Disclaimer: La serie no es mía (salta a la vista); tampoco los personajes (bueno, algunos sí), ni las canciones mencionadas...

Bien, nuevo fic. Este fue hecho como regalo de cumpleaños para Andrea (aquí, Luccyh); después de que me diera el visto bueno y por sugerencia suya he decidido que voy a publicarlo aquí. Así que...ahí va. Espero que les guste, y algunos reviews ya que estamos :)

*El fic es un poco largo (cuando me pongo a escribir no paro...), así que está dividido en varias partes pero es uno solo, todo seguido... Un one shot gigantesco¡


Toda una vida

Ha sido un día de lo más agotador. Esta mañana se ha levantado como cualquier otra, a las 6.30, sin imaginar nada de lo que le esperaba a lo largo del día. Después de tomar una ducha se ha marchado a trabajar y nada más salir de su casa se ha dado cuenta de que la jornada iba a ser complicada. No había café así que no ha podido recuperar fuerzas por el caso anterior; ha intentado tomarlo de camino al CBI pero un atasco le ha fastidiado el plan. Al llegar allí (45 minutos más tarde de lo que había planeado y sin su café de la mañana) en cuanto cuelga su bolso en el perchero suena el teléfono y Cho se dirige a su oficina con un trozo de papel en la mano. Nuevo caso. Hay que ponerse en marcha.

El día empezó mal y poco a poco fue empeorando.

El caso...organizaciones criminales. Una en concreto. Drogas, armas... Cosas malas, muy malas...

Interrogatorios que no llevan a ningún sitio, pistas que desencadenan en más pistas y un consultor molestando alrededor. A las 11.00 de la mañana cuando ha vuelto a su despacho, Jane, sabiendo del cansancio y enfado de la agente, le ha llevado una taza de café pero con tanta mala suerte que ha chocado con ella en la puerta y le ha derramado la bebida ardiendo encima. Sólo ha podido murmurar: "Te traía un café, Lisbon" y su arrepentimiento sincero; ella en respuesta ha dicho "Gracias" con tanto sarcasmo que podía haberle matado. Ha tenido que ir a cambiarse su camisa blanca impoluta por una que tenía en el cajón.

A las ocho de la tarde el caso ya estaba resuelto pero ha tenido que entrar con un equipo de operaciones especiales en la fiesta de cumpleaños de una niña de siete en la que había, a buen seguro, media organización criminal además del sospechoso al que buscaban desde la mañana. Él ha salido huyendo y le ha tocado salir corriendo tras él calle abajo. Rigsby, Cho y Van Pelt detrás. Pero con su entrenamiento y el atletismo en el instituto ha corrido más que ninguno y estando en cabeza se ha abalanzado contra el tipo, lo ha tumbado de un golpe y lo han detenido. No obstante, al caer al suelo se ha dislocado un hombro. Nada grave pero le ha valido una pequeña visita al hospital.

Así que aquí está a las 9.32 de la noche sentada en el sofá de su oficina, atiborrada a calmantes y aun así dolorida. Además, con el brazo en cabestrillo no puede comenzar el informe que se quedará sobre su mesa en la bandeja de "informes pendientes" hasta el lunes.

Está exhausta y a punto de quedarse dormida cuando...

- "Oh, Teresa, Teresa..." - una voz canta su nombre alrededor y ella abre los ojos sobresaltada y los frota con una de sus manos, pero allí no hay nadie. Posiblemente lo ha imaginado o soñado cuando empezaba a quedarse dormida. No hay nadie. La puerta está cerrada y al alzar la vista ve que aún queda gente en el edificio del CBI.

Intenta mantener los ojos abiertos hasta que Jane llegue con su cena. Le ha prometido llevarle algo para que coma antes de llevarla a casa. Dice sentirse fatal por lo del café de esta mañana.

- Teresa.

Esa voz otra vez. No es la voz de Jane. Es una voz grave y hueca que parece proceder de alguna parte de la habitación amplificada por un micrófono. Es como la voz en off de los infocomerciales de la madrugada o los programas de TV pero con el tono solemne del fantasma de la navidad del Sr. Scrooge.

- Teresa.

- ¿Quién está ahí? Jane, no tiene gracia. ¿Jane? - su voz ronca y somnolienta dejaba entrever un poco de enfado.

Tras un breve silencio esa voz vuelve a resonar en la habitación.

- Hoy estamos aquí para repasar la vida de Teresa Lisbon - dice la voz - Jimmy, pon las imágenes.

Perpleja e irritada Lisbon se levanta sin mucho desparpajo del mullido sillón mirando alrededor en todas direcciones intentando descubrir de dónde procede el sonido pero no ve a nadie. Debe de estar dormida...pero no. Está bien despierta.

- Aquí la tenemos... - empieza a decir la voz con notable entusiasmo - Pequeña como un botón, dulce, pura dinamita...La agente Teresa Lisbon con nosotros.

- ¿Pero qué...? - Lisbon mira alrededor. No hay nadie.

- ¡Jane! Para ya. Te lo digo en serio.

Él suele hacer esas cosas. Grabaciones de voz fingiendo una sesión de espiritismo con los muertos para atrapar a un criminal o para asustar a alguien. Una vez hizo creer a Grace y a Rigsby que había fantasmas en aquella mansión.

- Mm... Sé quien es ese Jane que te trae de cabeza pero no soy yo, Teresa. Como decía estamos aquí para repasar tu vida.

- Maldita sea. Si es una broma no...

- Teresa...No te importa que te llame Teresa ¿verdad?... Agárrate, el viaje va a ser algo movidito. Cuando te acostumbras no está del todo mal...

- ¿Viaje? - pregunta Lisbon. Al hablar no puede evitar mirar hacia arriba de donde parece proceder el sonido pero no hay nada ahí. Gruñe y susurra por lo bajo - Maldito Jane. Cómo lo pille...

- Teresa... No me malinterpretes pero...tienes una extraña obsesión con ese hombre.

Bueno, sigamos... ¿por dónde iba...? Ah sí. Tu vida... Vamos hasta el día en que comenzó... el 26 de mayo de 1976. No te asustes cuando veas las imágenes... Pronto le pillarás el truco.

- ¿Cuando nací...? Pillarle el truco ¿a qué? - no termina de hablar cuando de pronto la habitación empieza a dar vueltas a su alrededor de forma descontrolada. Ahora sabe que está soñando.

De pronto se encuentra en otro lugar. Lleva la misma ropa y el brazo en cabestrillo pero la escena parece antigua, un tanto distorsionada, y extraña. Está sola en lo que parece el pasillo de un hospital. No sabe qué pasa cuando la voz vuelve. Está un poco mareada.

- ¿Todo bien? - se oye decir.

- Pues no. ¿Qué demonios...?

- El vocabulario, Teresa. Ya te dije que al principio era raro, pero te acostumbrarás.

- ¿Dónde estás? ¿Quién eres?

- Soy el presentador. Aquí y allá - Lisbon rueda los ojos frustrada - Como te dije vamos a hacer un repaso de tu vida. Pasado, presente y futuro... Más o menos. Tú podrás moverte por los lugares que te muestre pero nadie va a verte u oírte.

- Estás de broma - refunfuña.

- No, y si dejas de gruñir por un momento podré seguir el programa que tengo planeado y acabar según el itinerario. ¿Empezamos?

Ella no dice nada.

- Bien. Si giras en este pasillo verás cómo todo empieza... Ahora permíteme hacer mi trabajo. Esto empieza ya.

Lisbon gira a su izquierda y se encuentra en un pasillo con una pequeña sala de espera; allí un hombre al que reconoce y de pronto la voz que comienza a hablar en tono narrativo como si lo hiciera para un público.

- Fue en una tranquila tarde de 1976 cuando la vida de Robert y Lily se vio bendecida por la llegada de su primogénita. Una criaturita que lloró a todo pulmón nada más nacer. El comienzo de una vida que traería un inmenso júbilo al matrimonio.

Lisbon mira hacia arriba y bufa "¿Júbilo? ¿En serio?" El narrador habla de una forma muy rara, romántica y anticuada. Nadie dice "júbilo" hoy en día.

- Debes de estar de broma "voz"...

- Shhh... Sus padres la amaban profundamente y, aunque su padre quería un niño, la primera vez que vio a su pequeña en los brazos de su madre exhausta se dio cuenta de que su vida no podía ser más feliz. Era todo lo que necesitaba y podía esperar Robert Lisbon. Tenía una esposa preciosa a la que quería más que a nadie en el mundo y ahora una princesita a la que proteger y que sería tan guapa e inteligente como su madre.

"Teresa, mi pequeña princesita" oye a su padre decir cuando la imagen cambia a una habitación de hospital donde observa la imagen más emotiva y más perfecta que ha presenciado nunca. Su madre tumbada en la cama sosteniéndola en brazos, pequeña y frágil, la mira con tanto amor que Lisbon siente ganas de llorar. Su padre, junto a ellas, abraza a su esposa y le da un beso en lo alto de la cabeza sin dejar de agarrar la mano del bebé con la suya. Sus ojos están llenos de lágrimas y su madre pese a parecer cansada está igual de hermosa como la recuerda. El pelo oscuro y largo cae sobre sus hombros, los ojos claros, la piel blanca y de apariencia tan suave como la del bebé que sostiene, la perpetua sonrisa en su rostro que hace que la embargue la felicidad con sólo mirarla.

- Robert y Elizabeth llevaban dos años casados cuando Teresa llegó. Se conocieron en el instituto y ya nunca se separaron. Ella era enfermera en el Chicago Memorial y él bombero en la misma ciudad. Chicago era un buen lugar para formar una familia. Allí nacieron y crecieron ellos.

Siempre quisieron una gran familia de modo que la casa en la que vivirían debía ser grande también. La verja blanca y el jardín no podían faltar - La imagen cambia al momento en que llegaron a casa por primera vez. Tal y como la recordaba. Blanca con tejas y contraventanas en gris oscuro, verja blanca y un enorme jardín. Sus padres se detienen un instante en la entrada mostrándole a la recién llegada su nuevo hogar - La felicidad era plena para esta pareja. No tardarían en aumentar la familia, pero Teresa siempre sería especial. Su padre estaba deseando que aprendiera a andar para enseñarla a montar en bici y a jugar al fútbol y al hockey o al baloncesto. Para él, que fuera una chica no quería decir que no pudiera hacer deportes. Y por lo revoltosa e inquieta que era no cabía duda de que se le darían bien. La primera palabra que dijo fue "Papi", después vinieron "mamá, columpio y losito (como ella llamaba a su oso de peluche favorito)". Aprendió pronto a hablar y a caminar. Siempre fue una niña muy despierta.

Las imágenes van variando a distintos momentos de su más tierna infancia. A medida que se trasladan a estos escenarios el vértigo del "viaje" va desapareciendo. Sus primeros pasos, sus padres bailando en el salón, su padre alzándola en brazos como si fuera un helicóptero, la máquina de palomitas (un sonido "po, po po po pop..." que su padre solía hacer) con la que el bebé se parte de risa, su madre cantando para que durmiera... Eran buenos y bonitos momentos. Y ella siente un intenso ardor en sus ojos a medida que las lágrimas los inundan. Un nudo se instala en su garganta a mientras es testigo de esos instantes.

- Efectivamente, en cuanto la pequeña Teresa empezó a caminar, su padre le compró un equipo y la enseñó a encestar. Solían ponerse los tres en el porche a disfrutar los días de verano; sus padres mirando embelesados su perfecta creación. Tres años después llegó Michael para continuar añadiendo felicidad a sus vidas. Y ahí estaba Teresa mirando a su hermanito con sus enormes ojos verdes y una sonrisa de alegría que no cabía en su pequeña carita ante la llegada de un nuevo miembro a su familia. Aunque no sabía lo que la responsabilidad significaba, en ese mismo instante, al ver al pequeñín en los brazos de su madre supo que querría y protegería a aquella cosita todo el tiempo. Al igual que haría con James otros dos años después y finalmente con Thomas, al que le llevaba ocho años. El último de los Lisbon fue sin duda algo no planeado, pero no por ello menos querido. Había sido una sorpresa. Otra maravillosa sorpresa que completaría la saga de los Lisbon.

Ahora está en otro momento. Ella con el pelo azabache y sus grandes ojos verdes llenos de un brillo vital, de puntillas sobre la cuna de su hermanito. Acto que repitió con cada uno de ellos. Mirando a su madre y sonriendo para luego volver a mirar al bebé asombrada por lo pequeño que era y lo arrugado que estaba. Lisbon sonríe con ternura ante la imagen.

- Al contrario que otros niños de su edad, Teresa nunca sintió celos de sus hermanos menores. Los días de deporte con su padre siguieron invariables a lo largo de muchos años con la única diferencia de que ahora contaban con tres chicos medio salvajes con los que jugar. Si alguna vez pasaba algo, ella siempre estaba ahí para encargarse de que nadie molestara a los chicos. Heredó de su madre no sólo la belleza sino también su fuerza. Y de su padre la bondad, el afán por la justicia y la protección hacia los más débiles y (cómo no) la pasión por el deporte. Así pasó sus primeros doce años... Jugando, practicando deportes, protegiendo a sus hermanos, tomando helado los domingos en el parque toda la familia…

Así es. Así lo recuerda ella. Era el chicarrón de la familia, flacucha, ropa holgada y en lugar de ver dibujos animados y jugar con Barbies veía partidos y le encantaba revolcarse en el jardín. Aún recuerda cómo formaban equipo su madre, y los dos mayores contra su padre, Tommy y ella. Ella amaba a su madre más de lo que puede expresarse con palabras pero a su padre la unía un vínculo especial. Era justo como él. Quizás es por eso que la aterra la idea de convertirse en lo que él se convirtió gracias al alcohol tras la perdida de su madre. Teme que las presiones y la soledad la vuelvan una alcohólica con problemas emocionales.

La gente siempre decía que ella era una maravillosa mezcla con las mejores cosas de ambos.

Parece que no ha cambiado mucho. Sonríe.

Siempre ha sido así. Es más cosa de los genes que de lo que su padre le inculcó. Nunca la obligó a hacer deportes ni la convirtió en un chicazo. No se le puede culpar de ello. Fue ella quien eligió los deportes que practicar en el colegio y en el instituto, era ella quien usaba vestido sólo en importantes y especiales ocasiones a pesar de la insistencia de su madre. Por alguna razón, y aunque la tía abuela Mary insistía en que de mayor se convertiría en una jovencita que atraería las miradas de todos los chicos, ella nunca se sintió femenina, nunca tan hermosa como su madre.

- La familia Lisbon vivió doce maravillosos años antes de que una tragedia les sobreviniera – la voz prosigue - Todo empezó una noche de noviembre. Lily volvía a casa conduciendo después de una dura jornada laboral. Había hecho una guardia que no le correspondía y estaba un poco más cansada que de costumbre. Aun así condujo con precaución hasta casa. Tenía ganas de ver a los chicos antes de que se acostaran. Pero un coche se cruzó con ella, chocó y su vehículo volcó. No lo vio venir. Fue todo muy rápido y ella ni siquiera se dio cuenta. El impacto fue directo contra su lado del coche.

La imagen tarda en materializarse y un humo negro hace de paso entre una y otra pero la voz sigue sonando y de inmediato Lisbon sabe los momentos que están por llegar. Un nudo se le forma en la boca del estómago y las lágrimas se agolpan en sus orbes a la espera de inundar sus mejillas a la vez que la voz cuenta cómo su madre fue golpeada lateralmente por un conductor borracho matándola. No sabe muy bien qué clase de maldito psicópata hace a una persona rememorar los peores momentos de su vida pero es demasiado para ella. Si va a ser así, sabe lo que viene ahora y sabe que no puede, no quiere, recordar. Es demasiado. Ya no es consciente de si está soñando o qué pero esto está pasando de castaño oscuro rallando la crueldad. No obstante, la concentración que está poniendo en la voz, y el humo y la mezcla de colores que dan paso a las nuevas imágenes la hacen desistir del intento de decir algo.

Así que en silencio y con los ojos húmedos se encuentra de pronto en la sala de estar de su casa veintitrés años atrás. Justo en el día y en el preciso instante en que su vida cambió para siempre. Dos agentes de policía de uniforme se presentan en su casa, su padre les da paso a la sala donde estaban hasta hacía un momento. Se supone que debían estar ya en la cama, al menos tres de ellos.

Richard Brown quiso encargarse él mismo de notificarlo a la familia. Era amigo de Bob y Lily desde hacía muchos años y padrino de bodas. Cuando consiguió dejar de llorar y terminó su trabajo en la escena se dirigió a casa de los Lisbon. Ella aún recuerda su cara. Cómo se quitó la gorra del uniforme al tiempo que su compañero hacía lo mismo, carraspeó y se aclaró la garganta varias veces antes de intentar hablar. Y recuerda con pasmosa claridad cómo la sonrisa de su padre se borró en cuanto vio que su amigo, notablemente afectado por algo y parado en mitad de la sala, no se movía y mucho menos hablaba. Entonces supieron que algo pasaba.

Ahora están en ese momento: Teresa con su padre en la cocina tras haber dejado a sus hermanos en el salón fingiendo que no ocurría nada.

Aún parado en medio de hall lo único que pudo decir su amigo fue "Bob lo siento mucho".

- ¿Qué...qué quieres decir RicK? - pregunta su padre aunque ya sabe que algo ocurre- ¿De qué hablas?

-Lily... volvía a casa y...

- ¿De qué estás hablando? - inquiere su padre más alto y más furioso negándose a aceptar lo que ya es sabido, lo que la cara de su amigo muestra sin necesidad de vocalizar.

- ...un coche la ha embestido. Los servicios médicos no han podido hacer nada por ella, Robert, lo siento - el policía baja la cabeza y vuelve a levantarla para enfrentarse a la dolorosa imagen de una niña que rompe a llorar en silencio y se abraza a la cintura de su padre mientras éste horrorizado de cubre la boca con una mano, envuelto en incredulidad sin dejar de mirar a su amigo.

Su padre llora, desconsolado, igual que como lo recuerda, igual que aquel día, la misma imagen, el mismo dolor...

Fue entonces cuando llevó a su padre hasta la cocina aconsejada por Richard, le ayudó a sentarse y permaneció a su lado durante todo el rato. Él apenas podía mantenerse en pie. No es que ella estuviera mucho mejor pero Teresa y su madre tenían en común la fortaleza. Siempre fueron más fuertes que su padre o sus hermanos. Era ella quien defendía a Michael cuando se metía en alguna pelea en el colegio y quién protegía a Tommy de los monstruos bajo la cama. Era su madre la que abrazaba a su padre con ternura y besaba su frente cuando ocurría algo trágico en el trabajo (como la perdida de un compañero) mientras le arrullaba contra su pecho hasta que se quedaba dormido de puro agotamiento. Ella había visto eso. El amor en los ojos de sus padres. Es eso lo que en ocasiones la hace anhelar una familia, lo único. Si alguien es capaz de entregarse de tal manera, eso debe de ser amor. Pero también conoce la cara amarga de la situación. ¿Qué ocurre cuando amas tanto a una persona que no puedes seguir viviendo sin ella, cuando su muerte significa el final de tu vida? Quizás por eso entiende tan bien Jane y quizás por eso intenta con todas sus fuerzas que no destroce su vida como en su día le vio hacer a su padre.

No consigue recordar un solo momento en que la risa de su madre no llenara la casa o que su padre entrara o saliera sin besarla.

Sabe que en algún momento de su vida ansió ese tipo de amor. El hombre que le quitara el aliento, que hiciera que su corazón se desbocara y que sus sentidos se tambalearan. Un hombre sin el que su vida no tuviera sentido, pero ahora sabe que jamás lo encontrará. Sí, a veces ha fantaseado o esperado ese tipo de vida, una familia, un amor, hijos tal vez. Pero son sólo eso, fantasías. En su caso, fantasías pasajeras.

Dios, le duele tanto estar ahí rememorando esa noche. Ese maldito accidente le arrebató toda la felicidad, la esperanza, la fe, a su madre, y eventualmente a su padre. Quería tantísimo a sus padres. El dolor de las imágenes le provocaba tal nudo en la garganta que le impedía respirar. Dolía tanto todavía.

- ¿Qué ha pasado? – la pregunta desesperada de su padre casi sin voz la despierta de esos pensamientos.

- El conductor del otro coche iba borracho, se saltó un semáforo y chocó con ella. No...No sufrió, Bob. Ya estaba - las palabras mueren en su garganta.

- ¿Iba borracho? - Robert se pasa una mano temblorosa por el cabello - ¿Qué le ha pasado a él?

- Nada – susurra su amigo con la voz teñida por el dolor y la rabia incapaz de mirarle.

- ¡Maldito...!

- Tranquilo, Bob - intenta aplacarlo pero está tan furioso.

Aun hoy recuerda con detalle los sucesos de esa noche y las siguientes que siguen atormentándola cada vez que acuden a ella.

OoO

- Este fue el primer día en la nueva pero no agradable vida de Teresa Lisbon. Su padre no pudo soportar la pérdida de su madre. Los primeros días y las primeras semanas fueron malos pero todo fue a peor – continúa explicando - El día del funeral llegó y ataviados de negro los familiares y amigos se presentaron para dar el último adiós. La hermana de Lily estuvo unas semanas con los chicos esperando que la situación se normalizara y que su cuñado pudiera hacerse cargo de la familia. Cuando estuvo segura de que podría encargarse solo se marchó. Pero nada más alejado de la verdad. Tan sólo unos días después de la marcha de Anna, Robert se derrumbó... Comenzó a beber. Al principio era sólo una copa al salir del trabajo algunos días. Después, más y más. Un día tras otro, un día tras otro. Derrumbándose poco a poco ante la mirada apesadumbrada de la mayor de sus cuatro hijos. Robert Lisbon no pudo reponerse tras la muerte de su esposa.

La voz parece conocer toda su historia y la narra tal como ocurrió. Su padre no soportó la muerte de su madre y se fue consumiendo poco a poco. Al principio trataba de que sus hijos no se enteraran; luego le dio igual.

Se ha pasado tanto tiempo odiándole que ahora no puede soportar mirarle, verle de nuevo cometiendo ese estúpido e imperdonable error.

- Una tarde, cuando Teresa volvía del colegio con sus hermanos después de haberles recogido de sus actividades extraescolares, se encontró ante una escena insólita y descorazonadora. Su padre totalmente borracho en el sofá murmuraba cosas sin sentido. A su lado una botella a medio acabar...

Está en el salón. No sabe aún como manejar esto y quiere que acabe pero está aprendiendo a acostumbrarse. Las escenas cambian cronológicamente pasando a través de su vida y cuando la imagen va a cambiar se torna brumosa, extraña y luego puede ver claramente otra nueva. Ya no está experimentando el mareo y las náuseas de antes. Ahora lo que hace que se constriña su estómago y casi no pueda tenerse en pie es la imagen de su padre tirado en medio del salón llorando totalmente perdido. Mira alrededor en busca de algo que pueda hacerla salir de ahí o alguien a quien pedirle explicaciones. Necesita un botón de salida.

Siente la necesidad de ayudar a esos niños, de ayudarse a sí misma. Pero es obvio que tal tarea es imposible. Dios, son tan pequeños. Ella sólo tiene doce años en esa época, sus hermanos nueve, siete y cuatro. Su hermano menor, que algunas tardes se quedaba al cuidado de la señora Brady, la vecina de enfrente, tan sólo tenía cuatro años. Allí de pie se revuelve inquieta deseando largarse de una vez, intentando mirar en cualquier dirección que no sea la de los niños.

Esa tarde llevó a sus hermanos a sus respectivas habitaciones y le pidió a Michael que ayudara a los pequeños mientras ella recogía abajo. Y así lo hizo. Ayudó a su padre a levantarse y lo llevó a la habitación. Le puso una toalla humedecida en la frente y lo acostó. Se quedó allí mirándolo, compadeciéndose de él y pensando en lo patético que aquello era hasta que se quedó dormido. Luego bajó y comenzó a recoger el salón. Aún recuerda, y ahora lo revive con mayor claridad, la vergüenza y tristeza que sintió. Él era su padre, su héroe. Y para ella verlo así había sido un duro golpe. Fue la primera vez que tuvo que recoger a su padre borracho del suelo... pero no sería la última.

- Pasaron algunos meses y la cosa empeoró considerablemente. Teresa nunca hizo nada sino ser fuerte y ayudar a su padre y sus hermanos porque creía que era lo que su madre habría querido y todo lo que ella quería era mantener a su familia unida. La familia que le quedaba debía permanecer junta; pasar el mal momento hasta que llegara uno mejor. Ella se sentía en la obligación de hacerlo. No era más que una niña y tuvo que encargarse de todo. Pero no se siente como una heroína. Hizo lo que debía y lo hizo lo mejor que pudo. Cualquier persona a la que se le pregunte podrá decir, sin dudar un instante, que esa niña hizo más de lo que le correspondía.

Durante meses llevó a sus hermanos a clase, volvió con ellos del colegio, hizo las comidas, lavó la ropa... Algunas veces, algunos días buenos, su padre estaba bien y ayudaba, se comportaba (si bien no como un padre) como un adulto, al menos.

Pero la bebida podía más y más. Teresa intentó esconder y tirar las botellas, pero siempre aparecía una nueva de alguna parte. Para entonces su padre ya se había convertido en un alcohólico y era preferible que bebiera hasta caer dormido casi inconsciente a que estuviera despierto intentando buscar una botella.

Solía emborracharse mucho; luego se daba cuenta de lo que había hecho y lloraba, rogaba y pedía perdón. Ella nunca se sentía capaz de llamar a alguien o contar lo que ocurría. Siempre pensaba que las cosas irían bien cuando su padre terminara de pasar su luto.

¡Idiota!

- La pobre Teresa nunca salía, nunca se divertía. Siempre era la chica más triste del mundo. Siempre cansada, siempre aguantando. Cuidando de sus hermanos de día y llorando de noche, cuando por fin todos se habían dormido y ella se sentía libre para desahogarse y lloraba hasta que se quedaba dormida de puro cansancio. Y al comenzar el día lo mismo otra vez...

Pero eso nunca mermó sus capacidades, por suerte para el mundo sólo consiguió progresar y hacerse más fuerte hasta convertirse en el paladín de la justicia que es ahora.

Esto último la hace reír. Paladín de la justicia, repite para sí misma con expresión hastiada mientras suspira.

Viendo así la situación, escuchándolo de esa manera, se siente como la cenicienta. No le gusta que sientan lástima de ella. Pero ciertamente… fueron tiempos difíciles.

Sí, era cansado, extenuante. Durante todo ese tiempo... Luego comenzaron las palizas. Un día su padre estaba especialmente mal, el alcohol había empezado a hacer mella en él, tenía lagunas mentales, era arisco. Thomas estaba aburrido y quería que su padre jugara con él. Ella estaba en la cocina cuando oyó los gritos de Tommy que había sido abofeteado y empujado sobre el sofá con gran dureza. Por primera vez en su vida sintió miedo de su padre.

Aquella fue la primera vez y desgraciadamente no la última. Se emborrachaba hasta el punto de perder la cabeza, pegar a sus hijos y luego no recordar nada.

Sus hermanos se llevaban la peor parte. A ella no solía pegarle. Quizás ella le recordaba a su madre y, en el fondo, aunque no fuera consciente de lo que hacía, era incapaz de ponerle una mano encima. ¿¡Demonios, quién sabe! Ella misma aún no se explica cómo un hombre tan bueno, de corazón tan bondadoso, una persona que amaba a su familia incondicionalmente podía de la noche a la mañana convertirse en semejante monstruo. Ella puede llegar a entenderlo, alcohol para tapar los recuerdos y la triste soledad en el alma tras la muerte de un ser querido es cosa mala, muy mala. El alcohol es capaz de cambiar a una persona, al parecer hasta límites insospechados. Su padre se volvió arisco, su humor variaba de repente (casi siempre a peor) y había desarrollado una increíble violencia. Lo que Teresa nunca entendió es cómo pudo darse a la bebida en primer lugar, por qué no luchar por lo que aún le quedaba en lugar de auto destruirse. Por qué el egoísmo de no dejar siquiera que ella y sus hermanos que necesitaban a su madre y a su padre vivieran su luto y siguieran adelante, por qué no ser fuerte por ellos… Aún hoy…

Recuerda aquellos días como si fuera ayer, por desgracia.

Su padre llegaba borracho o se emborrachaba en casa y cualquier cosa, lo más mínimo e insignificante, desencadenaba una violenta serie de golpes y gritos. Luego (generalmente al día siguiente), cuando los efectos de la borrachera se habían ido, pedía perdón y lloraba jurando que no volvería a ocurrir pero siempre ocurría de nuevo. Le abría a Michael una brecha en la frente y tenían que ir al hospital y entonces, como si de un acuerdo tácito se tratara, su hermano decía que se había caído del monopatín, o jugando con sus hermanos en los columpios o algo por el estilo. Volvían a casa y tras una nueva oleada de disculpas aceptadas y lloros ella acostaba a su padre donde hubiera quedado (bien en el sofá o bien en la habitación que había compartido con su esposa) e iba a ver a su hermano que, tumbado sobre su cama con cara de enfado y decepción, le preguntaba sin necesidad de palabras "¿por qué?", con sus ojos de niño. Por toda respuesta su hermana mayor le sacudía el pelo negro azabache con su pequeña mano, le acariciaba la cara incapaz de darle una explicación mejor e intentando mostrar seguridad y determinación a pesar de la infinita tristeza que la embargaba, le decía: "Tranquilo, Michael, todo va a salir bien" y le sonreía, aunque en el fondo de su corazón sabía que le estaba mintiendo. Ambos lo sabían, pero Michael se quedaba más tranquilo cuando Teresa le aseguraba con tal convicción que las cosas iban a mejorar y que ella estaría allí para cuidar de ellos.

- No pasó mucho tiempo hasta que la vida les dio otro duro revés. Fue una noche de abril cuando su padre les golpeó por última vez, causando en esta ocasión unas heridas tan fuertes en el cuerpo de uno de sus hermanos que el pobre acabó en el hospital – la voz vuelve a resurgir de ninguna parte para sacarla de sus pensamientos e instalarla en nuevos recuerdos; dolorosos recuerdos – Aquella noche casi muere mas unas cuantas excusas les valieron la carta de salida sin incómodas preguntas. No obstante, la doctora Verónica Alma tenía fundadas sospechas de que esos niños estaban atravesando algún tipo de problema. Y estaba decidida a seguir investigando la situación. Así que se podría decir que su destino estaba escrito. De una manera u otra el camino de cuatro niños huérfanos quedaría separado del de su progenitor.

Lo recuerda. No sabe el día exactamente pero lo recuerda con claridad. Su padre les fallaba por última vez…

Habían tenido unas buenas semanas tras la última estancia en el hospital. Su padre ni siquiera recordaba haber golpeado a su hermano, se sentía tremendamente culpable y juró que lo dejaría, que dejaría la bebida y que nunca más volvería a hacerlo.

El día había sido genial con él y sus hermanos. Habían salido y comido juntos. El sol del Chicago primaveral bañaba sus lechosas pieles otorgándoles un saludable tono, la brisa sacudía sus cabelleras con suavidad y parecía que el universo se había alineado para conseguir que todo volviera a su cauce. Ya no había más temor, ni dolor, ni rabia. Sólo añoranza y esperanza. Mucha esperanza. Había perdón también. Y aunque Teresa Lisbon no lo sabía en aquel momento había un gran remordimiento por parte de su padre. No por lo que había hecho, sino por lo que haría.

- Eh, Teresa… ¿Vienes o qué? – Sus hermanos juegan al fútbol a unos metros de donde ella y su padre reposan, cobijados bajo la sombra de un gran árbol- Nos falta uno.

- Ya voy. Esperadme un rato – contesta ella. Esto también le es familiar. En aquellos momentos quería estar un rato más con su padre, disfrutar de su abrazo mientras fuera posible. Había aprendido a valorar los pocos instantes que la vida le ofrecía y aquel era uno de ellos. Así que se arropó en los brazos de su padre y aspiró la brisa de Chicago mientras miraba alrededor con nostalgia atesorando todo el bello paisaje que la ciudad le ofrecía.

- Teresa -.

- ¿Sí, papá?

- ¿Podrás perdonarme? – su voz se torna en un tortuoso susurro. Ella respira con cierta dificultad, un nudo formándosele en la garganta.

- Pues claro, papá. – Sinceridad pura salió de sus labios de niña.

Pues claro. Cómo no iba a perdonarle. Era su padre, aún le quería y si hubiera cumplido su promesa de cambiar y hacerlo mejor esta vez por ellos, ella le habría perdonado sin dudarlo. Las cosas habrían sido diferentes, ella y sus hermanos no estarían tan distanciados y ella se cogería todas y cada una de las vacaciones de navidad para volver a casa con su familia y pasar todo el tiempo que pudiera con su padre y los chicos. Dormiría en su vieja habitación llena de esas condecoraciones de atletismo y repasarían viejas historias de su niñez antes de irse a la cama la noche de Navidad.

Pero la realidad es muy diferente. Sólo le quedan sus hermanos, apenas los ve, no pasan las navidades juntos porque se siente un poco fuera de lugar pues ellos ya tienen sus familias y sus vidas hechas y esos pocos días no hacen más que recordarle el pasado y todo lo que le arrebataron. Y aunque añora a sus sobrinitas, esas fiestas la entristecen demasiado y prefiere pasar el tiempo sola y trabajando que recordar el pasado. El trabajo siempre ha sido una válvula de escape para ella.

Ya de nada sirve disgustarse por la leche derramada. Esa es su historia. No hay nada que ahora se pueda cambiar. Aunque le sigue resultando inquietante que alguien quiera hacer que recuerde todo eso.

- Lo siento tanto mi pequeña Teresa – la sostiene entre sus brazos con tanta fuerza… - No sé en qué me he convertido…

- Papá – le mira, seguramente provocando una punzada de dolor en su padre pues tiene los mismos ojos de su madre - por favor, no digas eso… No importa lo que haya pasado ¿vale? No importa. Sólo promete que todo irá bien, de verdad esta vez.

- Estaréis bien. Prometido. – Su padre le sonríe, besa su frente y se levanta junto con ella – Ahora vamos a jugar antes de que tus hermanos desesperen.

No dijo todo irá bien o estaremos bien, pero Teresa no lo tomó en consideración en aquel momento. Se limitó a sonreír y seguir adelante a la espera de que la situación mejorara. Era lo único que cabía esperar. Equivocadamente.

- Esa misma noche el padre de Teresa estrelló su coche contra un árbol – la voz narra de nuevo lo que ella es incapaz de dejar entrar en su memoria. Demasiado dolor, otra vez, como si la pesadilla nunca cesase– Tras pasar el día juntos y volver a casa, escribió dos cartas de despedida. Una para sus hijos y otra para Anna, la hermana de su esposa, donde le pedía que cuidara de los niños y le explicaba que no podía hacer frente a todo aquello, que la perdida de Elizabeth había sido demasiado fuerte y no era capaz de cuidar de sí mismo y mucho menos de sus hijos, y que sin él estarían mejor. Le decía que tenía confianza absoluta en ella que sabría cuidarlos y quererlos. Le hablaba también de unos seguros de vida que dejarían a sus hijos bien protegidos económicamente hasta avanzada edad. Lo tenía todo preparado para irse con su mujer. Y así lo hizo. Acostó a sus hijos, los besó y les dijo que los quería. Cuando se aseguró de que dormían salió muy despacio, cogió el coche y condujo durante horas antes de estampar su coche contra un árbol en la cuneta. Antes había pasado por una licorería a comprar un poco de valentía líquida que le ayudara a dar el paso.

Por la mañana los pequeños Lisbon se despertaron con una nueva escena que ya habían vivido antes. Un policía, la tía Anna preparándoles para lo sucedido… La vida volvió a darles un terrible revés.

La tía Anna fue como una madre para ellos. Era la hermana pequeña de su madre y les quería como si fueran suyos, siempre sintió una gran admiración por su hermana mayor y la vida que había construido. Por aquel entonces tenía unos treinta años y estaba soltera. Obtuvo la custodia de ella y sus hermanos. Richard, el mejor amigo de su padre siguió visitándoles cada fin de semana y jugando con los chicos, lo cual les venía bien para tener una figura masculina cerca, hasta que un día se quedó para siempre. Sí, el soltero de oro Richard Brown del cuerpo de policía de Chicago y la indómita Anna, editora, y escritora bajo el sobrenombre "Anna Wolf", se enamoraron y un buen día acabaron casándose. Nadie lo habría imaginado. Fue una hermosa relación fundada en la confianza y la complicidad, fraguada con tiempo y esfuerzo.

- Sus días de instituto pasaron sin grandes hazañas. Era una chica normal que si bien nunca dejó atrás la tristeza por lo que le ocurrió a su familia logró ser feliz. Era muy feliz con sus hermanos junto a Anna y Richard. Tenían todo lo que necesitaban y habían formado una familia con ellos. Teresa era una chica tímida e inteligente, con buenas notas en las clases y excelente en los deportes. Le gustaba pasar desapercibida, tenía pocos amigos pero verdaderos y no tenía novios. No se interesaba lo más mínimo por los chicos (excepto una vez aquel chico del equipo de fútbol a quien en secreto adoraba), y evitaba la frivolidad de sus compañeras de clase animadoras. Su tía tuvo que obligarla literalmente (aunque con mucha amabilidad) a asistir al baile de último curso y lo hizo con un precioso vestido en el que no se sentía muy cómoda pero con el que estaba hermosa.

Casi suelta una carcajada al recordar aquello. Sí, un traje precioso. Su tía se había enterado de que un chico la había invitado al baile. Quizás fue su hermano. Y había estado detrás de ella cada día con esa sonrisa y esos guiños hasta que consiguió que le dijera que sí. "Vamos, será divertido", "Tienes que salir con chicos de tu edad" y ella lo hizo. Fue al baile acompañada de ese chico tan mono que no le interesaba lo más mínimo en el terreno sentimental pero con el que congeniaba y se divertía muchísimo. Y eso pasó; se divirtieron, llegó tarde a casa, Matt la besó al dejarla en la puerta y hoy en día siguen siendo buenos amigos. Su tía la esperaba en la habitación con la luz encendida esperando. Llevaba una sonrisa más grande aún que la suya. Hay algo en su familia que todos comparten, la sonrisa. La misma sonrisa.

- Al cumplir los dieciocho años, Teresa fue a la Universidad y a la academia de policía. Esta nueva etapa le valió para alejarse de su vida anterior y de las responsabilidades que había soportado. Ahora sólo tenía que ocuparse de sí misma, estaba lejos de casa y eso le gustaba. Tomó un poco de distancia, ya no tenía que mediar continuamente entre sus hermanos. Los echaba de menos, sí. Pero quería alejarse y ocuparse de ella misma. Ser libre por un tiempo. Y así lo hizo. Navidades en familia y el resto del tiempo siendo Teresa Lisbon.

No había gran diferencia entre una y otra pero le gustaba estar sola, ser ella misma sin tener que cubrir las espaldas de sus hermanos ni mediar en sus broncas. Anna se encargaba de ellos muy bien. Su tía no quería que ella fuera policía. Sabía los disgustos que conllevaba la profesión, pero nada podía quitarle la idea. En realidad, hoy en día, no sabe aún qué la llevó a tomar tal decisión pero estaba totalmente convencida. Sería detective de homicidios y erradicaría el mal de las calles tanto como pudiera. Y en eso se convirtió una poli. Una súper poli. Muy orgullosa de ello.

- Cuando terminó su preparación, la joven Teresa fue enviada a California, el Estado Dorado, en concreto a la ciudad de San Francisco. El agente Samuel Bosco de la unidad de homicidios de la policía de San Francisco la tomó enseguida bajo su tutela. Ella estaba decidida a superar a todos y cada uno de los colegas masculinos. Odiaba cuando eran condescendientes o groseros por ser una mujer. Ella quería ser una más. Y lo consiguió. Resolvía casos, era la última en salir y la primera en llegar, acataba las normas a pies juntillas, era inteligente y dura. Buena en los interrogatorios y con buena puntería.

Las imágenes de la época con Bosco le traen muy buenos recuerdos a la mente. Y otros no tan buenos. Tenía 24 años por aquel entonces, era la más joven de la pandilla y al principio le costó hacerse un hueco en el equipo, pero lo consiguió. A base de esfuerzo se hizo respetar y Bosco siempre fue un gran apoyo para ella. Duro pero justo. Noches repasando casos a los que ya no le encontraba pies ni cabeza, las largas vigilancias nocturnas, los tiroteos… Oh, la primera vez que le dispararon. Bosco estaba tan preocupado. La imagen de un Bosco más delgado y con más pelo, más de diez años atrás, le provoca una increíble nostalgia. Apenas fue un roce en el hombro pero aquel hombre grandulón estaba deseando mandarla a casa. Podía ser tan tierno… Ya estaba casado cuando se conocieron y por eso nunca le dijo lo que realmente sentía. Eran compañeros y no habría estado bien, y ningunos de los dos necesitaba meterse en líos. Mantuvo su amor en secreto hasta el mismo día de su muerte.

"Bosco"… Le echa tantísimo de menos. Él no era mucho mayor que ella, pero enseguida la tomó bajo su protección, estaban muy unidos y ella en secreto llegó a sentir algo por él. Quizás era sólo por cómo pensaba siempre en ella y su capacidad de ser tan rudo en el trabajo pero a la vez tan dulce y tierno como un oso de peluche; o a lo mejor el hecho de que el fuera el jefe de su unidad, toda una autoridad entre los novatos o que sabía que era imposible… ¡Quién sabe! El caso es que al parecer no iba muy desencaminada con sus sentimientos. Bosco era todo un personaje. Cuántas veces habrá peleado con él en la forma de llevar un caso…

Lisbon mueve la cabeza a derecha e izquierda intentando deshacerse de sus pensamientos antes de que a la voz le dé por volver, pero no puede evitar sonreír, llena de nostalgia, cuando se acuerda de él y se ve a sí misma entrando con su jefe a una casa pistola en mano en medio de una redada. Era genial. Lo añora. Aunque ahora tiene su propio equipo y absolutamente ninguna queja sobre ellos. Bueno, quizás una: cuando VanPelt y Rigsby se liaron. ¿A quién se le ocurre? Lástima que su historia no triunfara. Pero el deber es el deber.

- Bien, sigamos. La carrera de Teresa Lisbon iba viento en popa, muy en contraste con su escasa vida sentimental o personal. Después de cuatro años en San Francisco su carrera se vio enfocada hacia un puesto más alto. A los 27 años la detective de homicidios de San Francisco cambió de ciudad y pasó a ser la agente especial Teresa Lisbon de la Brigada Criminal de California. Una agencia del Gobierno encargada de los delitos serios en todo el Estado de California. Allí pasaría tres años hasta que finalmente fuera promocionada para un puesto de líder de equipo.

Como en otras ocasiones, había sido un reto.