En un placer saludarlos. Por favor, deléitense con este breve prefacio de una idílica versión de Sherlock Holmes.

Descargo de responsabilidad; el contexto y personajes de Sherlock Holmes son propiedad del ilustre Sir. Arthur Conan Doyle.

¡El preludio de un nuevo caso!


Prefacio

Sra. Lodge, le ruego que se dé un pequeño momento de deleite — ¿Por qué? El prejuicio de la duda se postró ante ti en una súbita manera, un destino fatal.

¡Oh! Querido, en una tentadora invitación —la duda perturbó tu inefable sabiduría y saber, esbozando un nostálgico y anhelado deseo.

Complazca sus deseos con las sensaciones que embelesarán sus sentidos, tome, no lo suprima —pero, ¿Cuál era ese deseo?

El tibio carmesí emanaba de mi trémulo pulso, manché aquellas cansinas palabras carentes de sentido y argumento alguno. Tu voz, esa misma que profirió un grito sordo de ¿Dolor? ¿Frustración? No comprendo. ¿Qué perdiste? O ¿Acaso era un deseo reclamado? Fuiste egoísta, pero más lo he sido yo, por exigir que no te fueras, aunque pretendieras con toda tu alma irte de este lúgubre lugar; donde los recuerdos de una pretérita tragedia descansan en un recuadro. Mis lágrimas fluyen de unos ojos sin vida que se perdieron en aquella triste frase:

"—Adiós querida, no esperes por mi regreso."

Qué ironía de vida, tú te fuiste para escapar de ese "adiós" y repetiste esa melancólica palabra; te veo en aquellas memorias que manchan de escarlata el hermoso y fatal presente de quien te juró una cegadora promesa. ¿Qué era? ¿Qué capricho añorabas con pasión desmesurada, nada propia de ti?

"—Aquel impertérrito caballero, fue tu padre, quien te cuida en las noches de llanto y pena."

Ese consuelo que me brindaste en esa tormentosa noche llena de oscuridad y paroxismo, acariciaron con ternura mi infantil corazón, pidiendo en horas de lamento, tu cándida y maternal voz.

Al paso de los días tu silencio se tintará en sangre, marcando con tu último aliento aquella espantosa escena. El escurridizo asesino dejó su obsequio.

Aquella Dalia blanca manchada de granate.

Me despido entre "te quiero" y el sueño de ver al miserable que osó posar su cuchillo en tu pecho; colgado y muerto.

Te digo entonces: "Adiós Querida madre, descansa en paz".

July Lodge

24 de agosto de 1891. Londres