Disclaimer: Tanto Sherlock como John fueron creados por Sir. Arthur Conan Doyle hace muchos, muchos años. La BBC y Moffat los han recreado y adaptado al siglo XXI (Diría que de forma... ¡Brillante!). Yo me limito a jugar con ellos, al menos mientras se dejen.

Esta historia es un regalo de cumpleaños para nekouchikland del foro I am SHER locked (SLASH).

No, no es un crossover con El mentalista, que nadie se asuste.

Al final, mi beta-reader ha "decidido" que esto necesita otro capítulo. Gracias DraculaN666.


—Niños, por favor, un poco de silencio —exclamó la profesora intentando calmar a sus alumnos que habían empezado a quejarse tan pronto les dio la noticia—. Si no os calláis no podré explicaros nada. ¡Silencio!

El murmullo cesó y veinte pares de ojos se volvieron hacia ella un poco asombrados. La señorita Morstan jamás subía el tono de voz, salvo que estuviese muy enfadada.

—Así está mejor. Prestadme atención, por favor —dijo ya más calmada—. En las representaciones de fin de curso participarán alumnos de todos los cursos de Primaria en todas las obras, mezclados, y no hay otra opción.

—Pero seño, los de segundo son muy pequeños, siempre se equivocan y hacen cosas ñoñas.

—Sebastian, tú también estuviste en segundo y te hizo mucha ilusión participar en la función —zanjó la señorita Morstan.

—Pero si yo sólo hice de árbol…

—Cierto, pero te hizo ilusión. Pues al resto de alumnos les pasa lo mismo.

—Pero señooooo, es Caperucita Roja, eso sólo les gusta a los críos.

—Claro, claro, porque vosotros los de cuarto sois alumnos maduros y responsables —murmuró para sí la señorita Morstan con una sonrisa.

—No admito quejas, en la última reunión de profesores se ha decidido así y, si queréis participar, tendréis que aceptarlo —dijo dirigiéndose a toda la clase—. Este año la clase de cuarto y la de segundo representarán JUNTAS Caperucita Roja.

El murmullo de queja de los alumnos se extendió por toda la clase, pero la señorita Morstan sabía que se les pasaría pronto ante la ilusión que la obra despertaría.

oOo

El pequeño grupito de niños que iba a participar en la obra se reunió al terminar las clases en el teatro del colegio para saber qué papeles les corresponderían.

A los niños de segundo se les notaba nerviosísimos e ilusionados: ¡era su primera obra de teatro!

Los de cuarto estaban también nerviosos, pero miraban a los pequeños con cara de pocos amigos, por su culpa tenían que hacer esa chorrada de obra y no podían elegir otra con más acción.

—Seguro que me eligen como cazador —comentó Sebastian Moran—, es el único papel decente de esta obra. Le voy a dar la paliza de su vida al Lobo Feroz.

—Te tenían que poner de abuela, al menos tendrías la bocaza cerrada casi toda la obra —murmuró para sí John Watson, su compañero de clase. No soportaba a Sebastian, le parecía un matón que se aprovechaba constantemente de su tamaño para asustar a los niños más pequeños.

—Buenas tardes, niños —saludó la señorita Morstan—. Os vamos a pasar a cada uno unas hojas con los papeles que se os han asignado, el guión y las instrucciones para que vuestros padres os hagan los trajes que vais a usar.

—Ensayaremos todos los martes, al terminar las clases —continuó la señorita Hooper, la profesora de segundo—. Los alumnos de cuarto, por favor, ayudad a los de segundo que puedan tener problemas con su papel. Seguro que si colaboramos todos la obra nos quedará fenomenal.

—Buah, lo que me faltaba, tener que ayudar a esos criajos —bufó Sebastian.

—Sebastian —le riñó la señorita Morstan, mientras comenzaba a repartir las hojas—, deja de quejarte o no harás la obra.

—Señorita —comentó John levantando la mano—, a mí me ha tocado ser Caperucita Roja. ¿No podría cambiarme? Porfa, porfa, señooooo.

—Lo siento, John —le dijo la señorita Morstan con una cariñosa sonrisa—, es lo que tiene estudiar en un colegio donde no hay chicas. No te preocupes, seguro que lo harás muy bien.

oOo

John no se lo podía creer, le había tocado Caperucita Roja. Iba a ser el hazmerreír de su clase. Seguro que Moran ya estaba preparando las burlas para el día siguiente. A él no le gustaba pelear, pero no iba a tener más remedio. ¡Qué mierda de obra!

—Hola. —John se sobresaltó al oír la voz aguda de uno de los niños de segundo.

—Hola —respondió.

—Me llamo Holmes, Sherlock Holmes —dijo el niño muy serio tendiéndole la mano.

—Mi nombre es John Watson —respondió aceptando el apretón de manos del pequeño—. ¿Necesitas ayuda?

—No exactamente, pero como he visto que eres Caperucita Roja y yo soy el Lobo Feroz, he pensado que deberíamos de ensayar juntos.

—¿Tú eres el Lobo? —John no se lo podía creer, uno de segundo era el lobo.

—Sí, pero a mí me da igual el papel y me da igual la obra, sólo actúo porque me obligan mis padres. Por lo visto, tengo que "socializar".

—¿Socializar? ¿Eso qué es? —la cara de John no podía ocultar su asombro (y su curiosidad).

—Pues que paso demasiado tiempo solo y ellos creen que debo estar con otros niños, participar en actividades del colegio y todas esas cosas que no tienen el más mínimo interés para mí. Los piratas no necesitamos "socializar".

—¿Piratas?

Qué raro es este chaval, pensó John.

—Sí, tal vez te lo explique en algún momento. —La mirada de Sherlock era interrogante—. ¿Ensayamos juntos o no?

—Vale, por mí no hay problema. —John no estaba muy seguro de aquello, pero seguro que sería mejor que tener que aguantar a Moran.

Tampoco es que la obra tuviese tanta dificultad, al fin y al cabo era el cuento de Caperucita convertido en una obra de teatro y todo el mundo conocía ese cuento. Pero a lo mejor a los niños de segundo les resultaba difícil aprenderse bien el papel si era un poco largo (y el del lobo lo era).

—¿Te parece que nos veamos al final de las clases? —preguntó Sherlock—. Al menos hasta que nos salga del todo bien.

—De acuerdo, pero sólo un ratito, que nuestro curso es más difícil y tenemos más deberes.

oOo

Se vieron al día siguiente al acabar las clases. La madre de John se puso en contacto con la madre de Sherlock para que le dejase ir un rato a su casa, cuando terminasen de ensayar ella pasaría a recogerlo. Otros días lo harían al revés.

—Buenas tardes, señora Watson, es un placer conocerla —saludó Sherlock.

La señora Watson a duras penas pudo contener una sonrisa al ver al niño con aquellos ojos ingenuos y su pelo oscuro y rizado, dirigirse a ella de manera tan formal.

—Para mí también es un placer, Sherlock —respondió la madre de John—. Podéis ensayar en la sala, nadie os molestará. Enseguida os llevo algo para merendar.

—Muchas gracias, señora Watson —dijo Sherlock con educación—, no es necesario que se moleste por mí.

—No es molestia, enseguida os lo llevo —contestó ella, agradablemente sorprendida. Ojalá sus hijos fuesen siempre así de educados.

—Vamos, Sherlock, no te entretengas —llamó John impaciente—. Tenemos que empezar a aprendernos nuestros papeles.

—Oh, yo ya me sé el mío.

John lo miró con asombro.

—¿Cómo que ya te lo sabes? Nos los dieron ayer.

—Ya, pero es muy fácil —fue la respuesta de Sherlock—. Lo difícil va a ser aprender a representarlo, porque este cuento es una verdadera tontería.

—¿U-una tontería?

—Sí, no lo conocía, pero me ha parecido una bobada sin fundamento—dijo Sherlock.

—¿No… no lo conocías? ¡Pero si todo el mundo conoce este cuento!

—Yo no, a mí no me gustan los cuentos que no tienen sentido.

—¿Por qué dices que no tiene sentido? —preguntó John.

—Porque no lo tiene. ¿Tú le ves sentido?

—Bueno, yo ya soy mayor para estos cuentos, pero de pequeño me gustaban. —John se consideraba mucho más adulto, aunque ni siquiera fuese dos años mayor que el otro niño.

—Pero es que no tiene sentido —insistió Sherlock—. Se supone que es una niña pequeña, que hay un lobo feroz atacando a la gente en el bosque y, sin embargo, su madre la manda sola a casa de la abuela, atravesando el bosque.

—Ya, muy lógico no es.

—No, no tiene sentido —continuó Sherlock—. Además, la niña va discreta, con una capa roja con capucha y cantando. ¿Quién se mete en un bosque tenebroso y canta?

—Yo no lo haría, la verdad.

—Y luego tenemos al lobo —exclamó Sherlock—. ¡Un lobo que habla!

—Vale, no es lógico, pero es que es un cuento.

—Concedo que hable porque es un cuento —respondió el menor—, pero si habla, debería de ser lo bastante inteligente como para darse cuenta de que el bosque es el mejor sitio para atacar a la niña, ¿no?

—Sí, es posible que sea el mejor sitio.

—Es posible, no, John —le contradijo Sherlock—. Es el único sitio lógico. En el bosque está en su hábitat, vestido con un camisón y un gorro de dormir, no.

—Ya, pero no es un documental de National Geographic, es un cuento para niños —rebatió John—. No tiene que ser lógico.

—Los niños no somos idiotas.

—Algunos sí —murmuró John pensando en Sebastian Moran.

—Sí, tienes razón, algunos sí.

Ambos se miraron a los ojos y estallaron en carcajadas. Los dos odiaban un poco a Sebastian, bueno Sherlock más que un poco. John por cómo se metía con los que eran más pequeños y Sherlock porque estaba entre esos más pequeños.

—Niños, os traigo la merienda —dijo la señora Watson al entrar en la habitación. Se sorprendió de ver a los dos riéndose a carcajadas—. ¿De qué os reís?

—De nada, mamá —contestó John risueño—. Vamos a merendar y a seguir con la obra.

—No os entretengáis mucho, que pronto vendrá la mamá de Sherlock a recogerlo —les recordó la señora Watson mientras salía de la habitación.

Mientras merendaban dejaron de lado la obra y estuvieron charlando de las clases, de sus aficiones, de lo que hacían en sus horas libres. A John cada vez le sorprendía más lo rarito que era el otro niño, unas veces le parecía mucho más pequeño y otras era como estar hablando con un adulto, pero no dejaba de agradarle y eso también le resultaba muy extraño.

Cuando llegó la madre de Sherlock a recogerlo, John empezaba a pensar que podría ser amigo del "pequeñajo" ese.

oOo

Volvieron a reunirse otras tardes, en casa de uno u otro para ensayar, pero casi siempre acababan ridiculizando el cuento y riéndose.

—Y todo lo de las manos, las orejas, los ojos… ¿Caperucita era tonta o qué? —exclamó Sherlock una tarde entre carcajadas—. Entra en una casa a oscuras, ve algo raro en la casa y en su abuelita, después de recorrer un bosque tenebroso y en lugar de salir corriendo… ¿Se queda a preguntar?

—De verdad, Sherlock, para —dijo John mientras las lágrimas corrían por sus mejillas—. Me duele el estómago de tanto reírme.

Sherlock se sonrojó de placer, le encantaba ver reír a su nuevo amigo. Todavía no entendía cómo un niño de cuarto podía haberse hecho su amigo, si él no necesitaba amigos y, además, sólo estaba en segundo.

Sin embargo, se sentía realmente feliz cada vez que podía pasar un rato con John, porque en todas esas tardes no se limitaban a ensayar, también hablaban de sus cosas y eso resultaba muy agradable, nunca había echado de menos tener amigos, pero con John era distinto.

Desde que le conoció, Sebastian Moran no se había atrevido a meterse con Sherlock y no porque John fuese más grande o porque fuese también un matón, sino porque era fuerte y noble, protegía a sus amigos y no iba a tolerar que Sebastian volviese a molestar al pequeño.

oOo

Todo explotó un martes por la tarde, durante uno de los ensayos en el colegio. Llevaban toda la tarde un poco inquietos y apenas eran capaces de contener la risa cada vez que llegaban a alguna escena de las que Sherlock había ridiculizado.

La señorita Morstan ya les había llamado la atención varias veces y empezaba a perder la paciencia con ellos dos. Siempre había considerado a John un niño encantador, responsable y muy dulce, y empezaba a pensar que Sherlock era una mala influencia para él, a pesar de ser más pequeño. Si esto continuaba así, tal vez debería de plantearse separarlos…

—John, Sherlock, por favor —les riño por enésima vez—. ¿Podríais comportaros? ¿Qué es eso que os hace tanta gracia?

—Lo siento, señorita Morstan —dijo John, sin atreverse a mirar a su amigo por miedo a estallar en carcajadas—. Intentaremos portarnos mejor.

—A ver si es cierto, porque estáis distrayendo a vuestros compañeros.

—Perdón, señorita Morstan —murmuró Sherlock con los ojos bajos.

—De acuerdo, continuemos —concedió la señorita Morstan no muy convencida—. Desde que Caperucita llega a casa de la abuelita. Y esta vez sed serios, por favor.

—Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes —recitó John sin mirar a Sherlock.

—Son para verte mejor —respondió su amigo conteniendo la risa.

—Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes —continuó John sin poder evitar una risita.

—Son… son para oírte mejor —respondió su amigo con dificultad.

—Abuelita, pppfffffff, abuelita, qué dientes... —intentó decir John entre jadeos.

En este momento ninguno de los dos pudo evitar mirarse a los ojos y estallar en carcajadas.

—¡Bueno, ya está bien! Los dos vais a dejar la obra ahora mismo —dijo enfadadísima la señorita Morstan—. Hablaré con vuestros padres de este comportamiento. Sherlock, no entiendo a qué se debe vuestra actitud. Y tú, John, esperaba un poco más de seriedad de ti.

Ambos sabían que estaban en un lío, pero no podían mirarse a la cara sin que les volviese a dar la risa.

Fueron entre risas al despacho del jefe de estudios, estaban seguros de que iban a recibir algún castigo y sus padres no iban a estar muy contentos con ellos. Sin embargo, no podían evitar sentirse felices, porque los dos creían que el niño que iba a su lado era genial y les parecía estupendo que se hubiese convertido en su amigo.