Bueno esta es una nueva historia que se nos ha ocurrido, esperamos sea de su agrado, cualquier cosa, ya saben, el botoncito de rr está disponible :)


Prefacio:

Narradora POV:

New York.

20 años atrás…

La familia Masen, una de las principales familias dentro de la mafia y el crimen organizado del mundo, y la más importante de América. Los Volturis, familia principal dentro de la mafia europea, dueños de la mayor red de drogas de toda Europa. Estas dos familias habían acordado años atrás un pacto de paz y ayuda mutua, hasta que Aro Volturi, jefe y cabeza de la familia, le tendió una emboscada haciendo caer al hermano menor del jefe de la familia Masen, Eleazar Masen, perdiendo así el control de toda la costa pacífica de los Estados Unidos.

Años seguidos de continuos enfrentamientos habían dejado a las dos familias con grandes pérdidas tanto humanas comos materiales, pero eran los Volturis, sin lugar a dudas los que se encontraban en una clara desventaja, ya que habían perdido el control de la Península Ibérica y el Norte de Europa, sin dudas era claro que esta guerra ya había sido prácticamente ganada por los Masen de no haber sido por…


Los niños Emmett y Edward Masen de 10 y 6 años respectivamente, hijos de Edward y Elizabeth Manen, llegaban a su casa después de una tarde de escuela y prácticas extracurriculares.

Emmett, el mayor, era el capitán de la liga infantil de fútbol de su escuela, era el miembro más valioso y el orgullo de su padre, que desde el primer día de su hijo haberse unido al equipo no se perdía ni un solo partido de este, claro acompañado por su séquito de guardaespaldas.

Su cabello era rubio rizado idéntico al de su madre, sus ojos eran de un azul cielo, color heredado de los ojos de su padre. A pesar de su corta edad, podía apreciarse que este cariñoso niño se convertiría en un futuro en un hombre fuerte y fornido, gracias a las facciones que su cuerpo, incluso ahora, poseía.

Mientras que Edward el menor de los dos hermanos, llamado así en honor a su padre, era el músico de la familia, todos los días después de clases se dirigía a sus prácticas privadas en intensivas de piano. Desde muy pequeño había desarrollado un gusto exquisito por la música clásica, principalmente por las pistas de piano, sus interpretaciones en este eran tan magníficas, haciendo en más de una ocasión que de su madre brotaran lágrimas de felicidad, ganándose el apodo de "el tesoro de mamá."

Era el vivo retrato de su padre, con el cabello color bronce esparcido por todo su rostro, le daban un aspecto encantador y cautivante. Sus ojos, únicos rasgos heredados de su madre, eran de un color verde esmeralda que conjunto con los demás rasgos lo hacían, sin lugar a dudas el chico más guapo y bello de todos.

Cuando llegaron a su mansión tanto Emmett como Edward notaron el ambiente de su hogar diferente, tenso, algo definitivamente andaba mal.

-¡Mamá! ¡Papá! – exclamó el mayor de los Masen, llevando a su costado a su hermano menor, como en muchas ocasiones su padre le había instruido si notaba algo sospechoso.

-¿Mamá? ¿pa… -volvió a exclamar, siendo interrumpido por su madre que bajaba estrepitosamente las escaleras, con un aire desalineado y nervioso.

-Edward, Emmett suban rápido a la oficina de su padre –les ordenó ganándose así las miradas confusas de sus hijos, por lo que volvió a decir - ¡Rápido! ¡Es una orden rápido!

Los chicos subieron asustados a la oficina de su padre, un tanto nerviosos y extrañados por la actitud de su madre, pero nunca contaron con encontrar a su padre recogiendo un montón de billetes para luego entrarlos en una mochila negra. El emanaba un aire de miedo, rencor y desosiego, sentimientos que solo aumentaban el temor y terror de los chicos.

-¿Papá que pasa? –le preguntó el menor de los Masen, Edward que aún se encontraba protegido en el costado de su hermano mayor.

Su padre se volteó, sorprendido de encontrarlos ahí, ya que no había escuchando a nadie entrar, bajó su mirada hacia la de sus hijos, que junto con su esposa Elizabeth eran lo más importante que tenía.

-Chicos –hizo una pausa para suspirar y agacharse –ha surgido un problema por lo que quiero que cojan esto – dijo entregándoles la mochila que ya estaba repleta de millones de dólares, varias tarjetas y un álbum familiar de sus últimas vacaciones. – quiero que vayan a la habitación segura que está debajo de esta oficina, ¿de acuerdo? – esperó a que los dos asintieran para continuar –cuando salgan de la casa quiero que llamen a sus tíos Carlisle y Esme, su número están dentro de la mochila –buscó el papel que tenía escrito el número del celular de Carlisle, se los enseñó para que vieran a lo que se refería para luego volverlo a guardar –ellos se encargarán de ustedes de ahora en adelante.

-¿Qué pasará con ustedes? –le interrumpió Emmett que ya se encontraba al borde del llanto.

-En estos momentos eso es lo de menos –le contestó con voz ahogada y fría – solo quiero que hagan lo que les he dicho – acarició el cabello de ambos- y por nada del mundo salgan de aquella habitación hasta que sea el momento ¿me han entendido?

Edward llevó a sus dos hijos hacia un pequeño bunque que había debajo de su oficina, era impenetrable desde afuera, al menos que conocieses la clave de seguridad, pero este era solo del conocimiento de la familia Masen.

Estaba capacitado con cámaras de seguridad para poder monitorear todo lo que ocurriera en caso de ser usada, pero que en esta ocasión no fueron prendidas. Era impenetrable y resistente a las más altas temperaturas.

-Edward, Emmett –se volteó su padre después de dejar todo listo para ocultarlos del peligro que se avecinaba –pase lo que pase esta noche, quiero que sepan que estoy muy orgulloso de ustedes dos, de ambos. Ustedes son mi mayor tesoro, no pude haber pedido dos mejores hijos, los quiero a ambos, nunca duden eso.

Fuertes sollozos regresaron a la realidad a los dos pequeños, que ya en estos momentos se encontraban llorando desenfrenadamente, un poco sorprendidos por la confesión de su padre que desde siempre nunca había mostrado ese cariño o amor que con tanta convicción mostraba esta noche, pero con mucho temor, no por sus vidas sino por la de sus padres.

-Elizabeth cariño ya es hora –su padre se despidió de ellos, limpiando sus lágrimas y dándole un beso en la frente a cada uno. –tienes 3 minutos.

-Mis bebés –corrió su madre la corta distancia que había entre ellos abrazándolos fuertemente uno en cada lado de su cuerpo –mis bebés, mis bebés –repetía una y otra vez más para ella que para ellos mismo – No les mentiré –admitió entre lágrimas- no sé que será de nosotros después de hoy, pero solo les diré, y quiero que me escuchen bien –clavó su mirada en las de sus dos hijos, reflejando todo el miedo que sentía de que algo les pasara, reflejando todo ese amor, ese cariño, la adoración que siente una madre por sus hijos- No importa todo lo que yo en esta vida haya realizado, los logros que hay conseguido, o los premio que haya ganado. Ustedes fueron, son y serán siempre mi mayor logro, mi orgullo, mis más grandes tesoros –paró por unos segundos para controlar las lágrimas que amenazaban con salir, no podía mostrar debilidad, no frente a ellos -los amo, los amo, los amo, nunca duden de eso.

-Te amamos mamá – contestaron ambos al unísono, con gran dificultad ya que el llanto impedía que saliesen palabra alguna de sus bocas.

-Yo también los amo, mis bebés. –dicho esto salió del bunque cerrando la puerta, asegurándose de dejar protegidos a sus dos mayores logros, sus tesoros, sus bebés, sus hijos.

Ya afuera en la oficina de Edward, tanto el como su esposa Elizabeth, dejaban todo planeado simulando que estaban preparándose para escaparse.

De repente el sonido de la puerta siendo derribada inundo toda la mansión.

-oooohhh Maaaaaseeennnn –gritó el que seguramente era Aro Volturi, seguido por el sonido de rápidas y diversas pisadas acercándose hacia donde ellos estaban. Subiendo por las escaleras y deteniéndose repentinamente en la puerta de la oficina.

De repente la puerta fue derrumbada, apareciendo por encima de esta un séquito de asesinos y homicidas contratados por los Volturis, que también se encontraban allí, divertidos y entusiasmados por poder presenciar la brutal muerte que tenían planeado para sus mayores enemigos, Los Masen.

-Pero mira que tenemos aquí –se acercó Aro hacia donde ellos se encontraban seguido por sus hijos mayores Jane y Alec.

No era secreto para nadie que Aro Volturi era conocido por sus numerosas amantes que a lo largo de los años le habían dado una numerosa y variada descendencia, pero eran Alec y Jane los mayores de todos y los únicos concebidos durante su matrimonio, por tanto eran los únicos que poseían el apellido Volturi.

Alec, de 18 años, era el primogénito de la familia y por tanto el que después de un tiempo heredaría todo el negocio familiar. Era conocido por su gran fuerza y destreza a la hora de un combate cuerpo a cuerpo, además de su gran afición por las armas y explosivos.

Mientras que Jane, de 16 años era la "princesa de papá", experta en artes marciales y combates con armas blancas, además de ser una experta francotiradora.

Los tres Volturis se posesionaron en un triángulo dejando un gran margen que era ocupado por los demás hombre, los cuales estaban armados, todos, con pistolas, metralletas e incluso fusiles.

-Creyeron que podían conmigo –gritó Aro apuñalando de un costado a Edward para darle después una bofetada a Elizabeth tumbándola en un sofá.

Todos los presentes miraban divertidos la escena, pidiendo a gritos poder acabar de una vez con ellos. Las caras de Jane y Alec eran indescriptibles, sus ojos reflejaban, odio, rencor y superioridad mientras sonrisas macabras se ensanchaban cada vez más grandes por sus rostros.

-Vas a lamentar esto Aro –le dijo Edward jadeando por el dolor de su herida.-Solo conseguirás cavar tu propia tumba. Esto no se quedará así.

Esas simples palabras bastaron para desatar la ira y furia del jefe Volturi, que con un simple movimiento comenzó a clavarle la cuchilla una y otra vez, como si de un animal se tratase. 24 apuñaladas se necesitaron para acabar con Edward Masen.

-¡No! –Gritaba Elizabeth – ¡Edward levánate! ¡Edward! –su gritos eran sofocados por las estruendosas risas de todos los presentes que miraban divertidos el cuerpo sin vida de Edward, e incluso algunos contemplaban a Elizabeth con miradas cargadas de deseo y lujuria, de la manera más obscenamente humana

-Jane, Alec queridos –pronunció el jefe Volturi ya recuperado de su ataque – ¿me concederían el honor?

Ninguna otra palabra fue necesaria para explicar la petición que Aro les hacía a sus hijos. Ellos se limitaron a asentir, dirigiéndose al estante donde habían colocado sus armas.

Se posicionaron juntos, uno al lado del otro delante de Elizabeth, que aún no se recuperaba de la muerte de su amado.

Alistaron sus armas y jalaron los gatillos, descargando todas sus balas sobre ella.

Ni más de un minuto tuvo que pasar para que de Elizabeth saliera el último soplo de vida, incluso en la inmensidad de la inconciencia, antes de que a su cuerpo se le escapara la vida sus últimos y únicos pensamientos estaban dirigidos a su familia, a su esposo, cuando aún eran novios, cuando apenas se conocían, cuando se entregó al el, convirtiéndolo en el único y verdadero hombre de toda su vida.

A sus hijos, sus verdaderos tesoros. El más grande regalo que Dios pudo haberle dado durante toda su vida, sus pensamientos recorrían todos los hermosos momentos que vivieron juntos, sus nacimientos, sus primeros pasos, el primer día de clases. Cientos de momentos, como diminutos diamantes acumulados en una bolsa. Acumulados en el corazón…

Bien…-Comenzó el Volturi parándose del sillón frente al escritorio, donde se había sentado –Demetri encárgate de todo. No dejes ni una huella.

Y así salieron todos, satisfechos de haber acabado con sus enemigos Masen.

Pero no contaban con que abajo, en un pequeño bunque se encontraban dos niños que habían presenciado, por las cámaras de seguridad que el mayor había podido prender, como estos inhumanos y crueles asesinos habían acabado con la vida de los dos seres más importantes para ellos, sus padres.

En esos momentos ambos corazones estaban sufriendo un cambio sustancial y contundente, sus corazones se estaban llenando rápidamente de odio y rencor hacia sus ahora enemigos, llenando con este sombrío sentimiento el vacío de la pérdida de sus seres queridos.

Pasado 2 horas y ya seguros de que no correrían peligro alguno, los dos chicos salieron del bunque siguiendo las instrucciones que su padre le había dado antes de morir, llamaron a su tío Carlisle, acordando pasar por ellos inmediatamente.

Salieron de su antigua casa que ahora no era más que cenizas y escombros, Se habían convertido ni siquiera en las sombras de lo chicos que antes eran, ahora, un único objetivo regía su vida…venganza.


Chicago.

10 años después:

-Y que motivos tienes para acabar con las ratas de los Volturis –Le preguntó Edward, el que ahora se había convertido en el jefe y cabeza del grupo gracias a su gran destreza y habilidad como estratega.

-Los motivos son los de menos- le aseguró el aludido, un hombre misterioso que había citado a los hermanos Masen para proponer un trato- lo importante aquí es que haré lo que sea para poder ver a los Volturis muertos con mi propias manos. Quiero que sufran en cada fibra de sus cuerpos. Y de antemano les advierto que no tendré misericordia con cualquiera que se interponga en mi camino.

-Macabro –sonrió el mayor de los Masen. Este chico era exactamente lo que andaban tan desesperadamente buscando, con su ayuda sin dudas acabarían más rápidamente con los Volturis –Y se puede saber el nombre de tan "honesto" caballero –bromeó.

-Mi nombre es…Jasper Withlock –le respondió con rostro oscuro y sombrío.

-Bueno Japer –intervino Edward, dando así por terminada la pequeña reunión –bienvenido al negocio.


Forks

10 años atrás:

Las hermanas Swan regresaban a su hogar después de un largo y tedioso día de escuela.

Rosalie, de 15 años de edad, era la mayor de las tres hermanas. Sus hermosas facciones, porte y clase la hacían ser reconocida como la chica más hermosa de todo el pueblo, y la rompe corazones dentro de los jóvenes que la conociesen, los cuales rechazaba de manera fría y humillante, ya que aseguraba que un ser de tan suprema y superior clase no merecía a un pueblerino, como lo eran todos los habitantes. Era fría, desconsiderada e incluso despiadada, cuando se proponía algo. Pero incluso con tan considerables defectos, no era secreto de nadie, que a la hora de proteger a su familia, refiriéndose con más exactitud a sus dos hermanas menores, ella sacaba garras y uñas con tal de que nada ni nadie las lastimara.

Su cabello rubio y lacio caían como cascadas de oro por sus espalda, terminando a la mitad se esta, sus ojos eran azules relucientes, eran capaces, en ocasiones, incluso de llegar a causar un efecto segador en las personas. Su cuerpo moldeado y curveado le daban un aspecto maduro e irresistible frente a los hombres.

Isabella, de 13 años, aunque conocida mejor como Bella, ya que su nombre completo no era de su total agrado, era la segunda en edad de las hermanas Swan, aunque poseía una sabiduría mayor a la de su madre e incluso, en algunas ocasiones, mayor que su padre.

Sus facciones eran totalmente diferentes a la de su hermana mayor. Su cabello castaño era incluso más largo que el de su hermana Rosalie, pero este siempre se encontraba recogido en una desalineada coleta, pasando así desapercibida entre las demás niñas de su edad. Sus ojos eran de un color chocolate, como dos puertas siempre abiertas para que todas las personas tuvieran acceso al alma de la pequeña joven.

Y por último estaba Alice Swan de 8 años de edad, era la menor y más tierna de las chicas. Era conocida por su extrema timidez y vergüenza, que le daban un aspecto aún más tierno del que ya tenía.

Sus rasgos eran una mezcla de sus dos hermanas mayores, su cabello ligeramente más oscuro que el de su hermana Isabella, era corto por encima de sus hombros con una textura lacia parecida a la de la mayor de las hermanas. Sus ojos eran azules, como dos grandes lagunas cautivantes y llenas de esplendor.

Las hermanas Swan, eran las hijas del jefe de policía, Charlie Swan y su esposa, una mesera pueblerina llamada Reneé. Se habían casado poco después de enterarse del embarazo de Reneé y desde ese entonces han vivido en una pequeña casa en el centro de Forks. Aunque el amor que le profesa Charlie a su esposa era incondicional, ella sentía que desperdiciaba su vida quedándose en un pueblo tan pequeño como lo era Forks.

Después de tan arduo y laborioso día, las tres se encontraban cansadas y hambrientas, usualmente era su madre quien pasaba a buscarlas, pero por alguna razón no había llegado ese día y se habían cansado de esperarla, por lo que decidieron llegar a su casa caminando, recorriendo así 5 kilómetros de distancia.

Cuando llegaron a su casa, empalagadas de sudor, encontraron un carro estacionado frente a su casa. Era un deportivo negro, muy llamativo para este pequeño pueblo.

-Chicas quédense cerca –Rosalie las acercó más a su cuerpo, como reflejo para protegerlas.

Entraron a la casa y se encontraron con su madre revoloteando todo a su paso, con una maleta agarrada a su mano izquierda y el dinero de los ahorros familiares en la derecha.

-Bella –le susurró su hermana mayor sospechando lo que su madre planeaba hacer- quiero que lleves a Alice a la habitación y se queden ahí viendo las caricaturas. No salgan hasta que yo les avise.

Y así Bella lo hizo, subió a la segunda planta con Alice cargada en sus brazos, y prendió la televisión para que su pequeña hermana pudiera entretenerse. Pero la curiosidad de saber que estaba pasando pudo más con ella, por lo que sigilosamente salió de la habitación, ubicándose en un pequeño rincón de la escalera donde no pudiera ser vista.

-¿Qué crees que estás haciendo? –espetó Rosalie, esperando solo la confirmación de sus sospechas.

-No puedo Rose –como cariñosamente le decía a su hija- esta no es la vida que yo escogí para mí. Esto no es lo que quiero.

-Y planeas abandonarnos sin más –le gritó Rose furiosa por la actitud de su madre- ¿a Charlie?, a ¿tus hijas?

-¿Y qué quieres que haga? –gritó molesta con aire de indignación – que me quede aquí viendo como mi vida es consumida en este pueblucho de quinta. Por primera vez en mi vida dejaré de interponer mi felicidad con la de Charlie, tu y tus mugrosas hermanas.

-No puedo…-comenzó pero fue interrumpida.

-Ustedes tres han sido lo peor que me ha pasado en la vida –voceó- toda la infelicidad que he tenido a lo largo de la vida a sido culpa de ustedes y el mediocre de su padre. –concluyó.

Rosalie estaba atónita, su corazón, aunque no lo demostraba, estaba roto por la confección de su madre, a quien siempre había visto como una gran mujer, fuerte e independiente. Pero no podía hacer nada, lograr detenerla y convencerla de que se quedara era prácticamente imposible, y si llegara a logarlo, su actitud para con ella, su padre y sus hermanas, solo le causaría dolor a las últimas. Por lo que con todo el peso de su alma, tomó una decisión que en ese momento pensó era la más correcta. Dejarla irse.

Se apartó de su camino, abriendo la puerta para poder dejarla pasar.

-Gracias cariño, yo sabía que tu si entenderías –hizo además de darle un beso en la mejilla, pero rápidamente Rose apartó su cara.

-Espero que nunca te atrevas a volver –espetó con ahora asco hacia su madre- ya no eres bienvenida en esta casa.

-Descuida. No tengo intenciones de volver. –dicho esto se marchó de la casa. Entrando rápidamente al carro de su acompañante.

Rosalie se dirigió a la cocina para marcarle a su padre, esperando que llegara inmediatamente, en estos momentos todo su mundo se desplomaba a su alrededor, necesitaba la ayuda de su padre, para poder calmar el ambiente.

-aló charlie, necesito que vengar rápido, es Reneé –la última palabra salió llena de odio y asco.

-Pasó algo con tu madre –se escuchó preguntar al otro lado de la línea.

-Si ella… -pausó pues las palabras no salían de su boca -…ella se ha ido.

Al otro lado de la casa, en el pequeño baño de la segunda planta, se encontraba la pequeña Isabella, destruida por lo que había presenciado. Su madre no la quería, es más, la odiaba, con todo su corazón.

Paso horas y horas preguntándose que había hecho mal, cual fue su error, como disgustó a su madre, que la había hecho marcharse así con tan malos sentimientos hacia ella. En su pequeña e ingenua mente ella era la razón de por qué Reneé se había ido, era su culpa, ella y solo ella era la única culpable.

Poco a poco, su corazón se fue llenando de demonios y fantasmas que la atormentaban cruelmente, por la huida de su madre.


Se que fue un poco despiadado, pero es lo que le da parte del encanto a la historia...solo digo está sujeto a cambio...esperamos le haya gustado, trataremos de actualizar lo más pronto posible.

Xao.

Shalicia ;)