Disclaimer: El Potterverso pertenece a JK Rowling, Santa se negó a dármelo de Navidad. Buh.

Este fic participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


Sisterly Affection

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Lily y Petunia Evans

"Si no entiendes como una mujer puede amar a su hermana y querer retorcer su cuello al mismo tiempo, probablemente eres hijo único".

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Era aquella una noche que presagiaba tormenta, ciertamente. El viento arremetía con fuerza, estremeciendo todo lo que se encontrase a su paso.

La familia Evans se reunía junto al fuego, disfrutando de su calor, reconfortándose en el silencio y tranquilidad que tan solo la mera compañía de aquellos a quienes se ama puede proporcionar. El señor Benjamín Evans leía ensimismado un libro mientras su esposa, Malva, se esmeraba en la confección de una bufanda. Petunia, la mayor de las hijas, cepillaba con cuidado el cabello de una de sus muchas muñecas. Al contrario del resto de los habitantes del hogar, Lily no se interesaba ni en leer, tejer o jugar con muñecas; la pequeña observaba, en cambio, a través de la ventana como la nieve que comenzaba a caer lo cubría todo de blanco.

La noche se tornaba oscura, iluminada por la ocasional farola solitaria que adornaba la calle Wisteria, que esa noche se veía embellecida por la luminaria que habían colocado hacía unos minutos, con ayuda de todos los vecinos, de tal forma que toda la calle era la pista de aterrizaje perfecta para el trineo del tan esperado Papá Noel.

Lily suspiró, apoyando se rostro sobre su pequeña mano, y continuó viendo por la ventana.

— ¿Qué ocurre, Lils?

— ¿Por qué Santa se tarda tanto tiempo en llegar? —inquirió, sin apartar aun la vista del cristal. No podía permitirse el perder algo de tal importancia como el aterrizaje del trineo que contenía todos sus regalos.

—Tiene que recorrer todo el mundo en una noche, sabes, no es tan sencillo como creerías —su padre la miraba por sobre sus gafas, divertido de lo lindo.

— ¡Pero yo quiero que llegue ya! —apoyó su frente contra el duro cristal y cerró los ojos. Había sido un largo día para la más pequeña de los Evans y le era difícil mantener los ojos abiertos.

— ¡Oh, vamos! Eres una bebé, ya deberías de haber aceptado que Santa Claus es solo un cuento de hadas —Petunia dice con aires de grandeza, no queriendo recordar que no hacía demasiado ella mantenía la misma actitud que su hermana menor.

Los ojos verdes de Lily se llenaron de lágrimas. — ¡Eso no es cierto! Santa si es real, papá y mamá nunca nos mentirían sobre eso.

Petunia sonrió amargamente, recordando la desilusión que vivió cuando se enteró de que sus fantasías no eran más que eso, fantasías. —Madura de una vez y acéptalo, Lily, no hay tal cosa como Santa Claus.

— ¡Tuney! —le reprendió su madre sin alzar la voz, sabiendo que eso sería suficiente para mantener a Petunia a raya —. No hagas caso, Lily. Ya pronto llegará —le guiñó un ojo, después de asegurarse de que recibiera una disculpa de parte de su hermana.

Una sonrisa se formó en los labios de Lily, mostrando el gracioso hueco entre sus dientes frontales, y Petunia puso los ojos en blanco, absteniéndose de decir nada más.

Volvieron entonces cada quien a su asunto, relajándose con el calor que les brindaba el crepitante fuego del hogar, sobre el que descansaban varias fotos familiares que mostraban la infancia de las dos niñas con sendas sonrisas desdentadas.


Lily parecía hipnotizada por la ventisca que tenía lugar afuera, observando con sus ojitos verdes el vaivén de las hojas de los arboles, los danzantes copos de nieve y la parpadeante luz de la luminaria.

El rostro de la niña se transfiguró en una mueca de horror, y comenzó a dar vueltas por todo el lugar como si su vida dependiera de eso. Lo que, en su opinión, era cierto.

— ¿Qué ocurre, cariño? —dejando su libro a un lado y aceptando que su deseo de leer en paz no sería posible hasta que sus hijas estuvieran dormidas, el señor Evans se quitó sus anteojos.

Lily frenó su ir y venir por un segundo. — ¡Santa Claus ya viene y aun no hemos preparado las cosas! —se retorció en su lugar y jaló de sus cabellos rojos, irritada porque su familia continuaba tranquila y apacible; incapaces de comprender la gran preocupación que la embargaba —. ¿Cómo pueden estar tan tranquilos? No hemos preparado nada aun, ¡y Santa podría estar a punto de llegar! —se tiró al piso y cruzó sus brazos sobre su estómago.

En un vano intento de ahogar sus risas, la señora Evans se acercó a su hija menor, y le acarició detrás de las orejas con dulzura, como solía hacer cuando bebé y no hallaba forma alguna de tranquilizarla. —Gritar y patalear no hará que todo esté listo a tiempo, Lily.

Sacudiendo su cabeza, Lily apartó la mano de su madre. —Creo que no comprendes la importancia de esto. Es un asunto de vida o muerte, mamá, mis regalos dependen de esto —sus ojos brillan inocentes mientras mira a su madre con la cantidad justa de inocencia que necesitaba para convencerla.

Malva Evans sonríe, seña clara de su rendición, y se ve arrastrada por Lily hacía la cocina. Se sienta en uno de los bancos y sonríe al ver a su hija transformarse en un torbellino, buscando las cosas necesarias para preparar las galletas. —A veces desearía que no tuvieras tanta energía.

La niña le hizo una mueca y se sentó sobre la barra, mientras su madre precalentó el horno y comenzaron con la preparación de las galletas navideñas. Trabajaron con eficiencia, uniéndoseles Petunia con rapidez, quien como de costumbre se declaraba supervisora de las galletas y por lo tanto no hacía nada.

— ¡Fuera manos, Ben! —con un manotazo, apartó la madre las manos de su esposo, que había sido atraído por el olor de las galletas

—Pero, Malva, cariño, un poco no hace daño…

—Eso ya lo sé, pero conociéndote no será un poco, ¡si no la mitad de la masa!

Rendido y cabizbajo, el señor Evans se retiró una vez más a la sala, donde se lamentaba no poder disfrutar de la masa aun cruda de las galletas, una de sus cosas preferidas en el mundo.


—Se un amor y pon el reloj, Pet —había puesto dentro del horno la última de las bandejas. Al voltearse, la señora Evans se encontró con el usual desastre en el que se transformaba la cocina una vez que la preparación de las galletas había terminado. Pasó su antebrazo por su frente y se limpió las manos, cubiertas de harina, sobre su delantal rosado.

No podía contar con sus hijas para que limpiaran todo el cochinero que habían dejado atrás, normalmente se enfrascaban en una pelea y terminaba quedando todo peor, mas en ese momento no le molestó. Puso los utensilios en remojo y limpió con esmero la barra de granito. Inconscientemente, comenzó a menear sus caderas al ritmo de una canción que pasaba por su cabeza, tarareando y sonriendo y fregando los trastes hasta que estos brillaban.

Estaba en medio de secar las cosas cuando sintió que unas manos le rodeaban la cintura. —Hola, hermosa.

— ¡Ben! —se dio la vuelta sonriente, dándole un golpe en la barriga al señor Evans —. No vuelvas a hacer eso, me asustas.

Su esposo rió entre dientes, sin soltar su cintura. —Lo siento, cariño —a pesar de los años, Malva Evans seguía tan hermosa como el día de su boda, ganando algunas canas a través del tiempo.

—Que no vuelva a suceder —le reprendió con una sonrisa que creaba arrugas alrededor de sus ojos. Ben Evans, si bien ya no era el joven atlético y delgado de hace años, no había perdido esas ganas de vivir la vida.

— ¡Asco, asco, asco! —gritaron ambas chicas cubriéndose los ojos al ver a sus padres compartir un breve beso en los labios —. ¡Mis ojos, se queman!

Comenzaron a dar vueltas alrededor con los ojos cerrados, ocasionando que chocaran la una con la otra.

Sus padres las miraron divertidas. —Bah, no sé de qué se quejan. ¡Si somos jóvenes y apuestos aun! —exclamó el señor Evans, y en un ataque de júbilo intentó cargar a su esposa al estilo de recién casados —. ¡Aaaaah! ¡Mi espalda! —gritó el hombre, llevándose una mano a la espalda adolorida.

— ¡Benjamín! —las manos de su esposa se movieron a su alrededor, insegura de que hacer.

Con un poco de trabajo, Ben Evans fue capaz de moverse de la incómoda posición en la que se había atorado. —Estoy bien, Malva, no te preocupes —tranquilizó a su esposa, y después vio las miradas preocupadas de sus hijas —. ¡De verdad! Tan saludable como un caballo, les digo.

— ¿Los caballos no se enferman, entonces? —preguntó Lily curiosa, frunciendo el ceño.

Petunia rodó los ojos, y le dio una palmada en la cabeza a su hermana. —Es un dicho, Lily, no le hagas caso —con esto, Lily se encogió de hombros y siguió a sus padres de vuelta a la sala.

— ¿Necesitas algo, cariño? —la voz de la señora Evans era dulce, mientras frotaba la mano de su esposo.

El reloj que marcaba que las galletas estaban listas se hizo oír desde la cocina. —Pues unas galletas no estarían para nada mal —guiñó uno de sus ojos castaños, y vio a su esposa partir presurosa para evitar que las galletas se quemaran.

Con un plato repleto de galletas con chocolate en las manos, la señora Evans hizo su gran regreso a la sala. —Tan solo una —advirtió a todos, que miraban con la boca hecha agua el postre.

Obedeciendo a su madre, todos disfrutaron de uno de esos pedacitos de cielo. Las galletas eran su especialidad, siendo preparadas con una receta secreta que se pasaba de generación en generación y que guardaban celosamente. Era también una tradición familiar prepararlas durante la Nochebuena, al igual que decorar el árbol esa misma noche, el que siempre quedaba demasiado recargado con colguijes de un lado y apenas unos cuantos del otro.

—Bueno, niñas, ¡hora de ir a dormir! —exclamó el señor Evans con una gran sonrisa, juntando sus manos satisfecho.

— ¡Pero, papá, es temprano!

— ¡No quiero dormir aun!

—Nada de peros, señoritas, ya oyeron a su padre, a la cama.

Ambas niñas dejaron de quejarse. En su casa, papá era el divertido y mamá era quien hacía valer las reglas; por lo que sabían de antemano que en cuanto el "señoritas" era utilizado por ella, lo mejor era obedecer y abstenerse de rechistar. Por lo que al escuchar esto, las hermanas se levantaron, le dieron un beso de buenas noches a cada uno de sus padres y se fueron a sus respectivas habitaciones.

Lily se metió a la cama después de desearle las buenas noches a cada uno de sus peluches, y pedirle perdón a Santa Claus por aquella vez que le jaló el cabello a Petunia y le mordió, —Pero es que ella me provocó —decía, mas era mejor pedir disculpas que recibir un pedazo de carbón como Navidad.

Se acurrucó en su cama y cerró los ojos, dejándose vencer por el sueño que le embargó de repente.


Abrió los ojos en medio de la oscuridad de su cuarto. Creía haber oído algo, pero no estaba segura de qué.

Aguzó el oído, atenta a cualquier sonido que se pudiera dar.

Y entonces lo escuchó. Cascabeles.

Agudos y musicales y tintineantes, parecían provenir de afuera. Lily frunció el ceño confundida, ¿cómo podía venir de afuera, con la tormenta? Se acercó a su ventana y, no sin trabajo, la abrió. Entró una ráfaga de viento que le heló hasta los huesos, mas eso no le impidió que se asomara por ella, girando y retorciéndose en un intento de ver que causaba el curioso ruido.

Nada, no veía nada.

Cerró la ventana una vez más, tomó un mullido abrigo de su armario y se lo puso sobre el pijama, y salió de su cuarto con sumo cuidado para evitar despertar a nadie. Se dio la vuelta una vez cerrada la puerta, con extrema lentitud comenzó a acercarse a las escaleras cuando vio que la puerta del cuarto de Petunia se estaba abriendo.

Con una sonrisa, se escondió detrás de la puerta. — ¿Adónde vas, Tuney? —satisfecha, Lily vio como su hermana brincó en su lugar y se mordió la lengua para no gritar, aunque por la sorpresa terminó cayendo sobre ella —. ¡Quítate de encima!

— ¡Oh! ¡La gravedad parece aumentar sobre mi!

— ¡No, no es cierto!

—Es cierto, Lily; lo mismo me paso ayer.

—Estás loca, ¡tú enorme trasero me aplasta! —se la quitó de encima con un empujón —. ¿Por qué eres tan rara?

Discutieron un poco, hasta que recordaron que se suponía debían estar durmiendo. — ¿Tú también lo escuchaste? —dijeron al mismo tiempo.

Antes de que les diera tiempo para decir algo más, volvieron a escuchar esos misteriosos cascabeles. —No hagas ruido —Petunia puso un dedo sobre sus labios, y apartó su cabello rubio de sus ojos.

Las dos hermanas bajaron de puntillas, parando de vez en cuando para verificar que sus padres siguieran dormidos.

— ¡Mira! —exclamó Lily sin poder contenerse al ver las migajas sobre el plato que solía contener las galletas, y el árbol repleto de regalos —. ¡Santa ya lle—fue silenciada por la mano huesuda de Petunia sobre su boca.

— ¡Lily! —gritó la mayor al sentir la lengua de Lily sobre su mano y babearla toda —. ¡Qué asco!

Lily se rió un poco, y después de que Petunia se limpió la mano en su pijama, continuaron con su misión.

Abrieron la puerta, que rechinó estruendosamente, y salieron. Buscaron por todas partes mas no encontraron nada más que blancura. Por lo que, con el viento azotando sus rostros y las mejillas sonrojadas, salieron a la tormenta invernal.

Entonces lo escucharon, otra vez.

— ¿Lo oíste?

Ambas hermanas se voltearon a ver y levantaron la vista al cielo, que era del único lugar de donde podía provenir dichoso ruido, por más extraño que sonara.

Sobre el techo nevado, con los ojos entrecerrados y la visión bloqueada por la nieve cayendo, lo vieron.

Renos.

Eran grandes, de pelaje que variaba del negro al castaño, con astas grandes y graciosos collares brillantes, que les unían a… un trineo. Un trineo negro como la misma noche, donde reposaba un saco enorme con regalos de toda clase, todos los que se pudiera uno imaginar. — ¿Qué? —la pregunta de Petunia fue apenas audible.

Tomando las riendas de los renos entre sus manos, estaba un hombre de mejillas regordetas y sonrojadas, larva barba blanca y abundante barriga, enfundada en un inconfundible traje rojo.

Mas su visión duró solo un segundo, pues con unas sonoras carcajadas, el trineo despegó por los aires guiado por los renos, desapareciendo del firmamento.

—Oh Dios. ¡Oh Dios! —Petunia no encontraba palabras.

Lily comenzó a saltar emocionada, siéndole imposible retener la emoción. — ¡Es Santa Claus! ¡SANTA CLAUS! —su felicidad era tal que parecía estar a punto de desmayarse.

Las dos hermanas miraron ensimismadas el cielo, olvidándose del frio y de que pescarían un gran resfriado al día siguiente.

—Te dije que era real —le dijo Lily a Petunia, con una sonrisa enorme que le estiraba las mejillas.


¡Feliz Navidad y Año Nuevo atrasados! Ag, ¿saben cuanto me costo hacer este capitulo? Me sentaba frente a mi laptop y nada, simplemente nada. Hasta que ayer dije, hasta aqui llega esto, ¡hoy es el dia! Y me puse a escribir como loca, y logre terminarlo antes de que me mandaran a dormir. Porque aunque estoy a punto de ser legal mis padres aun me mandan a dormir temprano, bla. El resultado final de este capitulo me gusta, creo que enseña la relacion de hermanas, que es lo que queria mostrar al final, porque aunque siempre se esten peleando se quieren mucho al final del dia.

Mi unica recompensa son sus reviews, ¡asi que definitivamente no me quejare si me dejan uno!

-A.