(Parte no disponible por ahora)
-Vamos, no me jodas…
Asió con más fuerza la muñeca de la chica que tenía delante. A pesar de lo imponente que pudiera parecer la expresión, había sido una súplica pronunciada con un hilo de voz. Quebrada. Igual que él se estaba quebrando por dentro.
Ella no pudo hacer más que negar con la cabeza gacha. No podía hablar. El nudo que se le había formado en la garganta era tan espeso y doliente que la frenaba al tratar articular palabra alguna.
La había descubierto, y aunque no quisiera, aunque se matara de dolor, tenía que huir. Necesitaba huir de ahí, de su lado, de la cercanía de alguien que conocía su verdad y ante el cual no podría mantener la cabeza en alto nunca más.
No importaba, no importaba que lo quisiera como nunca había querido a nadie, no importaba que el "prohibido enamorarse", que se había grabado a fuego en el corazón desde que empezó a tener uso de razón, no hubiera sido efectivo.
Él le había dicho que la aceptaba, que incluso la ayudaría y…tal vez pudiera llegar a ser cierto. Tal vez la aceptara a ella, pero nunca a lo que la rodeaba. Nunca aceptaría a su realidad diaria, de la que era incapaz de huir, como iba a hacer dentro de unos pocos minutos de él.
Porque ni ella misma la aceptaba.
Porque si ella era incapaz de convivir con ella, a pesar de sufrirla durante toda su vida, no quería imaginar lo que supondría para alguien ajeno, que no tenía nada que ver con el asunto y al que no debía cubrir de la misma porquería por la que estaba cubierta ella…
Porque no era suficiente.
Nada sería suficiente nunca para que ella misma se aceptara, para que ella misma afrontara la realidad con la cabeza alta y sin temor o vergüenza. ¿Cómo la iba a mirar a partir de ahora sabiendo todo lo que sabía? No quería lástima, ni conmiseración, ni falsa empatía, ni cuchicheos a su espalda. Lo detestaba. Siempre había luchado contra eso y no soportaría que se añadiera a su lista de sufrimiento.
¿Cuándo se había tomado la libertad de confiar en la vida?
Él, él era precisamente la persona que más temía que se pudiera llegar a enterar de todo algún día y ahora…
No, no tenía más opción que rematar lo que estaba a punto de hacer.
Tiró nuevamente de la muñeca que él le tenía atrapada, pero fue en vano.
-Por favor… -volvió a rogar él.
Huía, estaba huyendo y él trataba de impedirlo. Pero no le había dirigido la palabra desde que la había abordado en la puerta de su casa, a punto de subirse al coche en el que la esperaban sus padres, dispuesta a huir de nuevo. ¿Cuántas veces lo habría hecho ya? No se atrevía a preguntar, pero intuía que tendría bastante práctica, ya que había organizado esa escapada de manera fugaz. Si no hubiera sido porque hacía dos días que no le cogía el teléfono, y había temido que algo raro pasara, no se hubiera presentado en su casa y ella se habría marchado sin despedirse.
Algo raro…sinceramente, había temido algo más que "algo raro", pero, por lo menos, le alegraba saber que estaba bien.
¿No lo quería? ¿Entonces por qué se tenía que resistir? ¿Por qué se tenía que ir?
Miró de soslayo la parte trasera del coche negro en el que se encontraban los padres de la chica. Bazofia, eso es lo que eran. Regresó la mirada de nuevo hacia ella asqueado.
-Escúchame, juntos podemos…
-¡No! –tiró de nuevo, y esta vez consiguió desasirse sin problemas, porque le había pillado desprevenido que hablara.
Ella dio dos pasos torpes hacia atrás ante el inesperado afloje. Lo miró, ojos suplicantes y dañados. Dañados durante muchos años, durante toda su vida, y tuvo claro lo que vendría a continuación, pero no fue capaz de reaccionar a tiempo.
Salió disparada hacia la puerta del conductor y se metió corriendo en él.
-No…no, no, no, ¡no, no, no!
Salió embalado en su busca, pero ella ya estaba metiendo de manera torpe la llave en el interruptor. Estaba nerviosa, tal vez podría jugar con eso a su favor.
-¡Estás huyendo! ¡Cobarde! –aporreó el cristal de la ventana del copiloto pero no recibió ni tan siquiera una mirada. Simplemente pudo observar como posaba sus manos temblorosas en el volante y como el coche, con un rugido, cobraba vida.
-¡Escúchame, esto no puede acabar así! ¡No después de todo! ¡Ya te he dicho que nada de todo esto me importa!
Cambio premioso de marchas.
-¡Por favor!
Lo miró, ella dijo algo que no logró entender y todo se ralentizó. Su cara se transformó por completo, el dolor transfiguró sus facciones de un modo que no le había mostrado nunca. Una lágrima resbaló lenta por su ojo derecho y…
Se marchó, el coche arrancó. Dejándolo inmovilizado, con la respiración agitada, los nervios a flor de piel y la rabia amenazando con desbordarse. Apretó los puños tratando de contenerse.
-¡Cobarde! –se giró hacia el coche que ahora se alejaba presuroso, no lo iba a perseguir. No la iba a perseguir, ya no. No había nada que hacer. Se había acabado…- ¡Eres una maldita gallina, me oyes? ¿Lo has oído bien! –resistió victorioso el impulso de echarse a llorar, mientras su respiración se tornaba más agitada-. Te amo, imbécil… -murmuró con los dientes prensados.
