Disclaimer: Ni Glee, ni sus personajes, ni esta historia me pertenecen.
ADVERTENCIA: Muchos de los personajes en esta historia utilizan un lenguaje obsceno y grosero. Las escenas de sexo son bastante explícitas (tanto las Faberry como las Pezberry). G!P Quinn y Santana. Así que si algo de esto no os gusta, aconsejo que no sigáis leyendo.
Ahora sí, ¡que empiece el espectáculo! :p
Por lo general, a Rachel Berry no le importaba pedir favores. Si su padre hubiera estado en la ciudad, no le hubiera molestado pedirle que se pasara por la tintorería. Ni darle la lata a alguno de sus hermanos para que le comprara la leche.
Pero hoy no le pediría ayuda a su familia. Lo que necesitaba no era algo que se considerase normal.
Respiró hondo. Podía hacerlo. No, tenía que hacerlo si quería hacer realidad la fantasía que llevaba siete años rondándole la cabeza.
Salió del coche bajo aquella húmeda tarde y estudió la casa de ladrillo rojo. El exterior, con un macizo de azaleas de vistosos colores y un césped recién cortado, parecía cuidado. Era un edificio elegante con aquella fachada de piedra. El inmaculado balcón blanco y las columnas de estilo dórico. No se oía ni un solo ruido que perturbara los verdes campos del este de Texas, el lugar parecía muy tranquilo.
Nadie podría adivinar jamás qué depravaciones ocurrían en esa casa. De hecho, Rachel había ido allí para descubrirlas personalmente.
Para averiguar si podía soportarlas.
Cerrando los dedos temblorosos en entorno en la correa del bolso, se armó de valor y se acercó a la pesada puerta de roble. Pensó lo hermoso que era el paisaje marino de la vidriera de colores y llamó.
Contra toda lógica, esperó que Quinn Fabray no estuviera en casa.
¡Uf! ¿Cuánto tiempo hacía que no la veía? ¿Cinco años? Quizá más. Ojalá pudiera pasar otros cinco años o más sin tener contacto con ella.
De hecho, imaginar su cara era todo lo que hacía falta para hacerle rechinar los dientes y pensar en asestarle un par de puñetazos. Cuando Rachel tenía diecisiete años, Quinn había despertado en ella una curiosidad que la atemorizaba, pero que al mismo tiempo no había podido ignorar. La única vez que había intentado hacer algo al respecto, iniciando una sencilla conversación, Quinn la había rechazado sin ningún miramiento.
Durante mucho tiempo la había odiado por ello.
Ahora, en vez de evitarla, iba a tener que pedirle el favor de su vida.
Y haría cualquier cosa para que no se lo negara.
Apartándose un mechón moreno de la cara, Rachel se obligó a no comprobar una vez más el brillo de labios. El rímel no se le había corrido; lo había comprobado unos minutos antes.
Los pantalones de color oliva, aunque cómodos, habían sido una mala elección. Los compensaba con una provocativa blusa blanca de encaje que le ceñía los pechos y con el escote bajo y redondeado para llamar la atención. Había completado su atuendo con unas sandalias blancas de tacón alto que sabía que le gustarían, pero que, maldita sea, le hacían polvo los pies.
No tenía sentido seguir postergando aquello un minuto más.
Tragando saliva, Rachel volvió a llamar.
—Ya voy —anunció una amortiguada voz femenina.
¿Quinn? Había pasado demasiado tiempo y Rachel había borrado de su memoria todo lo que concernía a aquella mujer. Pero jamás había olvidado del todo aquella voz profunda y suave.
Sintió mariposas en el estómago cuando oyó ruido de pasos aproximándose a la puerta.
Había ensayado mil veces lo que iba a decir. Quinn pecaba del mismo comportamiento severo de su padre y sus hermanos, y no le gustaba la gente que se andaba con rodeos o sutilezas. Así que sólo esperaba soltar el discurso sin fastidiarla.
De repente una mujer abrió la puerta. No era Quinn. Ni siquiera se le parecía.
El pelo negro estaba suelto sobre unos hombros delgados. Tanía unos conmovedores ojos oscuros y una mandíbula firme. Una camiseta ceñida de color gris y vaqueros descoloridos cubrían un cuerpo alto, bronceado y definido. Aquella mujer podría trabajar de modelo y ganar una fortuna. Su cara le resultaba familiar, quizá la conocía.
—¿Puedo ayudarte en algo? Sería un placer para mí —La divertida sonrisa de la mujer le indicó que era consciente de que la había recorrido de pies a cabeza y que no le importaba lo más mínimo. De hecho, ella había hecho lo mismo.
Rachel se rió. Era obvio que la sutileza no era la suyo.
—Lo siento. Creo que me he confundido de casa. Estoy buscando a Quinn Fabray. Supongo que me confundí de calle….
—No. Has llegado al sitio correcto. Mi prima Quinn regresará pronto.
—¿Quinn es prima tuya? —La posibilidad casi la dejó boquiabierta.
En términos físicos, las dos mujeres eran-literalmente-como la noche y el día. La que estaba ante ella era ardiente y sexy, oscura y lujuriosa como la noche. Quinn tenía la piel y el pelo dorado, era dura y ardua como el día.
Ella se encogió de hombros.
—Somos primas segundas, ya sé que no es para andar diciéndolo. Pero como ella paga su parte vivimos juntas. Yo soy…
—Santa López. ¡Oh santo Dios! Te he reconocido por las fotos. Tengo varios de tus libros de cocina.
—Me siento halagada.
Rachel le dirigió una pequeña sonrisa.
—¡Oh vaya! Me encantan tus recetas. Aunque soy un auténtico desastre en la cocina.
La cordial risa femenina de Santana resonó con un eco cálido en su vientre. Le cayó bien de inmediato. Parecía buena gente. Sencilla a pesar de su éxito.
—¿Cómo, te llamas cariño?
—Rachel Berry— Le tendió la mano— ¿De verdad eres prima de Quinn?
—Eso parece —Santana le tomó la mano acariciándola más que estrechándola – No puedo dejarte aquí fuera en el porche. ¿Quieres entrar a esperarla? Me encantaría disfrutar de tu compañía mientras termino de hacer la cena.
Aquella mujer rezumaba encanto sureño. Rachel se sintió encandilada por ella.
—Gracias. ¿Crees que llegará pronto?
—Sí. Llamo hace un rato para decirme que estaba en camino— Santana se apartó a un lado para que pasara.
Rachel entró a la casa, llena de curiosidad. En ella reinaba el clasicismo de influencia italiana, pero un aire rústico y moderno a la vez. Los suelos de madera oscura contrastaban con las paredes blancas. Había sillones de cuero y mesas de hierro forjado, y un televisor de plasma de cincuenta pulgadas. Era lujosa y de buen gusto, aunque con algunos toques que sin duda asoció a Quinn.
—Calculo que llegará en diez minutos más o menos — Santana le dirigió una pícara sonrisa— El tiempo justo para ofrecerte un té helado de frambuesa o unos bollos de melocotón recién hechos, además de sonsacarte cómo ha conseguido esa imbécil que una belleza como tú venga a visitarla.
A Rachel se le esfumó la sonrisa de golpe. Su misión. Un par de magnéticos ojos oscuros y algunas palabras amables y ya se había olvidado de la razón por la que había ido allí.
Una parte de ella apenas podía creer que se hubiera atrevido a ir. Es una locura. Una estupidez.
Y, sin embargo, era fundamental para su futuro.
Pero no iba a dejar que Santana le sonsacara la verdad, no importaba lo deliciosos que resultaran sus bollos. Aunque lo más probable era que Quinn se lo contara a Santana en cuanto la pusiera de patitas en la calle.
—Sólo estaba bromeando. No hay necesidad de que te pongas tan seria. No tienes que contarme nada —Le aseguró con aquella voz íntima. La expresión pícara de sus ojos había sido reemplazada por una mirada oscura y adusta.
—Lo siento —Rachel intentó sonreír— Es que estoy un poco…
—¿Nerviosa? — le sugirió ella, conduciéndola a una brillante cocina.
—Es una casa preciosa, en especial la cocina —suspiró ella, feliz por poder cambiar de tema.
Los elegantes muebles de cerezo y acero inoxidable hablaban de buen gusto europeo y de cocinas de alta tecnología. Con una creativa mezcla entre lo antiguo y lo moderno, la cocina con seis fogones, las encimeras de granito y el horno doble, era el sueño de cualquier chef. Santana parecía encajar allí perfectamente.
—Gracias. Por si te lo preguntas, Quinn no tuvo nada que ver en la decoración — dijo guiñándole el ojo.
¿Decoración? ¿Quinn? La idea la hizo reír. Quinn colgaba las armas en el perchero. Para ella, los prismáticos de infrarrojos eran el tema preferido a la hora de tomar café. Un buen televisor, un sofá viejo y una cámara de seguridad, y no necesitaba nada más para entretenerse.
—Te creo. ¿Lo has decorado tú todo?
—Con un poco de ayuda de una amigo mío que es decorador.
—Te ha quedado muy bonita
Santana le respondió con una sonrisa.
—Me alegro de que te guste. ¿Un té de frambuesa?
Le puso la mano en la cintura y la guió hacia una silla de hierro forjado con un lujoso cojín de color musgo. La leve caricia le gustó. Rachel no tenía duda alguna de que mucha gente consideraría muy atractiva a la chef. Lo era. Pero tenía algo que la tranquilizaba. Santana cocinaba y decoraba, y además la hacía sentir a gusto. Simplemente era una persona educada y de trato fácil.
Todo lo contrario a su prima. Quinn siempre la sacaba de quicio, incluso antes de decirle "hola".
—Así que… ¿conoces a Quinn? —preguntó Santana, dándole un vaso alto.
—Se podría decir que sí —Le dirigió una tensa sonrisa— Mi padre y ella se dedican a lo mismo. De hecho, ella solía trabajar para mi padre— Rachel tomó un sorbo de té y no pudo contener un suspiro— ¡Esto está de muerte!
Santana frunció el ceño y luego cayó en la cuenta de quién era ella.
—Ah, ¿Eres la hija del coronel Berry? — Rachel asintió con la cabeza
—¿Quinn te ha hablado de mí?
—Nunca ha mencionado tu nombre. En realidad sólo me ha hablado de tu padre. Tendré que patearle el trasero por ese descuido. Eres preciosa. — Se sentó en la silla a su lado y sonrío, derrochando encanto —Me voy a sentir muy infeliz si ya te ha echado el ojo.
Un rubor acalorado subió por el cuello de Rachel hasta sus mejillas. ¿Se había sonrojado? Ella jamás se sonrojaba. ¡Jamás! Pero Santana y sus halagos eran demasiado para una chica acostumbrada a tratar sólo con militares.
—Apuesto lo que sea a que tienes montones de mujeres rendidas a tus pies.
Un amago de sonrisa aleteó en esa boca exuberante, pero no contestó.
—¿Quinn sabía que ibas a venir?
—No. Y no me ha echado el ojo. Créeme, hace años que no la veo. Creo que todavía estaba en el instituto la última vez que la vi.
La sorpresa se reflejó en los rasgos morenos y sensuales de Santana.
—Y ahora llegas aquí como caída del cielo, decidida a hablar con una mujer por la que, sí no me equivoco, no sientes algún especial cariño. ¿Es así?
Rachel palideció. Aquella mujer era realmente perspicaz.
—Yo… necesito hablar con Quinn. Es urgente
Quinn estaba junto a la puerta de la cocina, apretando los dientes con fuerza.
Mierda, reconocería esa dulce voz en cualquier sitio. Profunda, rítmica, con un leve toque de picardía. «Rachel Berry» La chica que la ponía dura como un martillo neumático. Siempre había sido así. Durante todos y cada uno de los días que había trabajado para el coronel. Era oír su voz y toda la sangre de su cuerpo descendía directamente a su miembro. Una mirada de esos dulces ojos color chocolate y ya estaba lista para la acción.
Quinn hizo una mueca mientras se recolocaba bien la bragueta. Maldita sea, todavía tenía ese poder sobre ella.
Al menos ya no tenía diecisiete años y tentaba a una mujer que era lo suficientemente mayor para saber cuándo no debía jugar con fuego.
Hacía cinco años que había dejado de trabajar para su padre, antes de hacer algo estúpido. Algo de lo que, estaba segura, se hubiera arrepentido más tarde, igual que lo habría hecho ella.
Pero, ¿por qué demonios estaba allí? «Mierda, sólo hay una manera de averiguarlo... »
Rachel contuvo el aliento cuando ella entró en la cocina. Quinn se detuvo ante la isleta para ocultar la dura evidencia de su excitación. Al ver la sonrisa de diversión de su prima, supo que a ella no la había engañado.
Pero fue Rachel a quien prestó toda su atención. Había madurado. Sus labios eran ahora más provocativos, su pelo era un poco más corto. Apenas llevaba maquillaje. El aire de inocencia permanecía intacto, y la invitaba a corromperlo.
Quinn apostaría todas su medallas a que todavía era virgen.
«Estás loca». Rachel debía de tener ya veintidós años, veintitrés como mucho. Pero en lo más profundo de su ser sabía que no se equivocaba. ¡Maldita sea! Tenía que deshacerse de ella. Y con rapidez. Un deseo incontrolable y una chica virgen era una combinación peligrosa.
—Rachel —La voz de Quinn sonó ronca por el deseo. Reprimió las ganas de hacer una mueca.
—Quinn
Su nombre pareció flotar desde aquellos labios rosados y tentadores. El ronco sonido la puso más dura todavía. Entonces Rachel se mordisqueó el labio inferior y Quinn sólo pudo pensar en deslizar su miembro entre esos labios, en penetrar profundamente la sedosa humedad de su boca mientras Rachel la miraba con aquellos ojos inocentes.
Si no dejaba de pensar en esas cosas, iba a tener que ir al baño para masturbarse antes de poder mantener una conversación coherente y deshacerse de ella.
—Hola —dijo Rachel para romper el embarazoso silencio.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
Rachel asintió con la cabeza. Fue un gesto automático que denotaba nerviosismo. Quinn no había oído más que unas pocas frases de la conversación de Santana con Rachel. Las suficientes para saber que su prima pensaba que le había echado el ojo a aquella belleza. Y que Rachel tenía una razón importante para estar allí.
Como solo tenía un conocido en común, pensó que debía de tratarse del coronel.
—¿Le ha pasado algo a tu padre?
—No, él e-está bien. Gracias —Rachel forzó una sonrisa— Últimamente ha recibido amenazas de alguno de los psicópatas que envió a la cárcel y que ya ha sido puesto en libertad, pero eso no es nada nuevo.
No, no en esa clase de trabajo
—No, no lo es.
Por fin, su erección disminuyó para cruzar la estancia y sentarse ante la mesa de estilo Italiano. Su prima todavía esbozaba una sonrisa socarrona, y Quinn le dirigió una mirada de advertencia.
—No he podido evitar oír cómo le decías a Santana que tenías algo importante que decirme. ¿No será sobre el coronel?
—No. Es sobre…—Las pestañas de Rachel sombrearon sus mejillas cuando bajó la vista y se volvió a morder el labio.
Maldita sea, los gestos inocentes y seductores de Rachel la ponían a cien.
Ella levantó la vista de nuevo, y Quinn vio que la miraba con determinación. Interesante.
—Es algo personal.
¿Personal?
Quinn no podía imaginarse a qué se refería. ¿Había acudido a ella para contarle algo personal? Se había esforzado en ser una borde con ella mientras trabajaba para su padre. No le había resultado demasiado difícil cuando se había sentido agarrotada todos los días por la frustración sexual.
Transcurrió una pausa silenciosa. Santana se levantó y se acercó a Rachel.
—Chicas, os dejaré unos minutos a solas. Hay más té de frambuesa. No permitas que el ogro te asuste. — Le cogió la mano y se la besó— Y no se te ocurra marcharte sin despedirte.
Quinn observó el cambio y se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes.
Imbécil. Rachel poseía todo lo que su prima deseaba en una mujer, dulzura, virginidad e inocencia. El que ella tuviera el pelo castaño era sólo un incentivo más.
Pero ya podía irse olvidando de esa mujer . Si Rachel estaba vedada para ella, también lo estaba para Santana.
El suave golpe de una puerta cerrarse en el pasillo le indicó a Quinn que su prima se había encerrado en su despacho. Volvió a centrarse en Rachel.
—Bien, adelante. Te escucho.
—He venido a pedirte un favor. Me doy cuenta de que esto es un poco extraño, pero…—se interrumpió con un tembloroso suspiro, luego alzó la barbilla y pareció controlar los nervios. Un momento después, la miró directamente a la cara— ¿Podrías enseñarme todo sobre el sexo, tal y como a ti te gusta?
Por lo general, la expresión de Quinn jamás reflejaba sus pensamientos. Debido a su trabajo, poseer una expresión insondable era algo indispensable. Aquella era la primera vez que Rachel la veía quedarse con la boca abierta. No la hubiera sorprendido más si le hubiera pedido que excavara el Gran Cañón con sus propias manos.
—¡¿Qué?!
—Quiero que me enseñes cómo son las relaciones sexuales que te gustan.
¿Las relaciones sexuales que le gustaban a ella? ¿Podría haber algo más extraño en este jodido planeta?
Ahí pasaba algo. Algo muy raro. A la virginal Rachel Berry no podía gustarle lo mismo que a ella.
Ni siquiera debería saber que existía.
Aunque quizá estuviera interpretándola mal. Lo más probable era que no tuviera ni la más remota idea de qué le estaba pidiendo.
Con aquel tranquilizador pensamiento, dejó traslucir la irritación que sentía y negó con la cabeza.
—¿Por qué coño ibas a querer saber algo así?
Rachel no se inmutó ante su lenguaje. Quinn debía reconocerle eso y más…como haber tenido las agallas suficientes para ir allí. Al criarse con el coronel y dos hermanos mayores, era probable que hubiera oído todas las palabras malsonantes del mundo, y algunas más de su propia cosecha. Pero se preguntó de dónde habría sacado el valor para preguntarle si quería… ¿Qué? ¿Ser su tutora sexual? Bufó para sí misma al pensar en todas las cosas que le gustaría enseñarle.
—Creo que ha llegado el momento de ampliar mis horizontes— Le explicó ella con despreocupación, de una manera que parecía haber sido ensayada —Y a pesar de tu actitud brusca, eres una mujer honrada. Nunca me harías daño…
—¿Hasta cuándo voy a tener que seguir oyendo este discursito antes de decirte que no?
—Aún no he terminado.
—Ni siquiera deberías haber empezado.
—Necesito saber. Tengo que saber cómo complacer a una persona con esas inclinaciones.
Esas inclinaciones. Como si fuera algo fácil. Como si pudiera explicárselo con un simple esquema. Contuvo una amarga risa.
—A ver si nos entendemos. ¿Quieres aprender a follar conmigo, pero no tienes ni idea de qué va la cosa?
Rachel se paralizó.
—Claro que lo sé. A ti te van los ménages, te gusta compartir mujeres.
¿Cómo diablos se había enterado de eso? Era sorprendente. Perturbador. Condenadamente excitante.
—Gatita, estás metiéndote en camisa de once varas.
—Por favor. No me trates como a una cría. Puede que no sea la mujer más experimentada del mundo, pero ¿Qué más da? Todos partimos de cero. Estoy tratando de aprender. No te pido un compromiso ni que me dediques mucho tiempo. Hablo de una tarde o dos, ¿dónde está el problema?
Así que la gatita aún tenía garras. La encontraba salvajemente excitante. Se imaginó tumbándola sobre esa misma mesa, separándole las piernas para observar su sexo abierto para ella mientras Rachel se retorcía y jadeaba en pleno orgasmo.
Quinn se aclaró la garganta y se obligó a centrarse.
—Olvídate por un segundo de que no tienes más que una vaga idea sobre el tema.
Centrémonos en la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué quieres experimentar en tus propias carnes qué se siente al ser compartida?
Rachel cruzó las manos delante de ella y dudó. Estaba intentando decidir qué contarle, pensando qué descartar y qué no. Quinn le dio un minuto para que aclarara sus ideas; podía esperar. No pensaba ir a ningún sitio hasta descubrir de qué iba todo este asunto.
—No sé si te acordarás, pero poco antes de que vinieras a trabajar con mi padre, él había estado protegiendo a Brody Weston.
—Sí —Quinn se encogió de hombros.
—Brody y yo…nos hicimos muy amigos en el verano. Compartimos un vínculo especial. Se podría decir que nuestro amor floreció. Hemos salido con otras personas, pero no es lo mismo. Y nuestra relación sólo se ha hecho más fuerte con los años. Nos hemos mantenido en contacto por teléfono y por e-mail. Compartimos nuestras esperanzas, deseos y sueños. Llevo muchos años pensando en él, en nosotros y creo que a él le pasa lo mismo.
Que alguien le diera una bolsa para el mareo. ¿De veras Rachel se tragaba todo eso? ¿Qué mientras Brody se iba tirando a toda cuanta mujer se le ponía por delante, la amistad con Rachel tenía un significado especial para él? Imaginó que sería posible…después de que el infierno se congelara.
—Ya veo — dijo— ¿Y eso qué tiene que ver?
—Bueno, hace unos seis meses, hablamos largamente de nuestra relación. Le dije que nunca podría sentir por nadie lo que sentía por él — se mordisqueó los labios, titubeando —Brody me dijo que yo le importaba mucho, pero que su estilo de vida me escandalizaría.
No había más que leer la prensa amarilla.
—Sí, lo haría.
—He visto montones de fotos de él con diferentes mujeres. He oído rumores sobre lo mucho que le gusta compartir a las mujeres. Sé lo que tengo que hacer para tener un futuro con él. Pero él dice que no quiere corromperme; piensa que yo no podría soportarlo. Tengo que demostrarle que puedo ser lo que él necesita.
Santo cielo. ¿Acaso había perdido completamente el juicio? Pretendía que le enseñara a dar placer a ese niño bonito que presumía de ser cantante melódico y a algún gilipollas desconocido a la vez. ¿Sería Rachel una mujer inmadura para su edad, de esas que perdían la chaveta por las celebridades y gritaban como locas cada vez que oían su nombre? Se le encogió el estómago.
—¿Así que crees que yo te enseñaré cómo atraparle, y luego viviréis felices y comeréis perdices?
Rachel se tensó.
—Creo que lo más inteligente sería ir a Brody preparada para complacerle y de esa manera probarle que puedo ser alguien especial para él.
—¿Y a qué viene tanta prisa?
—Ha vivido en Europa durante los últimos años. Le he echado mucho de menos. Pero por fin vuelve a Estados Unidos. Vuelve a Texas durante unos meses. Hemos hecho planes para vernos y averiguar si nuestra relación tiene algún futuro. Es mi oportunidad para demostrarle que aún nos une ese vínculo especial.
¿Vínculo especial?¿Qué demonios se suponía que quería decir con eso?
—En primer lugar, ese tío es una estrella del pop. Ha tenido tres álbumes en el número uno en los dos últimos años. Las mujeres caen rendidas a sus pies, y lo sabes.
—Precisamente por eso, no puedo permitirme el lujo de no estar preparada. Sé que tendré que competir por su tiempo y atención. Soy consciente de que no soy tan mundana como las groupies que lo persiguen. Pero existe una conexión entre nosotros. Quiero ver si nos lleva a algún lado y creo que él también está dispuesto a averiguarlo, aunque tiene miedo de hacerme daño.
—Y supongo que en segundo lugar, tú eres demasiado inocente para eso.
—Por eso te pido tu ayuda. Me niego a ir a verlo y correr el riesgo de que me considere una cría. ¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Acaso es tan difícil hacerlo?
—Crees que con que te haga un jodido esquema será suficiente para saber todo lo que hay que saber sobre los ménages, ¿verdad?
—Estoy dispuesta a que me lo expliques, y quizá también me haga falta una demostración. Depende.
Jodidamente increíble
—Una explicación no te serviría de nada, gatita, yo no te prepararía para lo que realmente necesitas. En cuanto a una demostración, lo más probable es que salieras huyendo espantada.
Ella frunció el ceño. La frustración de Rachel aumentaba a la par que su deseo por ella.
—De ser así, tengo que saberlo ahora, antes de comprometerme con Brody. Si lo compruebo por mí misma…
—Saldrías de aquí gritando y corriendo tan rápido que baterías todos los records. No podrías soportarlo.
—¿Por qué? ¿Acaso estamos hablando también sobre el bondage o la dominación?
Quinn agrandó los ojos sorprendida. ¿Cómo sabía ella de esas cosas?
—No parezcas tan sorprendida. No soy precisamente una niña.
—Puede que no. Pero eres virgen todavía. Apostaría mi vida en ello.
—Sí. ¿Y qué? Me estoy reservando para Brody— Se apartó un brillante mechón castaño de la cara, actuando como si anunciar que una mujer de veintitantos años era virgen fuera la cosa más natural del mundo —Quinn , sé que no me debes nada, pero te estoy pidiendo lo más amablemente posible que me ayudes.
—Pues joder con tu petición... No me importa cómo lo expongas. Es una condenada estupidez.
—Si lo que te preocupa es que mi padre se enfade…
—Demonios, sí, por supuesto que se enfadará. Pero no es por esa razón por la que no estoy dispuesta a ayudarte. Rachel, éste no es el tipo de sexo que le vaya a una virgen.
Rachel hizo una pausa, reflexionando sobre ello. Luego se puso de pie.
—Vale, lo entiendo. Al parecer no te atraigo para nada. Genial. Ya encontraré otra manera de aprender.
Quinn debería dejar que creyera eso y dejar que se marchara, pero no podía. Tenía que hacerle saber que sí le atraía…y que por ese mismo motivo estaba jugando con fuego. Se levantó y se interpuso en su camino.
—¿Así que piensas que no me atraes? — bajó la mirada al miembro grueso y duro que tensaba la bragueta de los vaqueros. Al instante, ella siguió la dirección de su mirada. El suave jadeo que emitió sólo la puso más dura— Rachel, no puedes imaginarte lo que se me ha pasado por la cabeza desde que me has formulado esa petición con esa boca tan deseable que tienes, Pero dudo que quieras saberlo.
Un ardiente rubor inundó las mejillas de Rachel mientras miraba de nuevo la entrepierna de Quinn. Se mordisqueó los labios. Siempre hacía eso cuando estaba nerviosa o pensativa.
—Sí que quiero. Quiero saberlo todo sobre las relaciones sexuales que te gustan. Las que le gustan a Brody.
Quinn se sintió molesta, y se prometió a sí misma que si alguna vez tocaba a Rachel, ella dejaría de pensar en aquella afeminada estrella del pop. Estaría demasiado ocupada con ella. Sólo el pensar en decirle que no, le hacía sentir como si le pegaran una patada en el estómago. Mierda se le estaba ofreciendo en bandeja para que saciara su lujuria por ella. Lujuria que llevaba más de cinco años conteniendo. Lujuria que le ponía el miembro increíblemente duro y que le hacía sentir un deseo que le retorcía las entrañas.
Es inocente. Virgen. ¡Peligro!
Había llegado el momento de poner fin a aquello. ¿De verdad creía que Rachel era lo suficientemente madura para ser compartida? Sí, tenía que hacer que saliera huyendo en cuestión de segundos. Sería lo mejor antes de cometer alguna locura como agarrarla, tocarla, excitarla y penetrarla hasta el fondo.
—El sexo que me gusta no es ni dulce ni romántico, gatita. Es crudo, y en ocasiones doloroso para una mujer. Puede requerir una espalda de acero y mucho aguante.
Rachel se puso tensa y tragó saliva. Estaba nerviosa…pero intrigada. La curiosidad de arremolinaba en aquellos preciosos ojos color chocolate. Al fin, asintió con la cabeza.
—Continúa.
Quinn se acercó más. No podía contenerse. Ahora también captaba su aroma. Desprendía un olor a vainilla y a deseo femenino. ¿Acaso estarían calentándola sus palabras? ¿O sería saber que la excitaba lo que la hacía humedecer? Dio otro paso, invadiendo el espacio personal de Rachel, y acercó los labios a su oído.
—En mi caso, ménage, implica compartir a una mujer, otra persona y yo follándola a la vez, llevándola al orgasmo y volviéndola tan loca de placer que ella olvida su nombre y grita hasta que el techo se le cae encima.
Quinn se apartó para mirar la expresión de Rachel. Tenía la boca entreabierta en un silencioso jadeo, y los ojos agrandados con las pupilas dilatadas. Oh, maldita sea. ¿Sería posible que la idea la atrajera? Su erección estaba preparada para bailar un tango a pesar de que su mente estaba intentando por todos los medios cortar la música de raíz.
—Ayúdame a entenderlo. ¿Por qué te gustan los ménages ? —logró susurrar Rachel— ¿Por qué no hacer el amor con una sola mujer?
—Dos personas pueden lograr que una mujer alcance un placer tan increíble que ella esté dispuesta a hacer lo que sea por el placer de sus amantes.
A Rachel se le enrojeció aún más la cara. El aroma del deseo flotaba ahora en el aire. Se le irguieron los pezones al tiempo que se humedecía los labios con nerviosismo.
—Entiendo.
Su vientre de se contrajo ante la imagen de aquella lengua rosada.
—¿De veras?
—Estoy al tanto de esas cosas. He leído mucho. Comprendo cómo es posible físicamente, pero…. ¿qué pasa con los lazos afectivos?
¿Qué pasaba con las preguntas que se esperaba? Cosas como ¿Por dónde se meten las pollas? ¿Cómo follan tú y otra persona a una mujer simultáneamente? Esas si eran las que ella podía contestar. Con todo lujo de detalles además. A ella le encantaría verla penetrada por dos miembros batiéndose en duelo, uno por su apretada vagina y el otro por el intocable trasero.
Mierda tenía que dejar de pensar en eso antes de que los vaqueros le constriñeran la erección.
—¿Cómo se manejan esas relaciones para que no interfieran los celos?
—Es que no son relaciones. Es sólo sexo. De cualquier cosa que pudiera ser consumado por tres personas a la vez.
—Ah…— Ella parpadeó y luego apartó la mirada— Debería de haberme dado cuenta, tú no eres de las que mantienen relaciones.
—A mí me basta con la lujuria— Cualquier otra cosa era potencialmente catastrófica. De hecho, ya había pasado por eso una vez…y no quería recordar la pesadilla que había sido después.
—Bueno, lo cierto es que contigo, lo de la lujuria me va bien también. Sólo….solo quiero aprender lo que puedas enseñarme.
¿Todavía?
—¿Estás hablando enserio?
Rachel se aferró a su bolso y cuadró los hombros.
—Hoy he conducido más de ciento cincuenta kilómetros para hablar contigo, una mujer a la que no veo desde hace cinco años. Una a la que nunca le gusté demasiado. Me he tragado mi orgullo para admitir delante de ti por qué quiero esto y por qué todavía sigo siendo virgen. ¿Me habría tomado tantas molestias si no hubiera estado segura de aprender a complacer a Brody y decidir si es esto lo que quiero en mi vida?
Brody.
Ahí estaba el nombre de aquel gilipollas otra vez. Maldito imitador de los jodidos Backstreet Boys. Maldito fuera él y su melodiosa vos de falsete que copaba las listas de éxitos. Quinn no podía entender por qué un hombre quería sonar como una mujer delante de todo el mundo.
—No soy la persona adecuada para eso, Rachel. No puedo hacerlo
Ella apretó los labios y tensó los dedos en torno a la correa del bolso.
—¿Por qué no?
—Por un millón de razones. Para empezar, no me acuesto con vírgenes.
—No te he pedido que lo hicieras. De hecho, reservo mi virginidad para Brody. No sé por qué no puedes darme al menos algunas explicaciones sobre las partes más complejas.
—Porque las explicaciones no te servirían de nada. No sabrás de qué va todo esto hasta que no te encuentres taladrada por un par de miembros bien duros.
—Explícame eso. ¿Taladrada exactamente dónde? ¿Y de qué manera? ¿De una que implique dolor?
Las palabras de Quinn no la habían conmocionado en lo más mínimo. Sus preguntas la aturdían, la aterraban. ¿Por qué Rachel no tenía miedo? Ella sí que lo tenía.
—No voy a hablar de eso. Si quieres información sobre los ménages , búscala en los libros.
—Como tú muy bien has dicho, las palabras no son un buen sustituto de la experiencia.
—Entonces que sea ese niño bonito de voz afeminada el que te proporcione experiencia. Porque, desde luego, no seré yo.
—Genial— pasó por su lado —Tú no quieres ayudarme. Déjame pensar…. ¿con quién salías cuando trabajabas con mi padre? Ah, sí, con Noah Puckerman. Recuerdo haber oído rumores sobre él. ¿Sabes si vive cerca de aquí? Supongo que puedo pedírselo a él. Y si no tiene interés, creo que Sam Evans también era amigo tuyo, ¿verdad? Puede que esté dispuesto a ayudarme, así que adiós muy buenas— se apresuró hacia la puerta
Quinn se tensó. Oh, sí…, tanto Puck como Sam estarían más que dispuestos a ayudarla….ya fuera con o sin ropa. Pero ninguno de los dos era conocido por ser cuidadoso. La virginidad de Rachel no significaría nada para ellos. Verían carne fresca y jugosa, y se enterrarían en ella, jadeando como perros hambrientos.
Pero Quinn se dijo a sí misma que esa era la elección de Rachel…. su problema.
Sin embargo, si dejaba que ella saliera por esa puerta, acabaría maltratada por aquel par de rottweilers hambrientos. Y eso era algo que la cabreaba. Ella acabaría aplastada en cuestión de minutos, y, por alguna maldita razón, no podía permitir que eso ocurriera. Quizá fuera debido a su lealtad hacia el coronel o algo por el estilo.
Maldita sea Iba a tener que disuadirla de seguir por ese camino antes de que se fuera. Rechinando los dientes, repasó mentalmente cual sería la mejor manera de conseguirlo. Por desgracia no había muchas opciones.
Había llegado el momento de pasar a la acción.
Quinn la agarró del brazo y la atrajo contra su cuerpo. Los pechos de Rachel, dulces y firmes, le quemaron la piel como si ella no llevara camisa. Maldijo para sus adentros ante el contacto. ¡Maldición! Aquella chica siempre le había hecho sentir algo. Ahora, después de cinco años, el efecto era todavía más pronunciado.
Rachel jadeó cuando sus cuerpos de rozaron. Alzó la mirada lentamente hacia la de Quinn.
La excitación ardía en su cara, resplandecía en aquellos ojos de dilatadas pupilas oscuras. Al ver su expresión, Quinn se preguntó si ésa era la primera vez que Rachel había sentido algo por ella que no fuera irritación.
La posibilidad no era muy halagüeña.
Aquel plan no podía durar más de tres minutos...
—Espera un momento — Tensó los dedos con los que la agarraba del brazo antes de obligarse a sí misma a relajarlos— Supongamos que hablas enserio. Y que yo considero tu petición. Tendría que ser con demostración práctica y todo eso.
Quinn tragó saliva. Su corazón se saltó un latido. Dios, no tenía ni idea de lo peligrosamente cerca que estaba de acabar tumbada sobre la mesa de la cocina para convertirse en su merienda.
—Vale. ¿Quién sería…? ¿Quién se uniría a nosotras?
Santana resolvió ese dilema al entrar tranquilamente en la cocina con una sonrisa seductora y una mirada que era imposible de malinterpretar. ¿Así que la buena de su prima había estado escuchando? Quinn hizo girar a Rachel hacia ella.
-Hola, cariño –dijo Santana.
Quinn sintió que Rachel temblaba en sus brazos cuando se cruzó con la mirada de su prima. Contuvo el instinto de tranquilizarla. Aquello debería dejarle muy claro a lo que se enfrentaba, debería hacer que Rachel descartara sus planes ipso facto. Tranquilizar a la chica era la última cosa que debería hacer.
—¿Quinn y tú...? — a Rachel le tembló la voz.
—Exacto.
Incluso la respiración de Rachel era temblorosa. Estaba nerviosa Estupendo. Por fin, algo había penetrado en aquella dura cabezota. Había llegado el momento de que Rachel soltara un rotundo 'NO'
Quinn dirigió a su prima una mirada de advertencia mientras asentía con la cabeza. Su prima le respondió con un asomo de sonrisa y se acercó a ellas.
Primer capítulo de la historia por la que se decantó la mayoría :p
Como ya he dicho, algunas capítulos podrán ser fuertes (al menos a mí me lo parecieron hahaha), así que espero que no salgáis corriendo cuando leáis algunas cosas xD
Con este fic actualizaré 2/3 veces a la semana, pero sólo un capítulo por día porque suelen ser largos.
Y... nada, creo eso es todo por ahora. Espero vuestra opinión sobre el primer capítulo. Nos leemos pronto ;)
