El frío se apoderaba de su cuerpo. Frunció el ceño, dejando escapar un suspiro mientras que sus ojos verdes se posaban en frente de la imagen que el espejo de su cuarto le reflejaba. Quería pensar que lo peor ya estaba a punto de pasar. Sin embargo, cuando pensaba que tenía que bajar para encontrarse con la mirada de su madre, no pudo evitar sentirse un poco sobrecogida. Detestaba sentirse tan vulnerable.
Dejó escapar el aire de nuevo, cayendo su cuerpo sobre el colchón de la cama. Pensaba detenidamente en todo lo que era su vida, y como sería ese día en el instituto. Actuaría delante de todos los demás con Rose como compañera, interpretando un dueto de heroínas. Se estremeció por completo, acomodándose el cabello un poco. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Al menos, quedaría demostrada su gran dote interpretativa.
Rebuscó en la mochila de clase, asegurándose de que el disfraz se encontraba en el lugar indicado. Una sonrisa se conformó en su rostro de nuevo, quizás algo sincera. Pese a que no lo demostrase, algo le caía bien la castaña, a la que recordaba siempre con una sonrisa para su propia desgracia. ¿Cómo podía sentirse alguien tan feliz como parecía sentirse ella siempre? Igual que, a sus ojos, demostraba un comportamiento que le llamaba la atención en todos los sentidos.
― ¡Katherine! ―Se estremeció en su lugar, girándose para clavar sus ojos verdes en la puerta.
No quería encontrarse con la mirada de su madre. Ni con sus peticiones. Ni siquiera con esa actitud que tanto le sacaba de quicio. Sus labios se entornaron en una mueca de desagrado, recogiéndose el cabello al final en una coleta, como la que llevaba siempre para los entrenamientos.
Aclaró su mente. Ese día, ella no se lo destrozaría. No se lo permitiría. Ante todo, tenía que pensar que todo saldría como ella lo había estado preparando. Sus labios se entornaron en una sonrisa malévola. Triunfaría. Vencería. Dejaría a todos con la boca abierta, y también dejaría claro quién era la mejor en todo aquello. Que nadie podría vencerla.
Era Katherine Wilde, y eso lo decía todo sobre ella. El brillo de sus pupilas la delataba. Y acabaría demostrando que nada podría con ella. Era la mejor. Era la chica más envidiada del instituto, y encima, tenía una voz maravillosa. Además, seguiría los pasos de Quinn Fabray, la que era su mayor ídolo. Soltó una pequeña risa con tan solo pensarlo, y más si llegaba a conocer a la rubia, de la que tanto hablaba Sue, su entrenadora.
Sin lugar a dudas, Kitty llegaría a experimentar el sabor de la victoria. Pero, sin llegar a saberlo ella misma, se vería sumergida en algo que le llegaría a romper todos los esquemas por completo; sin embargo, en ese mismo instante, solo fue capaz de evitar la mirada reprobatoria de su madre y como su padre se despedía con un saludo amigable mientras que ella salía por la puerta de casa. Sería un gran día.
Marley se terminó de peinar su sedosa melena. Temblaba por completo. Ese día sabía que podía influir mucho por como acabase. Quería que todo saliese bien para que la rubia no se burlase de ella o aprovechase aquello como excusa para meterse con ella. Sabía de lo que era capaz de Kitty, y en parte, estaba un poco cansada. Harta de que la animadora se burlase de ella. Estaba cansada de todo aquello. Muy cansada.
Sus ojos azules se clavaron en los de su madre, la que abrió la puerta con una sonrisa en el rostro. Para Marley Rose, la sonrisa de su madre era la muestra de amor más profunda que jamás hubiese llegado a conocer, y para ella, además, era un signo de belleza. Porque su madre era hermosa para ella, por mucho que los demás se metiesen con ella o se burlasen de su sobrepeso. Era la que le había cuidado siempre, la que le había mostrado su apoyo para luchar por sus sueños e ilusiones. Y era hora de conseguirlos.
―Lo vas a hacer genial, cariño―musitó la mujer, apoyándose un poco en el marco de la puerta. La castaña sonrió un poco, aunque no estaba tan segura como lo parecía estar su madre―. ¿Estás bien?
― ¿De verdad crees que lo voy a hacer bien, mamá?
―Por supuesto, mi niña…Ahora vete, que sino llegarás tarde… ¡Y tienes que triunfar! ¿Con quién haces el dueto?
―Con una compañera del instituto―prefirió evitar hacer mención de su nombre. No le apetecía hablar con su madre sobre quien era Kitty. Sabía que la chica no le agradaría, aunque su madre era demasiado buena como para despreciar a alguien.
―Seguro que lo haréis muy bien las dos―señaló la mujer, saliendo de la habitación.
― ¿Mamá?
―Dime, cariño―se asomó de nuevo, intrigada.
―Te quiero mucho―susurró suavemente, girándose con una sonrisa tierna en su rostro. La mujer no pudo evitar esbozar otra, correspondiendo al gesto que su hija le dedicaba. Le encantaba que fuese tan cariñosa―, demasiado… Lo sabes, ¿no?
―Y yo a ti, mi cielo―contestó la mujer con amor de madre, saliendo de allí con paso lento.
Marley se giró de nuevo hacia el espejo, clavando sus ojos azules en el cristal de éste. Pensó detenidamente en que tendrían que acabar triunfando. El número estaba más que ensayado, aunque no sabía cómo serían capaces de llevarlo a cabo cuando las dos ni siquiera casi sabían la coreografía de la otra, aunque estaban seguras de que todo saldría genial. O al menos, eso esperaba ella.
Si todo salía bien, quizás, Kitty se comportaba de mejor manera con ella. O puede que, al menos, dejaría de burlarse de su madre. Con solo eso, se contentaba.
Lo que ella misma no sabía era que ese día, dejaría de ser la chica inocente que todo el mundo pensaba que era, y que además, se encontraría con algo que ni ella misma se podría llegar a imaginar.
Pero en ese instante, Marley solo pensaba en esa actuación con Kitty.
