La guerra había terminado, dejando mucho dolor y pena en el mundo mágico.
Si bien, los mortífagos en su mayoría habían sido derrotados en la guerra, algunos, -los pocos que sobrevivieron- fueron juzgados y a la mayoría se les condenó al Beso del Dementor, o los que corrían con más suerte, a purgar una larga condena en Azkaban.
Los únicos que quedaron absueltos de todos los cargos fueron los jóvenes Slytherin, que comprobaron haber sido obligados a ser partícipes de participar en el bando de Voldemort.
Draco Malfoy fue uno de ellos. Aquel orgulloso y altivo joven, fue juzgado a su corta edad, fue una triste historia la que tuvo que pasar el rubio, para estar libre.
Su padre murió en la guerra al atravesarse para que un Avada Kedavra de parte de Voldemort no le hiciera daño. Al intentar escaparse de la batalla, el mestizo les siguió lanzando hechizos imperdonables, Narcissa y Draco lograron desaparecerse, pero Lucius, en un intento de proteger a su familia, con su cuerpo les cubrió. Y el rayo llego directamente a él.
Cuando les juzgaron, el quedo absuelto. Pero su madre, su amada progenitora no.
Se le juzgó por albergar al Señor Tenebroso en su mansión, y aunque no llevaba la marca, si era una seguidora de él.
El joven Malfoy muy bien sabía que todo aquello su madre lo había hecho para protegerlo, que si bien, sus padre era un hombre con los prejuicios de sangre muy arraigados, su madre simplemente no lo era; para ella la sangre no era importante.
Narcissa Malfoy fué condenada a pasar el resto de su vida en Azkaban. Aquello derrumbo a Draco.
Pero lo que simplemente destruyó su vida, lo que hizo que el se sumiera en una terrible depresión, fue una carta que llego una mañana de agosto, un mes después de la guerra.
El rubio estaba elegantemente sentado en el sofá de cuero negro en que su padre solía sentarse a tomar un poco de whisky en su despacho, aquel había sido su escondite, aquellas paredes hablan sido testigas de la cantidad de lágrimas que el joven había derramado desde que la guerra había terminado.
Extrañaba a sus padres.
Lucius estaba muerto, y Narcissa purgando una condena que ella no merecía.
Dio un último sorbo a su copa, y se puso de pie al observar una lechuza blanca picotear la ventana.
Al abrirla, tomo la carta y la leyó.
Sus ojos se empañaron con lágrimas. Arrugó la carta y la aventó a cualquier lugar desconocido del suelo. Hizo un hechizo y se apareció en el Ministerio.
El Ministro ya lo esperaba en su oficina.
-Joven Malfoy, antes que nada le pido que tome las cosas con calma. -le dijo el hombre al ofrecerle asiento. Me lo rubio no acepto, prefiriendo estar de pie.
-¿Qué pasa con mi madre? -preguntó con sequedad.
El hombre se frotó las manos demostrando su nerviosismo.
-Su madre falleció.
Si para Draco la muerte de su padre había sido terrible, perder a su madre, a la única persona que le quedaba en el mundo, había sido la peor cosa que pudiera sucederle en su vida.
Si bien, ahora era heredero de una incontable fortuna, de un gran número de propiedades alrededor del mundo y muchas empresas; Draco no era feliz.
Cosas distintas sucedían con el Trío de Oro.
Harry Potter ahora era el héroe del mundo mágico. Todos lo amaban y salía en todas las revistas y periódicos. Desde El Profeta, hasta Corazón de Bruja y hasta revistas de Quidditch. Muchas chicas estaban perdidamente enamoradas del chico, quien había iniciado una relación con Ginny Weasley poco antes de la guerra, pero tal relación había durado poco, al parecer el amor no había sido suficiente, y ambos terminaron amigablemente al cumplirse los dos meses del noviazgo.
Ronald Weasley. Vaya que aquel chico había cambiado, se había vuelto más apuesto y traía montones de chicas detrás de él. Hermione Granger había sido una de ellas.
Su noviazgo había empezado cuando se besaron en la Cámara de los Secretos en plena batalla de Hogwarts, pero ninguno de los dos había estado seguro de sus sentimientos, y aquella relación fracasó rápidamente. Si la relación de la menor de los Weasley y el héroe del mundo mágico había durado poco, la de Hermione y Ron había durado nada.
Tan sólo una semana. Ambos quedaron en buenos términos, y aunque no siguieron siendo los mejores amigos, continuaron, aunque escasamente, dirigiéndose la palabra.
Sin duda el Trío de Oro no tenía suerte en sus relaciones.
Hermione Granger, la joven bruja más talentosa, ella si que había cambiado.
Cuando buscó a sus padres para regresarles sus recuerdos, se encontró con que sus padres habían fallecido en Australia a causa de un accidente automovilístico.
Aquello significó un golpe duro para la joven castaña, quedo devastada y su mundo se cayó en mil pedazos.
Ahora lo único que le quedaba era su abuela paterna, una mujer que aunque muggle, era una mujer adinerada y de alta clase social, que hasta se codeaba con la realeza inglesa.
Al morir sus padres, su abuela Rose fue a quien se le otorgó su custodia, pues en el mundo muggle aun era menor de edad.
Se fue a vivir con ella, a su grandiosa mansión en las afueras de Londres, un recinto hermoso que tenía una preciosa vista al bosque, y un lago cristalino que le recordaba a Hogwarts.
Lo que ella no se imaginaba es que experimentaría muchos cambios en su nueva vida, una vida que en nada se comparaba a lo que antes era.
Ahora era una señorita de sociedad, que asistía a bailes de gala y eventos de caridad. Qué portaba lujosos y carísimos vestidos y que se relacionaba con la gente más influyente del mundo sin magia. Todo el mundo de Hermione Granger había dado un completo e inesperado giro.
