¡Ohayo! Esto es un fanfic sobre un doujinshi que me gustó mucho, Esclavo del Amor; vendría a ser como un omake de él.

Es GerIta, y muy fluff. Así que si no te gustan estos temas, no te recomiendo que lo leas. Y si no te has leído el doujinshi... ¿a qué esperas?

Disclaimer: Hetalia no me pertenece, ni el doujinshi tampoco. Son de Himaruya-san y Hakoniwa-san respectivamente. Sólo me pertenece la historia.

Advertencias: Shonen Ai.

Me despierto. ¿Estoy desnudo?

Ah, sí…

Noto cómo los colores se me van subiendo a la cara.

Realmente, amo a Italia. Y el hecho de tenerlo aquí a mi lado durmiendo, el hecho de haberle hecho el amor, el hecho de haber manifestado mis sentimientos por él, es algo que me aporta mucha felicidad.

Me giro para mirarlo. Todavía duerme.

Es tan bello…

Quiero hacerle feliz, quiero conseguir que olvide su doloroso pasado.

Alargo mi mano y la poso en su cabello, y empiezo a acariciarlo suavemente, con la fuerza suficiente como para que no despierte. Muevo mi mano de arriba abajo de su cabello, una y otra vez, y en medio de mi procedimiento toco con algo en lo que no me había fijado hasta ahora en esta mañana: la cadena.

Esa cadena que parece materializar su duro pasado, transportar lo que ha tenido que sentir.

Creo que hoy mismo se la voy a quitar. Además, aparte de las metáforas que eso puede albergar, debe estar ya bastante contracturado de haberla llevado tanto tiempo al cuello.

Y entonces me pongo a pensar en la ropa, o mejor dicho, en los harapos que lleva cada día. Decidido, puesto que hoy es sábado, me dedicaré a él. Vamos a ir a comprarle ropa, y luego, no sé exactamente siguiendo qué método, voy a hacer que esa cadena se separe de él.

Tengo claro que eso es lo que haré hoy, pero, luego de hacerlo, ¿seguiré considerándolo mi esclavo?

Debería dejar claro que ya no lo veo como un simple sirviente, no… Pero después de caer esa cadena, no sé en qué se transformará él para mí.

-Mmh… Alemania…-se acaba de despertar, por lo que puedo ver. Es tan lindo… Me dan realmente ganas de empezar a besarlo, acariciarlo, tocarlo… Termina de abrir los ojos, y sonríe-¡Buenos días!

-Buenos días, Italia -me da a mí que he… ¿sonreído? Debe ser felicidad, esto que siento. De hecho, tengo ganas de sonreír más. ¿Por qué aguantarme las sonrisas dentro?

-Jejeje… Estás tan guapo cuando sonríes…-dice él sonrojado, y se me abraza. Le correspondo, y envuelvo su cuerpo con mis brazos. Y vuelvo a notar esa cadena…

-Italia… Te resulta incómoda, la cadena? -le pregunto, algo avergonzado. Hablarle como a algo más que a un esclavo es un placer.

-Ehm… Esto… Un poquito. No, nada. ¡No importa! –me responde, y ríe.

-Pero, aunque sólo sea un poquito, te molesta. ¿Verdad?

-Bueno… En verdad, sí, pesa mucho.

-Lo sabía… ¡Pues hoy tengo una sorpresita para ti! –no sé si se lo tenía que haber dicho más tarde, pero, al fin de cuentas, se lo tendría que decir igualmente.

Italia me mira con unos ojitos que reflejan algo entre asombro y alegría, y me dice:

-¿Y qué tipo de sorpresa es? –creo yo que ya se lo imagina, pero me quiere oír decirlo. Sonrío y le respondo:

-Te vas a librar ese trozo de hierro.

Una gran y sincera sonrisa recorre su cara, y me da un beso en la boca. Nos sonrojamos los dos, y empiezo a acariciarle la espalda, mientras nuestros labios juegan con los del otro. Como nos empezamos a sofocar, dejamos de besarnos, para pasar a mirarnos a los ojos. Dios mío, amo su sonrisa. Alegre y agradecida, con amor.

-Muchísimas gracias, Alemania –me dice, y se le escapa una pequeña risita de felicidad.

-No tienes porqué dármelas. Sólo te voy a dar un trato justo, puesto que no eres un animal –me fijo en que lo he comparado con cualquier otro humano, y me arrepiento de eso, pues él es mejor que todos juntos-. Quiero decir, no eres un animal, pero, para mí no eres como todos los humanos –le digo y me sonrojo-. Tú eres mi Italia. Y... te quiero –antes de poder pararme a pensar en lo que yo mismo acababa de decir, Italia interrumpe mis pensamientos:

-¡Alemania! ¡Muchas gracias! –está colorado, pero creo que es de alegría más que de excitación en este momento- ¡Ti amo, Germania!

-Y… esto que acabas de decir, ¿qué significa? –Sé bastantes idiomas, pero, justo el italiano, lo desconozco.

-¡Que te amo, Alemania! –exclama. Sin poder reprimir mi amor por él, me abalanzo a su cuerpo, poniéndome encima de él, y atrapándolo entre mis brazos.

Me empieza a acariciar, y siento que en cualquier momento me voy a derretir. No estoy apoyado en él, puesto que si lo estuviera, lo aplastaría. Para más comodidad, nos damos la vuelta, y él se deja caer encima de mí. Entonces noto que algo por sus "regiones del sur" está duro, y me doy cuenta que por las mías está empezando a caldearse, también. Así que creo que ahora se va a celebrar el primer round del día.

-.-.-.-

Estoy aquí, sentado en la mesa, esperando a que Italia termine de preparar el desayuno.

-¿Qué preparas hoy, Ita-chan? –creo que esta es la primera vez que uso el sufijo "chan" en mi vida.

-Pues (ay), tostadas con mermelada y mantequilla (ouch)-creo que le molesta algo.

-¿Hay algo que te duela? –le pregunto.

-Ehm…–se sonroja- Jejeje… Es que la tienes muy grande, Alemania –dicho esto, a mí también se me suben los tonos a la cara.

-Deja que te ayude, anda –y me levanto de la silla- Siéntate.

-Grazie!-y me sonríe.

Le devuelvo la sonrisa, y se sienta. Voy hacia el armario a coger los ingredientes del almuerzo, e intento preparar lo que él iba a hacer, aunque no consigo que dé resultados con tal maestría. Nos sentamos frente a frente en la mesa, con nuestro plato delante, dispuestos a comer. Cojo la tostada, él coge la suya y se la lleva a la boca, como hago yo con la mía segundos más tarde.

Cuando termina de masticar y traga, le pregunto:

-¿Qué tal me ha salido? -soy consciente de que es un plato realmente simple, y que lo puede preparar cualquiera; pero es que quiero oír su dulce y delicada voz.

-¡Delicioso! -su sonrisa me puede. Realmente lo amo.

-Italia, ¿me dejas usar tu cadena una última vez?

Intenta decir algo, pero tiro de él hacia mí con la cadena y le cierro la boca con un beso. Le sujeto la cabeza con las manos, y le acaricio el pelo.

-Aaangg… aaaaahhh -¿¡qué le está pasando!? ¡Se ha puesto a gemir así porque sí!

-Italia; ¡¿te encuentras bien?! –está todo colorado, y con cara excitada. Diviso un bulto mayor de lo usual en su vestido, en sus partes privadas

-A…Ale…Alemania…El rizo… el ri…zo –apenas puede hablar. ¿El rizo?

Entonces me doy cuenta de lo que estoy acariciando: un bonito ricito que surge de su castaña cabellera. ¿Será un punto orgásmico para él? Eso parece. Esta noche lo comprobamos.

Dejo de tocárselo, y empieza a relajarse. Oigo su respiración exaltada, como de quien acaba de correr.

-¿Le pasa algo a ese rizo? –pregunto, aunque es obvio que sí, sí que le pasa.

-Yo… Es que cada vez que alguien me lo toca… Es como un segundo pene para mí, ¿sabes? –después de esta afirmación, nos reímos los dos.

Nos acabamos las tostadas, y al terminar, exclamo, con un tono alegre:

- ¡Vámonos al herrero!

-¡Sí, señor! –dice, y luego ríe.

Vamos a la habitación, y me pongo la ropa. Entonces veo algo que me recuerda a algo otro: veo a Italia poniéndose su ropa. Me enfado, al ver ese vestido feo y desgastado. ¡Nunca puede cambiar su atuendo! Así que se me escapa una última proposición:

-¿Pasamos a comprar ropa también, no? –pone cara de no saber lo que decir, como de sorprendido. Abre la boca para hablar; pero la cierra, como si hubiera rectificado. Finalmente, piensa en una buena respuesta y la deja ir:

-¡Sí, por favor! –basta una frase simple como ésa y una sonrisita de su boca para que me den ganas de tirarme encima suyo. Por una vez… me controlo. Le devuelvo la sonrisa.

Terminamos de vestirnos, y salimos a la calle.

Le hago una tentativa a que me coja la mano, y la acepta con felicidad, mirándome a los ojos y lanzándome un beso al aire, consiguiendo que yo me sonroje, y le dirija una sincera sonrisa de complicidad.

Mientras caminamos, la gente nos mira raro. Supongo que ver a un hombre como yo, bien vestido y… bastante hombre; serían las palabras, cogido de la mano con un chico que parece un esclavo –y lo es, pero yo no lo puedo ver así-, no es algo que se pueda ver muy constantemente.

Bah, si no les gusta lo que ven, que no miren.

Nos dirigimos al lugar donde mi Italia se librará de su cadena, y al llegar, nos encontramos en el edificio con alguien que me resulta familiar, aunque no sé exactamente de qué.

Entonces, Italia se empieza a esconder detrás de mí.

-Italia, ¿te pasa algo? –le pregunto preocupado.

-Alemania… Ese hombre… -tiene una expresión triste, dolorida, y algo atemorizada- Vayámonos de aquí, por favor.

-¿Tienes algún problema con ese hombre? –y después de decir eso, recuerdo de qué me suena. Es el tipo que me vendió a Italia- Oh, Italia. Ya lo reconozco –le susurro. Me giro completamente hacia él, y le cojo de las manos- Ya no debes tener miedo. Ya todo ha pasado. –me mira a los ojos con cara de tristeza, y alguna lágrima empieza a caer de sus ojos- ¡No llores! ¡Italia! ¡Ya todo pasó! ¡Ahora estás conmigo!

-Pe…Pero Alemania… Verlo sólo me trae malos recuerdos… -le acaricio los mofletes, para quitarle las lágrimas que ya han caído. Entonces le doy un suave beso en la boca, y le digo:

-No debes tener miedo.

Le sonrío, y logro que se calme. Pero, veo algo: el hombre está caminando hacia nosotros.

-Italia… Mantente sin llorar –le digo rápidamente, y me coge de la mano.

-¡Hombre, Italia! –grita el que tiempo atrás me vendió a mi amado, acercándose como para entablar conversación.

-Hola, amo –dice Italia, con cara de no muy convencido, y mirando a un lado. No sé exactamente cómo, pero su actitud ha pasado de completamente atemorizado a indiferente. Quizás yo le haya dado fuerzas. ¿Quién sabe?

-No, ¡yo ya no soy tu amo! –exclama el hombre, y ríe- Ahora lo es este hombre que está a tu lado. ¿Cómo se llama, caballero?

-Alemania –digo, y le aprieto la mano a Italia, que ya tenía cogida a priori.

-¡Qué bello nombre! Y, dígame: ¿es una gran carga, Italia? ¿Da mucha guerra?–maldito bastardo…

-No es ningún animal, así que para mí, ni es una carga ni da guerra –afirmo, seguro de mis palabras-. De hecho, es todo lo contrario –le digo, y vuelvo a darle un apretón a Italia.

-Me alegro de que le sirva bien. Y, ¿qué han venido a hacer por aquí?

Creo que no se ha dado cuenta de que tengo a Italia cogido de la mano. Y si se ha fijado, no ha dado la menor muestra de ello. Le suelto la mano, y paso la mano que estaba cogida a la suya por detrás de su cintura. Así es, le estoy mostrando a su antiguo amo la situación que hay entre nosotros ahora mismo explícitamente.

-Hemos venido a quitarme la cadena –dice Italia.

-Exacto –le complemento yo, para conseguir que sus palabras terminen de parecer verídicas.

-Ah. ¡Pues divertíos! –y se va.

Italia coge con su mano la mía que está apoyada en su cadera, y nos quedamos unos segundos así. Luego, yo añado:

-¿Vamos?

-Sí.

Avanzamos otra vez tomados de la mano hacia el mostrador, y le digo al hombre:

-Quisiera quitarle esta cadena. –digo, y señalo el objeto en cuestión.

-De acuerdo. Serán diez.

-Me parece bien.

El hombre va a buscar las herramientas necesarias, y mientras tanto, miro a Italia y suelto, sonriente:

-Por ti, diez, cien, mil, o lo que sea.

Italia se me abraza, ya con su usual alegría recuperada, y da un saltito para llegar a darme un beso en la mejilla. Entonces, el herrero llega con un tipo de tenaza al rojo vivo, y le dice a Italia:

-Siéntate en esa silla.

-¡De acuerdo! –dice, y se posa en ella.

Le aguanto el cabello para arriba, con cuidado de no tocar el rizo, para que el hombre pueda maniobrar bien. Entonces, le da unos pequeños cortes al metal, y…

Tan pronto como el metal cae al suelo; Italia salta a mis brazos, literalmente. Le sostengo en el aire abrazado a él, sonriendo los dos. Entonces, lo alzo de manera que sus ojos queden algo por encima de los míos, y él me da un beso pasional. Cómo no, le correspondo, y le hacemos la escena al pobre hombre que le ha quitado la cadena.

Pasados unos segundos, bajo al suelo a Italia, le sonrío, y me dirijo al que ha tenido que contemplarlo todo.

-¿Eran diez, no? –digo con toda la sobradez del mundo.

-S-Sí… Diez…

-De acuerdo –saco el dinero de mi bolsa, se lo doy, y le cojo la mano a Italia.

-¡Vámonos, Ita-chan!

-¡Sí! ¡Grazie, Germania!-puedo imaginar, por simples similtudes, lo que significa la frase.

Salimos de la herrería, y le digo a Italia:

-¡Nos vamos de compras! –a lo que él responde con una gran sonrisa. Amo sus sonrisas. Es la manera más sincera que tiene de darme las gracias. Le doy un besito en el moflete, pero él me gira la cara, y hace que mis labios pasen de moflete a boca.

Llegamos a la tienda más cercana, y entramos.

Entonces, a Italia se le ilumina la cara (aún más de lo iluminada que ya estaba), y va corriendo hacia alguien, que está a escasos metros eligiendo ropa con otro chico.

-¡Fratello! –grita lleno de felicidad.

Entonces, un chico parecido a él, pero con el cabello más oscuro y la cara como entre enfadada y feliz, se gira y le dice:

-¡¿Hermano?! –y los dos se abrazan.

¿Será ése el hermano del cual me hablaron? Ése al cual lo raptaron unos comerciantes de esclavos? Un momento, yo conozco al hombre que acompaña al que parece ser el hermano de Italia: es España. Lo conocí hace tiempo en el campo de batalla. Otro gladiador de los que valen la pena.

Mientras Italia se derrite en el abrazo, me acerco a España.

-¿España? –le pregunto a él.

Hostia, Alemania! –exclama y sonríe- ¡Cuánto tiempo!

-Sí, mucho. Veo que Italia es hermano de tu… ¿amigo?

-Italia es mi amado –no comprendo nada. Aunque puede que, si son hermanos, compartan nombre.

-A ver… ¿Cuál es el nombre completo de "tu Italia"?

-Italia Romano –aquí mis dudas terminan.

-Ah. El mío se llama Italia Veneciano.

Mientras los dos hermanos se abrazan y se reencuentran, España y yo vamos hablando:

-Tenía idea de que Italia tenía un hermano, pero pensaba que un comerciante de esclavos lo secuestró –le comento yo.

-Y así es. ¡Y así fue como él llegó a mí! Mi Romanito me hablaba mucho de su hermano, ¡y ahora voy y me encuentro con esto! Aay, lo amo mucho.

-Igual me pasa a mí con mi Ita-chan –creo que lo he dicho en voz alta. Sonrío.

-Bueno, ¿y qué habéis venido a hacer aquí?

-Hemos venido a comprarle algo de ropa a Italia. Venimos justo de quitarle la cadena que tenía al cuello –le explico.

-¡Qué coincidencia! Nosotros íbamos a quitarle la cadena justo después de comprarle la ropa –gira la cabeza y mira a Romano- ¿A que sí, Romanito?

-Sí –afirma Romano, con sus aires de tsundere, mostrando su lado afable.

-De hecho, ya teníamos seleccionadas las prendas que le íbamos a comprar –dice, y me enseña una pila de ropa amontonada en una silla- En fin, se nos acaba el tiempo.

Después de conversar un rato con él, España se dirige a los dos hermanos, que están hablando alegremente, y dice:

-¡Hola, Veneciano! –España había oído ese nombre muchas veces de boca de Romano- Romanito, deberíamos comprar esto ya; la herrería cierra al mediodía.

-Sí, como sea –dice Romano- G…Gracias…

-¡Aaaaay, Roma, te amo! –después de decir esto, abraza a su Italia y le da un beso en la boca, al cual Romano empieza por resistirse, pero al final se abre a tal acto de amor. Se nota que realmente ama a España.

Entonces, Italia se me acerca, y me abraza el brazo, sonriente; coleante de alegría.

-Qué feliz estoy, Alemania.

-Que tú estés feliz, es mi felicidad –mis palabras no podían haber sido más ciertas- Italia, eres mi felicidad. Te amo.

Italia vuelve a saltar a mis brazos, y me obliga a besarlo. Cómo no, no pongo ningún tipo de remilgo. Nos fundimos en un beso de amor. Le empiezo a toquetear el pelo, y le rozo conscientemente el rizo. Se pone más colorado todavía, y se le escapa un gemidito.

Ups, había olvidado que estamos en una tienda de ropa. Quizás mejor parar, jeje.

Escogemos ropa para él, sin pararnos tan sólo a mirar el precio. ¿Para qué? Con mi cargo, el dinero me sale por las orejas, y no necesito reparar en gastos, por una vez que voy de compras. A parte, quiero lo mejor de lo mejor para él.

Quiero que sea otro humano, no un animal como ha estado siendo hasta no hace mucho tiempo.

-Alemania, ¡estos me gustan! –señala unos cuantos que están en un colgador.

-¿Sí? –una sonrisa asoma por nuestros rostros- Veo que tienes buen gusto, Italia –le acaricio el brazo, entonces, él coge la mano que estaba utilizando para tocarle y le da un beso. Es tan dulce… Realmente, no podría vivir sin él- Pues bien, cojámoslos.

Los sacamos del colgador, y los miramos y remiramos.

-¿Te convencen? –le pregunto.

-¡Del todo!

-Entonces, ¡vamos a los vestidores!

Llegamos a los vestidores, y nos metemos en el primero que encontramos vacío.

Entonces él empieza a desvestirse. Me quedo embobado mirándolo.

-Ah… Lo siento –digo, y me giro, colorado.

-¡No, no! ¡Quiero que mires! –ríe. Entonces, me vuelvo a girar, para volverme a… ¿excitar? viendo cómo se quita la ropa. Intentaré "controlarme".

Empieza a hacer un pequeño bailecito, al quitarse esa prenda desgastada. Al tenerla fuera del cuerpo, me doy cuenta de algo: no lleva calzoncillos. No sé a dónde miro pero; fíjate, lo he visto.

-Ita-chan, ahora vuelvo.

-¿Adónde vas? –sigue siendo tan curioso como siempre.

-Digamos que no quiero que cualquiera que te roce accidentalmente te toque las partes así porque sí. Te quiero sólo para mí –después de afirmar esto, le lanzo una sonrisa seductora, a lo que él responde con su típica carita sonriente, ésa que consigue desmontar mis esquemas, hacerme perder los estribos, y sobre todo, hacerme feliz.

-¡Vuelvo en un minutito!

Voy hacia la tienda, y cojo los más bonitos que encuentro. ¡Se me hace gracioso coger tallas tan pequeñitas! Vuelvo a el vestidor, para encontrar a Italia, tan mono, tan genial, tan adorable, tan… perfecto, allí esperándome sentado. Después de colorarme por lo que iba a decir, consigo articular palabra:

-¿Te parecen bien éstos?

-Woah, ¡qué chachi llevar estas cosas!

Abrazo su cuerpo desnudo, no me puedo resistir. Le lleno de besos la faz. Realmente, no lo puedo evitar. Las únicas cadenas que quedan ahora, son las que hay forjadas entre los dos, invisibles. Me aferran a él de una manera que no puedo evitar.

Consigo sacar de alguna parte la fuerza de voluntad para dejar de abrazarle, y entre los dos, le ponemos los calzoncillos. Le quedan un poco ajustaditos. Por mí, bien.

-¿Estás cómodo? Te quedan muy bien –le digo, sin dejar de mirarlo a esa parte.

-¡Comodísimo!

-Muy bien. Entonces, ¿te quieres probar la ropa?

-¡Sí!

Se prueba todas las prendas que habíamos cogido para él, y sin excepción, le quedan genial.

-¿Cuál te gusta más? –me pregunta.

-Pffff… Todas te quedan idealmente bien. ¿Nos las llevamos todas?

-¿Y por qué no? –después de decir eso, reímos de manera feliz.

Vamos al mostrador, y lo pagamos todo. Entonces, volvemos al vestidor, y se pone la pieza de ropa que más le gusta, con unos calzoncillos.

-¿Nos vamos ya? –pregunta él.

-Sí.

Salimos de la tienda, cogidos de la mano, y sonriendo. Él está muy feliz, y, como consecuencia, yo también.

-¡Muchísimas gracias, Alemania! ¡No puedo expresar con palabras lo agradecido que estoy! ¡Gracias, gracias, gracias! –está dentro de mi corazón.

-De nada, de veras. De hecho, esto es un placer tanto para ti como para mí… Quiero hacerte feliz, Italia.

Entonces, aquí, en medio de la calle, me coge la cabeza con las manos como señal para que me agache, y me besa. Cuando termina, me dice:

-Alemania… Soy feliz. En el momento en el que vi lo buena persona que eres, empecé a enamorarme de ti. Y luego, cuando yo ya estaba completamente prendado de tu persona, voy y veo que tú también lo estás de mí. Soy feliz. Gracias por la vida que me has dejado tener. Aunque sea como esclavo, est-

-Italia, para mí ya no eres un esclavo –he tenido que interrumpirle-. Nunca más. Para mí eres mi amado Italia, la persona con la cual quiero pasar toda la vida.

-Yo… Alemania, te amo.

-Y yo a ti, Italia.

Nos volvemos a besar, y al terminar, nos miramos a los ojos.

Entonces me doy cuenta de cómo lo voy a considerar; aún sin darme cuenta, a partir de ahora: como mi pareja.

-.-.-.-

-Italia, ¿quieres que vayamos a ver a Romano y a España?

-Pero, ¿hoy no tenías que entrenar?

-Bueeeeno, al terminar el entreno te paso a buscar por casa y vamos a visitarlos.

-¡Vale!

Le sonrío, y él me sonríe a mí.

Ya hace unas semanas desde que vamos a visitar a esos dos tortolitos de tanto en cuanto. Nos pasamos por su casa, conversamos y hacemos alguna otra tontería mientras comemos pizza de tomate –tienen cerveza por su casa, por suerte-. A veces ellos también vienen aquí.

-Entonces, voy a ponerme el equipamiento.

-¿Me dejarás ponerte la capaaa? Per favoreee…

-Cómo no.

Me visto, poniéndome todo lo necesario menos la capa, que se la he "prometido" a Italia.

-Aquí tienes –digo dándosela.

Entonces, me la pone, y cuando termina, me peina algún pelo que me había quedado fuera de sitio. Se pone delante de mí y me dice:

-¡Ya está! ¡Perfecto!

Me acompaña hasta la puerta, y al llegar, me da un besito en la mejilla.

-¡Que vaya bien!

-¡Gracias! ¡Hasta la tarde!

Jejeje... Ya sé que no ha tenido mucho sentido, pero me hacía ilusión escribirlo

Soy consciente de que hay ítems que no cuadran demasiado por la época, como los calzoncillos ajustados XD. Pero mira, los quería meter en la historia.

Y vivieron felices y comieron perdices y pasta y bebieron cerveza que tampoco estoy segura de que la tuvieran allí para entonces.