Quedaban cinco minutos exactos.
El chico de verdes ropajes se asomó por la ventana del cuarto de Anju, desde el cual se podía contemplar la luz rojiza de un incierto amanecer er en el cielo.
Pero también se podía ver la colosal luna, la cual se aproximaba lenta pero ininterrumpidamente a Ciudad Reloj.
Todo temblaba a su alrededor, y las campanadas de la torre del reloj eran cada vez más rápidas, como si quisiesen terminar de repicar antes de que ocurriese lo inevitable. El gigantesco satélite mostraba un rostro demoniaco, el rostro de un ser sin compasión, hambriento de muerte y tristeza.
La chica se llevó una mano al pecho mientras contemplaba en silencio su vestido de novia y la máscara de la Luna. Había decidido esperar a aquella persona por la que lo dio todo, y la cual había prometido regresar.
Confiaba ciegamente en él.
En su prometido.
¿Por qué no aparecía?
Link había ido allí expresamente tras ayudar a Kafei a recuperar la máscara del Sol. Apenas quedaba tiempo, y la luna estaba cada vez más y más cerca. No podía apartar la mirada de aquel macabro rostro, el rostro de la auténtica destrucción.
-¡S-se acaba el tiempo! -Una pequeña hada de color dorado dio un suave toque a Link, el chico de verde, en la cabeza.-Toca la canción del tiempo, ¡rápido!
-...No. -Link negó con la cabeza, sosteniendo con firmeza la ocarina que le fue entregada por la princesa de Hyrule.-Va a venir... y no pienso dejar que... -Su frase se vio interrumpida por un temblor mayor que los anteriores. Una estantería cayó al suelo, haciendo que el hada diese un bote del susto.
Se escucharon gritos fuera.
El tiempo se acababa.
DING.
Tras angustiosos minutos que parecieron horas, la luna impactó en la torre del reloj.
DING.
Poco a poco, la torre se fue desmoronando debido al peso de la luna, cuyo rostro, ahora, mostraba lo que parecía alguna clase de enferma satisfacción.
DING.
Los edificios empezaron a desmoronarse, y los lamentos y gritos de auxilio por una ayuda que, en el fondo, sabían que no iba a llegar, se vieron apagados en cuanto el enorme satélite impactó con la que ya era la base de la torre.
DING.
La onda expansiva creó un gigantesco aro de fuego que se extendió más allá de las murallas de la ciudad, a medida que los edificios caían y se descomponían.
DING.
El mismísimo firmamento se inundó de fuego. La luna comenzó a fragmentarse mientras se escuchaba un grito desgarrador en la distancia
DING.
Anju cerró los ojos y colocó las manos sobre su pecho. Link tomó la ocarina.
-He tenido suficiente.
Justo al acercarla a sus labios, el techo sobre él cedió, aplastándolo al momento junto al hada que le acompañaba.
DING.
-...Me lo prometiste.-La chica abrió los ojos por última vez antes de que las tinieblas la consumiesen.
DING...
En el silencio y la oscuridad que reinaron Ciudad Reloj tras el impacto, se escuchó una carcajada demencial.
...
-A-Anju...
La voz de un niño asomó en el sepulcral silencio que ahora reinaba Termina, abriéndose paso entre el cargado aire que componía la atmósfera de aquel lugar. El propietario de la voz, un chico de pelo azul y ojos rojos, se encontraba totalmente aturdido, como si acabase de despertar de una larga siesta.
¿Dónde estaba exactamente? Parecía que estaba bajo tierra... seguramente, había caído en uno de los muchos hoyos que hay repartidos por Termina. ¿Cómo había sido tan torpe? Había algo que bloqueaba la salida, y no había ninguna fuente de luz que le ayudase a moverse. Al levantarse, notó un fuerte dolor de espalda. Sin duda, se había caído en el agujero.
En aquel momento, dejó escapar una exclamación. ¡La luna! ¡El carnaval del tiempo! Lo recordó todo de golpe, hasta el punto de darle un aislado dolor de cabeza. ¿Cuánto había estado inconsciente? ¿Horas? ¿Días?
Se acercó a la salida, chocando con los muros dos veces antes de poder colocar las manos sobre el bloqueo que tenía sobre él. Intentando mover lo que parecía ser un montón de rocas, varios pensamientos empezaron a cruzar por su mente rápidamente: La luna, el último día, el chico de verde, el ladrón, la máscara...
Anju...
La promesa...
Como si pensar en ello le devolviese la fuerza que tenía antes de la maldición de Skull Kid, se las arregló para empujar varias de las rocas hacia arriba, el resto cayendo a su alrededor, proporcionándole algo a lo que subirse.
Antes de poder asomarse, tuvo que cubrirse el rostro con un brazo, cerrando los ojos ante una densa capa de humo y arena que le hizo toser con fuerza.
Tras recomponerse de aquella primera bocanada de "aire fresco", se asomó por el agujero. Lo que vio fue desolador.
No había nada de vegetación, tan solo un suelo seco, negruzco, el de la tierra muerta. Había árboles o, mejor dicho, restos de lo que alguna vez fueron árboles en el suelo, arrancados y desperdigados o doblados hacia fuera, como si algo hubiese tirado de ellos. Sus troncos estaban ennegrecidos, sus hojas, inexistentes, y algunos todavía estaban ardiendo. Había algunas llamas de fuego aisladas, débiles, y, en el cielo, había una fina capa de humo negro que hacía que pareciese de noche, a pesar de que el sol era perfectamente visible como una mancha tenue y distante. La temperatura era insoportable, y el aire completamente irrespirable.
Kafei salió del agujero y comprobó que se encontraba junto al camino de pilares que llevaban al Cañón de Ikkana... aunque de los pilares solo quedaban escombros, o ni siquiera eso.
Fuera, el hedor era más fácil de percibir. Olía a quemado... Y a muerte.
Dio un par de pasos, fijándose en el vacío que le rodeaba. No había nada; ninguna criatura viva, ni animal ni vegetal. Cada paso era como pisar un montón de losas sucias, en algunos momentos, llegando a hundir el pie en una capa de ceniza.
Vagó por aquel páramo desolado durante minutos. Su mandíbula estaba levemente desencajada, en sus ojos, uno de los temores más presentes en el corazón humano: el miedo a la soledad.
Sin plantas, sin animales... ni siquiera monstruos.
No se escuchaban a los pájaros, ni a los insectos...
Miró hacia donde debería estar Ciudad Reloj. La luna no se encontraba sobre aquel punto central, y tampoco el punto central en sí: había sido completamente destruido.
Su labio inferior empezó a temblar a medida que se acercaba a aquel amasijo de rocas, primero, andando lentamente, después, corriendo a pesar del dolor de espalda. Una vez estuvo junto a los primeros restos de uno de los accesos a Ciudad Reoj, pudo ver una enorme roca grisácea de aspecto rugoso. Acercándose al objeto, que era de gran tamaño, vio unas marcas similares a cráteres.
Al acercarse más a aquel extraño objeto, en éste apareció un enorme ojo rojo, que miró directamente a Kafei.
Retrocedió, sintiendo miedo. Era como si aquel ojo, anteriormente perteneciente a la terrorífica luna, estuviese mirando su alma.
-...Consumir...-Le bastó escuchar aquel murmullo lejano que parecía venir de las entrañas de la tierra para alejarse completamente de aquella cosa.
Desvió la mirada hacia el amasijo de rocas y se percató de algo.
No eran los restos de Ciudad Reloj.
Eran los restos de la luna.
Enormes rocas blancas, grisáceas... y aquel murmullo que repetía la misma palabra, una y otra vez.
De Ciudad Reloj no había quedado nada. Lo poco que se había salvado eran algunas rocas, y muchas de ellas habían salido volando o ya no eran más que ceniza.
No quedaba nada. No había muertos a los que enterrar, ni pertenencias que recuperar.
Allí no quedaba nada.
El joven cayó de rodillas ante aquella revelación. Cuando vio todo aquel panorama de destrucción, trató de negarlo, trató de creer que Ciudad Reloj estaría a salvo...
Ahora, no era más que una masa de humo que olía a muerte, un almacén de escombros y restos de la luna.
-¿¡POR QUÉ!?-Gritó Kafei, cerrando el puño y dando golpes al suelo. Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas, al tiempo que el dolor atenazaba su garganta. ¿¡POR QUÉ NOSOTROS!?
El silencio no hacía más que hacer la escena más desgarradora. Los gritos del joven resonaban con un terrible eco, sin respuesta alguna. No quedaba nada.
¿De qué servía seguir vivo si todos se habían ido?
¿De qué servía seguir vivo si no había estado con ella hasta el último momento?
¿De qué servía estar vivo... si había mentido a Anju sobre su regreso?
Sobre su cabeza, el rugido de un trueno auguraba tormenta: la mancha que era el sol desapareció por completo en una mezcla de nubes y humo.
Sus gritos se acallaron y se convirtieron en sollozos. El chico extrajo de su bolsa la máscara por la que no se había atrevido a presentarse ante Anju, la que le quitaba el sueño por las noches: la máscara del Sol.
La observó durante unos instantes, apretando sus gruesos bordes con las manos. Entonces, gritó de nuevo, con todas sus fuerzas, levantándose y lanzando la máscara hacia aquel cementerio negro y silencioso, con un nuevo grito que vino acompañado por otro trueno, seguido por la lluvia, que disipó parte del humo y empezó a apagar las diminutas llamas de fuego que todavía estaban presentes en puntos con restos de vegetación o madera.
Kafei volvió a caer de rodillas, llorando de nuevo. Si el lloraba por una chica, la que lo significó todo para él, el cielo lloraba por toda Termina, por el final de la vida en aquel mundo.
Apretó los puños y los colocó sobre sus rodillas, intentando calmarse... pero era imposible. Cada vez que veía el rostro de aquella joven en su mente, cuando recordaba su sonrisa y su voz, sentía una fría puñalada en su pecho. Recordaba que había empezado a correr hacia Ciudad Reloj tras recuperar la máscara gracias a aquel chico de verde, que vio a la luna casi rozando la torre del reloj... ¿qué ocurrió? No estaba seguro; cuando despertó, estaba en aquel agujero... ¿había caído? Es decir, ¿había sido tan torpe cómo para caer en un agujero...y sobrevivir a aquello?
Pensó que, de haber sabido eso, no habría hecho la promesa a Anju. Habría dejado que huyese al rancho, que hubiese tenido la posibilidad de salvarse... si es que allí hubiese habido alguna posibilidad de sobrevivir.
Saber que podría haber muerto por su culpa le deprimió hasta el punto de sentir como si le apuñalasen en el pecho varias veces.
Volvió a mirar los restos de Ciudad Reloj y la luna. La ciudad en la que nació y creció no era más que un montón de escombros, y la luna, culpable, totalmente destruida sobre el punto donde debería estar la ciudad, como si ésta hubiera contraatacado de manera desesperada ante la caída inminente del satélite.
Entonces, lo escuchó: una carcajada. Kafei sintió un profundo escalofrío. ¿No estaba... solo?
Se levantó de golpe y miró a los lados, buscando el origen de aquella mofa estridente.
Un hombre delgado con una gran mochila a su espalda apareció de repente en su campo de visión, justo en el centro de lo que antes era Ciudad Reloj, en el punto donde debería encontrarse la torre del reloj. Terminó de reírse , y habló.
-Te has encontrado con un destino terrible... ¿no es así?
