Querido lector: corregí por completo la primera parte de este fanfic, eliminé las notas al pie y rellené algunas escenas. Si ya lo habías leído espero que te guste el nuevo formato. Gracias por el apoyo.

Harry Potteres propiedad de J. K. Rowling y la Warner Bros., esta historia es sin fines de lucro.

Harry Potter y la historia que debió ser

Lessa Dragonlady

Parte I

"LA DECISIÓN DE HERMIONE"

Las últimas vacaciones que pasó en casa, Hermione aprovechó cada minuto para disfrutar la compañía de sus padres. El verano de 1994 fue muy cálido y familiar. Un año después, tras el incidente en el Departamento de Misterios, volver a casa es doloroso, desesperante y triste. Hermione ya no quiere conversar con sus padres dentistas, ajenos del universo mágico al que ya siente como su verdadero hogar, ya no quiere esconder la varita, ni guardar luto en silencio por Sirius, ni detener el contacto con su mejor amigo, ni hacer el acto de adolescente muggle. La magia en ella es más fuerte que las apariencias. Ella es una bruja. Sin importar la raza, religión, sangre o apellido, en ella la magia explota al ritmo de su corazón y de su mente. Lo cual, acepta con temor, la distancia de su familia.

No es por completo su culpa. Hermione es consciente de que sus padres adaptaron su vida muy rápido a hacerse responsables de ella sólo uno o dos meses al año. Su independencia se ve mermada cuando ella regresa de Hogwarts, y cada verano se complica la interacción que en algún momento fue tan íntima. Por supuesto, Cameron y Richard Granger aman con locura a su hija, aunque eso no es suficiente para volver a crear una relación con ella, no mientras siga partiendo a Escocia o a la casa de los Weasley cada año.

Fue por esa comprensión tácita entre los Granger que Hermione no se sintió abandonada cuando sus padres le dijeron que se mudaban a Toronto, Canadá, para terminar su segunda maestría. Sus padres le explicaron que, en un intento de no quebrar su vida, le dejarían la casa a su nombre y la emanciparían.

―Confiamos en ti ―dijo Cameron del otro lado del desayunador―. Siempre nos has demostrado lo madura que eres. Sabemos que no desaprovecharás esta oportunidad. Te dejaremos el departamento y cada mes tu padre te depositará cierta cantidad para que puedas seguir estudiando sin trabajar. Así será hasta que cumplas dieciocho años. En caso de que desees ir a una universidad, nos haremos cargo también de eso. Queremos que estés segura de que te amamos y de que siempre seremos tus padres. Cualquier cosa que necesites, ahí nos tendrás.

Hermione asintió. Comprendía bien lo que estaban haciendo sus padres, y sabía que no era una decisión tomada de la noche a la mañana. La verdadera sorpresa fue cuando llegó de King Cross y vio que los objetos personales de sus padres estaban empacados. Ahora que sabía por qué se sentía más tranquila.

―Sé que disfrutarán la maestría ―dijo con la voz un poco aguda―. No se preocupen por mí. Yo también me he vuelto muy independiente, además ya casi soy mayor de edad en el mundo mágico, así que esto iba a pasar el siguiente año.

Su padre reaccionó de inmediato a ese tono ―Princesa, aunque tengas ochenta años, para mí seguirás siendo mi pequeñita. Espero que esto te lo demuestre.

Le entregó un sobre amarillo. Hermione lo abrió con cuidado. Adentro había una planilla de veinte vuelos abiertos de Londres a Toronto.

―Para que no dudes ni un instante que puedes escapar del mundo cuando se te antoje. Los brazos de tus padres estarán atentos a recibirte sin aviso de antemano. Allá tendrás otro hogar.

Hermione finalmente comenzó a llorar. Se levantó y abrazó a sus padres. Cameron y Richard la estrecharon y besaron. Al tranquilizarse prometieron ir a cenar a su restaurante favorito para despedirse, pues los adultos partirían a Toronto en dos días, y querían aprovecharlos para hacer todos los papeleos necesarios que dejarían a Hermione bien protegida.

Al siguiente día, cuando firmaron la emancipación, casi a los diez minutos Hermione recibió una lechuza del Ministerio de Magia, reconociéndola adulta legal también en el otro mundo. Fue una excelente oportunidad para demostrar algunos hechizos básicos a sus padres. El resto de los trámites fueron menos divertidos, como la transferencia de poderes en las escrituras de la casa Granger, sacar una cuenta bancaria y una tarjeta de crédito, y el examen de conducir al que fue sometida para obtener su licencia. A pesar de explicar a sus padres lo absurdo que era manejar cuando podía aparecerse donde quisiera, no los convenció de ahorrarse la prueba.

Después entendió por qué la insistencia: su padre le regaló un BMC Mini color turquesa.

―Un clásico inglés perfecto para tu primer automóvil, princesa ―dijo sonriente Richard Granger.

Esa muestra de confianza fue tres veces más poderosa para Hermione que la propia emancipación. Richard Granger tenía un amor absurdo por los automóviles clásicos, durante años echó el discurso de que sólo una persona de absoluta entereza y responsabilidad merecía conducir uno. Y ahora le entregaba las llaves en su mano.

―Maneja con precaución, recuerda que hay un montón de imbéciles tras el volante.

―Sí, papá… ¡gracias! ―gritó lo último, colgándose de él como cuando tenía tres años. Sonrió al ver el sonrojo de su padre.

Finalmente los llevó al aeropuerto. La despedida fue tibia. Ni los adultos ni la bruja parecían realmente convencidos de que estuviera sucediendo. Hermione alcanzó a ver a su madre detenerse antes de abordar, como pensando la situación, pero continuó su camino. Ella no estuvo segura de cómo sentirse al respecto. Sucedió muy rápido.

Mientras manejaba de regreso, abrumada por su nueva independencia, pensó qué hacer durante el resto del verano. Se detuvo en una cafetería, pidió un pastelillo y una taza de té. No quiso preocupar a sus padres, por lo que disimuló durante la prueba de manejo y la ida al aeropuerto, pero le dolía mucho el lado izquierdo de su torso. Era un latigazo congelado que bajaba desde su omóplato hasta la parte frontal de su cadera. La maldición de Dolohov. Cuando Madame Pomfrey consiguió quitar la magia negra de su cuerpo le explicó que jamás se desharía de la secuela, pasarían años hasta que dejara de dolerle, y el frío nunca se iría.

Maldito ―murmuró antes de beber su té.

La experiencia en el Ministerio de Magia dejó una huella emocional imposible de ignorar. Estuvo a punto de morir, de perder a sus mejores amigos. Además de la humillación por su limitada pericia en combates. Aunque los Death Eater naturalmente le llevaran más experiencia necesitaba aprender a defenderse mejor. A proteger mejor. En especial, no podía permitirse fallar en lo mismo dos veces, eso es algo que simplemente va contra quién es ella.

Y justamente eso haría.

Regresó a su automóvil y revisó la guantera, segura de que su padre habría considerado dejar mapas con las colonias listadas de Londres. Soltó un grito de victoria al encontrarlos. Amaba a su padre. Desplegó el mapa buscando Surrey, trazó mentalmente la ruta más rápida y, tras un vistazo al marcador de gasolina, aceleró con un solo objetivo.

Secuestrar a Harry Potter.

. . .

―Hey, Dud, pásame el cigarrillo ―dijo Piers Polkiss echado en la alfombra impecable de la sala de Petunia Dursley.

Dudley tomó una calada profunda antes de dárselo. Miró la ceniza abrir un pequeño hueco en la alfombra y sonrió satisfecho: eso le pasa a su madre por no darle dinero para esa linda navaja que quería.

Piers echó una mirada a las escaleras ―¿Y el imbécil de tu primo?

―Ese idiota está encerrado en su cuarto ―respondió Dudley―. Lo odio. Cada vez está más tocado. Siempre regresa de su escuela con una sonrisita que me encanta quitarle a golpes… esta vez fue diferente. Se defendió.

Piers comenzó a reír ―No creo que haya conseguido meterte un golpe.

El gordo adolescente prefirió no decir que le metió dos puñetazos tremendos en el estómago, y que aún le dolían ―Vamos yendo a tu casa. Jackes no debe tardar con la hierba.

―De acuerdo, podemos pasar a casa de Louis. Le acaban de regalar un celular nuevo.

Giró los ojos ―Qué descaro, van cinco que le robamos. Nunca aprenderán.

―Así es la gente estúpida.

Siguieron hablando acerca de la cantidad de libras que sacarían por vender el celular de Louis. Cuando Dudley abrió la puerta de la casa se quedó congelado al ver una joven saliendo de un BMC Mini. Parecía de su edad, con una cabellera salvaje y un par de piernas muy atractivas.

―Mierda, Dud, esa chica viene hacia nosotros. Está buena ―chifló Piers con la misma expresión enajenada de su mejor amigo.

Dudley continuó observando el cuerpo delgado y pequeño de la desconocida. Bajo la falda de mezclilla a las rodillas traía un par de botas cafés que le llegaban a la mitad de la espinilla, enmarcando las pantorrillas firmes y tersas. Usaba una blusa amarilla de manga hasta los codos, con escote redondo. A diferencia del tipo de chicas con las que Dudley acostumbraba pasar el rato, la desconocida no necesitaba mostrar gran parte de su cuerpo para destacar. Tenía un encanto propio, casi inocente. Lo más llamativo era la melena castaña que se deshacía en ondas hasta los codos.

Por fin llegó hasta el pórtico, sus lindos ojos le recordaron a Dudley el color del Brandy, su bebida alcohólica favorita.

―Tú debes ser Dudley ―chistó la desconocida arrugando su expresión, lo cual prendió más al gordo Dursley, quien encontraba a las mujeres con carácter muy interesantes.

―Te conoce ―susurró emocionado Piers.

Dudley sacó más el pecho, sin querer haciendo lo mismo con su panza en el proceso, y sonrió confiado, apoyándose en el marco de la puerta.

―Hey, bebé, ¿en qué te puedo servir?

Ella lo miró incrédula ―¿Bebé? Relájate, Dursley. No vengo por ti.

―¿Entonces por mí? ―gritó Piers, demostrando su deslucido ingenio.

Honestamente ―masculló―. Soy Hermione Granger, mejor amiga de Harry. Vengo por él. ¿Podrías llamarlo, por favor?

Ambos adolescentes comenzaron a reír. Era inverosímil que ese primor fuera amiga del freak. Piers decidió cortar la broma y puso su enorme mano en la mejilla de Hermione.

―¿Por qué no vienes con nosotros? Seguro te gusta el whiskey, ¿verdad?

Por alguna razón que Piers no comprendió, ella lo apuntó con una vara de madera. Eso, de nuevo extraño para Piers, causó una reacción en Dudley.

―¡No puedes hacer eso aquí! ―gritó el gordo comenzando a sudar, creyendo al fin que esa joven era amiga de su primo― No… ¡no lo tienes permitido!

Ella sonrió satisfecha ―Soy mayor de edad, supongo que sabes lo que eso significa, ¿verdad, bebé?

Piers sintió cómo su mejor amigo lo empujó lejos de la puerta ―¿Qué te pasa? ¿Por qué la vamos a dejar? ¡Y con tu primo!

―Sigue caminando ―insistió Dudley aterrado.

El verano pasado vio a Harry hacer magia. Lo salvó de algo horrible que le robó su felicidad. Ahí le perdió el miedo a las varitas, pero su desagrado por ese mundo incrementó. La perturbación que ahora sentía era por esa… bruja. ¿Cómo alguien que pertenecía al mundo de los freaks podía ser bonita? ¿Cómo pudo gustarle?

Necesitaba largarse de ahí.

Hermione guardó su varita en el bolsillo trasero de su falda. Pensó en tocar el timbre en vez de allanar el hogar de los Dursley, pero quiso darle una sorpresa a Harry. Entró sin hacer ruido y subió las escaleras. Notó la devastadora ausencia de fotografías de su mejor amigo entre las miles de Dudley, y la limpieza enfermiza de la casa. Sintió asco. Las razones que tenía Dumbledore para seguir mandando a Harry a esta cárcel lustrosa escapaban de ella. No cometerá el mismo error que en el verano pasado cuando se le ordenó evitar contacto con él y obedeció. Fue doloroso e innecesario. Harry se sintió traicionado, el resto del año fue muy volátil y perdió cierta confianza en sus amigos. No de nuevo.

Abrió las puertas al azar, buscándolo. Encontró un baño y el cuarto de Dudley antes de llegar a un picaporte que no cedió ante ella. Sonrió al reconocer por qué no se abría. Con su varita hizo un rápido alohomora.

El corazón le dio un brinco al mirar la habitación. Era mediana, casi pequeña, con una delicada capa de polvo que contrastaba con el resto de la casa brillante. Hedwing estaba en su jaula, abandonada en una esquina; sus ojos dorados se clavaron en ella, estudiándola.

El olor a madera vieja se mezclaba con el de su mejor amigo. Cerca de la ventana, en una cama deformada por exceso de peso (Hermione concluyó que el colchón le perteneció a Dudley), estaba Harry encogido entre las cobijas, dormido.

Cerró detrás de ella, procurando no hacer ruido. Una vez adentro sonrió enternecida al ver un dibujo de Hedwing y banderines de Gryffindor pegados en el clóset. Recorrió en cuatro pasos la recámara, hincándose al llegar junto a Harry. Acarició su cabello descontrolado, exhibiendo la famosa cicatriz. Las pestañas del moreno se veían más largas sobre sus pómulos, ya que no traía los lentes puestos.

Harry gimió por la suave caricia, y lentamente abrió los ojos verdes. Cortó su respiración acompasada y endureció su cuerpo. Debido a la cercanía era capaz de distinguir a Hermione sonriéndole, como si fuera lo más común del universo tenerla en la casa de los Dursley tras cinco días de haber salido de Hogwarts. Intentó explicarse la situación, tal vez ella vino junto con los Weasley a recogerlo, pero Dumbledore le avisó antes de salir del quinto grado que él se encargaría personalmente de eso. Tal vez estaba soñando, igual que en el verano antepasado cuando tardó casi un mes en dejar de soñarla besándole la mejilla al despedirse en King Cross. Si ese era el caso entonces tenía que felicitarse, porque este sueño era mil veces más real y… atrayente. Hermione en ropa muggle era una visión encantadora. La escuchó soltar una pequeña carcajada, un sonido que tenía grabado en su memoria.

―Despierta de una buena vez.

―¿Hermione? ―preguntó lentamente.

―Honestamente…

Harry se sentó de golpe ―¡Hermione!

Ella estiró el brazo para darle los lentes que estaban en la mesita de noche.

―¿Qué haces aquí?

―¿No suenas muy feliz de que haya conducido casi ochenta y seis millas desde Cambridge para venir a verte?

El mago sonrió en automático ―¿Lo hiciste, en serio?

―Aquí estoy, ¿no?

De pronto se encontró en los brazos de Harry. Fue tan poco común el gesto que Hermione no supo cómo reaccionar. Comúnmente era ella quien iniciaba los abrazos. Apretó los ojos para esconder el dolor en su torso, no quería arruinar el primer abrazo que le daba Harry. Casi de inmediato la liberó, sin alejarse por completo, mirándola entre incrédulo y emocionado.

―¿Dijiste que manejaste hasta acá?

―Papá me regaló un BMC Mini. Creo que fue en parte por remordimiento de consciencia y en parte porque ya quería gastar en otro clásico.

Frunció el ceño ―¿Remordimiento?

Hermione le platicó la decisión de sus padres y los trámites que hizo con ellos antes de que se marcharan. Al final su mejor amigo estaba extasiado.

―¡Puedes hacer magia fuera de Hogwarts!

―Así fue como me quité a Dudley de encima. ¿Puedes creer que me dijo "bebé"?

Harry sintió algo extraño en el estómago ―¿Te intentó hacer algo? ―preguntó en un susurro. Sabía de primera mano qué tan violento podía ser su primo. Observó el rostro de la castaña, suave y perfilado, imaginando lo fácil que sería para un retrasado como Dudley hacerle daño.

―Intentó coquetearme. Lo cual fue incómodo y horripilante.

Eso cambió las sensaciones en Harry. Era fuera de lo ordinario que alguien intentara coquetear con Hermione. Revisando de nuevo su rostro pensó que era lógico. Ella no era igual de hermosa que Cho Chang, sino dulce, estable, pulcra. Era Hermione, la única capaz de encontrarlo bajo su capa de invisibilidad, de darle la pista crucial a pesar de estar petrificada, de atraer un hombre lobo y viajar en el tiempo para ayudarlo, de creer en él incluso cuando las pruebas dictan lo contrario. ¿Por qué no la escuchó cuando le advirtió que el secuestro de Sirius probablemente era una trampa? ¿Por qué prefirió ignorarla y luego ponerla en riesgo con Umbridge… con los Death Eater? No quería pensar que tal vez Sirius habría sobrevivido, era demasiado doloroso aceptarlo. Sin embargo, otro pensamiento era nítido y constante: ella pudo morir en el Departamento de Misterios.

En aquella ocasión, por un reflejo obstinado, la tomó de la mano para correr lejos de los Death Eater. Fueron sus instintos de supervivencia y de protección convergiendo en una persona. Recordar su pequeña figura cayendo tras la maldición de Dolohov, su propio grito aterrado –¡HERMIONE!– la sensación de haberla perdido…

¿Por qué fue tan inmaduro? El sueño de tener a Sirius como una figura paterna que llenaría los huecos más enfermos de su existencia lo hizo enloquecer. Sirius. Su escape de los Dursley. Su posibilidad de una familia…

Odiaba admitir que Umbridge terminó con la poca autoestima que sentía. No debo decir mentiras dejó una cicatriz obscena en su espíritu.

El año pasado fue el peor de Hogwarts, incluyendo el año cuando luchó contra dragones, tridentes, escreguntos, esfinges y Voldemort.

Ahora tenía que ser distinto. La responsabilidad de terminar con su némesis estaba sobre él. La guerra reinició. No tenía tiempo de seguir pretendiendo ser un adolescente frenético y atrabancado, ese lujo le costó la vida de su padrino.

Harry se sintió de pronto muy tranquilo. Desde que volvió de Hogwarts había ocupado su tiempo en hacer ejercicio para quemar la ansiedad y el estrés, apenas durmió las cinco noches que llevaba en Privet Drive. Con Hermione ahí, en un acto de amistad y aventura que la caracterizaba tan bien, fácilmente llegó a una conclusión, aunque no estaba seguro si "madurar" se podía decidir, en ese momento le pareció así. Dejó la confusión emocional que le nubló el juicio durante quinto grado, y respiró profundo a una nueva claridad.

―Lo lamento, Hermione ―dijo con una sensatez apabullante. Ella lo miró sorprendida, intuyendo que su disculpa no tenía nada que ver con la actitud de su primo, dejó que continuara explicándose―. Fui un verdadero patán durante el curso anterior. Umbridge puso suficiente presión en mí, pero no es pretexto… ahora que lo pienso, creo que también Dumbledore me provocó mucho desconcierto. Como sea, debí escucharte. Es mi responsabilidad lo que sucedió en el Departamento de Misterios. Te juro que no volveré a actuar sin pensar.

La castaña relajó su cuerpo. Por un instante creyó que Harry le pediría que se marchara de Privet Drive, nunca esperó una declaración tan dura. Lo tomó de la mano, acariciando con su pulgar los nudillos rasposos.

―Eres Harry Potter ―le respondió dulcemente―, ¿cómo podrías ignorar tu instinto y razonar antes de seguirlo? No, mi mejor amigo no es así. Pero no te preocupes, aquí me tendrás para una segunda opinión cuando la situación lo amerite.

El mago apretó la pequeña mano femenina ―De acuerdo, aunque tú nunca serás mi segunda opinión. Te juro que siempre serás la primera en mi vida, Hermione.

Sonrió al verla sonrojarse. Él sabía el doble sentido de lo que acababa de decir, y no le importó que ella lo interpretara de esa manera. Volvió a abrazarla, esta vez colocando su rostro en el cuello de su amiga, dejando que el juramento entre ambos los bañara como un bálsamo. Sintió sus brazos envolverlo y la respiración acompasada cerca de su nuca. Estuvieron en esa posición hasta que a Harry se le cansó la espalda.

―Creo que crecí un poco más ―murmuró separándose. Luego la miró divertido―. O tú te hiciste más pequeña.

Ha–ha, Potter ―chistó Hermione―. Vamos, tenemos cosas más importantes de qué hablar. Quería proponerte que vinieras a Cambridge conmigo. Hay que aprovechar que mi casa quedó registrada nombre de una bruja mayor de edad, lo que significa que tú puedes hacer magia adentro.

Harry alzó las cejas ―¿No lo sabrá el Ministerio? Como cuando inflé a la tía Marge.

Ella negó ―Esos incompetentes sólo ponen el rastreo en las casas de hijos de muggles. Por eso los hijos de magos sí pueden saber de la magia desde que nacen, porque la ven y la usan antes de entrar a Hogwarts. Lo que no puedes usar es la varita, lo cual viene perfecto al plan que tengo.

―Debí suponer que ya tenías un plan…

―No me mires así ―replicó de nuevo sonrojada―. Lo pensé de camino para acá. El único problema es que no podemos avisarle a Ronald. Presiento que nuestra correspondencia es inspeccionada por la Orden o por el propio Dumbledore, por eso vine en carro, para que ni siquiera el autobús Noctámbulo los pusiera sobre aviso de mi visita. Hasta que estemos dentro de mi casa y la haya protegido, no quiero que se enteren que… bueno, que prácticamente te secuestré.

Harry comenzó a reír ―Es el secuestro más encantador de la historia.

Ella lo golpeó en el brazo ―Concéntrate. Lo que te estoy pidiendo es que vayas a mi casa durante el resto del verano. Dumbledore enloquecerá cuando venga y no te encuentre, ¿estás dispuesto a hacerlo?

―¿Es una broma verdad? Rayos, sí. Sácame de aquí. Pero… ―miró desesperado las cuatro paredes que lo rodeaban― Necesito quedarme una noche más. Odio a los Dursley, en serio, eso no quiere decir que no tendré un horrible cargo de consciencia si algo les pasa. Dumbledore me explicó que con seis noches en Privet Drive sería suficiente para que las protecciones de la casa se sostuvieran otro año. Dijo algo sobre que mi magia está aumentando, o algo así.

―¿No le pusiste atención? ―regañó de inmediato.

―Estaba pensando en Sirius ―se defendió, consiguiendo un gesto avergonzado en su mejor amiga. Le sonrió para hacerle saber que no estaba molesto y continuó hablando―. En fin, lo que quiero decir es que necesito dormir hoy aquí. Preferiría irme sabiendo que no les pasará nada.

Hermione, ignorando la punzada en su torso, volvió a abrazarlo ―Tienes un gran corazón.

―O soy un idiota. Los Dursley ni siquiera parpadearían si se enteran de que algo me pasó.

―No es una cuestión de conveniencia, es una sobre hacer lo correcto. Estoy orgullosa de ti. De acuerdo, entonces dormiremos aquí.

Ahora Harry se sonrojó ―¿Qué? No quiero que pases más tiempo del necesario en Privet Drive. Este cuarto es un asco, y… ―se calló al verla sacar su varita con una sonrisa casi ladina.

―Quizá es momento de demostrarles un poco de magia a los Dursley, ¿no?

―Apoyo la iniciativa.

Observó emocionado la varita de su mejor amiga actuar. Un despliegue de magia tan profesional siempre lo hacía temblar de felicidad. En menos de cinco minutos Hermione dejó limpio el cuarto, reparó el tapiz, invocó una preciosa lámpara de techo y blanqueó las sábanas y cobijas. Tuvo que hacer varios Reparo en el colchón para que casi recuperara su forma original. A Harry no le extrañó eso: su primo era un cerdo. Por último amplió la ventana y hechizó a Hedwing para que pasara desapercibida por el vecindario. La lechuza de inmediato salió a cazar algún ratón.

―Amo la magia ―susurró Harry mirando el cuarto como si fuera la primera vez. Al encontrar la mirada de su mejor amiga sintió el corazón brincar. Embargado por un agradecimiento enorme decidió hacer algo por ella―. Los Dursley no volverán hasta la noche, así que tenemos la casa para nosotros un par de horas más. Quiero hacerte de comer.

Hermione compartió su emoción de inmediato ―¿Tú cocinarás? ¿Qué harás?

―Secreto ―respondió comenzando a buscar sus zapatos. Mientras se los colocó siguió hablando―. Quédate aquí, no quiero que veas los ingredientes que compraré o lo deducirás muy fácil… Oh, soy un idiota, no tengo cambio muggle. Sólo traje una bolsa de galeones.

―No te preocupes, yo puedo pagar por la comida…

―No, se supone que es un regalo de agradecimiento.

―¿Agradecimiento de qué? ―preguntó confundida.

Harry terminó de amarrar las agujetas y se levantó de un brinco, quedando muy cerca de la castaña.

―De mantenerme vivo los últimos cinco años, ¿te parece poco?

Ella sonrió ―Ha sido un placer, no tienes que retribuírmelo.

―Quiero hacerlo.

Hermione lo vio tan decidido que decidió ayudarlo ―¿Por qué no me dejas pagar la comida y luego tú en el Callejón Diagon me pagas un par de libros?

Eso iluminó el rostro de Harry ―Eres brillante. Acepto.

. . .

Diez minutos después Hermione se dio cuenta que no traía ningún libro para leer y pasar el rato. Buscó el baúl de Harry, resuelta a releer cualquier cosa que trajera ahí. Tardó veinte minutos en hallarlo escondido en la alacena bajo las escaleras. Tuvo que botar con magia varios candados para entrar y luego encantar el baúl para que no pesara. Cuando estaba sacándolo de la alacena vio un soldadito de plomo en el piso. Algo en ese pequeño objeto le causó horror. Se hincó para recogerlo. Harry alguna vez le contó que jugaba con soldaditos de plomo cuando era niño, ¿verdad? Lo guardó en el bolsillo de su falda. Intrigada siguió buscando en la alacena, tan inmersa que no escuchó la puerta de la casa abrirse.

Dudley entró a su casa con el sabor de la sangre aún en su boca. El estúpido de Jackes intentó venderles más cara la hierba, algo que no iba a permitir. Estaba muy satisfecho de haberle deshecho la cara al traficante, a pesar de haber recibido un pequeño golpe directo en la boca. Venía decidido a volver a hablar con la chica de cabello salvaje, y convencerla de que mejor se fuera con él. No tenía nada que ver su renovado valor con la cantidad de hierba que fumó…

Sonrió extasiado al verla de rodillas hurgando en la pequeña alacena, desde su ángulo tenía una visión perfecta de su trasero.

―¿Mi primo te mandó a que vieras la calidad de vida que puede ofrecerte? ―preguntó― No pierdas tu tiempo con ese perdedor, bebé. Esta casa será mía, ¿sabes? Y mi padre es el director de una compañía de taladros.

Hermione dio un brinquito por el susto. Creyó que estaba sola. Lo volteó a ver molesta.

―¿No saliste huyendo de mí hace un par de horas? ―gruñó levantándose. Al notar sus ojos irritados y la pupila dilatada supo qué estaba pasando― ¡Estás drogado!

Sonrió ―¿Quieres?

¡No! ―le aventó el baúl mientras sacaba su varita.

Dudley reaccionó veloz, alcanzó a ver a la castaña apuntarlo con la varita, e instintivamente se cubrió con el baúl. La mente alterada del adolescente lo volvió más agresivo de lo común. Empujó a Hermione dentro de la alacena, aprovechando su peso para aplastarla. Ella gritó, lágrimas desbordándose. Dudley no creyó que la fuera a lastimar tanto, aprovechó para quitarle de un manotazo la varita.

Hermione se deslizó hacia el suelo, sosteniendo su torso hinchado. El golpe de Dudley contrajo la zona donde Dolohov la maldijo. Tenía la vista nublada por el dolor. De pronto lo sintió sobre ella, apretando sus hombros.

―Para ser una bruja no estás nada mal ―lo escuchó susurrarle―. Probablemente sin esa vara de madera eres tan normal como yo, ¿verdad? No eres un freak como mi primo.

Dudley metió sus rechonchas manos bajo la blusa amarilla que tanto le gustó en la mañana y ahora le parecía muy estorbosa. De un tirón la rompió a la mitad.

Hermione no se amedrentó. A pesar del dolor levantó la rodilla, estrellando los testículos con toda su fuerza. Dudley chilló, girando hacia un lado para colocarse en posición fetal. La bruja se tiró hacia el otro lado, agarrando su varita y conjurando cuerdas alrededor del cuerpo gordo, luego callándolo.

En completo silencio escuchó su propia respiración. Acelerada, torpe. Por eso tenía que entrenar. Era terrible que un muggle consiguiera doblegarla en un par de segundos, frente a un Death Eater no tenía ninguna oportunidad. Se recargó en la pared, intentando tranquilizarse. El aire frío causó que la piel se le pusiera de punta. Miró con asco su blusa rota y se reacomodó el corpiño que durante el forcejeo se movió ligeramente.

Brincó a Dudley y sacó el baúl de Harry. No quería volver a usar su blusa, la sentía sucia, así que rebuscó hasta que encontró el jersey de Quidditch de su mejor amigo. Se colocó la enorme prenda, respirando aliviada al oler el aroma de Harry rodeándola. Cerró el baúl y se giró hacia Dudley.

―¿Sabes que por intentar abusar de una bruja puedo acusarte con el Ministerio de Magia y ellos se encargarían de entregarte a los Dementores? Sí, recuerda muy bien lo que es un Dementor, Dursley.

El gesto de horror del adolescente le dio una perturbadora satisfacción.

―Esta es la última noche que Harry estará aquí. Me lo llevaré mañana a primera hora. Hasta entonces tendré mi varita lista, por si se te ocurre algo. Antes de soltarte quiero darte una demostración.

Hechizó el baúl para que disminuyera hasta ser del mismo tamaño que una cajita de cerillos.

Hermione se la mostró a Dudley, casi pegándola a su nariz ―Puedo hacer lo mismo con cualquier parte de tu cuerpo, bebé, y creo saber cuál me gustaría más ver de este pequeñitito tamaño.

Dudley se desmayó.

. . .

Cuando Harry regresó de las compras paró en seco al ver botados los candados de la alacena bajo la escalera. Tardó un par de segundos en imaginar lo ocurrido antes de salir corriendo hacia su cuarto. Pasó a su recámara y nuevamente frenó, congelado. Un instante después su corazón se aceleró como nunca.

Hermione estaba acostada en la cama, sin las botas, con su jersey de Quidditch, leyendo tranquilamente. Por la posición de sus piernas parecía que sólo traía el jersey, pero en realidad la falda estaba metida sobre sus muslos. Harry quedó hipnotizado por la cantidad de piel que su mejor amiga le estaba ingenuamente mostrando.

Ella por fin quitó la vista del libro ―¿Te pasó algo? Te ves abochornado.

―Traes… traes mi jersey ―respondió sin voz.

Hermione cerró el libro ―¿Te molesta? Tu primo rompió mi blusa y no quise…

―¿Él hizo qué?

La miró levantarse con tranquilidad, su falda finalmente deslizándose hasta las rodillas, provocando cierta decepción en Harry.

―Venía drogado. Me quitó la varita pensando que así podría manejarme. Le di un rodillazo en los testículos y luego lo amenacé diciéndole que si volvía a tocarme le encogería los genitales. Le dio tanto miedo que se desmayó ―hizo un gesto complacido―. Lo eché en su cuarto y le puse un hechizo para que no despertara hasta mañana cuando ya no estemos aquí.

Harry la miró atónito. Recordó que no era la primera vez que su mejor amiga era capaz de perpetuar ese tipo de actos. Marieta Edgecome y Umbridge eran perfectos ejemplos de lo que te podía pasar si intentabas joder a Hermione Granger.

La castaña comenzó a ponerse nerviosa bajo su silencio ―¿Estás enojado por lo que le hice a tu primo?

Él comenzó a reír ―Imposible. Sólo pensaba lo brillante que eres… y temible al mismo tiempo. Me da tranquilidad saber que te tengo de mí lado.

―Siempre ―dijo feliz―. Entonces, ¿ya harás la comida?

―Oh, claro. Te llamaré en cuanto esté lista. Por cierto, antes de entrar a la casa vi tu automóvil, está genial.

―Gracias. Papá tiene buen gusto con esas cosas.

Harry asintió ―Pero… quería pedirte que lo movieras de lugar. No me gustaría que la bandita de Dudley o mi tío le hiciera algo.

―Buen punto. Ahora mismo lo muevo.

Se sonrieron una vez más antes de partir por separado.

En la cocina Harry rebanó los filetes de pollo para poderlos empanizar. Luego abrió la botella de vino Marsala, dejándola respirar. Era extraño y sencillo cocinar alegremente, dispuesto a que un ser querido disfrute de su comida. Eligió pollo a la Marsala porque era práctico y delicioso, algo que lo hacía pensar en Hermione.

Mientras dejaba calentar el aceite sonrió por ese último pensamiento. Tener a su mejor amiga en Privet Drive parecía un sueño absurdo, que además estuviera a punto de llevárselo a pasar el verano con ella era… tentador. Otra palabra que no estaba acostumbrado a relacionar con ella.

Picó distraídamente los champiñones, la imagen de las piernas de Hermione rompiendo su concentración. De pronto se cortó. La sangre se resbaló por sus dedos, como un hilo escarlata. El dolor fue efímero.

Quedó absorto en las dos gotas de sangre. Pensó en Sirius Black, en lo poco que en realidad lo conoció, en su último grito "¡Bien hecho, James!", en su sonrisa antes de cruzar el velo. Quién sabe el tipo de vida le habría esperado junto a Sirius, a veces se comportó como un verdadero padrino y otras como un chiquillo desquiciado. El frío de Azkaban brillando tras la mirada gris. Pero algo siempre fue muy claro en él: quería que Harry fuera feliz. Quizá la mejor manera de honrarlo era intentando exactamente eso. Ser feliz.

Enjuagó la sangre de sus dedos, mirando la trasparencia entintarse de rojo. El agua se movió en espiral hasta desaparecer por el caño, y con ella el luto por Sirius, por la posibilidad de liberarse de los Dursley, por la responsabilidad de la profecía. Tuvo la seguridad de que con Hermione conseguiría sobrevivir.

Sonriendo terminó de cocinar. El vapor del vino sazonado le arrancó una sonrisa.

Sí. Práctico y delicioso.

. . .

Hermione escuchó a Harry llamarla desde la planta baja. Cogió su varita, cerró el libro y bajó corriendo muy hambrienta. En la cocina su mejor amigo había colocado la mejor vajilla de Petunia Dursley junto a una vasija de plata con pollo a la Marsala.

―¡Huele increíble! ―felicitó observando maravillada el guisado.

El moreno siguió sirviendo el vino de frutas, escondiendo su sonrojo ―Toma asiento, sabe mejor caliente.

Al girarse casi tiró las copas al ver la pequeña espalda de Hermione cubierta por las enormes letras doradas POTTER. La relación del nombre de su mejor amiga junto con su propio apellido le causó un temblor en el estómago. Nervioso puso las copas en la mesa.

―Estuve organizando mejor el plan para el verano, ¿te gustaría escucharlo? ―dijo Hermione sirviéndose.

―Adelante.

―Dividí la semana en tres: lunes y martes serán para hechizos de defensa; miércoles y jueves serán para maldiciones; viernes y sábado para duelos, mezclando lo que aprendimos al principio de la semana. El domingo lo dejé disponible para que descansáramos, es verano y hay que aprovechar la alberca de mi casa. Además de esta rutina, cada día iniciaremos con un entrenamiento físico, ya que debemos utilizar cualquier ventaja contra Voldemort y los Death Eater, quienes no acostumbran hacer verdadero ejercicio. La resistencia y fuerza física nos ayudarán para combatirlos. ¿Qué te parece?

Harry continuó con el tenedor suspendido a medio camino hacia su boca. Sus ojos verdes completamente abiertos. Intentó ignorar el tema de la alberca y fijarse en lo importante.

―¿Por qué planeaste eso? Incluyendo maldiciones. ¿Y cómo practicaré yo sin varita?

Ella bebió un poco de vino. Harry se distrajo al ver la huella opaca de su labio inferior en la copa de cristal.

―Ese es el punto. Que dejemos de utilizar la varita.

Harry la miró incrédulo ―¿No es algo ambicioso para un verano?

Hermione terminó de masticar y respiró profundo ―Debemos hacerlo. Estuve pensando mucho acerca de lo que sucedió en el Departamento de Misterios. Todo salió mal porque hemos pasado años acatando las reglas de Dumbledore, permaneciendo dentro de la caja sin mirar qué hay más allá. Quiero decir, Dumbledore siempre supo de la profecía y prefirió no decírtelo hasta que era imposible seguir ocultándolo; él te trajo a vivir aquí; él decidió que sólo con los Weasley podrías estar seguro, una familia cuya matriarca lo idolatra. Tu vida se ha tejido a su parecer, y creo que es momento de quitarle ese poderío. Si hubiera sido honesto contigo mucho se habría evitado, incluso la muerte de… Sirius ―lo miró apenada―. Cuando mis padres me dijeron que confiaban en mí para decidir sobre mi vida, comprendí que a ti nunca te han dado ese lujo. Yo confío en ti. Por eso quiero ayudarte. Aprender a atacar y defendernos sin depender de Dumbledore o la Orden del Fénix, ya ni mencionar al Ministerio, es el comienzo de tu autonomía. La guerra reinició. Y donde sea que Voldemort y tú por fin se encuentren, yo también estaré ahí.

―Hermione ―interrumpió el moreno―, esta profecía, afortunadamente, sólo me incumbe a mí. No quiero arriesgarte más…

―¡Es mí decisión! ―gritó la bruja. Harry se quedó petrificado, nunca la vio tan apasionada, ni siquiera con la liberación de los elfos o en una de las peores discusiones con Ron― Tú eres… yo… ―cerró los ojos, agarrando valor― Te quiero, Harry.

El Gryffindor apretó los dientes. Esas palabras tan sencillas le causaron dolor y esperanza. Siempre estuvo consciente de los sentimientos entre Hermione y él, pero su poca experiencia en esos temas causó que aplazara cualquier comentario al respecto. No le pareció raro que ella iniciara otra forma de expresión entre ellos. Primero la complicidad, hace seis años en el baño de niñas con el trol noqueado; luego la amistad, en la última prueba para conseguir la piedra filosofal; después los abrazos, cuando frente a todo el Gran Comedor se echó a sus brazos al finalizar segundo grado; más tarde la fidelidad absoluta, al punto de romper las reglas del viaje en el tiempo y permitir que el resto de los alumnos le dejaran de hablar por su culpa; y el año consecutivo la confianza, cuando a pesar de dudar del plan se montó sobre un thestral para acompañarlo a una misión estúpida. Haciendo esa recapitulación, a Harry le pareció asombroso que fuera la primera vez que escuchaba a Hermione decirle que lo quiere, cuando han pasado casi seis años demostrándoselo diario. Decirlo debería ser lo más sencillo.

Seguro como nunca de algo, sonrió y dijo ―Yo también te quiero, Hermione.

Se miraron en silencio antes de continuar hablando sobre cómo iniciar el entrenamiento sin varita. El tema de la profecía quedó zanjado: cuando el momento llegara, ella estaría con él.

. . .

Tras dejar la cocina prístina con dos hechizos, Hermione siguió a Harry escaleras arriba. Silenciaron la habitación y sellaron la puerta.

―Deberías organizar tu baúl ―le dijo la castaña―. Me gustaría irme de aquí en cuanto salga el sol mañana.

―Me parece perfecto ―respondió agarrando sus cosas para meterlas al baúl.

Hermione observó entristecida la ropa vieja y enorme de su mejor amigo ―¿Te gustaría que fuéramos a comprarte ropa?

Él la miró incómodo ―Tema delicado…

Lo sé ―replicó cansada―, pero no puedes seguir aplazándolo. Necesitamos ropa cómoda para entrenar, así que es una necesidad, no un asunto superficial. Y aunque lo fuera, te lo mereces. Vamos, Harry, prometo que sólo iremos por lo básico, no nos detendremos horas en cada tienda o algo así.

―De acuerdo ―gruñó tras ver las enormes manchas de sudor viejo que Dudley dejó en la camisa en sus manos.

Hermione se acercó y le quitó la prenda ―Entonces tira esto. ¡Es basura!

El mago vio turbado a su mejor amiga hacer bolita la camisa y tirarla a una esquina del cuarto, luego con su varita la reventó.

―¡Hey! ―gritó divertido al saber que no tendría que usar esa cosa de nuevo. Agarró otra playera y la lanzó al techo― ¡Dos puntos!

Hermione apenas reaccionó, destruyendo esa ropa también.

El juego continuó hasta que terminaron con la ropa que alguna vez le perteneció a Dudley. Harry se echó en la cama, riendo, luego puso su mejor cara de seriedad.

―Excelente puntería, señorita Granger, cincuenta puntos para Gryffindor.

Se acostó junto a él, hablando inocentemente ―Oh, gracias, profesor Potter, sabe que es un placer para mí ayudar a Gryffindor a ganar la copa cada año.

Harry tuvo que contener otra carcajada ―Se merece un premio especial por ser tan excelente alumna.

―Su reconocimiento es el mejor premio que podría recibir, profesor ―dijo casi melosa. En sus ojos resplandecía la complicidad del juego. Ahí recostada junto a él, con la cascada de rizos cubriendo su almohada Harry no pudo evitar acercarse más, casi rozando sus rostros. Hermione se sonrojó, desprevenida por esa intimidad.

Él continuó acercándose hasta que puso sus labios sobre la mejilla femenina, respirando en su oído. Con la voz más grave de lo que pretendió dijo ―Su premio consiste en ser mencionada en Hogwarts, una historia, ¿le sigue pareciendo mejor mi reconocimiento, señorita Granger?

Hermione cerró los ojos. Un baño de excitación le cayó encima, y no tuvo nada que ver con el jueguito que empezaron minutos antes. Fue la voz de su mejor amigo, la posición y el tono casi seductor. Puso su mano en el pecho de Harry, alejándolo levemente para poder tenerlo de nuevo frente a ella, pero no tanto para dejar de respirar su aliento. Decidió regresarle un poco de su propia medicina, y con un ronroneo muy sutil respondió.

―Sí, profesor, Potter, su reconocimiento siempre me parecerá lo mejor del mundo, incluyendo una mención en Hogwarts, una historia.

Harry contuvo la respiración. El juego ya no le pareció tan inocente. La sonrisita que no pudo resistir su amiga le dijo que ese nuevo juego era igual de bienvenido. Más valeroso tras ese gesto, continuó hablando.

―No quiero defraudarla, le daré lo que usted quiere.

Hermione se lamió los labios ―¿Y sabe bien qué quiero?

"No" pensó Harry, intentando ocultar el nerviosismo que de pronto le cayó. En realidad se sentía muy perdido en la situación, y de alguna manera absurda también se sentía perfectamente en sintonía con ella. ¿No estaba en el límite de joder su amistad con la persona más importante de su vida?

La castaña sintió su agitación, puso una cálida mano en la de él, entrecruzando sus dedos.

―¿Qué piensas? ―preguntó Hermione con su voz clara y suave, rompiendo el juego.

Le quedó un vacío al perder esa actitud coqueta en ella.

―En que mi jersey se te ve mil veces mejor que a mí.

Se miró curiosa ―¿Tú crees? Me viene muy grande…

Harry se inclinó para besarla. El contacto de sus labios mandó energía al resto de su cuerpo. No hubo lágrimas como con Cho, pero tuvo el deseo de llorar porque jamás se sintió tan feliz y seguro. Cuando Hermione respondió el beso, gimió. Pasó un brazo por encima de ella, apretándola contra él. La vieja cama crujió bajo el movimiento, pero ninguno la escuchó. Estuvieron horas besándose. La luz del atardecer pasó sobre ellos sin ser notada, luego el frío de la noche también fue ignorado. Harry estaba seguro de que bajo su cuerpo estaba la adolescente más hermosa del mundo, y eso era lo único importante. Al dormirse con ella entre sus brazos, disfrutando el roce de sus pies enredados, pensó que definitivamente iba a ser un verano muy distinto a los otros.

Notas:

Gracias por leer, espero sus comentarios.

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