Acá les dejo una "nueva" creación recién salida de mi cabeza, tenía otra historia parecida a esta pero simplemente después de un tiempo perdí la inspiracion para seguir escribiendola ya que la había releído desde el principio y, por dios, que mal que escribía en ese entonces! Quiero creer que he mejorado mucho la idea y la escritura de esa historia, así que acá se las dejo:


ADVERTENCIA:

Este fic está valorado o clasificado "M" (+16). Si eres menor de 16 años por favor no leas esta historia.

Uso y abuso gráfico de drogas; violencia; escenas sexuales; autoflagelación; escenas de tortura, muerte y gore; abuso verbal, físico y sexual; uso y abuso de alcohol y demás sustancias; suicidio.

Descargo de responsabilidad (disclaimer):

Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solamente los tomo prestados para armar mi propio mundo.

El hecho de que el fic contenga lo mencionado antes no me hace un incitador al consumo de drogas o a ninguno de los actos mencionados anteriormente. No aconsejo a nadie, bajo NINGUNA circunstancia ni propósito, que se de ideas de probar ninguna de las sustancias que los personajes usen en este fic. No diré que las drogas son malas pero tampoco son tus mejores amigas.


Sin más, que disfruten...


De Amor y Otras Adicciones

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"¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre la jerarquía de los ángeles? Y aunque uno de ellos me apretara contra su corazón, me consumiría en esa abrumadora existencia. Pues la belleza es nada más que el principio del terror, que todavía apenas podemos tolerar, y nos asombra porque nos menosprecia serenamente para aniquilarnos.

Todo ángel es aterrador."

–Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino, 1923.


Capítulo I: Forks

"Pueblo chico, infierno grande…"

Edward Pov:

Ajusté mi chaqueta de cuero al bajar del taxi. Hacía frío a la tarde en Forks en esa época del año, bueno verdaderamente hacía frío en cualquier época del año en este maldito lugar que guarda tantos recuerdos que son mejor olvidados. Saqué mis bolsos del baúl del auto y le pagué al taxista. Caminé los pocos pasos que tenía que caminar hasta la entrada de la casa donde Charlie, mi padre, el Jefe de policía, me esperaba con un aura de indiferencia e irritación escasamente disimulada. Desde que me fui de casa hace dos años para alistarme en el ejército no había oído de él. Mi relación con mi padre era algo tensa. Ninguno de los dos se llevaba bien con el otro después de que mi madre, Elisabeth, nos abandonara a mi padre, a mi hermana y hermano y, por último, a mí.

Jenna, mi hermana mayor, tenía veintitrés años y se había ido de casa unos años atrás luego de una pelea con Chalie, ahora vivía del otro lado de la cuidad en una pequeña casa que se había comprado con mucho esfuerzo y dedicación en su trabajo. Anthony era el hermano del medio con veintiún años. Él también se había ido de casa hace un par de años antes de que yo me fuera. Al igual que Jenna, había peleado con nuestro padre una noche a las tres de la mañana cuando éste apareció ebrio en la puerta de su cuarto gritándole y acusándolo del abandono de mi madre. Por un momento me pregunté si me deparaba lo mismo con Chalie, si seguía yo en línea.

Aún así y con todo el drama, mis hermanos y yo nos queríamos y siempre nos apoyábamos cada vez que alguno de nosotros estaba en algún apuro.

El ejército fue un respiro del drama familiar, pero sin duda una pesadilla. Mi entrenamiento fue corto ya que suelo aprender más rápido de lo normal y pronto fui enviado a combatir con más chicos de entre diecisiete y dieciocho años a mi lado. Decir que lo que vi el último año fue horrible y traumatizante se queda corto. Vi volar en pedazos a muchos de los amigos había hecho en el cuerpo los dos últimos años. En un momento estaban y en el otro ya no, estallaban en pedazos por minas terrestres o éramos emboscados mientras dormíamos, todo tipo de cosas. Todavía los ojos de algunos me persiguen en mis sueños, sus cuerpos y pedazos desparramados a mí alrededor, su sangre manchándome, ahogándome. A veces retrasaba todo el tiempo que podía la hora de dormir porque ya no quería ir a ese mundo a recordar cosas que simplemente debían estar enterradas.

Charlie me recibió con una mirada de irritación y unas palabras que no pude distinguir ya que las pronunciaba de mala gana. Entramos y me llevó hasta mi habitación, todo estaba exactamente donde lo había dejado: mi guitarra estaba en su soporte en la esquina junto a la batería, la vieja mecedora de cuando nací seguía en el rincón, mi notebook sobre el escritorio junto a la cama y ésta se encontraba tendida con un desorden de hojas de llenas de notas musicales encima. Mi padre seguramente no había pisado este lugar, ignoraba mi existencia cuando estaba, qué diferencia habría tenido para él cuando no estuve.

–Como vez, todo está tal como lo dejaste –Charlie me explicó desde la puerta mientras miraba a todo menos a mí en un claro gesto que significaba que no era ni siquiera digno de su mirada.

Mensaje recibido y lo mismo para ti Charlie espeté con amargura. Un silencio pasó por nosotros. Nunca hablábamos de nada en particular. Cuando me fui ni siquiera fue a despedirme al aeropuerto de Seattle, fueron sólo Jenna y Anthony y algunos de mis amigos más cercanos.

–Todo ha estado bastante tranquilo por aquí así que trata de no ser un estorbo –dijo mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

Que amoroso... el premio del año al mejor padre, señoras y señores, se lo lleva... ¡Charlie Masen! pensé con sarcasmo para mis adentros mientras me tiraba boca abajo en mí cama después de tirar todas las hojas al piso.

El sonido de mi celular recibiendo un mensaje me despertó del estado de dormitación en el que debí haber caído pocos minutos después de que Charlie se había marchado. Era Jacob.

Ya llegaste?

Decidí no responder por hoy. Estaba demasiado hecho polvo para hacer nada en ese momento. Mañana me daría una vuelta por La Push y lo visitaría. Jacob era un íntimo amigo que conozco desde que usábamos pañales. Vivía en la reserva quileute en las afueras de la cuidad. Le llevo tres años pero es bastante maduro para su edad, y su altura lo hace pasar fácilmente como un muchacho de dieciocho. La mayoría de los momentos felices en mi vida se debían a él, a Leah, otra amiga de la reserva y a Emma, mi mejor amiga. Todos habíamos pasado por bastantes mierdas en nuestras cortas vidas, pero supongo que eso era lo que nos mantenía unidos y fuertes.

–¡Edward! –me llamó Charlie desde algún lugar de la casa.

Me levanté un poco tieso y fui escaleras abajo en busca de mi pesado padre, lo encontré en la cocina poniendo dos porciones de piza en un plato.

–Toma y ve a la sala, –me dijo dándome el plato–. Hay un partido de futbol en el ESPN.

Agarré la comida ofrecida y me senté en el sillón de la sala enfrente del televisor. La verdad es que no tenía mucha hambre, pero sabía que si no comía probablemente me sentiría un poco mal por la mañana. Charlie ocupó el otro sillón con su plato y una cerveza. Solíamos tener este tipo de momentos en los cuales ligeramente, si nos veías haciendo que tus ojos se pusieran un poco borrosos, parecíamos una familia, pero eran cada vez más raros a medida que pasaba el tiempo. Miramos el partido en silencio por más o menos una hora hasta que, cambiando de canal al informativo de medianoche, Charlie se giró para enfrentarme.

–¿Mañana tienes escuela, sabías? –sentí para que continuara, ya aburrido con la conversación–. Empezarás donde la dejaste, no estarás en las mismas clases que tus viejos amigos pero los verás en los recreos y el comedor.

–De acuerdo –dije algo desanimado.

Sabía que esto vendría. No podía esperar irme dos años y volver a mi vida como si ésta se hubiera congelado sólo para esperar mi regreso. Me excusé diciendo que estaba cansado y subí a mi cuarto a prepararme para dormir. Mañana sería un día largo, con suerte vería a Emma en el almuerzo. Me desvestí y me tiré en la cama, lo último que recuerdo es el suave golpeteo de la lluvia en el vidrio de la ventana.

Amanecí helado de pies a cabeza. En algún momento de la noche había soñado algo que no quiero recordar y me había movido en la cama con la suficiente violencia como para destaparme entero. Me duché con el agua casi hirviendo y me vestí con unos jeans claros, zapatillas deportivas negras y una remera azul índigo con escote en V y me puse la chaqueta de cuero encima. Bajé las escaleras para encontrarme con la casa vacía. Me asomé por la ventana, la patrulla de Charlie no estaba, eso quería decir que ya se había ido a trabajar. Me comí una manzana mientras terminaba de poner algunas cosas en mi mochila y salí de la casa hacia mi camioneta, una Ford F-150 que una vez perteneció a mi abuelo. Tenía el doble de mis años pero estaba en condiciones impecables, Emma, Jacob, Leah y yo habíamos dedicado mucho tiempo a este vehículo.

Recorrí las calles de Forks hasta llegar a la escuela con una extraña sensación de deja-vú, estacioné en el lugar de los profesores y fui a la oficina principal para buscar los horarios de mis clases. Sentía como las miradas me seguían a mis espaldas, podía adivinar los pensamientos de estos adolescentes engreídos y superficiales, todos centrados en mi reputación de "troublemaker", como suele decirme Jessica Stanley cada vez que trata, sin éxito, de seducirme. Los ignoré como siempre hacía y seguí caminado hasta entrar a la sala donde la Sra. Cope estaba sentada detrás del escritorio. Carraspeé para llamar su atención y cuando levantó la vista me reconoció de inmediato.

–¡Oh! ¡Edward, te hemos estado esperando! –dijo saliendo de atrás del mostrador para abrazarme–. ¡Cuánto has crecido! ¿Cómo te ha ido allá afuera? ¿Algo interesante para contar?

Desvié furtivamente todas las preguntas ofreciéndole mi sonrisa torcida que la hizo sonrojar y hacer todo lo que le pidiera. La Sra. Cope fue una de las pocas amigas que mi madre había tenido, y era una de las pocas personas que verdaderamente sabía cómo era yo y las cosas que pasaban dentro de mi familia. Cuando pude salir de ahí me encaminé a mi primera clase del día. Vi un deportivo BMW rojo que quedaba fuera de lugar en el estacionamiento y me pregunté qué tanto había cambiado la escuela en estos dos últimos años. Una voz detrás de mí me hizo parar.

–Miren quién ha decidido aparecerse por aquí.

–¡Emma! –solté lleno de felicidad después de voltearme y verla allí parada en medio del asfalto mojado.

–¡Edward! –gritó ella corriendo hacia mí y saltándome encima.

La tomé por la cintura y le di unas vueltas en el aire para después dejarla en el piso. Nos abrazamos con fuerza y nos empezamos a reír de nuestra estupidez atrayendo miradas de todos lados. No nos molestó en absoluto, siempre habíamos sido muy efusivos, nos metíamos en problemas y siempre fuimos tildados de problemáticos. Nos alejamos el uno del otro pero no lo suficiente como para soltarnos.

–¡Te he extrañado tanto! ¡Todos te extrañamos, Jacob y Leah, y la pandilla en la reserva también! –me dijo llevándome hasta un banco para sentarnos–. Es increíble que estés aquí de vuelta, ya no podíamos esperar más.

–También te extrañé mucho Emma, a todos –le contesté para después agregar arrepentido–. Es una lástima que ya no vayamos a los mismos años.

Ella se echó a reír tirando la cabeza hacia atrás mientras me tomaba de las manos y me levantaba del banco para guiarme hacia dentro de la escuela.

–¡Estás tan desactualizado! –dijo mientras caminábamos por los pasillos, a dónde, no sé–. Repetí dos veces de año, vamos a la par.

No podía creer lo que estaba oyendo así que me largué a reír con ganas nuevamente.

–¡¿Dos veces!? ¡¿Tan burra eres?! –le pregunté entre risas y a la misma vez tratando de devolver un poco de aire a mis pulmones.

–¡Oye! –me pegó en el hombro ofendida–, para que lo sepas, repetí para esperarte a ti, ¡maldito desagradecido! –me respondió haciendo un mohín mientras trataba de aguantarse la risa.

–Sí, como no, mentirosa –le dije pasando un brazo por sus hombros.

Seguimos charlando hasta llegar al salón de la primera clase del día: matemáticas. No prestamos atención a la mayor parte de la mañana ya que nos pusimos al día con todas las cosas que nos habíamos perdido mutuamente. Me sentía tan feliz de tenerla a mi lado que sentía que estaba en las nubes. Agradecí a dios que Emma había repetido dos años tratando de ignorar que tan egoísta sonaba eso, pero estaba feliz de tener algo de normalidad en mi vida, algo que siguiera intacto además de mi relación con Charlie.

Cuando llegó la hora del almuerzo caminamos con paso rápido al estacionamiento y nos subimos a mi camioneta. Emma sacó un paquete de cigarrillos Philip Morris Caps.

–¡Ay, mierda! –maldijo y me volteé a mirarla para verla palpándose los bolsillos del jean y la campera que llevaba puesta–. ¡Perdí el puto fuego!

Me estiré hacia la guantera y saqué de adentro el encendedor que había quedado en la camioneta desde que me había ido.

–Toma –se lo di–, fíjate si todavía funciona.

Emma se puso un cigarro en la boca y llevó el encendedor a la punta del mismo, accionándolo y aspirando a la vez para luego largar el humo dentro de la camioneta. Me pasó el fuego y un cigarro, rompí la capsula del filtro para convertirlo en mentolado y repetí la misma acción que ella. Bajé un poco el vidrio de mi lado y le pedí lo mismo a ella, no quería que el olor quedara dentro, fumar era agradable pero el olor a cigarrillo era horrible cuando se pegaba a la tela y al cuero de los asientos de un auto. Mirándome al espejo me pasé la mano por el pelo arreglándome el peinado "a lo sexo" como le gustaba llamarlo a Emma y Leah.

–A la noche, en lo de Paul, hay fiesta –dijo de repente con una de sus sonrisas típicas que daban a entrever que estaba obligado a saber de qué estaba hablando cuando decía fiesta.

La miré a los ojos un buen rato tratando de discernir qué se cocía. Tenía ese don con las personas, normalmente sabía que estaba pasando por sus cabezas, pero con Emma era diferente, me conocía demasiado, sabía cómo ocultarme las cosas de manera que ella llevara la ventaja. Suspiré rendido.

–¿Qué te traes entre manos, Emma? –pregunté dándole una pitada a mi cigarro y conteniendo el humo en mis pulmones un momento.

–De acuerdo, la verdad –dijo relajando su postura y volteando un poco su cuerpo en mi dirección para enfrentarme, mientras copiaba mis movimientos con el cigarrillo que tenía entre sus finos dedos–. Con los chicos decidimos darte la bienvenida, y ¿qué mejor idea que una fiesta? Estoy segura que extrañas nuestro tipo de fiestas, Edward.

Reí por lo bajo. No sonaba nada mal la verdad. Nuestras fiestas tendían a salirse de control rápidamente, y generalmente era con ellas con las que ganábamos nuestra reputación, eso y además que solíamos hacer cosas bastante discutibles dentro de la propiedad escolar. Cuando nos juntábamos con los chicos de la reserva, entre ellos Embry, Quil, Seth, Sam, Jared y Paul, hacíamos estragos. Tomábamos alcohol como si no hubiera un mañana en el horizonte y, a veces, de acuerdo, muy frecuentemente, nos drogábamos con cualquier cosa que conseguía Josh, un amigo de Paul, y cuando se agotaba la fiesta la mudábamos a los acantilados de la primera playa de La Push, para la cual teníamos que subir alcoholizados o drogados a mi camioneta. En el mejor de los casos llegábamos a los acantilados, una vez terminamos en la plaza central de Forks donde Jacob se llevó por delante un asiento con mi Ford F-150, mientras que Leah, Emma, Josh, Embry, Jared y yo íbamos parados en la parte de atrás cantando "We will rock you" de Queen, y despertábamos a los vecinos de los alrededores chocando unas cacerolas con unas cucharas y tocando bocina. Terminamos tragando césped cuando caímos todos de cabeza al suelo mojado de la plaza con la fuerza del choque. Está de más decir que Charlie casi sufre de una embolia cuando tuvo que responder a la denuncia de los vecinos. ¡Ahh, que recuerdos!

–¿Y? –esperó mi respuesta mientras tiraba la colilla del cigarro por la ventana y se cruzaba de brazos.

–¿A qué hora hay que caer? –pregunté mientras salía de la camioneta y tiraba la cola del cigarrillo al piso y la apagaba con la punta de la suela de mi zapatilla.

–Un ratito antes de las doce... –respondió Emma juntándose conmigo del lado del conductor.

Asentí y empezamos a caminar hacia la cafetería con toda la tranquilidad del mundo. A mitad de camino una llovizna bien fina empezó a caer, de esas que parece que no cae tanta agua pero que, con el tiempo suficiente, te deja empapado de pies a cabeza. Entramos por la puerta que daba hacia al bosque e inmediatamente el salón entero quedó en silencio. Todas las miradas se centraron en nosotros dos, algunas eran obvias y otras un poco más disimuladas. Emma y yo intercambiamos una mirada de complicidad. Unos chicos de primero estaban murmurando en una mesa a nuestro lado tratando de no mirarnos fijamente. Les sonreí con una mirada siniestra y desesperados levantaron sus bandejas y a los tropezones salieron corriendo de la cafetería. Vaya, algunas cosas no han cambiado en absoluto… Emma soltó una carcajada que fue acompañada por una resonante risa que venía de unas mesas de distancia. Todos se dieron vuelta con miradas de incredulidad a la mesa de la cual había provenido. En ella estaban sentadas las cinco personas más hermosas que había visto en mi vida. La risa venía del muchacho que parecía una pared, era alto y fornido, probablemente un levantador de pesas. Inmediatamente se cayó cuando la rubia despampanante que estaba a su lado le lanzó una mirada que claramente indicaba que hiciera silencio, que estaba llamando mucho la atención.

Con el hielo definitivamente ya roto, el ambiente volvió a la normalidad y con Emma caminamos hacia los mostradores donde estaba la comida. Recogimos una sola bandeja y pusimos una ensalada de varios vegetales y dos gaseosas. Los dos éramos vegetarianos y no comíamos tanto así que decidimos compartir la comida como en los viejos tiempos. Fuimos a la única mesa vacía, que, casualmente, se encontraba al lado de las cinco personas que no encajaban en el salón ni aunque quisieran. Los miré con atención, había tres chicas y dos chicos. Eran… simplemente no había una palabra que abarcara lo que eran. El fortachón tenía un brazo alrededor de la rubia, el otro rubio estaba de la mano con la chica petiza y al lado de ella estaba la última chica. Era hermosa, no, mejor dicho celestial. Tenía curvas en todos los lugares correctos y un pelo que te daban ganas de pasarle los dedos por entremedio. Era una diosa.

Cuando nos sentamos me incliné hacia Emma y ella me imitó entendiendo que quería algo.

–¿Quiénes son los que están acá atrás? No estaban cuando yo me fui –le pregunté lanzando una mirada sobre su hombro para ver que la diosa me miraba con gesto de concentración.

Emma miró hacia atrás confusa. Cuando vio a quién me refería se le escapó una risa.

–Me estaba preguntando cuando tardarías en notarlos –dijo volviéndose hacia mí dándome un tenedor y empezando a comer la ensalada–. Son los hermanos Cullen y los mellizos Hale. Son los hijos adoptados del doctor Cullen y su mujer.

–¿Quién es quién? –seguí preguntando mientras comía un poco de ensalada.

–La rubia se llama Rosalie y el rubio Jasper, ellos son los Hale –indicó mientras mirábamos disimuladamente–. Los demás son los Cullen. El grandote es Emmet, la chica que parece un duendecito es Alice, dicen que es muy rara pero a mí me cae bien.

–Claro que dirías eso –le dije en tono burlón–. No tienes definición de rara. Tú eres rara.

–El punto es que no parece una psicópata como creen algunos de estos adolescentes sin pensamientos propios que rondan los pasillos de la escuela en modo automático y ni siquiera se toman el tiempo en conocer a la gente antes de juzgarlos de ante mano-

–Sí, sí –la interrumpí antes que siguiera. Cuando le dabas letra para hablar de los alumnos con mentes vacías de la escuela secundaria de Forks, Emma era simplemente imparable–. ¿Quién es la otra chica?

–¡Ah, ya veo lo que pasa aquí! –dijo esbozando una sonrisa pícara. La miré confuso–. No tuviste un día completo de clases y ya te enamoraste de Isabella Cullen.

–¿Así se llama? –le pregunté volviendo la vista a la diosa.

Ahora había un nombre para esa cara. Nuestras miradas se encontraron y me di cuenta de que sus ojos eran de color dorado. ¿Dorado? ¿Qué carajo? Confuso miré a sus hermanos y a los mellizos, todos tenían las mismas tonalidades de color, algunos más claros que otros, el rubio, Jasper creo que era, tenía los más oscuros. Eso sí que era raro, no estaban emparentados por sangre, eran adoptados. Mientras pensaba en eso registré las palabras de Emma.

–¿Cómo que enamorado? –le cuchichié volteándome a ella. La otra soltó una risita.

–Estoy tomándote el pelo –dijo restándole importancia con un gesto de su mano mientras abría su gaseosa y tomaba un trago.

Volví mí vista hacia atrás y no sólo me encontré con la mirada de Isabella sino que también con la de sus dos hermanas, Alice y Rosalie, si bien recuerdo sus nombres. Clavé la vista en la ensalada que estaba compartiendo con mi amiga para evitar los tres pares de ojos detrás mío y seguí comiendo y charlando con Emma por el resto de la hora. De vez en cuando encontraba los ojos dorados de Isabella con los míos pero ésta los desviaba y hablaba con su familia tan bajo y rápido que no podía escuchar ni entender nada. Diez minutos antes que acabara la hora del almuerzo se levantaron todos a la vez y tiraron el contenido de sus bandejas a la basura, que noté que habían tocado pero no comido, y salieron por la puerta con andares elegantes.

Cuando sonó el timbre nos quedamos unos minutos más esperando a que el comedor se vaciara mientras hablábamos de las clases que nos tocaban a la tarde. Teníamos biología, así que nos dirigimos hacia ahí con un andar despreocupado, ignorando las miradas de advertencia y desaprobación de los profesores que rondaban los pasillos viendo que estábamos paseando. Ya estábamos llegando unos quince minutos tarde así que qué más daba llegar otro par de minutos más tarde.

–Y aunque no lo creas tengo un compañero de banco en esta clase –comentó Emma mientras twitteaba algo con su celular–, así que tendrás que sentarte con-

–Espera, espera –la interrumpí incrédulo–. ¿Alguien se sienta a voluntad contigo?

–Bueno, no tan a voluntad –respondió carcajeándose–. Se sienta conmigo porque el otro asiento libre es al lado de Isabella Cullen. Es una chica, Angela creo que se llama, es bastante agradable, no se mete en lo que no son sus asuntos, pero siento que me tiene algo de miedo. Al parecer la gente prefiere aguantarme antes que sentarse con uno de los enigmáticos Cullen.

Ahora sí que estaba intrigado. Que la gente prefiera sentarse con Emma antes que con otra persona era raro. Para quien no conoce a Emma como yo o nuestros amigos, ella puede ser un poco intimidante. Tiene una cara angelical pero su mirada pícara simplemente gritaba "peligro". Cada vez que la miro se me viene a la mente el dicho "los más inocentes terminan siendo los peores". Casi lo mismo suele decir ella de mí, dice que soy muy carismático y despreocupado pero cuando quiero puedo resultar bastante amenazador y por eso la mayoría de la población de Forks que realmente no me conocía rehuía de mí. Entramos y todas las miradas se concentraron en nosotros dos. Esto ya se estaba poniendo viejo e irritante.

–¡Ah! ¡Señorita Greene, Señor Masen! Qué alegría que se nos unan a la clase, ya los estábamos extrañando –el profesor Banner dijo sarcásticamente–. Veo que después de dos años nada ha cambiado, ¿no?

–¡Buenos tardes, señor Banner! –respondimos en perfecto coro con inocencia y alegría fingida, ganándonos unas cuantas risas de los demás alumnos.

–Siéntense ya –ordenó el profesor con un deje malhumorado.

Emma fue a un banco que estaba atrás de Isabella Cullen en donde había sentada una tímida chica de pelo negro con lentes y que parecía asustada con su sola presencia. Yo caminé con tranquilidad hasta el banco en donde se encontraba la diosa pero algo extraño pasó mientras lo hacía. Un ventilador llevó un poco de mi olor hacia ella e inmediatamente ésta se tapó la boca y la nariz como si hubiese olido el peor hedor posible en el mundo. Giré mi cabeza a la izquierda oliéndome disimuladamente mientras me sentaba a su lado pero solamente detecté mi desodorante. Volteé hacia ella y vi que se había echado hacia la parte más alejada de mí en el banco y me miraba con odio. Mi confusión sólo duró una fracción de segundo antes de que se convirtiera en ira. ¿Qué le había hecho yo para merecer semejante trato tan envenenado? Me traté de concentrar en el señor Banner por una vez en la vida para ignorar a la perra al lado mío pero fue en vano. Sentía sus ojos clavados en mi cara, y de vez en cuando le devolvía la mirada con indiferencia o irritación para que me dejara en paz pero ni se inmutaba.

El timbre sonó y para cuando me di cuenta Isabella Cullen ya había salido por la puerta de la clase. Frustrado y enojado junté todas mis cosas y me reuní con Emma afuera del salón.

–Oye, ¿qué le hiciste a Cullen? ¿Atropellaste a su perrito con tu camioneta o qué? –me preguntó mientras nos encaminábamos al gimnasio–. Digo, siempre ignora a todos, incluso los que tratan de insinuarle una cita, pero a ti simplemente te odia.

–No le hice nada –respondí empezando a sentir las ya tan familiares ansias de fumar–. Gimnasia es la última clase del día, ¿no?

–Sí –confirmó Emma.

–Bien, creo que ya no puedo estar más en éste maldito lugar –dije exasperado– necesito un cigarro.

Quemé un poco de adrenalina corriendo un par de vueltas al predio de la escuela con mis compañeros mientras Emma y las chicas jugaban al vóley adentro. Al terminarse la hora no quería más nada que irme a casa a ducharme y seguir jodiendo con Emma. Quedamos en que la seguiría detrás de su auto hasta su casa, donde dejaría el suyo, y después iríamos en mi camioneta hasta la mía para después enfilar a La Push. Al cruzar el estacionamiento vi que todos los Cullen estaban parados al lado del deportivo que había visto a la mañana mirándome con distintas expresiones en sus caras. Les enarqué una ceja en clara indicación de que se metieran en sus propios asuntos y subí a mi vehículo. Dejé mi celular en el asiento después de chequear que no tuviera mensajes ni llamadas perdidas, arranqué el motor, salí de mi lugar haciendo marcha atrás y seguí al auto de Emma haciendo zigzag entre los autos que atestaban el lugar para salir de la escuela.


Bueno, qué les pareció? Tenía esta idea dando vueltas en mi cabeza desde ya hace años y nunca me había adignado a escribirla, darle forma. Dejen comentarios, críticas, sugerencias o lo que quieran, es una motivación extra para seguir.