Título: Ahora y siempre

Autora: Rachel Gibson

Adaptación: Ceshire

Fandom: Candy, Candy

Pareja: Candy/Terry

Género: Humor/Romance

Tipo de fic: AU

Rating: T

Capítulo: 1/6

Disclaimer: Esta historia es una adaptación de una de las grandes obras de Rachel Gibson y los personajes del universo de Candy, Candy pertenecen a Mizuki e Igarashi. Todo ha sido utilizado en este fanfic únicamente con motivos de diversión y sin ningún fin de lucro.

Resumen: Candy asiste a una reunión de antiguos alumnos del instituto. Han pasado diez años y la vida de todos ha cambiado mucho.
En especial Terry, un antiguo amor adolescente de Candy.

Comentario Persona: Esta historia llegó a mí por una amiga de otro fandom que empezó la adaptación con sus personajes predilectos, pero que no ha podido continuar, leí la novela en menos de un día y no sé por qué me imagine a Candy y a Terry como protagonistas.

Si soy sincera no me gusta hacer este tipo de trabajos (copiar/pegar), pero la historia me llama y no he podido resistirme. Espero que me perdonen por ello y también, que les guste.

Capítulo 1

Candy White deslizó los pies dentro de los zapatos de tacón de doce centímetros que parecían gritar "¡bésame el trasero!" y se abrochó las pequeñas tiras en los tobillos. Los zapatos eran de ante rojo y parecía que los había encontrado en el armario de una prostituta bien vestida. Candy adoraba esos zapatos que hacían que llegara a medir casi un metro y setenta centímetros. Hacían que sus piernas parecieran largas y delgadas —algo con lo que toda bajita soñaba y que todas las chicas altas tenían garantizado.

Se puso en pie y con la agilidad de una mujer acostumbrada a balancear su peso sobre tacones de aguja se dirigió al espejo. Posó las manos sobre las mariposas de su estómago y se miró críticamente desde la punta de los pies hasta la rubia cabellera. La invitación indicaba un vestido semiformal de cocktail y el suyo rojo sin mangas era perfecto. Era simple y básico y se ceñía a las curvas que desarrolló después del instituto. Su pelo de color dorado y rizado lo había dejado suelto, se había pintado los labios de un profundo color rojo y delineado los verdes ojos con el perfilador. Tenía un aspecto dramático y un poco exótico y la mayor parte del tiempo estaba contenta con la mujer en la que se había convertido. Salvo esa noche. Esa noche cuando se miraba a sí misma, veía a la pequeña, plana y esmirriada adolescente a la que sus compañeros de clase llamaban «pecosa». Por supuesto, eso solo había sucedido cuando se acordaban de ella, la mayor parte del tiempo sólo la ignoraban, como si nunca hubiera existido.

Candy se dirigió a la mesilla de noche y tomó la invitación que había sido enviada a su oficina de Londres. Las palabras Colegio San Pablo Clase de 1990 estaban impresas en la parte de arriba de la hoja. Los eventos del fin de semana estaban ordenados en la parte de abajo, empezando con el cocktail y baile de esa noche. La reunión terminaba con la comida del domingo.

Candy no se sorprendió de que el grupo del comité de la reunión del instituto hubiera elegido el fin de semana de año nuevo, en lugar de uno más tradicional en algún mes del verano. El pequeño pueblo del CairnGorm Mountain vivía de la temporada de esquí y no podía recomendar nada más que la promesa de la mejor nieve en polvo, el pueblo parecía estar cerrado en verano. Con el intento de atraer al mayor numero de dólares de los turistas posibles, Año Nuevo en CairnGorm era siempre un gran acontecimiento.

En algún lugar de la sala de baile, los compañeros de Candy ya se habían empezado a reunir desde hacía más de media hora. Se graduaron 78 en su curso y se preguntaba cuántos aparecerían.

Sabía de alguien que no lo haría, su mejor amiga desde noveno grado, Patty, quien ahora vivía en Florida y acababa de dar a la luz a su segunda hija. No había forma de que dejara a su recién nacida, y traerse a un bebé hasta Escocia no era una opción que Patty siquiera considerara. No para visitar a un grupo de chicos que más bien la había ignorado a ella también.

La invitación se le cayó de las manos a la cama. Estaba comparando y lo sabía. Era una investigadora privada en la firma de Cane, Foster y Morgan. En su vida profesional buscaba a personas desaparecidas que no querían ser encontradas y se desenterraban hechos que mejor hubiera sido dejar enterrados. Al principio investigaba infidelidades pero ahora pasaba casi todo su tiempo buscando personas y cosas desaparecidas o fraudes de seguros. En más de una ocasión se tuvo que enfrentar a padres que no querían pagar por la manutención de sus hijos o esposos que querían seguir desaparecidos.

Candy tomó el chal rojo y se lo envolvió en los codos. Había tenido que volver a la ciudad de sus ancestros para sentirse insegura de sí misma, pero tenía que venir. Tenía que enseñarles que era alguien. Que no era la niña insignificante que hubiera hecho cualquier cosa para sentirse incluida en el grupo. La chica que perdió algo importante cuando lo intentó.

Asió su pequeño bolso de seda y sin detenerse frente al espejo para darse un último vistazo salió de su habitación hacia la recepción del Cairngorm Hotel. Bajó en el ascensor hasta el primer piso y en cuanto se abrieron las puertas escuchó los ruidos de la fiesta que venían de la izquierda, mientras que a su derecha los esquiadores se relajaban alrededor de la chimenea.

Candy se acercó a la recepción. La fila se reducía a un hombre y su embarazada esposa, así que esperó a que terminaran antes de moverse y mirar a los ojos de Annie Britter, la jefa de las animadoras y delegada de la clase. Annie todavía era mona a su modo, como si todavía pudiera saltar y pedir que todos mostraran su espíritu escolar. Solo que ahora en su identificación ponía Annie Cornwell. Obviamente se había casado con su amor de juventud, presidente del equipo de esquí y futuro heredero del Cairngorm Hotel, Archie Cornwell.

—¿Tu nombre?

Candy no esperaba que se acordara de ella. Desde la graduación había crecido, su pecho aumentó y finalmente su trasero se había desarrollado.

—Candy White.

Annie se quedó con la boca abierta.

—¿Candy White? ¡No te habría reconocido!

—Tardé en florecer.

—No eres la única, espera a ver a Terry Granchester.

Annie la dio su tarjeta indentificativa.

—Pero probablemente le veas todo el tiempo, ¿no era tu novio?

Sí, por un breve espacio de tiempo Terry Granchester había sido su novio, pero antes de aquello habían sido amigos desde el primer grado. En su mente apareció la imagen de un chico con grandes ojos azules y largas pestañas negras. Siempre fue alto para su edad, tan delgado que sus huesos sobresalían y tan listo que le ofrecieron una beca para las mejores universidades del país.

Se puso la identificación en el vestido y respondió.

—No, no he visto a Terry desde el duodécimo grado. —No, desde que le abandonó por Neil Leagan, popular quarterback.

Durante once años ella y Terry habían sido buenos amigos. Durante seis meses del verano y otoño de 1989 fueron algo más, pero durante los últimos diez años no habían hablado. No desde la noche en que ella dijo y arruinó su relación con Terry por un tipo como Neil. Gracias a Dios había crecido y a lo largo del camino aprendió que se sentía perfectamente tal y como estaba.

Antes había estado un poco deslumbrada. Toda su vida becada en un internado y el quarterback y capitán del equipo de esquí era una celebridad local. Neil era alguien y se había fijado en ella.

Ella no quiso herir a Terry, no quiso perderlo, y fue a su casa aquella noche esperando que pudieran permanecer como amigos. Tendría que haberlo sabido mejor. La noche que rompió con él, Terry le lanzó una fría mirada y agregó: «Siempre quisiste sentarte en la mesa grande. Esta es tu oportunidad. Pero no esperes que yo esté para recoger los pedazos. No estaré allí.» Y no había estado.

Justamente un mes después, Neil la dejó plantada y Terry había continuado con su vida. Después de eso, cada vez que estaban en la misma habitación, la miraba como si fuera una extraña.

—Supongo que tendrá mucho éxito ahora.

—¿Quién?

—Terry Granchester. Empezó creando una compañía de software y recientemente oí que la vendió por millones.

Bien, pensó Candy. Terry siempre dijo que sería millonario cuando llegara a los treinta. Parece que lo consiguió. Uno de los marginados, un joven cuya madre murió cuando era un bebé y un padre que lo negaba como hijo. Un niño que fue criado por unos abuelos que le querían, pero con poco dinero para mantenerlo, eso había marcado la diferencia. Sería bueno verlo otra vez.

—Seguro que te veré por ahí. —dijo Candy y se dirigió a la sala.

La habitación estaba decorada con pancartas y globos blancos esparcidos por el suelo. En uno de los lados más alejados, se había montado un escenario decorado con banderines blancos y brillantina plateada. Una banda había montado ya los instrumentos, pero por ahora el escenario estaba vacío.

Más o menos sobre una docena de caballetes habían puesto diferentes fotos de la clase de 1990. La gente se reunía alrededor de cada uno y recordaban los gloriosos días del instituto. Candy no se molestó en mirar las fotos. Sabía que probablemente no estaría en ninguna de ellas.

Las enormes ventanas que iban desde el suelo hasta el techo daban a una pista de esquí con grandes pendientes denominada muy apropiadamente como «La pasarela». Los cristales reflejaban de forma ondulada a las personas que había dentro y Candy se esforzó en mirar hacia arriba, todavía podía ver que estaba nevando fuera.

Caminó alrededor de las mesas colocadas en el perímetro de la sala y divisó algunas caras que recordaba.

En el bar, pidió un gin‑tonic a un hombre desgarbado y con el pelo revuelto. Su mirada iba de mesa en mesa, entonces se paró en seco sobre un grupo cercano a la fuente del champán. Los conocía. Los conocía de la banda de la clase. Excepto a uno.

Como si hubiese notado su mirada, el hombre que no era capaz de reconocer giró la cabeza y la miró, un pequeño hormigueo se unió a las mariposas de su estómago.

Su pelo era castaño y corto y a diferencia de los hombres que había a su alrededor, parecía como si todavía fuera a necesitar peinárselo durante muchos años más. No podía ver el color de sus ojos, pero eran profundos y un poco intensos mientras la miraban. Tenía las mejillas amplias, su mandíbula era absolutamente cuadrada y el traje azul oscuro se ceñía a los hombros con la perfección que sólo un impecable traje a la medida podría hacerlo. El hombre en cuestión apartó un lado de la chaqueta a la vez que metía una mano en el bolsillo del pantalón. La camisa blanca se ajustaba perfectamente a su pecho y la corbata azul estaba sujeta por un alfiler de oro.

Candy se llevó el vaso a los labios. El marido de alguna afortunada, pensó, hasta que su descarada mirada se deslizó sobre ella, tocando sus labios y cuello y entreteniéndose en sus pechos. Normalmente, se habría ofendido por esa descarada mirada, pero no la hacía sentir como si la estuviera mirando con un interés puramente sexual, más bien la miraba con cierta curiosidad, como si la estuviera analizando más que inspeccionando. Pero cuando sus ojos se movieron hacia sus labios y sus piernas, entonces empezó el lento proceso de recorrerla con la mirada hacia arriba, y una apreciativa sonrisa apareció en la curva de su boca y ella estuvo a punto de atragantarse con el trozo de lima que había en su vaso.

Quizá no era un marido al fin y al cabo. Probablemente alguna chica había rogado a un hombretón que la acompañara esta noche. O alquilado a un modelo de ropa interior. Candy también pensó en eso, pero al final no lo hizo porque no se habría sentido bien consigo misma.

—¿Candy White?

Candy aparto su atención del hombre y miró a la mujer que estaba en frente de ella. Inmediatamente reconoció los claros ojos cafés y el largo pelo castaño.

—Karen Klais, ¿cómo estás?

Ella y Karen se había emborrachado con el vino casero del padre de Karen en más de una ocasión.

Karen abrió los brazos y posó la mano sobre su abultado estómago.

—Embarazada del tercero —dijo.

¡¿Tercero?! Pensó Candy, ella sólo había tenido dos relaciones serias desde el instituto y ninguna duró más de un par de años.

—¿Qué vez? —se rió Karen.

Candy no supo que responder a eso. Pensó que «!joder!» no sería apropiado, así que en su lugar preguntó.

—¿Has visto a Terry Granchester? He oído que está aquí esta noche.

Karen miró a su alrededor, y entonces señaló al modelo de ropa interior.

—Ahí está.

Continuará…

Espacio para charlar

Como les comenté arriba, esta historia me gusto, hay cosas que no me parecieron del todo, como el hecho de que la protagonista dejara al chico por el primer galán que se le cruzo y ahora que está hecho todo un adonis, pues se fije en él y lo quiera todo para ella, pero vamos que es un relato corto de situaciones ordinarias, donde en un reencuentro reviven las emociones que dos personas se tenían y donde el trato entre ambos es nuevo y a la vez viejo, pero que logra afianzar los sentimientos de cada uno y de eso trata esto.

No, no estoy empezado otra historia para dejarlas colgadas con Unbreak my heart, esta es una adaptación que me toma apenas unos minutos cambiar para presentarla, así que no me voy a distraer con esta, pero me gusto para traerla al Candymundo.

Ahora, para quienes me preguntan sobre Unbreak my heart, estoy trabajando en el último outtake y será el más largo, de momento tengo 5600 palabras y me falta todavía un poco que contar, así que estimo será un capítulo de 8000 palabras y espero tenerlo listo el viernes, por favor, téngame paciencia.

Y para terminar, ¿qué tal, les gusto esta adaptación? De hecho esta autora tiene otra historia que me pareció más adhoc para Candy/Terry, pero como dije, no soy muy dada a este tipo de adaptaciones, sin embargo, quizá en algún momento la traiga y quería experimentar un poco y ver cómo resulta la experiencia.

Las publicaciones serán tres veces por semana (tiene 6 capítulo), así que nos vemos el martes.

¡Feliz cumpleaños, Anthony!

30 – sep – 2018

Ceshire…