Bueno, la única condición para este fic era que estuviera relacionado con el baile, y bueno... creo que eso sí se da. Lo que sí, no sé qué onda este fic xD, la verdad, sólo espero que le guste a quien lo propuso en El Cometa de Sozin. Lupita, ojalá disfrutes si es que acaso leés, y que te parezca cuando menos, si no te gusta, legible.

En otra nota, referencias, referencias, siempre referencias. Quien lea y las adivine todas le regalo un fic (?)

Ni lok ni sus personajes me pertenecen, esta historia sí.


De a tres.

(Contexto: un día cualquiera en Zao Fu, Suyin y Kuvira se encuentran en una habitación que no se usa por nadie, excepto por ellas dos. Para cualquiera, ambas están en arduo entrenamiento. Ellas prefieren dedicarse un tiempo a ambas, conectándose, saliendo de ellas y volviendo a entrar, siendo sólo lo que ambas pueden ser. Algo prohibido, sí, pero no por eso dejan de disfrutarlo)


Las palabras que no alcanzan.

Las cortinas de la sala eran púrpuras, de una seda demasiado suave al tacto. Estaban cerradas, tapando la entrada de luz, aun así dándole un lumbre a todo, un tinte de su mismo color. Llegaba tarde, común en ella. Era una suerte que ese cuarto hubiera existido siempre, pero al mismo tiempo nadie jamás se hubiese interesado por él. Kuvira caminaba con una mano apoyada a la pared, sintiendo los diferentes desniveles de la misma, cuando llegaba una ventana. Sus pies apenas hacían ruido cuando se apoyaban en la alfombra que cubría todo el suelo, a punto de arrastrarlos.

La puerta se abrió, y otra mujer entró. Tenía una expresión tranquila, pero a la vez extraña. Estaba firme, pero descansaba en sus hombros el peso de alguien que se encuentra perdida. Kuvira no pudo sino pensar en cómo siempre había tenido frente a ella el reflejo de en qué podría convertirse en un futuro. La realización de eso le había llegado días antes, después de una noche llena de proposiciones sin sentido y nubes que gritaban lluvia. La recién llegada no se acercó, más bien se dedicó a hacer el mismo recorrido que quien antes lo había hecho, como si supiera desde el punto de inicio lo que su acompañante había realizado. Como si viera sin necesidad de ojos. Sus pasos eran más decididos, más relajados y, sobre todo, menos arrastrados. Cuando llegó donde Kuvira, esbozó una débil sonrisa, de esas automáticas y necesarias, verdaderas, pero, en la incertidumbre, mínimas.

Extendió una mano, que aceptó gustosa. Suyin, la mujer que parecía tener todo calculado, guió a Kuvira por lo que quedaba de la habitación, hasta estar otra vez frente a la puerta, todavía abierta. Entonces y sólo entonces fue que la cerró, sin soltarse de la joven, que la miraba con algo parecido a la admiración. La mayor de ambas comenzó a tararear una canción, o más bien su ritmo, y siguió caminando alrededor del cuarto, ahora sola, Kuvira parada al lado de la puerta cerrada. La habitación, perfectamente redonda, parecía culminar en un movimiento que se enviciaba con el caminar de Suyin. En determinado punto, frente a una cortina, frenó, dirigiendo su mirada a Kuvira, extendiendo sus manos, en una señal de recibimiento. Por su parte, la joven caminó por el borde de la habitación haciendo el camino opuesto a Suyin, respirando de manera profunda, preparándose para todo lo que faltaría. Cuando llegó a donde su acompañante, se dejó caer en esos brazos, sin hacer ningún movimiento de reciprocidad. Su respirar se calmó considerablemente. Suyin seguía tarareando.

— ¿Ahora? Preguntó Kuvira, en un intento por empezar algún tipo de conversación, aunque sabía que Suyin sólo diría:

—Ya casi.

Despacio, al compás de la canción apenas audible, se movieron, la mayor guiando. No se desplazaban por la habitación, sino que más bien iban de derecha a izquierda, fusionando sus pasos, fusionando sus piernas, fusionando sus caderas y sus parpadeos. Dieron una vuelta con parsimoniosa paz sobre sí mismas, sin separarse un centímetro.

—Si pudiéramos estar así todo el día.

—Querríamos separarnos —dijo Suyin, tranquila, subiendo su respiración de ritmo para acomodarla a la de Kuvira. Después del comentario, siguió tarareando.

—Pero no sería lo mismo —retrucó la joven—. Acá, rodeadas de esta luz… es diferente.

—Sólo hasta que el día se acabe, después sería lo mismo.

Los dos pares de pies frenaron en simultáneo, cronometrados por el ritmo que llevaban y el suave esbozo de melodía que daba Suyin antes de interrumpirse con habla. Se separaron a nivel físico, todavía preparándose para el resto.


Premiando el pensamiento.

Ahora fue Kuvira quien empezó a caminar primero, dando pasos para atrás, lentos, su mirada clavada en los ojos de Suyin. No tenía razón para girar. Llegó hasta otra ventana, hasta otro par de cortinas, que rozó con las yemas de su mano derecha, sin percatarse. Al segundo de haberlo hecho, tuvo que cerrar los ojos, una fragancia llegándole a los oídos, así sonara contradicción, recordando la primera insinuación de todo. Había sido en uno de los jardines de Zao Fu, ese que tenía las flores color blanco. Había sido la primera insinuación, con una simple mirada. Había sido el primer encuentro no maternal con ella.

Cuando Suyin la alcanzó al lado de la ventana, separando sus dedos que todavía tocaban la cortina, Kuvira abrió los ojos, todavía teniendo en la retina la luz de aquél día de sol.

Ahora, la joven dejaba salir de sus cuerdas vocales un sonido gutural y profundo, una sola sílaba, en diferentes tonos, agudos a graves, ásperos a suaves, deteniéndose a descansar en una nota en particular. Suyin, entonces, cerraba sus ojos y se dejaba ser, girando alrededor de Kuvira, estirando y retrayendo sus brazos, levantando un pie y después el otro, dejando que una de sus piernas volara hasta la altura de su rostro y bajara con una elegancia única. El ritmo le fue seguido por la otra presente, quien, sin dejar de controlar su voz, imitaba a Suyin, pero en momentos diferentes. Así, cuando una alzaba el brazo derecho, la otra dejaba que su pierna izquierda subiera. Sólo necesitaron un pequeño círculo imaginario al lado de aquélla ventana para seguir con esos movimientos hipnóticos.

—No dejes tus talones tan rígidos —soltó entonces Suyin, sin detener sus movimientos ni abrir sus ojos.

Con una inhalación, Kuvira soltó el control que tenía sobre ellos, aprovechando para quedar parada sólo sobre las puntas de los dedos de su pie derecho, dejándose girar. Dio entonces un salto fuera de ese ambiente cerrado que habían creado con sus solas mentes, pero no por eso se quedó quieta o dejó de pronunciar la misma sílaba.

—Lo sé —soltó Kuvira, interrumpiéndose por un segundo, volviendo a su doble labor después.

—A veces es inconsciente y no se puede evitar —dijo Suyin con una sonrisa, sus párpados todavía cerrados.

Las flores de ese día habían estado especialmente florecidas, pensó Suyin, sabiendo el recuerdo que su acompañante había tenido, la nostalgia viajando por sus venas. Se habían quedado solas en el jardín, sin dirigirse la palabra. La más joven tendría para el momento unos veinte años. Por un acercamiento, sus manos se rozaron, acostumbradas al tacto de la otra. Hasta la primera mirada, todo había sido como siempre. Eran lirios, o jazmines, alguna de las dos especies. Tiempo atrás la menor se había preguntado ciertas cosas respecto a la relación, pero nunca con mayor profundidad. En un segundo, había sido suficiente para que todas esas cavilaciones volvieran.

Cuando el sonido de la voz de Kuvira se interrumpió, Suyin abrió los ojos, observándola. Seguía moviéndose, ahora más lento, y su sílaba ahora era pronunciada con menor volumen. Naturalmente, la matrona de Zao Fu no dejó de moverse, pero redujo su demostración a un contoneo, a un suave movimiento de piernas, que sus brazos no correspondían.

—Ese día —dijo Suyin, acercándose al oído de Kuvira, ella temblando por el contacto con el aliento—, ese día, estábamos sentadas. No nos movimos en toda la tarde de nuestra posición.

Kuvira sonrió, recordando, pensando que quizás era lo más irónico de toda su situación. Su voz recuperó el volumen inicial, y la joven, aprovechando el momento, tomó a Suyin por la cintura, sin necesidad de abrir los ojos, y la apretó contra sí.


'Entreformando'.

Juntas, ninguna de las dos ya haciendo atisbos de ritmo o melodía, se movieron alrededor de la circular habitación, hasta que quedaron nuevamente en presencia de cortinas púrpura. Al hacerlo, no decidieron separarse, sino que, ahora ambas haciendo algún sonido con la boca, se movían juntas, uniformemente, no notándose la diferencia entre la una y la otra. Trazaron con los pies patrones, simples y complejos, las manos de ambas viajando por la espalda de la otra, dibujando los mismos patrones que en el suelo se estaban dando.

Kuvira siempre había adorado dibujar. Fuera en la tierra, en algún tipo de papel, y con cualquier material. Suyin solía verla mientras lo hacía, disfrutando cómo su imaginación tomaba forma de un momento a otro, sin que ella pudiera esperarlo. El último dibujo que Kuvira había hecho en su vida había sido en piedra, rajando la misma en diferentes partes, todo parte de una lección que le había dado Suyin ese mismo día.

—Después de tanto sigo teniendo habilidad para dibujar— dijo entonces Kuvira, sonriendo, mirando directamente a los ojos a Suyin. Ahora era la joven quien lideraba, la mayor de ambas completamente perdida, decidiendo seguir los pasos como si la mente de una fuera la de las dos.

—Como si practicaras todos los días.

—Es extraño pensar que no lo hago hace tanto.

—El cuerpo tiene memoria.

Sí que la tenía. Una memoria de acero, perenne, que parecía conocerse todos y cada uno de los movimientos de manera tan natural como lo era el respirar. Y Suyin comenzaba a encontrarle el encanto, también, yendo al mismo paso que Kuvira. Se sentía dentro de una leyenda, formando parte pero, aun así, no controlando sus actos. Sentía cómo su cuerpo simplemente obedecía, y cómo todo parecía ser una extensión de lo anterior, sin divisiones, sin limitantes, sin nada más que patrones en la alfombra.

El silencio era su mejor compañero, así nada se interponía entre ambas. Bailaban, o así le decían ellas, a un ritmo desconocido a todo oído. Los dibujos les marcaban la velocidad, los pasos, las aceleraciones, las relajaciones, las paradas. Todo seguía un curso natural, al cual sus respiraciones se ajustaban, dejando todo a forma de reloj.


Acá lo corto, pero sigue en el siguiente :D