En el ambiente predominaba el color marrón, como una niebla espesa que difuminase las siluetas de cualquier objeto. Wanda se frotó los ojos, pero no ayudaba; la niebla solo se espesaba más y más. Incluso parecía solidificarse en el aire, formando cristales flotantes que brillaban con los colores del arco iris para luego desaparecer. Sabía que era un sueño, que, posiblemente, la oscuridad del lugar y aquellos efectos ópticos se debiesen a la luz de la habitación contra sus párpados cerrados.
No era la primera vez que la joven tenía un sueño lúcido. De hecho, tampoco podía llamar a aquellas manifestaciones oníricas "sueños lúcidos", pues implicaría suponer que solo eran sueños. Para una mutante cuya habilidad le permitía distorsionar la realidad a su antojo, un simple gesto podía cambiar las leyes físicas de un universo entero. Por lo tanto, dormir, dejar que su subconsciente fluyese, era como entrar en un campo de minas antipersona. Un paso en falso bastaba para hacer que todo volase por los aires.
"Céntrate", se dijo a sí misma. "Vamos, Wanda, no es la primera vez, ni será la última. Además, para algo estás aquí, ¿no? Para aprender a utilizar tus poderes".
Las palabras de ánimo la fortalecieron, tal como había predicho el Profesor Wyngarde. "Los psíquicos nos tenemos solo a nosotros mismos, Wanda. Es una realidad triste, pero realidad al fin y al cabo". Y por eso eran tan importantes sus clases de psicología. De no haber aprendido a conocerse, a conocer sus límites (o la falta de ellos, en todo caso), y fortalecer su "yo" psíquico, habría crecido como una bomba de relojería. Cualquier tipo de perturbación mental, desde una pequeña idea plantada en su subconsciente que pudiese germinar en algo mayor, como un sentimiento de culpa o una inseguridad, hasta un razonamiento mal despejado, eran peligrosas.
Para evitar cualquier incidente estaban los métodos que Wyngarde les enseñaba; crear una barrera con ideas triviales para ocultar otras de mayor importancia, generar un palacio mental o, la especialidad de Wanda, crear "amigos imaginarios", como lo llamaban los expertos en la psique. "Todos hablamos con nosotros mismos de vez en cuando, a veces, incluso, en voz alta", se había convencido la muchacha. "Ese será mi fuerte, mi técnica personal: una Wanda ejemplar que me guíe, que me explique cómo ser mejor". La idea le había gustado al Profesor y había tenido buen resultado.
Con ese pequeño empujón de autoestima, la mutante prosiguió a inspeccionar su sueño. "Bien, pongamos en práctica lo que hemos estudiado. ¿Qué es lo que sientes, Wanda? Ya has analizado lo que ves, pero dónde estás", se preguntó a sí misma. "No siento calor, ni frío. Tampoco hay brisa". Se miró las manos intentado ver si llevaba algo consigo. "Guantes, llevo el traje rojo de mis sueños". Siempre que realizaba algún tipo de proyección, cuando entraba en estado de sueño, se veía igual, con un extraño atuendo rojo escarlata, compuesto de corsé, botas, guantes y una larga capa. La primera vez que se había visto así, años atrás, se había sorprendido, le había parecido incluso una vestimenta misteriosa. Sin embargo, tras años compartiendo el peregrinaje onírico, había llegado a cogerle cariño. Se sentida segura vistiendo así, nada malo podía sucederle, aunque sabía que de haber usado aquello en el mundo real más de uno se habría dado la vuelta para mirarla dos veces.
"Bien hecho, ahora, ¿qué sientes debajo de tus pies?" pensó. "Algo sólido, pero suave. Como granito. No, como mármol". Le niebla parda se diluyó a su alrededor, dejando paso a un vasto suelo de mármol blanco y negro. Las baldosas eran tan brillantes que la figura de la chica se reflejaba con total claridad. Las mismas se agrupaban de a cuatro, formando cuadrados aún mayores, de un mismo color: parecía un enorme tablero de ajedrez. "No lo parece, lo es", se dijo. La espesura marrón comenzó a arremolinarse a unos cuantos metros por debajo y por encima del suelo. El tablero flotaba en la nada y, aunque estaba estático, no evitaba que Wanda sintiese vértigo. "Es un sueño, nada más".
Como si su subconsciente le quisiera responder, del otro lado del cuadrado que formaba el piso, enfrentada a ella, había aparecido una figura. Era otra joven, vestida de negro. Wanda habría jurado que jamás la había visto pero, como le había enseñado el Profesor Wyngarde, "todos los rostros que aparecen en nuestros sueños son rostros de personas que hemos visto a lo largo de nuestras vidas".
"Pues, profesor, yo jamás conocí a ninguna pelirroja".
