Bien, quizás muchos ya leyeron esta historia, pero no tuve oportunidad de publicarla aquí en FF. Para el que no la haya leído, bienvenido! xD
El manga "Magi, the labirynth of Magic!" y sus personajes no me pertenecen, son obra de la descarriada Shinobu Ohtaka.
Estaba descompuesto.
Realmente creía que iba a vomitar. No sabía si era de puro odio, o de puro terror. O de ambas cosas. No recordaba haberse sentido tan mal antes, tan nervioso, tan desesperado.
Había logrado salir de esa maldita sala, llena de vejestorios tapados con todas esas telas inmundas que ya había empezado a odiar, pero que ahora le provocaban asco. No habría podido decir si lo habían mirado con lastima, o con diversión, porque estaba seguro de que el horror se había dibujado en sus facciones, por más que había intentado ocultarlo.
Estaba caminando rápidamente por uno de los pasillos del palacio imperial, en plena oscuridad, y sólo se guiaba por la tenue luz de la luna que entraba por los ventanales, rogando, por primera vez, no encontrarse con nadie. No quería que nadie lo viese, que nadie le hablase. Se sentía tan vulnerable que no podría fingir su crueldad y molestia de siempre.
Dio una vuelta rápida en la esquina de un corredor, y casi se cae. Estaba perdiendo estabilidad. Siguió caminando, casi corría. Solo quería encerrarse en sus aposentos en el palacio del Imperio Kou, quedarse allí, y no salir nunca más.
Gracias al cielo, había llegado, sin toparse con nadie. Cerró las puertas, y se aseguró de encerrarse con magia. Iban a tener que derrumbar toda la pared para poder entrar.
Y en el silencio de su habitación, en la oscuridad que lo rodeaba, y en la quietud en la que había quedado, parado en el medio de la nada, Judal sintió sus ojos picar, y lloró. Y no se contuvo.
Lloró con ganas, mientras gruesas lágrimas caían por su rostro, mojándolo entero; se tapó la boca, porque se avergonzaba de los sollozos lastimeros que salían por ella, y se arrodilló, cuando sus piernas no pudieron aguantar más su peso. Su cuerpo entero temblaba, convulsionado por el llanto.
Lloraba de indignación. De odio. De miedo.
Dejó salir todo, lloró por mucho tiempo. Quizás horas. Tal vez solo fueron segundos, no lo sabía bien; cuando logró calmarse un poco, sintió que le comenzaba a doler la cabeza. Se animó a destapar su boca, comprobando que tenía la mandíbula fuertemente apretada, y nada saldría de allí. Ningún sonido que lo delatara.
Jamás se había sentido tan débil.
Cuando su mente pudo pensar de vuelta, recordó la vez que ese pequeño Magi, Aladdin, había perdido el control de su Djinn y lo había quebrado en mil pedazos. Aun recordaba el dolor. Y luego recordaba el dolor que había sentido en su mente, cuando había usado ese extraño poder que había invadido su mente, mostrándole cosas que desconocía, y que casi le habían hecho perder la razón. Allí también se había sentido vulnerable, expuesto.
Recordó también, toda su vida en segundos; lo habían criado para ser fuerte, decidido, independiente, y eso le había costado caro, porque no recordaba ninguna muestra de cariño en su vida. No se quejaba. Había tenido todo lo que había querido, por lo menos lo material, pero nunca una palabra de consuelo cuando comenzó a utilizar la magia y hubo cosas que no le salían; nunca un abrazo, o un rostro que sonriera cuando era niño. Sólo recordaba a Markkio, que era lo más parecido a un padre que había tenido. Sonrió con pesar, dándose cuenta que estaba sintiendo lastima de sí mismo. Se daba asco.
Se incorporó, y caminó hacia la amplia cama. No se molestó siquiera en quitarse la ropa, y se tiró sobre ella, boca abajo, hundiendo el rostro en las almohadas.
El silencio de la habitación se sentía como un zumbido molesto en sus oídos, impacientándolo, poniéndolo aún más nervioso.
¿Qué demonios iba a hacer?
Mejor dicho…¿qué demonios iban a hacer con él?
Apretó la almohada, frustrado. Otra vez, no era dueño de su propio destino, de su futuro. Podía luchar, claro, podía resistirse, pero ellos eran demasiado fuertes. Demasiado numerosos. Demasiado insistentes. Conocían sus puntos débiles, ellos mismos le habían enseñado todo lo que sabía. Seguro que sabían cómo doblegarlo, como debilitarlo…no por nada habían estado tanto tiempo en el mundo.
Pese a ser un Magi, sabía perfectamente que ellos estaban en todas partes, y mientras más viejos derrotara, más aparecerían. Y más macabros serían sus planes.
Se dio la vuelta, incomodo, sentándose en la cama de repente. Se miró las palmas; abrió y cerró las manos, una y otra vez, mecánicamente.
¿Cuanta sangre había derramado? Cuanta destrucción y dolor había provocado con esas manos? Parecían limpias ahora que las veía, blancas como la porcelana, pero en el fondo veía rojo. Sangre, dolor, manchándolo todo.
Comenzaba a recordar lo que había pasado en el salón. Todos esos viejos, sentados uno al lado del otro, en círculos cada vez más cerrados, sumidos en la casi completa oscuridad, y él en el medio, mirándolo a través de sus velos blancos. Recordaba que había esperado una orden. Quizás invadir un país, quizás levantar otro calabozo. Quien sabia, no le importaba demasiado ya. Comenzaban a aburrirlo.
Pero jamás esperó lo que le dijo uno de los tipos que se levantó, y se acercó a él. Apenas lo dijo, se le nubló el juicio, y casi no recordaba lo que había seguido.
- Magi, mago de la creación, capaces de hacer milagros…cualquier clase de milagros.- había dicho, su voz resonando por todo el recinto.- Nos darás el milagro menos esperado de todos.
Judal lo había mirado con confusión, molesto por no entender de qué rayos hablaba. Pero a la vez, intuía que no era nada bueno. No sabía por qué, sentía un poco de temor por lo que pudiese pedirle ese sujeto, parado frente a él.
- Hemos descubierto con agrado que eres capaz de crear vida, Magi.- Judal frunció el ceño, aun mas confundido. Él no creaba, destruía…no sabía de qué demonios hablaba.
- No estoy entendiendo.- espetó, impaciente.
- Nos darás la vida que puedes crear, Magi.- volvió a decir. Judal comenzaba a asustarse.
- ¿Qué puedo crear? No puedo crear nada, no sé de qué…
- Tienes la capacidad de concebir en tu interior.- a Judal se le cortó la respiración.- Siempre ha sido así, y no lo sabíamos. Los Magi crean, incluso a ese nivel. Son, de hecho, los únicos seres humanos hombres que pueden lograrlo.- concluyó. Parecía contento, fuera de sí.
- Espera un momento, yo…
- Concebirás, y nos darás a tu hijo, Magi.- pronunció una segunda voz, a sus espaldas. Judal se dio vuelta, bruscamente, encarando al nuevo hombre que se acercaba caminando hacia él.- Engendrarás un heredero de un hombre tan poderoso como sea posible encontrar, y ese niño seguirá tus pasos.
- Nuestros pasos.- dijo el primer hombre. Judal se volvió a voltear, horrorizado y aun confundido.
- Debe haber un error, eso es imposible.- dijo, tratando de disimular la desesperación que lo embargaba. Siempre le habían pedido hacer tonterías, y algunas cosas no tan tontas, pero nada como aquello. Eso excedía todo limite. Pero no lo escuchaban. Ya no.
Como un eco, poco a poco, circulo por circulo, se fueron levantando, mientras entonaban "Nuestros pasos" en forma siniestra, todos juntos. Judal se estaba mareando, descompuesto. Espantado. Pronto lo ensordecieron. No pudo más que salir de allí, empujando a todos los vejestorios de blanco que se topaban en su camino, pero que no impedían su huida, mientras seguían diciendo lo mismo, una y otra vez.
Y allí estaba. Aun confundido, enojado, y asustado como la mierda.
No sabía cómo iba a salir de esta, realmente.
Inconscientemente, toco su vientre plano, con sus abdominales marcados. Se miró la mano con la que se tocaba, petrificado.
Iban a violarlo, no tenía dudas. Porque él jamás accedería a algo asi por voluntad propia. Primero muerto, a exponerse de esa manera. No quería saber cuál era el hombre más poderoso que pudiesen encontrar, ni tampoco le importaba. Le daba lo mismo quien fuera, no lo dejaría. O lucharía contra él con todas sus fuerzas.
E iban a sacárselo. Una vez naciera. Naciera? Qué estaba pensando? Cómo demonios iba a nacer? Sintió frio recorrer su cuerpo cuando por su mente pasó la posibilidad de que lo abriesen de par en par para lograrlo. Se agitó, mientras volvía a tumbarse en la cama, intentando relajarse.
¿Cómo, por todos los cielos, iba a concebir él un hijo?
Habían pasado varios días.
Judal intentaba actuar con normalidad después de aquello. La mañana siguiente a esa terrible noche le había costado horrores, porque todavía esperaba que por detrás apareciera algún viejo de la Organización para llevárselo. Y hacerle…eso.
Incluso Kouen había notado que lo había mirado raro, con miedo, y todos empezaban a sospechar que finalmente el Magi oscuro del Imperio estaba perdiendo la razón.
Pero conforme pasaron los días, fue calmándose un poco. Y volvió a molestar a los príncipes, y a faltar a las audiencias con el Emperador, y a holgazanear por ahí, pensando qué pueblo o reino podía invadir y en él causar caos. Lo de siempre.
Pero cuando se confió, fue cuando dieron el golpe bajo.
Iba a ir, por fin, a una maldita audiencia con ese emperador cerdo, enfermo, y estúpido. Caminaba por uno de los jardines solitarios del palacio, porque hasta levitar le molestaba sabiendo adonde se dirigía. Allí fue cuando uno de esos hombres de velo blanco apareció, de la nada, sobresaltándolo con su voz.
- Espero que hayas tenido tiempo para reflexionar sobre tu misión en esta vida, Magi.- a Judal se le erizaron todos los vellos del cuerpo al oírlo. Había tenido la secreta esperanza de que todo hubiese sido una pesadilla.- Como muestra de nuestra buena voluntad para tu cooperación, te daremos un tiempo para que elijas.
- ¿Para que elija?.- repitió como un idiota, espantado.
- Asi es, Magi. Puedes elegir tú mismo al padre de tu hijo.- a continuación, hizo una reverencia.- Tienes un mes. Luego de ese lapso, nosotros juzgaremos si tu elección es acertada. Si no lo es, o si no has podido encontrarlo, lo haremos por ti.
- ¿Qué? Espera!
Ya era tarde. El sujeto había desaparecido ante sus ojos. Se quedó allí, parado en el medio del jardín. Petrificado era en realidad la palabra.
No sólo lo obligaban a engendrar un hijo.
Si no que encima, ahora debía elegir al padre.
Miró hacia el cielo, evitando gritar de frustración, maldiciendo su existencia.
