Disc: Aunque haya alusiones, TWD no me pertenece.


Manchar las paredes, para no ver el vacío

Los días pasan largos. Sin él. Ya no queda nadie más a quién proteger.

Raras veces se mira en el espejo, buscando en su reflejo algo que le recuerde su condición de humano.

Los días pasan largos ahora que ya no está él. Creía que el recuerdo de ella sería palpable hasta el último momento de su vida. Nunca pensó que habría algo más fuerte, más doloroso que eso.

Ni el sonido de la estática le hace mella ahora. Aquello llamado esperanza hace tiempo quedó atrás.

Purificar. ¿Para qué? Antes parecía algo que hacer entre padre e hijo. Ir de aquí para allá, poniendo trampas, encontrar vivos, buscar comida; vivir. Todo es ya lejano.

Esa mañana se levanta como si fuera cualquier otro día. Elude las trampas impuestas por él mismo. A esta altura ya no sabe si están puestas para los desconocidos o para él. Suspira cuando se da cuenta lo mucho que le gustaría caer en una de sus trampas. Espera en el techo la llegada de nadie. Hace meses que no ve a nadie con vida. Si tan solo pudiera tener una señal.

La aparición de Rick le revela que está yendo por el camino correcto.

Las personas débiles heredaron la tierra. Son los héroes los que mueren. Quienes se arriesgan, quienes creen que se puede llegar a hacer algo mejor. Vivir mejor.

Los que salvan a la gente. Los que no lo hacen. Enfrentamientos constantes.

Rick se transformó. No es el mismo hombre que salió una mañana del hospital y se encontró con el mundo puesto patas arriba. Puede verlo en sus ojos. Están negros, aún azules. Su pedido, casi un insulto. Rick no quiere un mundo mejor y tal vez tampoco quiera un mundo.

No puede ir con él, ni aunque Rick se lo pidiera, ya que no sabe lo que quiere.

Consigue una tiza y lo escribe. Rick se transformó.

Una mordida o unas balas. Ya están todos muertos de todas formas. Pero no, no puede ir con él.

Se pregunta si hay por allí alguna otra persona como él. Alguien que sabe que ha perdido todo y que aún así lucha por recuperar lo que ya nadie tiene.

Tareas sin sentido. Él elimina muertos mientras personas como Rick los crean. Y en eso se convirtió el mundo, una especie de ciclo sin final, donde los únicos que prevalecen son los eslabones que no intervienen o que, a lo sumo, actúan desde abajo. Primero uno, dos, tres, diez. Los días pasan y la pila de cuerpos calcinados crece, mientras sus ganas de vivir bajan.

Pasan tres días más. El álbum de fotos que creía olvidado vuelve a aparecer. Se lo sabe de memoria.

Mira la ventana y decide que quiere luz. Corre la cortina protectora pero no entra nada. Allí adentro ya está demasiado oscuro. Lo negro se impregnó en las paredes, en el techo y en el suelo. Lo rodea una nube espesa de desesperanza y dolor. El álbum de fotos tirado en la esquina de su cabeza es tapado rápidamente por el humo y ya no queda nada. Ese día no sale. Ni tampoco al siguiente.

Los caminantes atrapados comienzan a hacerse oír a través del edificio pero él siente que ya no puede más. Toma otra tiza y también lo escribe. Morgan se transformó.

Clasifica las armas para evitar hacer otra cosa. Ordena. Carga municiones.

La cara de su hijo aparece en todos los rincones y el arrepentimiento y el rencor se acumulan en su ser. Tiene que seguir.

Como hicieron Rick y su hijo y su acompañante. Ya alguien llegará, ignorará sus advertencias y si tiene suerte esta vez no le tendrán lástima.