La historia y los personajes de "Wicked: Memorias de una Bruja Mala", no me pertenecen. Son propiedad del escritor Gregory Maguire.
The Emerald City
Fiyero buscó por cielo, mar y tierra el rastro de Elphaba, la tan aclamada y a la vez odiada Malvada Bruja del Oeste, como la nombraban los habitantes del País de Oz. Glinda innumerables veces intentó conjurar alguna clase de hechizo que les diera a ambos alguna pista sobre la ubicación de su vieja y verde amiga, pero ningún medio al cual recurriera cualquiera de los dos servia; ella con la magia, él aprovechando su rango militar. Quizás era como su prometida decía: Elphaba no quería ser encontrada, ni siquiera por sus amigos.
En los cinco años que habían transcurrido desde el súbito ataque y posterior huida de Elphaba, en el Palacio del Mago, abandonando así Shiz e incluso a su hermana menor, Nessarose, él había sido nombrado Capitán de la Guardia, y se le había encomendado primordialmente la búsqueda y arresto de la Bruja. Glinda ahora era su prometida y Madame Morrible aseguraba que su futuro como pareja y figuras políticas era brillante, y que una vez que él tomara bajo custodia a Elphaba, se ganaría tanto el afecto de los habitantes de Oz, que estos lo proclamarían héroe nacional, pero para Fiyero ese fabuloso futuro estaba muy lejos de sus verdaderos deseos.
Había seguido su noviazgo con Glinda hasta comprometerse, y ella parecía fascinada con la idea, incluso, poco a poco parecía estar olvidando a Elphaba. Mas bien, bueno, él creía que ella nunca la olvidaría, pero Glinda estaba segura de que Elphaba sabía cuidarse sola; a su antigua compañera de habitación nunca le gustó que se preocuparan por ella o intentaran ayudarla si ella no lo pedía. La extraña condición de su epidermis la había vuelto orgullosa. Fiyero también lo sabía, sin embargo, se sentía bastante más intranquilo. Temía que en cualquier momento le llegaran noticias de que Elphaba había sido capturada en alguna región de Oz y que la gente había tomado justicia por mano propia, tal vez torturándola, y seguro linchándola. Había rumores de que volaba en su escoba mágica por todo Oz, liberando Animales y difamando el nombre del Mago, manejando una secta secreta de seguidores, tanto como rebeldes y terroristas, así como Animales, que tenían por meta derrocar al Mago y sumir al País de Oz en un reinado de oscuro terror y esclavitud.
Decían que tenía un tercer ojo que siempre estaba despierto, alerta ante cualquier peligro, y que era tan potente como un telescopio. Los cotilleos aseguraban que se encontraba refugiada junto con Animales rebeldes que le daban agua y comida. El más terrible de todos ellos era el rumor que afirmaba que su alma era tan sucia, que el agua pura podía derretirla como mantequilla al fuego, o que su piel verde era una manifestación física de su naturaleza retorcida y malvada.
¡Todo eso era mentira! ¿De verdad la gente, por muy ignorante y vacía que fuera, podía creerse semejantes chismes? Una intensa furia lo recorría de pies a cabeza cuando escuchaba aquellas injurias, porque él la conocía bien. Bueno, no la había conocido tan profundamente, pero si de algo podía estar seguro, era que Elphaba no era malvada. Sí, era buena con la magia y la hechicería, tenía el don de la brujería, pero eso no significaba que lo usara para el mal ni que siguiera un retorcido camino de perversidad. Glinda también era una Bruja, pero no tan talentosa como Elphaba, ¿entonces por qué todos la consideraban a ella bondadosa, amable y generosa? Si tan sólo los habitantes de Oz pudiesen darse cuenta de que el terrorismo de Elphaba tenía como objetivo reclamar los derechos de los Animales… pero no, porque incluso para los habitantes de Oz, los Animales, con su don del habla y su conciencia tan parecida, sino es que idéntica a la humana, seguían siendo animales, pero demoniacos, una aberración de la naturaleza, y actualmente no se podía encontrar a ningún Leopardo atendiendo una tienda o alguna Cabra dando clases en la universidad, como el doctor Dillamond, que después de ser despedido de Shiz, jamás se le volvió a ver.
Por eso había aceptado el puesto de Capitán de la Guardia. Si había alguien indicado para capturar a Elphaba, ese era él, Fiyero. Una vez que la encontrara, él mismo se encargaría de mantenerla en un lugar seguro hasta encontrar una solución, incluso, intentaría limpiar su nombre. Cualquier otro la hubiese tomado bajo arresto y arrojado a las garras de los furiosos habitantes de Oz para que la quemasen viva o la aventaran a un río para que se derritiera, tal y como decían los rumores.
¿Pero dónde podría estar? ¡Cinco años desaparecida! Hacia bastante tiempo que no recibía ningún aviso de que se le había visto sobrevolando en alguna región remota. Por la mente de Fiyero pasaban las peores predicciones. ¿Estaría muerta? ¿Ya la habrían linchado? ¿O simplemente estaría escondida, preparándose para dar un nuevo golpe y sembrar el terror?... Incluso tal vez la había agarrado de improvisto aquella torrencial lluvia de la semana pasada y había muerto, derretida y reducida a cenizas, polvo, o agua verdosa. Sólo el Dios Innominado lo sabía.
No, no quería pensar en eso. Aun tenía esperanzas de volver a verla. No entendía por qué. Pasaba más tiempo pensando en Elphaba que en su próxima boda con Glinda, la cual, honestamente, lo tenía bastante estresado.
Bien, había sido suficiente. Había pasado todo el día en el cuartel dando órdenes y planeando nuevas estrategias para la búsqueda de la Bruja. Era el único que quedaba. Desde hacia horas todos los soldados y policías se habían ido a casa con sus familias. Sólo quedaba él.
Hastiado del aire estancado de su oficina y turbado por la amarillenta luz, y en plena madrugada, salió del cuartel, pero no se dirigió a casa. En lugar de eso tomó rumbo hacia el centro de Ciudad Esmeralda. Sus pasos lo dirigieron a una de las pocas iglesias unionistas que albergaban una capilla a Santa Glinda (la Santa, no Glinda la Bondadosa, aunque Fiyero no dudaba que con el tiempo, también a su prometida la considerasen una santa. Una bruja santa, la primera en la historia de Oz). No supo por qué fue allí, pero se dejó guiar por sus pasos entre las calles desiertas del centro de la ciudad.
Cuando llegó, la iglesia estaba casi vacía. En la entrada sólo se hallaba un vagabundo pidiendo limosna. Fiyero le dio un billete y un par de monedas, y el vagabundo le dijo que el Dios Innominado lo tuviera siempre bajo su manto de bendición, pero Fiyero se sentía bastante alejado de aquel buen deseo. Dentro de la iglesia solamente había un par de feligreses que oraban a la luz de las velas, y una vieja y desvelada mónaca tocaba gentilmente la lira.
La capilla a Santa Glinda parecía estar incluso más vacía que de costumbre y aparentemente estaba cerrada, pero aun así fue a comprobarlo. Para su sorpresa, la puerta estaba abierta, y la capilla no estaba vacía. Había un penitente de rodillas y con las manos juntas, apretadas contra el rostro. Parecía estar orando, sin embargo Fiyero no podía escuchar ninguna clase de murmullo. El feligrés mantenía la cabeza agachada y los hombros encogidos hacia delante, y a juzgar por la delgadez del cuerpo cubierto bajo aquellos harapos y velos negros, parecía tratarse de una mujer, aunque no pudo adivinar si era una joven o una anciana.
A decir verdad, la imagen daba un poco de miedo. Eran casi las dos de la mañana, había poca iluminación en la capilla, salvo la débil luz que brindaban unas velas grasientas, y la mujer hincada y vestida de negro (colores que poca gente usaba en la rimbombante ciudad verde) era un poco sobrecogedora. Aun así, Fiyero no creía en fantasmas que aparecen en iglesias para reivindicar sus errores cometidos en vida, ni tonterías como esas, así que dejó de prestarle atención a la devota mujer y se dirigió al frente, donde la imagen de Santa Glinda se imponía en la forma de una estatua. Antaño, debió haber sido toda una pieza de arte, pero ahora no era más que una figura bastante gastada, llena de polvo y con algunos rayones. Tenía quebrado uno de los desnudos pies y los colores que se habían usado para pintarla estaban opacos. Era de esperarse. Santa Glinda no era una figura divina muy popular o conocida, así que las mónacas no le ponían especial cuidado a la capilla, pero a Fiyero le parecía un poco gracioso e irónico que existiera una santa con el mismo nombre de su prometida, aunque este en realidad fuera un apodo autoimpuesto por ella misma, porque el verdadero nombre de Glinda era "Galinda".
La observó un momento, sin mucho animo y un poco decepcionado, y después se dio la media vuelta para retirarse. No pudo evitarlo, y quiso hacerlo por considerar aquello una falta de respeto, pero sus ojos terminaron por posarse un sólo instante en la negra figura que aun se hallaba de rodillas entre las bancas. No quiso prestarle más atención, pero cuando apenas dio un par de pasos más, cayó en la cuenta de que le había parecido ver, durante una fracción de segundo, el rostro de la mujer, a pesar de que este estaba parcialmente cubierto, y le dio la impresión de que la conocía.
Y su piel era… ¿verde? Era difícil asegurarlo pues su rostro estaba oculto por un negro y espeso velo de encaje. Lo que sí podía asegurar era que la joven tenía los labios pintados de un intenso pero oscuro color carmesí, tal y como Elphaba había comenzado a pintarlos después de ser "Glindificada", hace ya años en Shiz. Por un momento le pareció que llegar a la conclusión de que se trataba de Elphie por esa razón, era una tontería, pero su mente no dejó de insistir.
¿Sería posible? Se preguntó Fiyero, deteniéndose en seco. Tal vez había pensado tanto en dónde podría estar Elphaba y se hablaba tanto de ella que ahora ya hasta la veía en la sopa, pero bueno, no perdía nada con intentarlo. Después de todo, si se confundía, ningún habitante de Oz sabía el verdadero nombre de la Bruja, así que en caso de que no fuera ella, nadie se sentiría ofendido y podía hacerlo pasar por un simple malentendido.
—¿Elphaba?— Fiyero se volvió sobre sus pasos y se acercó a la mujer, susurrando el nombre como si se tratase de un secreto de confesión.
La mujer no respondió ni se movió. No volteó a verlo, como si no hubiera nadie ahí.
—¿Elphaba? ¿Eres tú?— y nada. El capitán, a pesar de que estaba intentando controlarse, la alegría mezclada con la expectación y la impaciencia lo impulsó a posar su mano en el hombro de la mujer, tratando de llamar su atención, pero la joven se lo quitó de encima bruscamente. Fiyero pudo ver como los rojos labios de la joven se retorcían en una mueca de desagrado y desconfianza.
¡Era ella! ¡Definitivamente! No conocía a nadie capaz de hacer semejante mueca de irritabilidad.
—¡Lo sabía! ¡Eres tú! ¡Mi esplendida Elphie, no sabes el gusto que me da verte!— exclamó Fiyero, viéndose súbitamente recorrido por una enorme dicha. ¡Tanto tiempo buscándola, y se le aparecía así como así, frente a sus ojos! ¿Quién iba a decir que el día terminaría de tan buena manera?
Sin embargo, la mujer no compartía su gusto y seguía mostrándose indiferente y un poco incomoda.
—Vamos, Elphaba. Sé que eres tú. Mírame, ¿no me reconoces? Soy Fiyero Tiggular, de Shiz, de los arjikis. Estudiamos juntos, ¿recuerdas? Ciencias de la vida— dijo él, apuntándose así mismo.
—Me está confundiendo, señor— respondió finalmente ella, aunque esa no era la respuesta que Fiyero esperaba, y sabía que la mujer estaba mintiendo.
—¡Nada de eso! Te reconocería en cualquier lugar. Esa piel verde que tienes no se olvida fácilmente. Es única— insistió Fiyero. Seguramente, Elphaba, en su condición de terrorista, intentaba ocultar su identidad, por eso iba vestida así y cubierta de pies a cabeza. Seguro que no se esperaba que alguien llegara a esas horas de la noche a una capilla olvidada como esa.
Elphaba, o quien Fiyero suponía que era ella, se levantó. Mantuvo la cabeza gacha y escondida detrás del velo y trató de irse, pero Fiyero la agarró fuertemente del brazo y la detuvo antes de que pudiera dar un paso más.
Hubo un instante de silencio sepulcral, tal y como aquella vez en que Elphaba y él escaparon al bosque con el cachorro de león que habían rescatado de la cruel clase del doctor Nikidik. Aquella vez, Elphaba lo había tomado de la mano antes de que él se fuera, pidiéndole disculpas y asegurándole que sí necesitaba de su ayuda, que hasta una verde chica como ella a veces necesitaba ayuda, sólo que a diferencia de esa vez, ella no lo miró, sólo le suplicó que la dejara en paz.
—Señor, le ruego que me suelte— pidió la mujer, pero sin voltearlo a ver. Mantenía el rostro desviado, dejando ver sólo una larga figura negra, pero Fiyero no desistió. No había pasado tanto tiempo buscándola para que se le fuera de las manos así como así.
—No, no te voy a soltar, Elphaba. No hasta que aceptes que eres tú. Deja ya esta broma, no me tomes el pelo—
—Ya le he dicho que yo no soy esa tal Elphaba— Fiyero era un hombre especialmente paciente, pero Elphaba era lo suficientemente obstinada y terca como para sobrepasarlo.
—Está bien, si no quieres decirme, tendré que forzarte. Discúlpame, Elphie, pero tendré que obligarte a decírmelo—
—¿Qué…?— pero Elphaba no tuvo tiempo de decir nada más ni mucho menos protestar porque Fiyero la atrajo bruscamente y la puso de espaldas contra él, mientras trataba de arrancarle el velo que le cubría el rostro.
—¡Suélteme!— exclamó ella mientras trataba de luchar contra los brazos de Fiyero que forcejeaban con sus manos, que se movían con desesperación, las cuales le impedían a toda costa quitarle el velo, pero era difícil hacerlo en esa posición y aunque era una chica fuerte, Fiyero seguía siendo un hombre y su fuerza física quedaba muy mermada a su lado.
—¡Elphaba, no te voy a hacer nada!— afirmaba Fiyero aun forcejeando, pero ella no se dejaba tan fácilmente. Seguía gritando e insistiendo que no era ella, que la dejara en paz y que llamaría al sacristán para que lo echara —¡Sólo intento… quitarte… esto!— exclamó él, triunfante, una vez que le quitara el sombrero de punta y el velo junto con el, pero no fue suficiente, porque cuando la mujer sintió su rostro despojado del manto, se lo cubrió con ambas manos. Fiyero vio que sus manos también eran verdes. Aun así la mantuvo agarrada. Estaba seguro de que si la soltaba, ella saldría corriendo.
—Elphaba, mírame, ¡Y por Oz! ¡No seas ridícula! ¡Quítate las manos del rostro!— le gritó, ahora tratando de apartar sus manos, pero ella se resistía.
Viendo que era inútil, pensó que tal vez había sido muy rudo y quizás Elphaba estaría asustada (aunque lo dudaba), así que la soltó, pero tal y como lo esperaba, ella corrió hacia la salida de la capilla, pero Fiyero, con sus ágiles piernas y sin el estorbo de un vestido como el que ella estaba usando, fue mucho más rápido y alcanzó a cerrar la puerta antes de que ella pudiese salir.
Entonces lo miró. ¡Era Elphaba Thropp, en persona! Esa mirada dura y arisca era única y la podía reconocer en cualquier lado, sin contar el obvio hecho de que su piel tenía esa tonalidad verde tan característica e imposible de olvidar.
—Déjame salir— exigió ella.
—No— fue la escueta respuesta de él. Elphaba comenzó a retroceder muy lentamente por el pasillo que formaban las bancas, como si tuviera miedo y estuviera buscando otra salida.
—Elphie, soy yo, Fiyero, no tienes porque tenerme miedo. No te voy a robar ni a violarte. Sólo quiero hablar contigo— aseguró él con una sonrisa, intentando hacerla entrar en la confianza que muchos años atrás se tenían, pero mientras, Elphaba lo ignoraba y seguía retrocediendo muy lentamente, y Fiyero iba tras ella, con el mismo ritmo lento y pausado que ella estaba usando. Sí, tal vez había sido muy brusco con ella, pero para su sorpresa, Elphaba tomó una escoba que había estado recargada en una de las bancas y apuntó el mango hacia él.
—Fiyero, no quiero hacerte daño, pero por tu bien, quítate de mi camino— amenazó, mirándolo con fiereza, pero Fiyero ni se inmutó.
—Oh, vamos Elphaba, ¿Qué piensas hacer? ¿Sacarme a escobazos?— se burló, pero Elphie estaba lejos de tomar como graciosa aquella broma.
—Te recuerdo que soy una Bruja— murmuró ella con voz grave.
—Oh, bueno, vamos. ¡Hechízame! ¡Mira, estoy frente a ti, puedes hacerme lo que quieras!— Fiyero abrió los brazos con confianza, seguro de que Elphaba no le haría nada y que dentro de unos segundos bajaría la dichosa escoba. Pasaron aquellos segundos, en un silencio que sólo se veía interrumpido por la acelerada respiración de Elphaba. Fiyero podía sonar muy seguro de que ella no haría nada contra él, pero la constante y amenazadora mirada que se posaba sobre su persona, con el paso de los segundos, lo hicieron dudar.
Finalmente, Elphaba gruñó y bajó la escoba.
—¿Qué quieres?— espetó ella con irritabilidad, dejando la escoba a su lado —Si has venido a arrestarme, Capitán de la Guardia, te advierto que no es tarea fácil atraparme—
—Sólo quiero hablar contigo— contestó Fiyero con calma.
—Bien, así que es un interrogatorio. ¿Qué quieres saber? Vamos, pregunta—
—No, no te estoy interrogando, Elphaba. Sólo quiero hablar contigo, como en los viejos tiempos—
—Dudo mucho que el actual Capitán de la Guardia quiera entablar una amena conversación con su objetivo a atrapar— escupió ella con desdén, cruzándose de brazos, sintiéndose ligeramente traicionada. Fiyero suspiró. ¡Había olvidado lo terca que podía ser Elphaba! Pero no podía culparla. Glinda, ella y él, habían sido amigos en la universidad. Seguramente Elphie no se había tomado de buena manera el momento en el cual se enteró que Glinda trabajaba al lado del Mago y la Señora Morrible, y que él había sido nombrado capitán, con el objetivo de arrestarla, pero aquello no había sido más que un acuerdo entre Glinda y Fiyero, para estar al tanto y lo más cerca posible de la búsqueda de Elphaba y que una vez que la encontraran, no le hicieran daño.
—Bien, mira— Fiyero se quitó una a una las medallas e insignias doradas que colgaban de su saco militar y que lo identificaban como un capitán, y las tiró al suelo —¿Lo ves? No soy más el Capitán de la Guardia, sólo Fiyero Tiggular— el hombre levantó las manos en señal de paz. Fue en entonces que con aquel gesto, Elphaba suavizó un poco su expresión y dejó caer los brazos a un lado.
—Bien, ¿de qué quieres hablar?— murmuró, aunque en su voz aun podía escucharse aquel tono huraño.
—Me gustaría que habláramos en un lugar más privado— sugirió Fiyero.
—Este lugar me parece lo suficientemente privado. Además, ¿Cómo sé que no vas a tenderme una trampa?—
—Bueno, sólo puedo darte mi palabra, de que puedes confiar en mi— Elphaba no respondió. Torció la boca con desconfianza —Está bien, mira, si intento cualquier cosa contra ti, tienes toda la libertad de convertirme en sapo—
—No me apetece arruinar tus lindos rombos azules con una piel verde como la mía— respondió ella, cruzándose de brazos y arqueando una ceja.
—Ah, mira, no sabía que te parecían lindos— contestó él esbozando su galante sonrisa, ahora seguro de que se estaba ganando la confianza de Elphaba.
—¡Oh, cállate!— exclamó ella acercándose rápidamente él. Fiyero pensó entonces que ella lo atacaría por su impertinencia, pero para su sorpresa, ella se inclinó y tomó las medallas que antes Fiyero tirara al piso, y se las extendió.
—Vámonos, y más te vale que no estés intentando ninguna estupidez— amenazó. Fiyero sonrío, y le entregó su sombrero junto con el velo. Elphaba lo tomó a regañadientes y se lo puso mientras se cubría el rostro.
Ambos salieron de la capilla hacia la calle, y caminaron por las desiertas avenidas con discreción para que nadie los notara. Afortunadamente el vagabundo ya no se encontraba ahí y los penitentes estaban tan concentrados en sus oraciones que ni siquiera se percataron de su presencia.
—¿A dónde vamos?— inquirió Elphaba cuando hubieron caminado un par de cuadras.
—Al viejo mercado de cereales. Hay un departamento abandonado ahí—
—¿Y cómo vamos a entrar?—
—No te preocupes, tengo las llaves— le dijo Fiyero, mostrándoselas.
—¿Y que hace un príncipe como tú con las llaves de un departamentucho en el circulo de miseria de Ciudad Esmeralda? Te imaginaba viviendo en un castillo opulento junto a tu señora Glinda— bromeó Elphaba levantando ambas cejas.
—Es sólo un lugar al cual me gusta ir para estar solo—
—Vaya… ¿alguna especie de nido de amor clandestino? No me lo esperaba de ti— comentó Elphaba con tono sarcástico, y a pesar de que estaba cubierta, Fiyero pudo ver entre el encaje del velo como sus labios sonreían con cierto aire de reproche y a la vez, de complicidad. Sabía que en la universidad tenía fama de don Juan, pero ya había sentado cabeza y había dejado en el pasado aquella desagradable costumbre.
—¡Oh, vamos, Elphie! ¿Me creerías capaz de eso?— exclamó Fiyero, fingiéndose ofendido.
—De eso y mucho más. Siempre tuviste fama de mujeriego, cuando estábamos en la universidad—
—Bueno, ahora estoy comprometido con Glinda, y supongo que me he calmado— contestó él. Elphaba se mantuvo en silencio unos instantes y dejó de sonreír, para volver a mirar hacia el frente.
—No lo sabía— mintió ella —Felicidades, a ti y a Glinda— añadió, bajando la cabeza mientras caminaban, pero a la chica verde le costaba dar los pasos. Sentía una apremiante e inexplicable presión en el estomago. Estaba nerviosa, tan nerviosa como no lo había estado en muchos años. Si Fiyero, en la universidad, decía que siempre que él la veía ella estaba causando algún escándalo y en él alguna clase de conmoción, la presencia de Fiyero siempre la había puesto nerviosa a ella.
No sabía exactamente lo que estaba haciendo. Estaba caminando por Ciudad Esmeralda, la ciudad de Oz más vigilada por los soldados del Mago, buscándola. No conforme con eso, estaba caminando junto al mismismo Capitán de la Guardia, sobre el cual había recaído la responsabilidad de encontrarla a ella, a la Bruja, y él la estaba llevando a quien sabe dónde, y ella lo seguía como si nada, como si de pronto él hubiese dejado de ser un capitán, ella una Bruja, y volvieran a ser un par de simples universitarios caminando por los pasillos de Shiz.
¡Estoy tan feliz que podría derretirme! Hoy me estreno en el fandom de Wicked con este fanfic. Hace algunas semanas terminé de leer "Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West" (me gusta más el título en ingles. Es más sólido), así mismo, también vi el musical hace poco gracias a Youtube, y me ENAMORÉ de ambas historias. ¡Elphaba me pareció un personaje tan maravilloso! De todos los libros que he leído, películas que he visto, o personas que he conocido, jamás me identifiqué de tal forma como con la cual me identifiqué con Elphaba Thropp.
Como era de esperarse, se me metió el gusanito de hacer un fanfic de Wicked, y este es el primer fanfic de más de cuatro capítulos que termino (ya está completo, sólo falta corregirlo). También estoy trabajando en otro fanfic de Wicked que actualmente lleva 31 capítulos y otro más, pero mucho más corto.
En fin, con respecto al fanfic, es una mezcla entre el musical y el libro, pero tiene más escenas del musical. Para quien haya leído el libro, se darán cuenta de que estoy comenzando desde el tercer capitulo del libro "La Ciudad Esmeralda" donde Fiyero encuentra a Elphie; obviamente he modificado un poco las cosas, y todo esto se estará mezclando con la historia del musical.
Y sólo por aclarar: decidí darle a Fiyero la personalidad que le dieron en el musical, más despreocupado y extrovertido, a diferencia del libro, donde es bastante tímido y formal. Así mismo, decidí conservar el aspecto que tiene en el libro, de piel morena y el patrón de rombos azules tatuados. Siempre me pareció que Elphie tenía cierto fetiche con respecto a ello.
En fin, muchísimas gracias por tomarse el tiempo de leer el primer capitulo de esta historia. Siéntanse con toda la libertad de decirme lo que les gustó o lo que no les gustó. Así mismo, pueden darme sugerencias, ideas y marcarme mis errores, mientras se traten de críticas constructivas y bien fundamentadas.
Por cierto, si alguien quiere ver el musical subtitulado, aquí les dejo el link. Es la versión inglesa, en el Apollo Victoria, con Idina Menzel. Está grabado con celular, así que la calidad no es la mejor, pero está decente (junten los espacios).
http: / www. youtube. com/ watch? v=ob7dtzU5HEU & feature = related
También les dejo el link del libro para leerlo online (también junten los espacios).
http :/ www. wattpad. com/ 143066- wicked? p= 1
Me despido
Agatha Romaniev
