Esta es la primera adaptación que subo, espero les guste & me digan en comentarios si quieren que la continúe o no. Todas las criticas son bien recibidas (:
Diclaimer: Los personajes perteneceN a Stephanie Meyer y la historia a Diana Palmer, yo solo modifique los nombres.
Summary:
Cinco años atrás, el ranger de Texas, Edward Cullen, se había impuesto como un reto personal meter entre rejas al padre de Isabella Swan, por las brutales palizas que daba a su hija. Además, no podía olvidar todo lo que compartía con Bella, entre otras cosas un rancho al borde de la ruina que los había llevado a casarse... pero sin dejarse llevar nunca por la increíble atracción que había entre ellos. Alguien que ponía su vida en peligro todos los días y que jamás se preocupaba por los asuntos del corazón no podría tener nada que ver con un alma cándida como Bella.
1
Hacía un calor abrasador en el sur de Texas, excesivo para principios de septiembre. Isabella Swan llevaba un top blanco escotado, unos vaqueros gastados, y la bolsa de los libros colgada con naturalidad de un hombro. El top perfilaba sus senos pequeños y firmes, y los vaqueros realzaban cada suave curva de su joven cuerpo. Su largo pelo rubio se mecía con la brisa, se le enredaba en su bonita boca de media luna y le caía sobre la frente, amplia, y sobre los pómulos altos. Retiró los mechones, y sus grandes y cálidos ojos castaños brillaron de regocijo al oír el comentario de una de sus compañeras de clase sobre otro alumno. Era una larga y aburrida mañana de lunes.
Jessica, una compañera de la clase de informática, dirigió la mirada a un punto situado detrás de Isabella, hacia el aparcamiento, y silbó con suavidad.
—¡Vaya! Ya sé lo que quiero para Navidad —dijo en un sonoro murmullo. Angela, otra compañera, también miraba en la misma dirección con interés.
—¡Ahí va! —exclamó y, con una sonrisa picara, elevó las cejas repetidas veces—. ¿Alguien sabe quién es?
Picada por la curiosidad, Isabella se volvió y vio a un hombre alto, moreno y apuesto cruzando el césped con paso ligero hacia ellas. Llevaba un sombrero texano de color crema caído sobre la frente, una camisa blanca de mangas largas cerrada en el cuello con un adorno turquesa y unos pantalones grises que se ceñían a sus largas y poderosas piernas. Las botas, también grises, estaban hechas a medida. En el bolsillo de la camisa. una estrella plateada centelleaba a la luz del sol. En tomo a sus estrechas caderas llevaba un cinto con pistolera de cuero marrón. La pistola era un revólver Ruger Vaquero de calibre 45. Solía llevar una pistola Colt 45 ACP, pero le estaban cambiando la empuñadura por otra a medida y tallando en ella la estrella de los Rangers. Además, era una jornada de competición en la Asociación de Tiro a la que Edward pertenecía, y los participantes iban vestidos de cowboys; por tanto, era oportuno que llevara el revólver de seis tiros al trabajo aquel día.
—¿Qué habéis hecho, chicas? —bromeó uno de los compañeros de Isabella—. ¡Los Rangers de Texas vienen por alguien!
Isabella guardó silencio. Se quedó mirando, como el resto del grupo, cómo Edward avanzaba hacia ella con la determinación y concentración que lo hacían descollar en su trabajo. Era el hombre más sexy y maravilloso del mundo. Isabella le debía todo lo que tenía, todo lo que era. A veces, deseaba de todo corazón haber nacido hermosa, para que Edward se fijara en ella como Isabella quería que se fijara. Sonrió para sí, imaginando lo que dirían sus compañeras si conocieran su verdadera relación con aquel enérgico ranger.
Edward Cullen tenía treinta y cuatro años. Se había pasado casi toda su vida trabajando de agente de la autoridad, y se le daba bien. Hacía cinco años que formaba parte de la compañía D de los Rangers de Texas. Habían querido ascenderlo a teniente, pero Edward había rehusado porque era una labor de tipo administrativo y prefería el trabajo de campo. Mantenía en forma su cuerpo alto y flexible trabajando en el rancho, cuya propiedad compartía con Isabella.
Edward se había hecho responsable de Isabella cuando ella solo tenía dieciséis años. Por aquel entonces, el rancho «C barra S» estaba en ruinas, en quiebra y a punto de irse a pique. Edward lo sacó de los números rojos y consiguió que empezara a dar ganancias. Había estado invirtiendo su propio dinero para aumentar el numero de reses vacunas de cruce que criaban. Con su fíno olfato para los negocios y los conocimientos informáticos de Isabella, el rancho empezaba a ser rentable. Así, Isabella podía estudiar para sacarse su diploma en programación y Edward podía permitirse algunos lujos. El ultimo, del año anterior, había sido aquel Stetson de color crema que llevaba calado sobre la frente. Estaba hecho de piel de castor y le había costado el sueldo de un mes. Pero le sentaba bien, la verdad. Estaba peligrosamente atractivo. Aquel año, por desgracia, no habían podido permitirse ningún lujo, por culpa de la sequía y la bajada de los precios de la carne. Volvían a atravesar momentos difíciles, justo cuando empezaban a levantar cabeza.
Cualquier otro hombre habría reparado con regocijo En las miradas embelesadas de las dos bonitas compañeras de Isabella. Edward les prestaba la misma atención que concedería a una aguja de pino. Tenía un propósito en mente y nada podía distraerlo hasta que no lo hubiera cumplido.
Se acercó a Isabella y, para total asombro de sus compañeros de clase, se detuvo frente a ella.
—Nos han hecho una oferta —dijo, y la sujetó del brazo con la misma frialdad con la que habría detenido a un delincuente—. Tengo que hablar contigo.
—Edward, tengo una clase dentro de nada —protestó.
—Solo será un minuto —masculló, y entornó los ojos, buscando un lugar apartado. Encontró uno bajo un enorme roble—.Vamos.
La arrastró al árbol mientras sus compañeros contemplaban la escena con perplejidad. Isabella sabía que, después, la someterían al tercer grado.
—No es que no me alegre de verte —señaló Isabella cuando Edward la soltó con brusquedad, lejos de oídos curiosos—, pero solo dispongo de cinco minutos...
—Entonces, no los malgastes hablando —la interrumpió. Tenía una voz grave y aterciopelada, aunque hablara con brusquedad, y Isabella siempre sentía deliciosos estremecimientos de placer por la espalda cuando la oía.
—Está bien —accedió con un suspiro, y alzó una mano.
Edward reparó en el anillo de sello, su anillo de sello, que Isabella lucía en el dedo anular. Aunque lo había llevado a la joyería para que se lo ajustaran, seguía siendo demasiado grande para su esbelta mano. Pero ella insistía en llevarlo puesto.
Isabella siguió su mirada y flexionó la mano.
—Nadie lo sabe —dijo—. No soy chismosa.
—No, no lo eres —corroboró y, por un instante, el humor afectuoso brilló en sus ojos negros.
—Bueno, ¿cuál es el problema?
—No es un problema, exactamente —dijo, y apoyó la mano derecha relajadamente en la culata de su arma. El emblema de los Rangers estaba tallado en la empuñadura de madera de arce. La nueva empuñadura de su Colt tendría la misma madera y el mismo emblema—.Hemos recibido una oferta de un equipo de rodaje. Han estado recorriendo las tierras de alrededor, acompañados por un representante de la Consejería de Cultura, buscando un lugar apropiado para emplazar un rancho ficticio. Les gusta el nuestro.
—un equipo de rodaje —Isabella se mordió su generoso labio inferior—. Edward, no me gusta tener a gente en el rancho —empezó a decir.
—Lo sé. Pero queremos comprar otro semental purasangre, ¿no? Y si escogemos uno bueno, será caro. Nos han ofrecido treinta y cinco mil dólares por usar el rancho durante varias semanas. Sería un trampolín. Hasta podríamos ampliar la cerca eléctrica y comprar un nuevo tractor.
Isabella silbó. Aquella cantidad de dinero le parecía una fortuna. Siempre había gastos en un rancho, una máquina que se estropeaba o ayudantes que querían un aumento, o el surtidor eléctrico dejaba de funcionar y no había agua. Si no había que llamar al veterinario para que atendiera a una vaca enferma, poner las etiquetas identificadoras al ganado, marcarlo, comprar material para las alambradas... A menudo, se preguntaba cómo sería ser rica y poder comprar lo que se le antojara. El rancho había pertenecido a partes iguales al tío de Edward y al padre de ella, y aún distaba de ser próspero.
—Deja de soñar —le dijo Edward con aspereza—, Necesito una respuesta. Tengo un caso entre manos.
Isabella abrió los ojos de par en par.
—¿Un caso? ¿Cuál?
Edward entornó la mirada.
—Ahora, no.
—Se trata del homicidio, ¿verdad? —preguntó, intrigada—. La mujer a la que encontraron degollada en Victoria, en una zanja, solo con una blusa puesta. ¡Tienes una pista!
—No pienso contarte nada.
Isabella se acercó.
—Oye, he comprado manzanas frescas esta mañana. Tengo canela en rama. Y azúcar morena —se inclinó hacia él—.Y mantequilla, y harina de repostería...
—Para —gimió Edward.
—¿No te imaginas esas manzanas burbujeando sobre la masa, cociéndose, hasta formar una tarta suave, crujiente y deliciosa...?
—¡Está bien! —masculló, y lanzó una mirada alrededor para asegurarse de que nadie los oía—. Era la esposa de un ranchero de los alrededores —le dijo—. El marido cuenta con una coartada sólida, y ella no tenía ni un solo enemigo en el mundo. Creemos que fue escogida al azar.
—¿No hay ningún sospechoso?
—Todavía no. El asesino no ha dejado mucho rastro, salvo por un cabello y unos filamentos de una tela de colores chillones que no se correspondía con la blusa de la víctima. Y no pienso contarte nada más —añadió, enojado—, haya tarta de manzana o no.
—Está bien —dijo Isabella, cediendo con deportividad. Escrutó su rostro atractivo y delgado—. Quieres que abramos las puertas del rancho a esa compañía cinematográfica —añadió. Edward asintió.
—La próxima semana, cuando hayamos hecho la declaración trimestral, tendremos un déficit de unos mil dólares —le dijo en voz baja—. Habrá que comprar más pienso. La inundación echó a perder casi todo el heno y la cosecha de maíz, por no hablar de la alfalfa. Hemos reparado el silo, pero no a tiempo para esta temporada. Y también necesitaremos más suplementos vitamínicos y minerales para el ganado
—Sí... —reconoció, y su mirada se tomó soñadora—. ¿No sería maravilloso tener millones? Podríamos comprar segadoras trilladoras, tractores nuevos, henifícadoras...
Edward frunció los labios y sonrió al ver su entusiasmo. Deslizó la mirada por su preciosa figura, deteniéndola involuntariamente en sus senos. Parecían bonitas manzanas bajo aquella tela ceñida; y experimentó una sacudida de anhelo inesperado y sorprendente. Levantó de nuevo los ojos.
—¿No preferirías unos vaqueros nuevos? —preguntó, y señaló los agujeros que tenían los que llevaba.
Isabella se encogió de hombros.
—Aquí nadie se arregla demasiado. Bueno, menos Jessica — señaló, y lanzó una mirada a su compañera de clase, que llevaba un conjunto caro de falda y top Pero sus padres son millonarios.
—¿Qué está haciendo en una escuela de formación profesional?
—Cazar a Mike Newton.
Edward sonrió.
—Un estudiante.
Isabella lo negó con la cabeza.
—Es profesor de álgebra.
—Un cerebrito —comentó Edward.
—Es muy inteligente —asintió Isabella—. Y muy rico. El padre de Mike tiene caballos de carreras, pero a Mike no le gustan los animales, así que es profesor —echó un vistazo al reloj ancho y poco femenino de su muñeca—. ¡Dios mío! ¡Voy a perderme la clase! Tengo que irme.
—Diré a los de la compañía cinematográfica que pueden venir a rodar —dijo Edward. Isabella se dio la vuelta para alcanzar a sus compañeros, que se alejaban a paso lento hacia la puerta lateral del edificio principal. Se detuvo y volvió la cabeza con recelo.
—¿Cuándo vendrán?
—Dentro de dos semanas, para tomar una fotos y comentar las modificaciones que necesitarán hacer para instalar sus cámaras.
—Pues diles que no hagan mucho ruido cerca del granero. Bessie va a tener a su potrillo.
—Los pondré al corriente de todo.
Isabella lo observó con admiración.
—Estás muy sexy, ¿sabes? —dijo—. Mi compañera Jessica te quiere de regalo de Navidad —añadió con picardía. Edward le lanzó una mirada furibunda—. Solo faltan tres meses. Tengo una idea. Si me compras un negligé de encaje rojo, lo luciré para ti —bromeó.
Edward se negaba a imaginarla así.
—Soy catorce años mayor que tú —señaló. Ella le enseñó el anillo. Edward dio cuatro pasos y se inclinó sobre ella con actitud amenazadora—. ¡Como se te ocurra decírselo a alguien...!
—No soy chismosa —le recordó—. Pero no hay motivo legal ni moral que te impida verme en ropa interior vaporosa —señaló—, tanto si la gente sabe que estamos casados como si no.
—Te lo dije hace cinco años, y te lo repito ahora — dijo Edward con firmeza—. Nuestra relación nunca será íntima. Dentro de dos meses, cumplirás la mayoría de edad. Tú firmarás un papel, yo también, y seremos socios, nada más.
Isabella observó sus ojos negros, presa de la familiar excitación.
—Dime que nunca te has preguntado qué aspecto tengo desnuda —susurró—. Atrévete.
Edward le lanzó una mirada que habría requemado el pan. Era una mirada famosa en el sur de Texas; hacía retroceder a delincuentes con ella. Hasta la había usado con el padre de Isabella antes de abalanzarse sobre él con los puños cerrados.
Iaabella exhaló un suspiro de pesar.
—Qué desperdicio —murmuró—. Sabes más de mujeres de lo que yo sabré nunca de hombres. Apuesto a que eres sensacional en la cama.
Edward apretó los labios. La mirada empezaba a adquirir atributos de misil termodirigido.
—Está bien —desistió por fin—. Buscaré a un chico amable que me enseñe cómo aplacar estas ansias que me entran de vez en cuando, y te contaré hasta el último y sórdido detalle, te lo prometo.
—Uno —dijo Edward. Isabella enarcó las cejas.
—¿Cómo dices?
—Dos...
Isabella cerró la mano en tomo al asa de la bolsa.
—Oye, no voy a dejarme intimidar por un hombre que me conoce desde que llevaba combinación y zapatos de charol...
—¡Tres!
—Además, no me importa si eres un...
—¡Cuatro!
Isabella giró sobre sus talones sin terminar la frase y echó a andar hacia la puerta lateral de la escuela. El siguiente número era el último aviso de una humillación pública. Recordaba muchas cuentas atrás del pasado, para perjuicio de ella. ¡Cuando a Edward se le metía algo en la cabeza...!
—Solo te estoy complaciendo para hacerte creer que controlas la situación —le espetó—. ¡No creas que estoy huyendo!
Edward ocultó una sonrisa hasta que regresó al voluminoso todoterreno negro que conducía.
