N/A: Este fic forma parte de los Retos a la Carta del foro La Caja de Pandora (LCDP). Lista #4 "Primeras veces".
Constará de tres partes así que he decidido ordenarlas a mi manera de forma cronológica. De modo que, sí, son y no son necesariamente independientes (xD).
Disclaimer: Skip Beat! es la obra original de Nakamura Yoshiki.
El primer aniversario
Aquella mañana despertó intranquila, como si acabase de dejar una pesadilla atrás, o peor aún, como si algún asunto inacabado y urgente le rondara insistentemente la cabeza sin recordar en realidad de qué podía tratarse.
Miró a su alrededor. Nada parecía fuera de lo normal.
La claridad del sol entraba por la persiana rota que le quitaba el sueño cada amanecer, la ropa que había usado el día anterior estaba perfectamente doblada sobre la silla para ser llevada al lavadero, y su resplandeciente uniforme de un rosa indescriptible, se sujetaba a un perchero en la pared que, sólo al abrir la puerta, quedaba a la vista de todos.
Para muchos —incluidos los miembros del propio departamento—, semejante atuendo no hacía más que provocar burlas y vergüenzas allá por donde pasaba, pero Mogami Kyoko había aprendido a respetarlo como a un escudo de guerra. El mono rosa la protegía, la había sacado de apuros cuando lo había necesitado y le recordaba, en cada jornada de duro trabajo, que cuando llegase el momento de desprenderse de él significaría que lo peor de todo ya había pasado.
Y, sin embargo, por alguna extraña razón que no llegó a comprender todavía, aquella ocasión en concreto su uniforme pesaba demasiado.
Lo sacudió en el aire y lo ciñó desganadamente a su figura. Mientras mantenía los ojos cerrados en un gesto solemne, percibió el aroma del café recién hecho de la esposa del Jefe filtrándose por debajo de su puerta. La fragancia hizo que su estómago diese un par de gruñidos groseros, y al voltearse impacientemente para terminar de recoger sus cosas, Kyoko se fijó en la fecha cuidadosamente remarcada sobre el calendario.
Inmediatamente, buscó confirmarla en la pantalla de su propio despertador. Tal como esperaba, era ese mismo día.
Durante más de un minuto se quedó con cara de enajenación, sólo observado el día subrayado con algún rotulador fluorescente y quizá esperando que el motivo de aquel recordatorio acudiera por si solo a su cabeza.
Nada.
Se le ocurrió pensar que tal vez se tratase de una simple equivocación. Eso explicaría por qué ni siquiera había una triste nota a un lado que pudiese aclarar qué tenía de especial aquel día, pues al revisar cada página correspondiente a los meses anteriores, Kyoko comprobó que nunca antes había señalado ninguna fecha en particular. Ni tan sólo el cumpleaños de Moko-san o los días en los que había tenido citas importantes en la escuela, los cuales tal vez olvidaría.
Nada, no había nada más subrayado en el calendario.
Una sensación molesta se apretó contra la boca de su estómago. No cabía duda de que fuera lo que fuese, se trataba de algo muy importante.
Lástima, pronto lo confirmaría.
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—¡Buenos días, señora, bienvenida al hotel Paradise! —saludó por enésima vez—. ¡Buenos días, caballero, que tenga usted un agradable día! ¡Por favor, vuelva pronto a visitarnos!
El hombre le dedicó una inclinación cortés con la cabeza ante la muestra de su perfecta venia, e igualmente, Kyoko mantuvo su sonrisa radiante hasta que el cliente hubo desaparecido en el taxi que lo esperaba en la entrada.
De pronto, esbozó un sonoro suspiro de agotamiento.
Si tenía que volver a hacer otra reverencia acabaría sin poder moverse durante las próximas siete semanas...
Nadie le había avisado de aquello.
Cuando Sawara Takenori le informó el día anterior de que debía acudir a la conferencia ofrecida por el prestigioso director, Ito Daichi en el hotel Paradise, lo único que había imaginado es que la harían tomar un par de notas como parte de su formación en Love Me. Nadie dijo nada de que tendría que permanecer tiesa como una estaca delante de la puerta principal para recibir personalmente a los invitados por la compañía durante todo el transcurso de la mañana.
Aquello era tan miserable...
Si al menos Kanae no hubiese estado asignada ya a otra tarea, habría pasado el día de forma más amena charlando en los ratos libres con su amiga. Kyoko formó un puchero de disgusto. Por lo menos habría estado bien saludar a Yashiro Yukihito y a Tsuruga Ren si hubiesen sido esperados en tal evento, pero no era así. La verdad es que no había vuelto a ver a la peculiar pareja desde hace más de quince días, justo cuando la promoción de la última película del actor había requerido su permanencia en Osaka.
Mogami-san, no importa qué pequeña te parezca una tarea. Siempre debes dar lo mejor de ti misma sin esperar recompensación a cambio. A menudo nos ganamos la confianza de los demás a base de nuestros pequeños actos.
Casi podía escuchar a su senpai diciéndole todo aquello con su pose más reprobadora y seria.
Un ligero cosquilleo le subió por el vientre y Mogami Kyoko se obligó a darse un golpe en el estómago.
No era momento para ponerse nostálgica, porque eso era exactamente lo que le sucedía... ¿verdad?
El humor de Kyoko no era el mejor por aquel entonces, pero un presentimiento inesperado hizo que la luces de su tranquilidad se empañaran paulatinamente.
Otra vez. Era esa misma sensación repulsiva de cuando despertó en la mañana y vio la fecha remarcada en el calendario. ¿Es que el remordimiento hacia algo que ni siquiera recordaba que debía cumplir pensaba no darle paz?
Con decisión, Kyoko volvió a echar los hombros hacia atrás para adoptar una postura correcta, y frunció el entrecejo dispuesta a no pensar en un asunto que, seguramente, ni siquiera tenía importancia.
No obstante, el malestar de su interior no se disipó.
La chica estaba a punto de automaldecirse en voz alta cuando notó la repentina presencia de otro cliente.
—¡Buenos días, señor, sea bienvenido al hotal Paradise! —saludó, mirando ya al suelo.
La puerta automática se abrió y se cerró con el avance del huésped y, justo cuando Kyoko se incorporaba de nuevo con una mueca por el dolor en la espalda, la puerta de cristal volvió a deslizarse para que la sombra alta y delgada retrocediera sobre sus pasos.
—¡Buenos días, señor, que tengo un buen...!
Mogami abrió los ojos desmesuradamente. Por un momento, pretendió no estar allí. Aquella bestia inmunda, desagradable y primitiva debía responder naturalmente a los instintos más básicos. Si ella lograba no moverse ni un milímetro, él acabaría no viéndola...
Desgraciadamente, no resultó así.
—¿Tú? —le dijo él con desdén.
Kyoko le frunció el ceño al famoso cantante. Vio como Fuwa Sho se apartaba sus exageradamente grandes gafas de sol y comprobó entonces que una fina ceja rubia se arqueaba en su apático rostro. Después de que sus ojos la recorrieran de arriba a abajo con un descaro bastante evidente, supo que la había tachado como altamente defectuosa.
—¿Ahora te dedicas a ser un florero bonito de cara al público? —El muchacho dio un vistazo a su alrededor y bufó al devolverle la atención—. ¿Contra quién compites esta vez? ¿Con esa maceta? —preguntó, señalando con la cabeza el colorido geranio que tenía al lado.
Por supuesto, no estaba dispuesta a caer en sus provocaciones. Uno de los dos había madurado, y no era precisamente él. Alzó la barbilla con dignidad y miró hacia el frente simulando no escucharle.
Shotaro sonrió.
Sus largas piernas volvieron a encaminarse al interior del edificio y ella suspiró en su mente sintiéndose aliviada de no verse obligada a comenzar allí mismo una discusión vergonzosa.
Quizá había declarado una tregua demasiado pronto... pues, su ex-amigo de la infancia volvió a salir al cabo de unos segundos.
Ya se había atragantado un par de veces con el saludo de bienvenida que debía recitar como un robot monótono. La quinta vez que el muchacho osó salir y entrar del hotel sólo por el placer de verla humillada, se negó directamente a abrir la boca.
—Oh, vamos, Kyoko. Debería ser fácil para ti memorizar sólo dos frases —se burló, ahogando una risita cínica—. Piensa que esto es todo lo que tu agencia va a apostar por ti. Sin duda, una tarea acorde a tu aburrida personalidad. Se buena chica y no los defraudes. ¿Acaso pretendes que deje una queja sobre lo inservicial e incompetente que es el nuevo mueble de la entrada?
Kyoko se esforzó en morderse las mejillas para evitarse la tentación de contestar, pero todo fue inútil. Ése no era definitivamente su mejor día y no contaba con su usual templanza.
—¿Eso es lo que piensas realmente?
—No es que lo piense, es que salta a la vista.
El tono tan prepotente con que lo dijo le hizo saber que estaba siendo sincero.
—¿Dónde está toda esa determinación de la que presumías hace un año? Sinceramente, no es que esperase algo grandioso de ti, pero después de las molestias que has causado a la imagen de tu compañía al usarte de alguna extraña manera, pensé que tendrías la decencia de esforzarte para compensarlos y hacer algo productivo.
—Olvídame, Shotaro —gruñó mirando al frente. ¿Decencia? No podía creer que semejante individuo pronunciase términos que la quedaban tan grandes—. No voy a caer tan bajo.
—No, desde luego que más no.
Los demonios funestos que custodiaban el cofre de su interior, se agitaron con una vehemencia a la que sólo respondían cada vez que captaban la cercanía del ser miserable que tenía justo delante.
Estaba a punto de mandar al cuerno la profesionalidad requerida para desempeñar adecuadamente la misión que le había sido encomendada por LME, soltar a sus macabras criaturas y permitir que lo devoraran con su mortal veneno, justo cuando Sho volvió a adelantarse dejándola con la primera palabra a medias.
—¿Es que lo has olvidado? O quizá, haz obrado con cierta sensatez por una vez en tu vida y, sencillamente, ¿has admitido tu derrota? —Sus largos y firmes dedos palparon algún lugar en el interior de su chaqueta de cuero roja, y Fuwa Sho extrajo un teléfono móvil para comprobar algún dato en la pantalla que luego le acercó a la cara—. ¿No se ha cumplido ya nuestro primer aniversario?
Kyoko se sintió nerviosa cuando él clavó sus ojos en ella con tanta convicción. En lo más hondo de su ser quería aparentar que aquel pobre idiota ya no tenía ningún efecto sobre ella, pero era sólo una mentira a voces que se reprochaba a sí misma.
—Hace exactamente un año que me prometiste la gloria. Iluso de mí, me tomé la molestia de darte un poco de crédito y, como era previsible, sigues estando a años luz de mi posición.
—¡Eso no es verdad! —La voz le salió más temblorosa de lo que quería, pero no iba a dejarle ir tan lejos—. Ahora soy otra persona totalmente distinta a como acabé después de ser tan insultantemente utilizada por ti, lo que dice bastante de lo que he mejorado. Además, es evidente que en la agencia estoy siendo apoyada, no he dejado de estar en un proyecto tras otro. ¡Maldito idiota! ¡Si tú mismo decidiste contratarme para tu aburrido videoclip! No sé cómo tienes el valor para menospreciarme como si no fueras consciente de todo eso...
Shotaro se rió con ganas.
—Puedes decir lo que quieras, Kyoko, pero la realidad, es que estás justo aquí.
Odiaba reconocerlo, pero se sentía acorralada.
Fuwa Shotaro alargó una fina sonrisa de victoria. Se adelantó un par de pasos y se acercó tanto a su rostro paralizado por el estupor, que Mogami pudo sentir la caricia suave de su aliento en los labios.
—Sigue intentándolo —le susurró con malicia y elevó hacia su rostro una mano que le pellizcó suavemente la mejilla—. Adiós, Kyoko. Ya nos veremos en el próximo aniversario de tu degradación.
Él desapareció definitivamente por las puertas corredizas del edificio, y ella, por su parte, se quedó bochornosamente inmóvil, con la respiración pesada subiendo y bajando su pecho, los puños pegados a los costados de su cuerpo y la mirada clavada en el mismo punto donde Fuwa Shotaro había estado hace unos instantes.
Tenía razón, se repitió con el dolor de su alma.
Y entonces... entonces lo supo.
Aquello era precisamente lo que Kyoko había remarcado en su calendario. La fecha escrupulosamente adornada en la que, con total confianza, había esperado aplastar a su adversario y vanagloriarse a base de su deshonra, y... sin embargo, no se había movido demasiado del punto de partida.
Sigo estando justo aquí.
Los ojos se le estremecieron ligeramente con esa extraña quemazón que los resentía cuando se trataba con todas las fuerzas de contener las lágrimas. Kyoko apretó las mandíbulas y luego dio una enorme bocanada de aire para recobrar la compostura.
Puede que él estuviese ganando de momento la partida, pero por supuesto, sería un logro que jamás le reconocería.
Porque ella... Ella aún no estaba acabada.
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No sabía el tiempo que llevaba sentada a la orilla del lago. Ni siquiera estaba segura de cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba con claridad antes de haber terminado con el trabajo en el hotel Paradise y entregar el reporte en la agencia, es que su pequeño corazón se sentía malherido.
¿Cómo era posible? ¿Es que la humillación no conocía límites? ¿Hasta cuándo disfrutaría Fuwa Sho de hacer sangrar un corazón que ya no funcionaba? Un corazón al que había condenado eternamente con la incapacidad para amar.
Se abrazó sobre sus piernas y apoyó el mentón en sus rodillas. Kyoko podía ver el resplandor de las estrellas que brillaban en la noche sobre la superficie del lago.
Qué diabólica ironía.
Puede que todo el reconocimiento del que había estado disfrutando hasta ahora sólo se debiera al reflejo del candor que las verdaderas estrellas habían proyectado sobre ella. Después de todo, había sido una chica con suerte. No iba a quitarse méritos ni a olvidar que había trabajado duro, pero tampoco podía negar que había colaborado desde el principio en proyectos junto a celebridades ya consagradas.
Le costaría una úlcera en el estómago admitirlo, pero una de ellas resultaba ser Fuwa Sho. Probablemente, él tuviese razón y ella no era más que parte del decorado que, aunque necesario, relucía por la grandeza del artista principal.
Puedes decir lo que quieras, Kyoko, pero la realidad, es que estás justo aquí.
—¡Mal rayo te parta, bastardo! —le maldijo y, lo hizo con ganas porque sencillamente no podía creer que él hubiese logrado que se sincerara de forma tan cruel consigo misma.
Kyoko intentó ignorar aquella sensación de vacío en algún rincón bajo su pecho. Hace apenas unas semanas se había sentido con el valor de alcanzar lo imposible. No sabía qué podía haber cambiado durante este tiempo para que ahora se sintiera tan sola y derrotada.
… como si le faltase algo.
O alguien.
Tal vez sólo había vivido engañada todo el rato, animada de forma ridícula para alcanzar sueños demasiado ambiciosos para ser cumplidos por alguien tan simple como ella.
La chica derramó un par de suspiros entrecortados...
Luego, volvió a enterar el rostro entre sus rodillas y una suave melodía la trajo de vuelta del recóndito mundo de sus pensamientos. Dio un respingo, miró a su alrededor y tomó el teléfono móvil que había dejado a su lado.
—¿Dígam-...?
—¡Kyoko, idiota! ¿Se puede saber dónde estás a estás horas? —gritó una enfurruñada voz conocida. No sabía por qué, pero escuchar a Moko-san le hizo sentir una debilidad insoportable—. La primera vez llamé al restaurante, pero me atendió el Jefe, y ya sabes que es hombre de pocas palabras. Luego te busqué personalmente en la compañía, pero Sawara-san me dijo que hacía horas que ya te habías marchado. ¿Se puede saber qué demonios pasa? Vas a conseguir que todos se preocupen innecesariamente.
—¡Moko-san! —sollozó—. ¡Estoy tan triste!
—¡No me fastidies! Kyoko, ¿estás llorando? ¡Voy a colgar!
La chica al otro lado del teléfono esbozó una exclamación enorme, ella empezó a ahogarse con sus propios mocos, y entonces, se mordió el labio para que sus lamentos no le impidieran oírla con claridad.
—Oye, está bien, ¡cállate! No es para tanto, sólo estaba... —La voz se apagó de pronto. Realmente Kanae no sabía cómo enfrentarse a ese tipo de situaciones, pero no era tan tonta como para no percibir que había algo más importante detrás de todo aquello—. ¿Pasó algo?
—No, sólo que... Moko-san, ¿tú crees realmente en mí?
La chica guardó silencio.
—¿Pero qué tonta pregunta es ésa? —bufó. Kyoko podía imaginársela con el entrecejo furiosamente fruncido—. Yo siempre creeré en ti, ¿estaría perdiendo el tiempo hablando contigo si no lo hiciera?
—¿Y lo harías si no te vieses obligada a hacerlo porque somos amigas?
—Kyoko, de verdad que eres una idiota que me hace enfadar. ¿A qué viene todo esto?
—¡A que tal vez no soy lo suficientemente buena! —gritó con impotencia.
Kotonami no disimuló su molestia y Kyoko no pudo evitar sentir el remordimiento de que probablemente le estaba impidiendo continuar con sus asuntos.
—Lo siento, Moko-san —murmuró frotándose los ojos con el antebrazo—. Realmente todo está bien, sólo he tenido un momento bajo. La verdad es que no he dormido bien anoche y sólo un estúpido recordatorio en un calendario ha hecho que me sienta un poco estresada...
—¿Estás segura?
—Completamente —asintió, sorbiendo por la nariz.
—Está bien, de todos modos, dime dónde te encuentras. Aún estoy en la compañía así que podría pillarme de paso. ¿Te gustaría tomar un helado?
—Moko-san, en serio, todo está bien...
—¡MOGAMI KYOKO DIJE QUE-...!
—¡En el lago Hotaru, frente al centro comercial! —se apresuró a decir antes de que a su amiga le estallara la cabeza.
—De acuerdo. Voy para allá —Kyoko asintió inconscientemente—. ¡Espérame!
Las largas hierbas que cercaban la orilla del lado amortiguaron su caída cuando Mogami Kyoko se echó hacia atrás con cansancio.
Sabía que el daño que habían causado los comentarios de Shotaro no se borrarían tan fácilmente, pero por lo menos se propuso superarlos. Ya había sido una perdedora una vez y no estaba dispuesta a pasar otra vez por lo mismo.
Sus ojos se abrieron plenamente para mirar de cara al cielo estrellado. Tenía un rostro sereno y decidido cuando lo señaló con un dedo.
—No importa lo que cueste, algún día llegaré —murmuró.
Las diminutas bolas plateadas parecían parpadear con armonía a lo largo y ancho de la capota oscura del mundo, devolviéndole también un mensaje sólo descifrable por la magia suprema del cosmos.
Kyoko abrió su mano para intentar atrapar una de ellas, y como si verdaderamente hubiese creído posible acariciarla, gruñó cuando su puño se cerró únicamente en aire.
No puedo dar lo que no tengo. Tal vez debería rendirme... El mundo no iba a dejar de girar sólo por eso.
Con pesar, cerró sus ojos, y antes de que pudiera apartar la mano y reposarla sobre su pecho, notó con expectación la extraña calidez que la hacia pensar que, finalmente, una de esas brillantes estrellas se había reposado en su mano.
—Está prohibido dormir en el parque a partir de las once de la noche, Mogami-san. ¿Nadie te lo ha dicho?
Su corazón marchitado dio un potente latido. No necesitaba abrir los ojos para saber a quien pertenecía esa voz inconfundible, pero simplemente, era imposible que él estuviera a su lado.
¿Acaso estaría soñando?
Un párpado tembloroso se alzó en su rostro para dejarle ver la piel suave y cálida de la mano que recubría la suya en el aire. Cuando se atrevió a abrir el otro ojo, admitió sinceramente que ninguna de esas estrellas tenían el fulgor comparable a los ojos de ese hombre.
—¿Tsuruga-san?
—¿Estoy interrumpiendo algún pensamiento interesante? —le respondió la voz de aquel ente. Aún no podía creerse del todo que estuviera allí.
—Estaba contemplando el mundo.
La frase le sonó demasiado estúpida una vez musitada, pero el alto muchacho amplió su sonrisa. Lo que daría ella por saber qué era exactamente lo que él pensaba... Luego, volvió a percatarse de la mano que continuaba sujetando la suya, y ruborizada, quiso soltarla cuando él se adelantó para tirar de ella, ayudándola a incorporarse del suelo, como si así justificase el hecho de haberla tocado.
Era ridículo pensar aquello, pero por un instante, por un fugaz e irreal instante, Kyoko había sentido como si esa mano hubiese detenido su caída después de haber sido empujada por un precipicio.
—¿Cómo ha...? ¿Quién le ha...? Quiero decir, ¿qué hace aquí? —barbotó—. Pensaba que estaría ocupado en Osaka con Yashiro-san.
—¿Decepcionada?
Por un momento pensó en la seriedad de la pregunta hasta sentir que le ardían las mejillas. Eso había sido irrespetuoso, Kyoko idiota. Él resopló inmediatamente y tardó un escaso segundo en asegurarse de que le estaba tomando el pelo.
—Hemos llegado hace una hora —le informó—. Yashiro se ha quedado en la agencia arreglando el papeleo. Justo salía de la oficina cuando me he cruzado a Kanae-san por los pasillos. —Algún pensamiento divertido se reflejó en la comisura que curvaba suavemente—. Sé que te habría gustado tomar ese helado con ella, pero no me parecía correcto dejarla caminar sola hasta aquí. Lo que me recuerda... ¿Qué hace Mogami-san bronceándose sin protección con este sol tan peligroso que hace a esta hora de la magrugada? —se burló descaradamente, aunque ella sabía también que había una desaprobación oculta detrás.
De repente, fue como si un peso enorme le cayese encima.
¿Cómo lo había olvidado? ¿Cómo podía ser tan desagradecida?
El hombre frente a ella había apostado por su talento desde el principio, Kyoko no podía simplemente decirle que se había sentido derrotada y desperdiciar así la confianza que seguramente ni se merecía.
El muchacho, mientras tanto, se había acercado hacia ella, se había apoyado en sus rodillas y la miraba a la altura de su ojos con una expresión interrogante. Kyoko temió verdaderamente que fuese capaz de leer aquella debilidad en sus ojos, estaba roja de vergüenza y sólo Dios sabía lo arrepentida que estaba de haber pensado en la retirada aun si sólo hubiese sido por un insignificante instante.
—¿Mogami-san? —la invitó a seguir.
—Eh, yo... Sólo, yo sólo...
Mierda.
Lo sabía. No sabía cómo, ¡pero él lo sabía todo!
—¡Tsuruga-san! —confesó al fin—. ¡Lo siento mucho, pero yo...!
—¿No se ha cumplido recientemente el primer aniversario de tu propósito?
Ella le miró con la cara pálida.
—El pri... el prime... ¿el primer aniversario? —balbuceó tontamente. Las puntas de sus dedos índices se tocaban una y otra vez de puro nerviosismo. Lo único que le faltaba es que Tsuruga-san tuviese algo que reprocharle.
Puedes decir lo que quieras, Kyoko, pero la realidad, es que estás justo aquí. Recordó Kyoko con amargura.
—Sí... Pensando en ese helado... ¿no crees que deberíamos tomarlo?
—Tsuruga-san, no creo que sea algo que merezca celebrarse...
Ella paró de hablar súbitamente cuando el chico le tomó la muñeca y tiró suavemente de ella hasta que tuvo que dar enormes brincos para adaptarse a sus largos pasos.
—Claro que sí —insistió el actor.
No lo entendía. Tsuruga Ren debía no ser plenamente consciente de lo humillada que le hacía sentirse haber pasado un año entero en la agencia sin ningún gran avance. O tal vez, en cambio, estuviese al tanto y deseara solamente restregárselo. Después de todo, él jamás había aprobado los motivos que la llevaron a querer alcanzar el éxito, puede que se hubiese dado cuenta del deseo renovado de vengarse de su ex-amigo y quisiera hacerle pasar un mal rato, demostrándole que con tales sentimientos oscuros jamás evolucionaría en el mundo del espectáculo.
Entonces, como si hubiese sido la cosa más obvia, Kyoko logró darse cuenta de lo que pretendía en realidad.
Él se detuvo repentinamente y la miró por encima del hombro con su enorme e inigualable sonrisa.
—Porque también hace un año que Mogami-san y yo nos conocimos por primera vez.
Hubo una pausa en la que Kyoko tuvo que mirarlo con los ojos muy abiertos.
¡Era precisamente eso!
Kyoko lo supo inmediatamente. La fecha cuidadosamente marcada en el calendario no era el plazo para cumplir su venganza absurda, ni siquiera estaba relacionada con Shotaro ni con el tiempo que había pasado en la agencia.
Aquel día se cumplía un año desde que Mogami Kyoko había dejado de ser quien era para convertirse en la persona que quería ser.
Un año desde que conocía a Tsuruga Ren.
—¿No lo sabías? —inquirió con ese tono de burla que Mogami sabía que usaba para hacerla sentirse bien, incluso cuando en el fondo, Tsuruga Ren sabía que no lo estaba.
Kyoko sacudió la cabeza.
—Nunca... —le sonrió—. Nunca lo olvidaré.
Jamás, Tsuruga-san.
Mientras que él estuviera de su lado, ella nunca se rendiría.
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Continuará.
¡Gracias por leer!
Shizenai
