Nota explicativa:
Para no confundirlos, aclaro que el presente mini-texto, ahora convertido en prólogo de esta serie (a la cual he modificado el título), anteriormente se titulaba "Sólo en palabras" y era el primero de una colección conceptual de oneshots que comencé a publicar. Esta colección comprendía una serie de escritos (todos de un sólo capítulo) que intentaban explorar los momentos de soledad que Albert pasó en Lakewood tras dejar el departamento Magnolia. Sin embargo, no proseguí la publicación y quedó abandonado. Ahora ha cambiado de título porque, durante la pasada GF2014, conseguí,a Dios gracias, escribir el resto de historias que la integran, pero con una pequeña modificación en el formato, dado que ahora los capítulos están estructurados siguiendo el orden de las letras del abecedario. Dejé este mini-texto como prólogo al resto porque no tendría caso abrir una nueva publicación para lo que, de hecho, es la continuación de la misma temática.

Aviso que los relatos son dispersos, meros momentos que exploran lo mismo la tristeza que el júbilo o el desconcierto. Un mero conjunto de estampas robadas a Albert-san en su soledad y en lo que siempre he imaginado como la fase final de su encuentro con el destino que le aguarda como jefe de la familia Ardley.

¡Gracias por leer!

-~PRÓLOGO~-

No lo sé, no sé qué pensar, ni de qué manera explicarlo.

No sé cómo llamar a este sentimiento que no me ha dejado desde el instante en que salí de ese departamento, recorriendo el camino de regreso a mi existencia agobiada por el deber y la soledad.

Creo que hice lo mejor; pero, al mismo tiempo, no deja de haber en mi corazón un sentimiento profundo de desasosiego, de nostalgia, de esa sensación que se produce cuando anhelas algo imposible y sabes perfectamente que siempre estará ahí, pero no será para tí.

Fueron días felices. Tal vez los más felices de mi vida. Días sellados con el brillante destello de la sonrisa más sincera y limpia que jamás nadie me ha mostrado antes. Nadie, excepto ella.

Sólo ella.

¿Será siempre así?

¿Viviré siempre anhelando aquello que jamás podrá ser mío?

No puede ser diferente; eso lo sé por seguro. Lo supe desde que los recuerdos regresaron a mí con la fuerza de una estampida, devastando con la frialdad de la lógica cada secreta esperanza que albergaba en mi alma respecto a una posibilidad.

Sencillamente, no puede ser. No será posible jamás.

De alguna forma lo sabía aún cuando no sabía todavía mi nombre. De alguna manera inexplicable, algo en mí me decía que debía mantener a cualquier precio la distancia entre ambos; esa distancia que exigía el decoro, la gratitud y el hecho de que, supuestamente, ambos éramos perfectos desconocidos, sin otra razón para permanecer juntos que los cuidados que yo requería debido a mi estado amnésico.

Ahora todo ha terminado.

No más.

Es tiempo de dejar atrás los sueños y comenzar a vivir mi realidad. Una realidad que es dura; pero a la que no puedo eludir y en la cual ella no tiene cabida, salvo para lo que dicten las normas y el sentido común respecto al lazo que nos une.

Y, mientras el automóvil se aleja hacia el pórtico de Rose, de regreso a Chicago, comprendo que, en parte, mi tristeza y ese sentimiento que aún no consigo identificar, surgen de la certeza de saber que, tal vez, ha sido este el último día en que Albert, el vagabundo, existió.

Mi nombre, desde ahora y para siempre sólo podrá ser William:

Sir William A. Ardley.