se dio la vuelta entonces para recoger su caramelo de la máquina, agachándose e introduciendo la mano por la pequeña trampilla, cuando alguien le dio una patada en el trasero, haciéndolo dar un respingo con la mano dentro de la máquina, dándose un golpe en ella y teniendo que coger de nuevo la barrita, porque se le había caído con el susto.
—¿Qué dem…?
Se levantó, girándose, para encontrarse con el rostro sonriente de su amiga, que estaba cruzada de brazos con su abrigo gris ya puesto.
—¡Vaya, ya era año! —rompió el envoltorio y le dio un mordisco, sobándose la cacha que había sido pateada—. ¿Qué tal te ha ido?
—Ahora te cuento, primero vamos a cenar.
—De eso nada, primero me cuentas y luego cenamos.
—No pienso decirte nada con el estomago vacío, Renji.
Se aguantaron la mirada durante unos segundos, hasta que al final él cedió, bufando y dándole otro bocado al Mars.
—Como quieras. ¿Te parece si nos acercamos por el italiano que abrieron hace poco…?
—Nada de italianos. ¡Quiero ir a un burguer!
Suspiró pesadamente. Habiéndose criado en una familia rica y prefiriendo sitios de comida basura antes que ir a un buen restaurante. Desde luego, estaba claro que su amiga nunca cambiaría, ni aunque pasasen un millón de años. Se acercó a coger su abrigo mientras terminaba la chocolatina y tiraba el papel a la basura, siguiéndola a paso lento por el pasillo.
—Por cierto, hablé con tu hermano por teléfono. Me dijo que lo llamases al salir.
La chica rodó los ojos antes de sacar el móvil. Marcó un número de memoria y le dio a llamar. No tenía ganas de discutir ni con Renji ni con su hermano más tarde por no haberle hecho caso.
—Rukia.
—Hola, hermano. ¿Qué tal todo?
No le molestó que no le preguntase por ella; él era así.
—Bien.
—¿Has conseguido que firmen el acuerdo?
—Sí, no ha sido difícil.
—Me alegro —sonrió—. A mi me ha ido bien. Me han dado el papel de protagonista al final.
—Bien —respondió tras unos segundos de silencio—. No vuelvas tarde a casa. Y avísame cuando estés.
Rukia suspiró, manteniendo su sonrisa en el rostro. Sabía que estaría esperando despierto hasta que llamase. Todavía le costaba aceptar que estaba viviendo en otra casa diferente a la suya y con un hombre, aunque fuese Renji.
—No lo haré. Hasta luego, hermano.
Colgó sin esperar una respuesta de su parte, ya que nunca la daba. Guardó el teléfono y enganchó la manga de su amigo para hacerlo caminar más deprisa. Le exasperaba que fuese tan despacio. Se moría de hambre.
—¿Cuándo pensabas decírmelo? —preguntó, molesto.
—Cuando estuviésemos cenando.
—¡Que soy tu amigo!
—No montes el numerito, Renji. Iba a decírtelo, ¿no?
—Eres imposible…
—Cuando tenga una hamburguesa, ración doble de patatas bravas con salsa tártara y una Coca-Cola, entonces hablamos.
—Caprichosa —gruñó.
—Quejica.
Se soltó de él para ponerse las gafas de sol – a pesar de que ya era más bien tarde, casi de noche — y echarse los cuellos del abrigo hacia arriba, cerrando los botones. Sacó los guantes del bolsillo de su chaquetón con la intención de cubrirse las manos, ya que hacía bastante frío, mientras Renji se echaba su abrigo por encima y le abría la puerta que daba a la calle, estremeciéndose por la baja temperatura que hacía en la calle. Era de noche y nevaba.
—Uf. Mal tiempo.
—Anda, vamos —lo cogió por la chaqueta y tironeó de él.
—No hace falta que me lleves como a un perrito.
—Qué mono, cómo se queja.
—Vete a la mierda.
Lo soltó mientras se reía para caminar más rápido, llevándose las manos a los mientras visualizaba el establecimiento al final de la calle. Realmente tenía ganas de llegar y ponerse hasta las botas de grasas saturadas, aceite y azúcar. Aceleró cuando quedaban dos puertas, entró sin esperar a Renji corriendo a colocarse en la cola, haciendo caso omiso de las miradas y los cuchicheos, ya que su cara resultaba conocida por la pequeña reputación que se había ido forjando. El murmullo aumentó cuando se le unió el pelirrojo, rodeándola con un brazo por el hombro.
Rukia estuvo mirando los menús por encima de las cabezas de la gente, relamiéndose los labios y dando saltitos de impaciencia que no cejaron hasta que tuvo su bolsa entre las manos. Salieron a los pocos minutos con el calor de la comida latiéndole entre las manos, y se dirigieron hacia un pequeño parque que había cerca con unas mesitas y bancos para sentarse. Tomaron sitio en uno que no estaba muy alejado del establecimiento, dejando las bolsas sobre las mesas. Había dejado de nevar.
—¡A comer! —se quitó los guantes y las gafas, sacando toda la comida que habían comprado, dispersándolo todo por la madera—. ¡Que aproveche!
—No sé cómo puede aprovecharse algo de esto.
—Qué tiquismiquis te has vuelto con el paso del tiempo, Renji. Antes bien que llorabas por una de estas.
—Tsk. Eso fue hace mucho tiempo.
—No tanto —rió, llevándose una patata embadurnada en salsa tártara a la boca—. ¡Delicioso!
—Si tú lo dices —comió algo desganado, dándole después un sorbo a la bebida—. Bueno, ¿te decides a contarme algo o qué?
Tragó un par de patatas y bocado bastante grande a su hamburguesa, además de haber bebido como medio vaso; entonces decidió respirar lentamente y guardar silencio con la mirada centrada en el trozo de lechuga que se le sobresalía del pan, que mordisqueó lentamente antes de comenzar a hablar.
—¿Qué quieres que te cuente?
—Joder, yo que sé. ¡Pues todo! ¿Por qué habéis tardado tanto?
—Las mocosas habían preparado actuaciones muy largas.
—¿Tan crías eran?
—La mayor debía tener diecinueve años.
Renji sonrió, divertido.
—Y sin experiencia, ¿verdad?
—Ninguna. Aunque algunas lo hicieron bastante bien y saldrán como secundarias.
—Pues pueden darse con un canto en los dientes —echó kétchup en el cartón de la hamburguesa y empezó a mojar sus patatas ahí.
—Eso mismo pensé yo.
—Seguro que no pararon de lloriquearles un momento.
—Pues sí, y la verdad es que eso fue bastante divertido de ver, lo reconozco. La cuestión es que cuando me tocó a mi lo bordé.
—Humildad al poder —entonó.
—Es la verdad, Renji. Lo hice bastante bien, y sus caras no fueron en absoluto las mismas que con el resto. Me sacaron fallos, pero parecieron bastante satisfechos. Y por eso me han escogido para participar. Los ensayos comenzarán dentro de una semana, cuando estén puestas las listas de los personajes.
—Espera… ¿No te habían dado el papel protagonista?
—Lo tengo ganado, Renji.
—¡Rukia!
—¿¡Qué!?
—¡Le has mentido a tu hermano!
—En realidad sólo me he adelantado a los acontecimientos.
—No tienes remedio. No quiero saber que pasará si no te lo acaban dando; tendrás que sobornarlos o algo para que Byakuya no te mate.
—Pues mira, la verdad es que uno de ellos era bastante mono. Siempre puedo cambiar mis favores…
—¡Rukia!
—¡Renji!
—¡Deja de hacer la estúpida!
—Pues deja de llamarme. Que me vas a gastar el nombre. No lo decía en serio, idiota. Y claro que me lo darán, así que no me preocupa nada. Créeme, fui, con diferencia, la mejor ahí dentro.
Estuvieron en silencio durante varios minutos, que gastaron en terminar de comer y beber, cada uno a su ritmo. Rukia aún seguía peleándose con las patatas cuando Renji ya había guardado todos los desperdicios en su bolsa y los había ido a tirar a una papelera cercana.
Mientras la veía acabar, pensó en lo rápido que había crecido la fama de su amiga dentro del mundo del teatro en sólo cinco años, y le daba bastante rabia que siguiese empeñada en hacer pruebas para que la admitiesen en obras pequeñas, cuando algunas grandes producciones se morían por contar con ella. Porque la verdad era que la poca modestia de Rukia estaba justificada: la chica era una excelente actriz, y su nombre cada vez era más y más conocido.
—Oye, Rukia —alargó la mano para quitarle una patata y la mojó un poco en salsa—. ¿Piensas hacerlo?
—¿Qué cosa?
—Terminar en el mundo del cine. Ya sabes… cada vez es más fácil que encuentres papeles porque cada vez eres más famosa… Si se te presentase algún director conocido a pedirte que participases en alguna de sus películas, ¿aceptarías?
Rukia dejó el vaso de la Coca-Cola a un lado y se cruzó de brazos sobre la mesa, jugueteando con una servilleta entre los dedos de su mano derecha, con la mirada fija en la madera.
—La verdad es que no lo sé. Supongo que dependiendo del director y de la película —suspiró—. Pero espero que recuerdes tu promesa si llega ese momento.
—Por supuesto. No creo que fueses capaz de sobrevivir sin mi ayuda. Con lo desastrosa que eres.
Rukia le propinó una patada en las espinillas por debajo de la mesa, recuperando su bebida y dándole otro pequeño sorbo, jugueteando con los hielos que quedaban en el fondo al moverla con la lengua. En realidad, a pesar del golpe que le había dado, se sentía bastante aliviada porque su amigo no hubiese cambiado de opinión con respecto a lo de acompañarla y ser su mánager. La verdad era que no se creía capaz de hacerlo sin él; era casi la única persona en la que podía confiar en esos momentos.
—Oye, Renji.
—¿Sí? —todavía se frotaba la pierna.
Colocó el recipiente sobre la mesa y tamborileó con los dedos sobre él, mirando en otra dirección, sonrojándose un poco.
—Gracias por todo.
Renji abrió un poco los ojos, sorprendido, pero acabó sonriendo. Sabía lo tremendamente difícil que era para su amiga agradecerle algo a alguien. Precisamente por eso decidió tomarle un poco el pelo.
—Vaya, vaya. ¿Y esto que es? ¿Te has vuelto una sentimental, Rukia?
—¡No es eso! —contestó, molesta—. ¡Idiota! ¡Intentaba ponerme seria!
—Lo sé, lo sé. Vamos, no te enfades —le puso la mano en la cabeza y la despeinó un poco, obligándola a inclinarse hacia delante—. No tienes que agradecer nada. Somos amigos, ¿no?
—Sí —Renji la soltó, así que pudo adoptar su posición original, arreglándose el cuello, muy digna—. En fin. Yo ya no quiero más, ¿te lo terminas?
Le mostró el cartón de las patatas, medio lleno, y suspiró, indicándole con la mano que se lo acercase.
—Si no te lo vas a comer todo, haz el favor de no pedir raciones tan grandes.
—Bah —se puso los guantes y se frotó las manos—. Cuando termines nos vamos a casa, que empieza a hacer más frío.
—Como se nota que Byakuya te ha puesto hora para volver.
Eso le hizo ganarse otro golpe en las espinillas, y Renji se preguntó si no tendría que empezar a plantearse el llevar protección en las piernas para evitar que Rukia se las martirizase a golpes todo el tiempo.
Mientras tanto, no muy lejos de allí, un joven pelirrojo esperaba a que le atendiesen en la barra de una cafetería. Cuando cogió el vaso de plástico de las manos de la camarera y se lo acercó al cuerpo, sintió el humillo del café calentarle la nariz helada, cosa que agradeció mucho. Normalmente no lo tomaba ya que odiaba la cafeína, pero aquella noche realmente lo necesitaba sino quería acabar congelado. Le dio a la mujer el importe justo y salió de allí despidiéndose quedamente, introduciendo su mano enguantada en la chaqueta de pana y dándole un pequeño sorbo a su bebida caliente. Se estremeció de pies a cabeza, notando cómo el calor le recorría el cuerpo, confortándolo bastante, si bien no conseguía quitarle el frío de la cara, expuesta al aire. Se lamió los labios, notándolos algo cortados. Suspiró, hastiado, mirando la hora en un panel digital. Las nueve y media de la noche. Sacó el móvil del bolsillo en previsión de recibir una llamada en breves.
Lo dicho. No habían pasado ni cinco minutos cuando empezó a vibrar y sonar, mostrando un número conocido en la pantalla. Descolgó mientras bebía de nuevo, tragando cuando la persona al otro lado cogía la llamada.
—Las nueve y media, Kurosaki —una voz molesta sonó al otro lado—. Ni las ocho y media ni las nueve. Las nueve Y media. Llevas en la calle cerca de tres horas para ir a comprar a la facultad unos dichosos apuntes. ¿Tan difícil es de encontrar el camino?
—Cierra la boca, Ishida. He tenido que ir andando porque había un atasco de mil pares de demonios. Si los querías más rápido haber venido conmigo y a lo mejor habríamos acabado antes.
—Eso no tiene sentido.
—Como que me eches la bronca por culpa del puto tráfico.
—Eso no lo sabía.
—¿No ves las noticias? ¿Escuchas la radio?
—No.
—¡Arg! —a veces conseguía exasperarlo—. Da igual. Paso de ti, que estoy a quince minutos de casa.
—Bien. Como dentro de quince minutos no estés aquí…
—¡Deja de dar el coñazo, joder, que pareces mi madre!
—Es que a veces parece que todavía la necesites, Kurosaki.
—Anda y que te follen —colgó antes de decir nada más—. Jodido Ishida, siempre quejándose.
Se llevó el vaso a los labios y bebió de nuevo, notando con desagrado que se le había enfriado un poco.
"Siempre con sus gilipolleces" bufó y se detuvo frente al escaparate de una tienda de electrónica, terminando de beberse todo el café de golpe. "Esa tele me vendría bien para mi cuarto" se limpió el labio superior con la lengua y siguió caminando, tirando el vaso a una papelera. "Pero a saber cuando tendré dinero para comprármela"
De pronto le cayó un copo de nieve en la nariz, resaltando enormemente sobre el rojo de su piel irritada por el frío. A ese le siguió otro, y otro, y un cuarto, que comenzaron a poblar su pelo naranja formando una suave y fría capa de color blanco que él se apresuraba en sacudir. Lo que le hacía falta ahora era llegar a casa lleno de nieve y pillar un resfriado para tener al idiota de Ishida lanzándole indirectas sobre lo inútil que podía llegar a ser a veces.
—Que alguien me explique por qué demonios acepté vivir con él.
La respuesta le llegó enseguida. Necesitaban tres personas que pusiesen dinero para alquilar el piso ya que él y Tatsuki, su mejor amiga, no podían llevar todo a cuestas. La aportación económica de Ishida era indispensable para poder tener casa allí, en el centro justo, a unos escasos veinte minutos en autobús o coche y a cuarenta más o menos andando de la Universidad.
Llegó a un semáforo que estaba en rojo para los peatones, de modo que se detuvo a esperar, como todo el mundo. Sacó los cascos y el mp3 de la mochila que llevaba y se los puso, harto de andar escuchando el bullicio propio de las ciudades. Buscó una canción que le apeteciese oír en ese momento y se guardó el aparatito en el bolsillo del pantalón, suspirando y sonriendo un poco al escuchar los primeros acordes. Esa canción le traía buenos recuerdos. Cerró los ojos y echó a andar cuando sintió que la gente de su alrededor también se movía hacia delante, sin molestarse en separar los párpados.
Al otro lado de la calle, Rukia hablaba animadamente con Renji mientras se acercaban lentamente al paso de peatones para poder cruzar y continuar caminando hacia su casa. Si había algo que pensase bien sobre sí misma, es que se consideraba una mujer fuerte; costaba mucho derribarla moralmente después de todas las penurias que había ido soportando a lo largo de su vida. Mucho más desde hacía tres años. Sin embargo, en ese momento, toda aquella fuerza de la que podía alardear y que aseguraba poseer se esfumó ante la visión que tuvo ante sí.
"N-no puede ser…"
Se quedó mirándolo con los ojos abiertos como platos, con los labios separados y quieta, casi clavada en el suelo como una estaca. Renji se detuvo a su lado, extrañado y preocupado, siguiendo la dirección que le marcaba la mirada de Rukia con sumo interés. Acabó prácticamente en la misma situación, completa y absolutamente perplejo. Aquello no podía ser posible.
—R-Rukia… ese chico…
La muchacha asintió con la cabeza sin separar un solo segundo sus ojos de él. Era exactamente igual, casi idéntico. Prácticamente dos gotas de agua, a excepción del color de los ojos y del pelo, además de la cantidad del mismo, que era mucho más reducida. Pero las líneas del rostro encajaban perfectamente, y si le quitaba aquel ceño fruncido, era casi la misma expresión.
Tragó lentamente, sintiéndose con ganas de echarse a llorar. ¿Qué clase de burla era aquella? Estaba claro que no podía ser la misma persona, pero le parecía una cruel y macabra broma del destino, el situar a aquel muchacho justo frente a sus narices, cuando ya pensaba que había superado todo lo concerniente al incidente de hacía tres años.
Lo observó mientras se acercaba a un paso de cebra y se detenía al estar en rojo, sacando el mp3 para escucharlo, poniéndose los cascos y cerrando los ojos, comenzando a avanzar cuando los demás lo hacían casi por instinto. Pero al ir así, no pudo percibir la moto de carreras que apareció por la esquina de la calle a toda velocidad, y cuyo conductor parecía no poder frenar por alguna extraña causa. Quizás los frenos estaban rotos, quizás el tipo en cuestión estaba borracho. Pero eso no importaba. Aquel muchacho no iba a reaccionar a tiempo, al igual que ninguno de los de su alrededor, y seguramente lo atropellaría.
En su cabeza resonó un bombo y el corazón se le detuvo, al igual que la respiración. No… no podía verlo morir así, ahí, delante de sus ojos… no lo soportaría.
"Rukia, ¿qué estás haciendo? No es él… ¡No es Kaien!"
Sin embargo su cuerpo reaccionó solo, y antes de que Renji pudiese hacer o decir nada al respecto, había comenzado a correr hacia él a toda prisa, saltando a la carretera sin preocuparse de nada. Sólo quería salvar la vida del chico de pelo naranja; lo que le sucediese a ella realmente no le importaba. No quería volver a ver ese rostro manchado de sangre…
—¡Cuidado! —gritó inútilmente, sabiendo que él no la escucharía.
Lo empujó cuando quedaban escasos centímetros para que la moto colisionase, y cerró los ojos, esperando sentir el dolor del vehículo al arrollarla.
