Atención: Todos los personajes y lugares mencionados en esta historia son propiedad de Square-Enix. No se pretende ganar ningún dinero publicando este fic ni volar los derechos de copyright. ¡He dicho!
Aviso: Este es un fanfic yaoi –relaciones homosexuales- para mayores de 18 años.
Notas de la autora: Para todos los que me seguís: aquí estoy con un nuevo fic, que espero os guste. Lo he hecho en primera persona, lo cual es harto difícil, no he quedado muy satisfecha con el resultado. De cualquier modo, los mejores jurados seréis vosotrs.
Aclaraciones: El fic está contado desde el punto de vista de Irvine Kinneas, el francotirador más guapo del juego. (-jeje, como que sólo hay uno. –sí, pero es para enfatizar)
Email: fanfiker_
OBJETIVO: MI COMANDANTE
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EPISODIO 1: EL ENFOQUE
Es verano. Puedes sentir el calor en cualquier sitio del Jardín. Desde que me hice SeeD soy dueño de un cuarto para mí solo. Afortunadamente, porque creo que si tuviese un compañero, no hubiera podido aguantar mi enfermizo hobbie. Yo, el gran cowboy mujeriego que siempre es perseguido por las chicas (y cuando digo perseguido, no exagero) colecciona fotos del más sexy y apetecible SeeD del Jardín. No, no es Seifer, ¿estás bien de la cabeza? No lo definiría como el más sexy ni tampoco el más sensual; de hecho, si le tomara fotos a él no creo que le importase. Sería cómico. Me gusta el riesgo, me gusta la presión y me gusta Squall.
Sí, mi comandante. No sé por qué, pero comencé a pensar en él cuando nos conocimos en Galbadia. Cuando la misión francotirador acabó y Squall se marchó pensé que me gustaría disfrutar más de su compañía, a pesar de su silencio enervante.
Tras la derrota de Artemisa, cuando se me ofreció la posibilidad de estar más tiempo con él, creció en mí la necesidad no sólo de verlo, sino de inmortalizarlo. Así que decidí comprar una buena cámara de fotos y retratarle con ella. Pero debo ser cuidadoso y hacerlo cuando no me vea. ¿Imaginas a Squall consciente de que lo están fotografiando en cualquier sitio, de cualquier modo? Bueno, eso ayuda a que yo me esté labrando un futuro como fotógrafo. A veces salgo con él a algún sitio y no tengo la oportunidad de echarle fotos. Y Squall odia las cámaras, vídeos y similar. Me daría una patada en el culo si le pido que pose para mí. De nuevo, soy afortunado y poseo una compañera que hace que todo sea más fácil. La enérgica Selphie Tilmitt adooooooooora las cámaras. Le encanta aparecer en una foto rodeada de todos sus amigos, pero disfruta aún más si hace fotos a escondidas. Pequeña morbosa.
Hasta el momento tengo veintisiete fotos de Squall Leonhart, el Comandante del Jardín; lo cual es un récord, teniendo en cuenta lo difícil que es hacérselas. Mirando esas fotos me doy cuenta de que siempre suele llevar el color negro y que usa mucho el cuero. Pero ahora es verano, y deberá cambiar sus costumbres, lo cual significa menos ropa, lo que se traduce en más trabajo.
Días después, comiendo en la cafetería, Selphie sugirió ir a la playa. Y eso es… ¡momento foto! Exacto. Selphie me guiñó un ojo. Oh, Selph, cuánto te quiero.
—Así que nos encontraremos en el garaje a las once el sábado. No os perdáis u os arrepentiréis.
—Ssssí, la playa. Surf, perritos calientes… me encanta el verano.
—Zell… ¿desde cuándo debes esperar al verano para comer perritos calientes? —inquirió Quistis elevando las cejas.
—Como más en verano —explicó el rubio.
—Oh… las fábricas de pan y salchichas volverán a arruinarse —comentó Rinoa, retirándose un mechón de pelo.
—¡Eh! ¡Les doy trabajo! —se defendió Zell.
Reí.
—No sé si podré ir —constató entonces Squall muy serio. Todos en la mesa callaron. Yo borré mi sonrisa de repente.
—¿Tratas de excusarte con tu estúpida rutina de comandante otra vez? —preguntó Seifer, sentado frente a todos como si fuera el dueño de la cafetería, con sus pies sobre la mesa.
—Bien, desde que cierto rubio de ojos verdes dejó de darme problemas en el Jardín, creo que merezco salir un rato.
—Bien dicho, Leonhart —rió Seifer—, será más divertido con tu presencia.
Estuve de acuerdo y asentí.
—¿Desde cuándo estáis tan interesados en mi compañía? Siempre os quejáis porque soy insociable.
—Oh, sí, por eso tratamos de introducirte en la sociedad —dije—. Después de todo ese rollo de las brujas, te volviste mejor persona, o, al menos, alguien con quien se puede hablar.
Squall me miró brevemente, y bajó la cabeza.
—Venga, Squally, será divertido —insistió Selphie, haciendo pucheros.
—OK, pero si voy tendré que cancelar la cita de ir de copas el viernes por la noche.
Suspiré. Sé que tiene mucho trabajo. Le he ayudado a veces, así que me ofrecí para hacerlo el viernes por la noche también. Me miró como si estuviera loco.
—¿Seguro?
—¿Por qué me preguntas eso? Ni que fuese al matadero —dije, molesto.
—¿Por qué querría el mujeriego más popular perderse una noche caliente, en un pub lleno de tías?
Squall. No perderé ninguna ocasión para que cambies mi opinión sobre mí. Quiero estar contigo, pero no puedo decir eso. De momento, me interesa que piense así.
—A veces al cowboy mujeriego le gusta sacrificar todo eso para ayudar a sus amigos.
Squall me miró, curioso, inseguro sobre qué pensar, buscando que mi ayuda fuera la excusa para algo más. Como no encontró qué, aceptó mi propuesta, por tanto el viernes por la noche, mientras los demás salían, nosotros trabajamos hasta muy tarde: sellando y ordenando papeles; enviando misivas; respondiendo mensajes. Todo en un mismo cuarto: su oficina.
—¿Seguro que Selphie no te echará de menos?
—No, colega, fue de compras con Rinoa.
—Ah.
Volvió a sus ficheros. Entonces nos hallábamos frente a frente, él en su sillón enorme acolchado, y yo en otro igual, al otro lado de la mesa. Apenas hablamos, porque a Squall le gusta trabajar en silencio, aunque pusimos la radio durante un rato, para evadirnos un poco. Cuando acabamos, fui hasta mi cuarto. Estaba hecho polvo y cuando alcancé mi cama me lancé a ella con las botas puestas. Cuando sonó el timbre de las visitas quise maldecir. Me levanté con un gesto de querer matar a alguien y abrí la puerta accionando el botón verde.
—Oh, perdona, Irvine.
Eran aquellos ojos grises tormenta. Squall me tendió un sobre.
—Quería darte las gracias por la ayuda, y entregarte esto.
Miré el sobre cerrado y bostecé exageradamente. Sabía lo que había ahí dentro.
—Es gratis, Squall.
—Lo digo en serio, cógelo –insistió, su mirada ahora dura.
—Yo también voy en serio, me gusta ayudarte.
—Me has ayudado más veces que Quistis en estos últimos cinco meses, haciendo cosas que no te corresponden por tu rango. Te debo más que un agradecimiento.
Si realmente me merezco una recompensa, déjame colarme en tu cama, Squall.
—Squall, déjalo, estoy cansado.
Y apreté el botón amarillo, que hizo que la puerta nos separara otra vez. No recuerdo nada después. No estoy acostumbrado, digamos, pero esa noche me sentía agotado. Y esta vez no fue por sexo.
Al despertar alguien llamaba otra vez. Demonios, quién me llama a estas horas… un momento: las diez y media en el reloj. Oh, mierda. Creo que me he dormido. ¿Y si es Squall quien viene a buscarme porque voy tarde?
—¡Irvyyyyyyyyyyyyyyyy!
Oh, gracias a Dios. Selphie. Me levanté enseguida, medio dormido y todavía cansado. Su hermosa cara apareció, toda sonriente, frente a mí.
—Ey, buenos días.
—Buenos —sonreí, acariciándole la mejilla.
—Te estamos esperando, ¿sabes? Tenemos que ir a la playa y… tengo tu cámara pero necesito otro carrete.
Entró directa hacia mi armario; hacia donde ella sabía que yo guardaba el material, y cogió lo que necesitaba.
—¿Qué estás esperando? ¡Vístete! Hoy haré una buena foto… por eso debes estar guapo.
Invadió mi espacio y abrió mi armario. Está completamente cubierto por pósters de armas y chicas desnudas.
—¿Problemas para elegir tu ropa? Permíteme ayudarte.
Selphie revolvió hasta que encontró una camiseta blanca sin mangas y unos vaqueros gastados. No me gustó mucho la elección, y ella, al ver mi cara, puso las manos en ambas caderas y anunció, tirándolo todo en la cama:
—Después te quedarás en traje de baño, así que no te quejes. ¿Cómo te fue ayer?
Se acercó, traviesa.
—Squall me dijo que te dejara dormir un rato más.
—Ah, ¿sí? –pestañeé, incrédulo.
—Sí. Creo que se preocupa mucho por ti.
—Me ofreció dinero ayer —dije, poniéndome el traje de baño y los pantalones.
Selphie se sentó en la cama, curiosa, abriendo los ojos como platos.
—¿Tan bien se lo hiciste?
Oh, qué mente calenturienta. Pero sabía que bromeaba.
—Oh, sabes que no lo aceptaría.
—¿Y por qué no?
Me acabé de vestir y repliqué:
—Porque fue un favor. No lo hice por dinero.
—Mal, mal, debiste cogerlo —dijo Selphie—. Me debes una comida.
Solemos apostar de vez en cuando. La sujeté por los hombros.
—Te debo más que una comida. Vamos con los otros.
Salimos hacia el garaje, hacia la playa. Había dos coches, uno conducido por Seifer y el otro por Squall. Selphie me dirigió hacia este último, en el cual iba Zell a su lado.
—¿Quién va en el otro coche? —pregunté.
—Seifer conduce, va con Quistis y Rinoa —respondió Zell.
—No es estúpido —murmuré, recordando los intentos varios de Seifer por seducir nuevamente a Rinoa.
—Squall, ¿no estás celoso? —dijo Zell, preocupado.
—No me interesa.
Me encontré con la mirada de Squall por el espejo retrovisor interno; parecía molesto, ¿enfadado, quizá? ¿Sólo porque Rinoa y Seifer cada día están más unidos y tontean a menudo? No lo creo. Squall ya no pasa tiempo con ella, suele ir por ahí conmigo o con Zell. A veces lo veo con Seifer por el Jardín, pero quien lo acompaña siempre es Quistis. No sé qué ha ocurrido entre Rinoa y Squall, ninguno nos hemos atrevido a preguntar, pero Selphie tiene una teoría: dijo que han caído en la rutina y, mientras Squall adopta una postura cómoda en la relación, a Rinoa le seducen nuevas sensaciones. Está otra vez mirándome por el espejo. ¿Qué quieres decirme, Squall? Desearía entender tus miradas. ¿Quizá está enfadado por lo del dinero?
Cuando alcanzamos la playa más cercana a la ciudad de Balamb, aparcamos ambos coches cerca de allí y corrimos por la arena. Seifer y Rinoa iban los primeros, seguidos por Zell, quien traía su tabla de surf, demasiado excitado por meterse en el agua.
Una vez sentados en la orilla, Squall tomó unas gotas de protector solar para cubrirse.
—Irvy, ven conmigo al agua —dijo Selphie tirándome hacia ella.
—Ya voy, ya voy. Por favor, chicos, cuidadme la cámara —les dije a Quistis y a Squall, ambos ocupados en no quemarse su pálida piel, dándose bronceador.
Asintieron, así que me metí al agua. Nos unimos a Seifer y Rinoa e hicimos luchas en el agua. Zell y Quistis se unieron después. Miré hacia donde estaba sentado Squall, leía un libro. Siempre está tan tranquilo, tan cómodo, tan a gusto con su soledad… Me atrae tanto su forma de ser, el modo en que sabe que todo el mundo lo mira y hace como si no lo supiera. Y el modo en cómo desaparece de repente sin pista alguna. Quistis estaba ahora bajo el sol, sobre una toalla enorme junto a Rinoa, cuando pregunté:
—¿Dónde ha ido Squall?
Rinoa señaló una zona cerca de unas rocas.
—Fue a pasear.
Quizá es mi momento. Selphie y Seifer jugaban con la tabla de Zell y Quistis y Rinoa se ponían morenas. Tengo que marcharme, antes de que Rinoa me ponga la cabeza loca con su interminable charla sobre Seifer.
Cogí la cámara y caminé hacia la orilla hasta el final de la playa. Había rocas altas, que escalé sin dificultad, y pude distinguir trazos castaños mecidos por el viento. Traté de no ser visto, escondiéndome entre los pedruscos y preparé el objetivo. Una hermosa vista, ante mis ojos: una playa con pocas rocas y un solitario Dios entre ellas. Utilicé el zoom para enfocar su perfecto rostro, su expresión solitaria. Me elevé un poco. Squall parecía melancólico y nostálgico: me pregunto si yo soy la persona que pueda hacerle feliz. Antes lo hizo Rinoa, pero ahora estaba seguro de que ella terminaría con Seifer. Ambos pasaban mucho tiempo juntos últimamente.
Respiré con calma. ¿Cómo puede ser Squall adorado por medio mundo y sentirse tan solo? Algo captó mi atención, escondí mi reflex. Me giré para ver la cara sonriente de una hermosa chica de pelo castaño con bañador rojo.
—Ve con él —dijo, quitándome la cámara.
Y Selphie me empujó hacia las rocas. Squall oyó ruido y se volvió. Le mostré ambas manos, un poco cohibido por invadir su intimidad.
—Eh…perdona, no quería molestarte.
¡Clic!
—Siento haberte cerrado la puerta en tus narices ayer —dije.
—Estoy más que acostumbrado. Además, fuiste amable conmigo, considerando que fui a molestarte después de una noche de trabajo duro.
No quería huir. No ahora.
—¿Puedo sentarme?
Se encogió de hombros: era su forma de darme permiso.
¡Clic!
Joder, esa chica está aprovechando para tomar fotos escondida tras las rocas, espero que Squall no la vea.
—Escucha, si te sientes mal porque rechacé tu dinero, yo…
—¿Te has arrepentido? —sonrió Squall.
—Bueno, Selphie me recordó que le debía una comida y…
—No deberías hacer apuestas con Selphie.
—Oh, lo sé. Es muy aguda.
Adivinó quién me gustaba hace un año. Nuestra relación no se rompió por eso, porque nunca tuvimos una relación formal, realmente. A veces salía y me divertía con otras chicas, igual que ella lo hacía con otros chicos. Pero cuando se enteró de que me gustaba Squall, su cara de "vas a sufrir aunque no quieras" se hizo patente, y decidió estar a mi lado y apoyarme. Es una gran tía. La quiero un montón, si alguna vez acabo con alguien quiero que sea con Selphie. Porque Squall… está tan cerca ahora… pero aunque alargue un brazo y pueda tocarlo… no lo alcanzaré jamás. Nunca me mirará de la misma manera.
—¿Qué piensas? —preguntó de repente.
—Oh, vamos a ir a Deling este viernes, ¿vendrás?
Se rió ruidosamente ante mi cara de súplica. ¡Clic! Oh, Dios, si Selphie ha capturado esa sonrisa me haré su esclavo.
—¿Qué es tan divertido? —me quejé.
—Tu cara. Parece que si no fuera, me echarías de menos.
—Lo haría —dije, muy serio.
Oh, cómo me gusta su aire despreocupado. Sus cabellos largos se mecen con el viento, y el sonido de las olas me hace acercarme más, hasta casi rozar mi hombro con el suyo.
—¿Por qué? —dijo, mirando al horizonte—. ¿Por qué queréis que yo esté con vosotros siempre? Soy muy aburrido.
No, estás muy bueno.
—Eres un líder, Squall. No olvides nunca eso. Quizá no seas todo lo agradable y sociable que quisiéramos, como pueda serlo Zell, pero tienes otros interesantes atributos que nos gustan.
Y tantos otros que quisiera descubrir. ¡Clic!
Squall se está aislando ahora. Puse mi mano sobre su hombro, pero dio un respingo ante el toque. ¿Hace tanto tiempo que nadie te toca?
—¿Por qué no volvemos con los demás? Podríamos jugar a voleyball.
Squall se levantó despació, anulando todo contacto. Yo lo seguí. Selphie apareció de repente tras las rocas y de repente me empezó a latir el corazón muy fuerte.
—¡Irvy! ¡Te estaba buscando! Oh, Squall, estás aquí también. Oh, por favor, dejadme haceros una foto, por favor. Quedaos ahí.
—Selphie, sabes que odio las fotos —dijo Squall bajando de las rocas.
—Por favoooooooooooooor, Squally. Estáis tan guapos en bañador… por favor, regálame una bonita imagen de amigos…
Squall suspiró y se paró junto a mí, delante de las rocas. Abrí los ojos desmesuradamente. ¡Selphie había conseguido que mi comandante accediera a posar conmigo! Era todo un logro. La besaría después.
Ganamos en voleyball: Zell, Rinoa, Quistis y yo. Squall, en el otro equipo, se cabreó porque Seifer pretendía hacer de líder y no le hace ninguna gracia.
Las fotos de ese día fueron estupendas. Pasé la noche entera mirando a Squall y sus hermosos rasgos. Su perfecto torso, sus largas y bien contorneadas piernas. Y la foto de ambos —en bañador— era la mejor. Compré un marco hermoso y la puse sobre la mesilla. Squall tenía una ligera sonrisa. Yo no podía sonreír más de tonto que estaba. Adoro a Selphie, siempre hace que la vida brille más, siempre te deja hacer y hace ella, sin molestar, sin exigir. Es su forma de dar cariño, tan alegre y comprensiva… no podría haber una chica mejor.
CONTINUARÁ
