Ganar el partido de quidditch era importante por varias razones.

Todo Gryffindor confiaba en él.

Había una larga tradición familiar con ese mágico deporte.

Si perdían su orgullo de Weasley sería el trapero para limpiar vómito de Filch.

Y ella estaría allí.

Ron repasaba sus razones sentado al pie de un haya desordenándose aún más el cabello rojo como el fuego cubierto de hojitas. En su regazo mantenía un pergamino manchado y arrugado con apuntes de Transformación y una caja de ranas de chocolate a medio comer.

Estaba seguro que cuando llegara a la Torre y apenas traspasara el agujero de la Señora Gorda, Hermione le echaría un sermón sobre quitar puntos a Slytherin por estupideces o por haberse quedado dormido en clase de Historia de la Magia y no repasar Astronomía para los ÉXTASIS.

Pero ella no comprendía, no podía entender el nerviosismo que generaba su mente al recordar el partido de mañana y el revoloteo que generaban las mariposas al ver una espesa melena castaña rizada y unos ojos marrones mirándolo emocionados y orgullosos que lo mirarían desde las gradas. Pero no eran mariposas, eran colacuernos húngaros, enormes dragones y que lo hacían sentirse el idiota más grande del mundo.

Tomó sus cosas torpemente y se dirigió a la sala común.

Se escondió detrás de unas estatuas al ver a Lavander Brown pasar, enfurecida, sacudiendo su cabello rubio que despedía un desagradable olor de vejiga de rana o tal vez una de las pociones de Neville. Caminó sin contratiempos.

Como último minuto vio como su mejor amiga entraba por el recién abierto retrato, de forma grácil y radiante. Estaba decidido a invitarla aquel sábado a Hogsmade. Por algo era Gryffindor ¿no? Era valiente y tenía agallas. O eso se suponía.

Eh, ¿Hermione? –preguntó tímidamente, mirándola tres metros más atrás, como si temiera un golpe.

¿Si, Ronald? –contestó llevándose un riso suave pero rebelde detrás de la oreja.

Ron sintió las orejas colorearse y se limpió el sudor imaginario de la frente con la manga de la túnica.

Me preguntaba si… -titubeó y de pronto se sintió indefenso ante la figura esbelta y delicada de Hermione Granger. Respiró y trató de que las simples palabras como "cita" y "Hogsmade" salieran de su boca- me preguntaba si… ¿me podrías prestar tus deberes de Pociones?

Su amiga torció la sincera sonrisa en una mueca de decepción. El pelirrojo se arrepintió de haberlas dicho y me abofeteó mentalmente. ¡Piensa en que luchaste con mortífagos y destruiste un horrocrux! ¡No puedes temer a una cita!

Yo… está bien, Ron, tómalos –le tendió un rollo de pergamino conteniendo las ganas de llorar. ¿Cuándo se daría cuenta que ella lo quería como algo más que un amigo?

Gracias –lo agarró y automáticamente giró sobre sus talones en dirección a la escalera del cuarto de los chicos.

Hermione no contestó. Te dije que no te hicieras ilusiones, el beso en la cámara no fue más que un roce de niños, sentimientos no expresados. El no te quiere, eres demasiado aburrida y sabelotodo… Ni siquiera se acuerda del beso de la Cámara, todo fue por presión…

Ron se detuvo. Apretó los puños hasta que sus nudillos quedaron blancos y sacudió la cabeza enérgicamente. Fred le hubiera dicho que no fuera un estúpido, que volteara y le dijera todo lo que sentía, que no merecía ser su hermano si no lo hacía, que por algo le habían regalado el libro para conquistar… y si Fred lo decía, era una orden. Honraría su memoria hasta en las cosas triviales.

Hermione –espetó con el ceño fruncido. Dejó el rollo de pergamino esmeradamente limpio y se pellizcó. Se valiente, sé Gryffindor- quiero pedirte otra cosa.

La castaña volteó con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes. El pelirrojo recordó que al ser envenenado, lo primero en lo que había pensado habían sido en los ojos color marrón oscuro, tan oscuro como las ranas de chocolate o los bombones rellenos.

Dime –suspiró resignada.

El fuego chisporroteaba alegremente, creando sombras gigantescas que se proyectaban a la muralla roja.

Quiero… –comenzó decidido. Sus manos temblaban- ¿querríasiraHogsmadeconmigo?

Silencio. Hermione abrió la boca para decir algo o preguntar ¡¿qué?! Para que esas sagradas palabras se quedaran en su memoria.

¡Por Merlín, Hermione, di algo! Si no quieres no importa, pero dime –suplicó.

Silencio. Estaban solos en la sala común y la pálida luz de luna se filtraba a través de las cortinas abiertas.

Está bien. No digas nada. Sé que no quieres ir –algo en su pecho murió y se sintió más pesado, con un vacio en el corazón. Estaba incompleto. Corrió hacia las escaleras, avergonzado y con las orejas rojas.

Hermione corrió con una gran sonrisa impresa en el rostro y agarró el antebrazo del pelirrojo obligándolo a parar (tenía tan poca fuerza que no podía hacerlo retroceder).

Y todo pasó muy rápido.

Ron volteó, Hermione abrió la boca para contestar, sin dejar de tirarlo por el antebrazo, Ronald sintió como sus latidos se aceleraban y, sin pensarlo, la besó, olvidándose de su nerviosismo por el partido, olvidándose de los dolores, las muertes y las penas; siendo libre.

Bien, quizá sí aceptó la invitación.