¿Qué es un padre?
Sarada miraba a través de su ventana. Observaba aburrida como las flores de cerezo lanzaban pétalos al cielo con cada ráfaga de viento. Días como aquellos solían recordarle a su papá. No había una razón en específico, los cerezos tenían ese impacto en ella.
Padre.
Una palabra agridulce. Había conocido al suyo hace relativamente poco y no sabia como sentirse al respecto. Había deseado tanto ese momento por años, pero al final, todo resultó más problemático de lo que imaginaba: su padre intento matarla, el séptimo había sido atravesado con una espada y, por si fuera poco, habían secuestrado a su madre. Sin contar, claro está, aquella prueba de ADN que resultó errónea (y que le costó el disgusto de su vida).
Sarada suspiró. Siempre había tenido a su madre con ella. Siempre. Solía recordar con ternura las veces que le cantaba para ayudarle a dormir o cuando la animaba al sentirse triste. Pero... ¿Su padre donde quedaba?
Un padre, según tenía entendido, no es aquél que sólo engendra. Si no, aquél que está en las buenas y en las malas. Que te apoya y cuida al sentirte desprotegida. Aquél que juega contigo y te canta al oído para reconfortarte al sentirte miserable.
Y su padre no había hecho nada de eso.
Su padre no la reconoció al verla. No corrió a abrazarla como tanto había anhelado.
Si bien, habían arreglado las cosas, a ella le costaba un poco olvidar. Más aún si convivía con estupendos ejemplares de paternidad impecable. Como el padre de Shikadai, por ejemplo o el de ChouChou. Eso no hacía más que incrementar su envidia a algo que ella no tenía: amor paternal.
Su madre solía insistirle en que su padre la adoraba. Que siempre pensaba ella. Que no había nada más en su corazón y que era su mayor orgullo. Que sus sentimientos estaban conectados. Pero a Sarada le costaba mucho creerlo ya que no veía acciones. Le costaba sentirlo suyo, de alguna manera. Tenía un padre, sí, pero no uno que mereciera llamarse así.
Todo el mundo le decía lo magnífico ser que era pero... Su papel como padre ¿Dónde quedaba?
No podían exigirle a una niña entender cosas que ni los adultos comprendían. Estaba de más decir que él no fue educado para expresar sus sentimientos, que había pasado por cosas muy duras y por ello su actitud.
Su madre no podía pedirle que lo perdonara si ella podía notar en su verde mirar el resentimiento que traían consigo tantos años de ausencia.
Sarada no pidió nacer. Ella solo quería un padre que estuviese con ella todos los días. ¿Era mucho pedir?
Se sentía cansada de esperar por él cada noche y que nunca apareciera. No quería más palabras vacías, quería acciones.
Pero no cuando ella fuera mayor y él buscará redimir sus culpas.
No.
Las quería ahora que podía correr hacia él con una sonrisa en los labios y el corazón latiendo de emoción.
Ahora que aún espera algo de su parte.
Aún que cree en él.
Perdón si hay alguna incongruencia. Lo escribí al momento.
La diferencia entre Sarada y yo es que yo ya no espero nada.
Lily N.
