...¿Epílogo?

Albus miró a Rose, interrogante. Ésta le sonrió tímidamente, y el chico comenzó a caminar por el pasillo entre los compartimentos llenos, arrastrando su baúl. A un lado y a otro, la gente que los ocupaba se le quedaba mirando con descaro. Al ver a una chica dar un respingo y cuchichear sin disimulo en el oído del chico que tenía al lado, Albus decidió que era momento de dejar de observar y mantener la vista al frente.

Al llegar a un compartimento vacío, volvió la vista hacia Rose, quien asintió con otra de sus luminosas sonrisas. Alto para su edad, pudo subir su baúl y el de la chica al portaequipajes. Suspirando aliviado, se dejó caer en un asiento junto a la ventana.

-Estaré en Gryffindor -murmuró a su prima, que se había sentado frente a él.

Ella le rozó la rodilla suavemente.

-Deja de preocuparte. No tiene tanta importancia. Yo estaré en Gryffindor o Ravenclaw, según papá, pero la verdad es que tampoco me va la vida en ello. Al fin y al cabo, aprenderemos lo mismo y tendremos las mismas clases vayamos a la Casa que vayamos.

Albus no dijo nada y miró por la ventana. Se acercaban a las afueras de Londres y el paisaje cambiaba, dejando paso a grandes extensiones de campos verdes y praderas. Siempre había sido un chico sereno y callado.

Rose, acostumbrada a los silencios de su primo, se levantó y sacó un libro de su maleta. Albus la observó sentarse y sumergirse inmediatamente en la lectura. Al advertir su mirada, ella le sonrió cálidamente y le mostró la cubierta.

-Es "El Libro Reglamentario de Hechizos, curso 1º" -informó alegremente.

Él sonrió a medias y volvió a mirar por la ventana.

Le dio por pensar que, de alguna forma, él y su prima encajaban. Mientras que la mayoría de sus primos, incluyendo a ambos de sus hermanos y a Hugo, el hermano de Rose, eran alborotadores por naturaleza, Albus era más bien introvertido y prefería observar. Eso no quería decir, claro está, que no participara en las travesuras de sus hermanos: al contrario, solía ser el cerebro de las actividades, aunque dejaba que fueran ellos los que luego se encargaran de llevarlas a cabo. Rose, sin embargo, era la madura de la familia: prefería estar leyendo o charlando tranquilamente, y rara vez se entrometía en los líos de sus primos, lo cual era recíproco, ya que cuando lo hacía solía ser para reprenderles.

Sumido en sus pensamientos, se sobresaltó al oír el chirrido de la puerta al abrirse.

-Pero bueno, mira a quién tenemos por aquí –dijo la inconfundible voz de burla de James- ¿Ya has decidido en qué casa estarás? Vamos, no seas tonto, ¡serías un gran Slytherin!

-¡No-estaré-en-Slytherin!

Con cuidado para que no se perdiera la página, Rose dejó el libro a su lado, repentinamente atenta a la conversación.

-Bueno, bueno, tranquilo... –reaccionó su hermano con fingida inocencia- Vas a espantar a los invitados. Este es Paul, -señaló al rubio que venía con él-, Thomas es el moreno alto y Arthur el castaño.

-Encantado -refunfuñó Albus, con un tono que expresaba más bien lo contrario.

James lo ignoró.

-Mi hermano Albus y mi prima Rose, que también irá a primero este curso.

-¿Para qué has venido? -intervino Rose por primera vez, con su tono de voz más dulce. Nunca se fiaba demasiado de su primo mayor.

Los chicos intercambiaron miradas de regocijo.

-Sólo nos pillaba de camino. Por cierto, niños -James insistía en que lo decía con cariño fraternal, pero Albus odiaba que su hermano lo llamara "niño". Al fin y al cabo, solo era dos años menor que él-, tened cuidado: hay unos de cuarto que andan lanzando un hechizo endiablado que hace que te crezcan los dientes tremendamente. No sé de dónde se les habrá ocurrido la idea pero si os preguntan, por si acaso, decid que os llamáis Rebecca Witters y Amos Pucey. Evidentemente la mentira durará hasta la Ceremonia de Selección, pero con un poco de suerte para entonces el contratiempo estará resuelto… Ah, por cierto, Al, no olvides ponerte la túnica de Hogwarts antes de llegar.

Una vez se hubo ido, Rose lo miró entre divertida por el tratamiento recibido y preocupada por el encantamiento. La historia de James sonaba a que andaba metido en algún lío con alumnos más mayores, un lío lo suficientemente importante como para que quisiera asegurarse que ella y Albus estaban bien, y pedirles que mintieran acerca de su parentesco no fuera a ser que les diera por… ¿qué? ¿Atacarlos a ellos? Al notar la falta de reacción de Albus, desapareció su sonrisa.

-¿Cuál es el problema, Al? Estás más callado que de costumbre...

-Mi hermano es un imbécil.

Rose lo miró con expresión indescifrable.

-¿Es por lo de acabar en Slytherin, o hay algo más?

El chico no contestó de momento, meditando en la respuesta correcta. Observó los ojos azul cielo de su prima. Sí, le preocupaba estar en Slytherin, no tanto porque fuera Slytherin, sino porque no fuera Gryffindor. Todos estaban expectantes ante su comienzo en Hogwarts, y esto no incumbía solo a su familia, algo esperable, sino también al resto del mundo mágico.

El era el hijo de Harry Potter, el niño que vivió. Si bien es cierto que su hermano había ido antes, ya había quedado más que claro quién era James: alborotador, inteligente (aunque lo aplicara sobre todo en bromas y meterse en problemas), exitoso, aunque fuera al menos en las asignaturas que le interesaban, carismático y popular. Lily vendría detrás, con su cabezonería y siendo seguramente la que más muestras de magia había mostrado, la más poderosa de los tres, no tendría ningún problema. Además, Lily era una chica, y eso ya tenía ventajas. ¿Pero Albus? ¿En qué iba a destacar el hermano mediano, pequeño y poca cosa que siempre sabía complacer a los demás y que nunca había destacado en nada? Por muy infantil y estúpido que se sintiera por tener estas dudas, la presión era lo suficientemente grande como para que lo único que desease fuera ser seleccionado para Gryffindor y que al menos, la gente dejara de fijarse en él y se dieran cuenta de que simplemente era uno más, sin sorpresas ni buenas, ni malas.

Albus abrió la boca un par de veces, sin saber muy bien por dónde empezar, pero en ese momento se abrió la puerta de su compartimento de golpe y apareció un chico muy menudo y con cara de miedo, aunque al verlos recompuso su expresión a una fría y desinteresada.

-Pensaba que no había nadie. Disculpad.

Albus miró a su prima y supo que ella tampoco se había tragado ni media palabra:

-¿De qué huyes? Puedes sentarte aquí un rato, si quieres. Estamos llegando de todas formas…

El chico ya estaba cerrando la puerta y pareció dudar, pero un tumulto en el pasillo le hizo saltar dentro del compartimento y cerrar la puerta tras de sí, y después volvió a girarse a ellos con extrema lentitud. De nuevo vestía una máscara de pasotismo demasiado premeditada para ser algo casual.

Se sentó en el mismo asiento que Albus, pero en el extremo más alejado, y se puso a mirar a algún punto aparentemente fascinante en el tapiz del sillón de enfrente, dejando bien claro que no pensaba tratar de entablar conversación. Rose y él volvieron a mirarse, la chica arrugando la nariz con extrañeza.

-Eres de primero, ¿no? –le preguntó, su voz con claras muestras de querer ser amigable aunque sonaron algo estridentes al romper el evidentemente incómodo silencio- ¿Dónde has estado sentado el resto del viaje?

El chico fijó la mirada en ella un segundo y pareció debatirse entre dignarse a contestarle o pasar de ella.

-Sí, soy de primero. Supongo que era una suposición bastante obvia y una pregunta innecesaria porque mi túnica no tiene el escudo de ninguna de las Casas, aún –murmuró, apartándose el pelo rubio de los ojos y fijando sus ojos grises en el paisaje, como si cada gesto le costara un tremendo esfuerzo.

No contestó a la segunda pregunta. Albus lo miró de reojo un par de veces, sintiéndose muy incómodo al estar en presencia de alguien quien, evidentemente, no quería compartir aquel espacio con él ni con su prima. Se preguntó si sería igual con todo el mundo.

Después de algo menos de una hora, empezó a oscurecer, y a Albus le entró la inquietud por cambiarse a su túnica del Colegio, para lo cual tenía dos opciones: cambiarse delante de su prima y el chico rubio, o encontrar alguna forma de echarlos momentáneamente del compartimento sin parecer un maleducado, cosa complicada teniendo en cuenta que no habían vuelto a cruzar palabra desde aquella vez. Por suerte, el chico pareció leerle el pensamiento y de pronto se levantó, se asomó al pasillo y se marchó, no sin antes mostrar un atisbo de duda en el que Albus casi pensó que iba a dedicarles algún tipo de despedida, la cual nunca llegó.

-Vaya tipo más raro –murmuró a su prima.

-Sabes quién era, ¿no? –Albus fue a negarlo, extrañado, pero el tren le sorprendió empezando a aminorar la marcha- Será mejor que nos cambiemos. Puedes quedarte aquí, yo tengo que ir al lavabo igualmente.

Y tras encontrar su cambio de ropa, se marchó.

La llegada a Hogsmeade fue, para resumirla, muy tumultosa. Los chicos se apresuraron a localizar a Hagrid, que se esforzaba por reunir a los de primero a un lado del andén tratando de hacerse oír por encima del barullo que formaban los de los otros seis cursos. Al pasar junto a James, éste les guiñó un ojo. Albus no dejó de notar que estaba rodeado de chicas, mientras que Paul, Thomas y Arthur parecían algo apartados.

Antes de lo esperado, los otros se habían marchado y ellos eran conducidos hasta un embarcadero, en el que se les dio instrucciones de montar a los botes que los llevarían al castillo, como era tradición.

Cuando obtuvieron la primera visión de Hogwarts, muchos ahogaron gritos de asombro. Por fin la primera visión de Hogwarts. Albus y Rose sonrieron con alegría al reencontrarse con el viejo castillo. Ambos recordaban las largas tardes pasadas con James, Lily y Hugo, observándolo desde una barca en aquel mismo lago, hasta que sus padres salían del castillo con aspecto ajetreado y los llevaban de vuelta a casa.

Sin embargo, por mucho que insistieran, nunca les habían permitido la entrada, incluso aunque Albus había rogado a su padre, quien sentía una clara debilidad por él, que los dejará visitar tan solo el hall, sin éxito alguno. La idea de ver el gran castillo por dentro, de llamarlo "hogar", excitaba a los chicos. Rose, que iba sentada con aspecto confiado en un borde del barco, era observada atentamente por un chico rubio que por el contrario parecía concentrado en mantenerse lo más en el centro del bote que fuera posible, como con temor a que cayera al agua en cualquier momento.

-¿Cómo te llamas? -preguntó amablemente Rose.

-Jack, -contestó, con un brinco- Jake Redfield.

-Yo soy Rosalie Weasley, pero puedes llamarme Rose. Y éste es mi primo...

-Albus Potter, lo sé -acababan de pasar por un rayo de luna que se colaba entre las nubes-. Soy hijo de muggles, pero ya me han hablado de ti en el tren.

El chico tenía la voz grave y tranquilizante, y su aspecto no era el de un chico de once años asustado ante un mundo nuevo para él, sino que aparentaba más de la edad que debía tener y parecía tranquilo y relajado. A Albus no le gustó la idea de que hubiera gente que creía fascinante hablar de él en el tren, pero una vocecilla en su cabeza le aconsejó irse acostumbrando.

-Antes de venir al colegio estuve informándome de la historia más reciente... me resulta muy interesante lo referente a los horrocruxes, y cómo Lord Voldemort terminó por autodestruirse. Opino que tiene un cierto tono poético, la verdad -continuó Jack, con sus grandes ojos verdes centelleando de excitación.

Algo en él, sin embargo, hacía que a Albus le cayera bien. Solía tener buen juicio de primeras con la gente a la que conocía, y la forma en la que les transmitió la pasión y las ganas que tenía por aprenderlo todo del mundo mágico hicieron que sonriera. Rose lo miraba hablar como si no hubiera nadie más fascinante en los mundos mágico y muggle. Albus sonrió irónicamente al recordar lo dura que era consigo misma su prima para ciertos temas, y se preguntó inconscientemente cómo reaccionaría su prima cuando le tocara enamorarse.

-... y que tu tío simplemente utilizó un encantamiento de desarme que hizo desaparecer al mismo Voldemort...

-¿He oído bien? -la voz repelente que arrastraba las vocales les llegó desde un bote cercano- ¿Has prounciado el nombre del Señor Tenebroso? Muy valiente, por tu parte, ¿esperas ser un Gryffindor?

Albus se sorprendió al ver al chico rubio del tren, que tan callado había parecido entonces. Su actitud confusa había dejado paso a una tremenda arrogancia y al verlo reconoció al hijo del Señor Malfoy del que su padre le había hablado en contadas ocasiones y al que habían visto en el andén 9 y ¾.

-Cállate, Malfoy. No te incumben las conversaciones ajenas. Tu familia ya no es poderosa y no tenéis a vuestro querido Voldemort para guardaros las espaldas -Scorpius arrugó los labios, pero no replicó. Albus sabía que lo único que le había impedido lanzarle un maleficio a su prima era la prohibición de su padre, que mantenía una "cordial" paz con los Potter y los Weasley.

El camino hasta el castillo duró menos de lo esperado, y Albus recordó su miedo a ser seleccionado para la casa del emblema verde y plateado al llegar al vestíbulo. Rodeado por las animadas conversaciones y caras de entusiasmo de sus compañeros, avanzó con el grupo hasta el castillo, a cuyas puertas esperaba una figura que, a contraluz, se veía alta y estilizada.

-¡Bienvenidos, alumnos de primer año! -sonrió cortésmente, cuando los alumnos la alcanzaron al pie de la escalinata- ¡Bienvenidos al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería! Soy la profesora Maureen McKinnon, encargada de conduciros hasta el Gran Comedor este año. Antes de nada, para los que no lo conocéis, os explicaré el sistema de organización de la vida en Hogwarts: hace más de mil años, cuatro de los más grandes magos de la historia fundaron esta sublime institución, destinada a la educación de la población mágica desde los 11 años de edad, a partir de la cual la magia de cada uno puede ser domada a la par que aprovechada. Tras la muerte de estos cuatro grandes magos, sus nombres quedaron asociados a las cuatro Casas que agrupan a los alumnos. De este modo, y según vuestras cualidades más instrínsecas, seréis seleccionados para una de estas cuatro Casas: Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff o Slytherin -llegado el discurso de bienvenida a este punto, los alumnos se mostraban excitados, y muchos dirigieron miraditas de esperanza o confianza a sus amigos al oír el nombre de la Casa para la que esperaban ser seleccionados-. Debéis saber que vuestros logros y victorias en cualquier ámbito serán recompensados con puntos para vuestras casas, y del mismo modo, se os restarán puntos por romper las normas o presentar un comportamiento negativo. Al final de cada curso, la Casa con la mayor cantidad de puntos acumulados será recompensada con la Copa de las Casas. Esto da pie a cierta rivalidad sana entre los miembros de distintas Casas, pero siempre hemos de recordar que entre las paredes de este castillo, todos somos como una gran familia. Y ahora, preparáos adecuadamente: la ceremonia de selección va a dar comienzo.

Tras estas palabras, los alumnos se mantuvieron en completo silencio. La profesora McKinnon los precedió hacia el Gran Comedor, donde ya estaban esperándolos los demás alumnos. Con la sensación de que se movía rígidamente y sin elegancia, y con Rose y Jack manteniendo una apasionada conversación en susurros a su derecha, Albus avanzó con la cuadrilla de estudiantes hasta la parte delantera del Comedor, entre las mesas de Ravenclaw y Gryffindor, según dedujo por los escudos de los uniformes que llevaban los alumnos de ambas. No muy lejos, en la mesa de Hufflepuff, atisbó a la prima Victoire, que le sonrió esplendorosamente y le guiñó un ojo.

Con el rostro crispado por los nervios, Albus observó a la profesora McKinnon mientras convocaba un taburete, que fue colocado delante del estrado donde se alzaba la mesa alta de los profesores. En el centro, sentada estiradamente en el trono del Director, la profesora McGonagall, a la cual conocía de oídas y había visto en alguna ocasión más, sonreía sin humor, sus labios formando una línea muy fina, y recorría la masa de niños con miradas rápidas y escudriñantes. Cuando se detuvo en su rostro, Albus apartó la vista, casi con rubor, y volvió a mirar al taburete sobre el cual ya se había colocado el Sombrero Seleccionador.

-Bien. A continuación, les iré nombrando uno a uno por orden de lista. Cuando diga sus nombres, se sentarán aquí y les colocaré el Sombrero, que hará la selección. A continuación se reunirán con el resto de los compañeros de su Casa -con un firme movimiento de su varita, apareció un pergamino frente a ella-. ¡Auston, Myriam Anna!

Una chica de aspecto tímido se acercó al taburete. Indecisa, esperó a que la profesora levantase el Sombrero y se sentó, dando un respingo cuando éste le cubrió hasta los ojos.

-¡Ravenclaw! -decidió el Sombrero instantes después.

La mesa de la derecha de Albus estalló en aplausos y vítores, y Myriam fue a reunirse con ellos, alividada.

-¡Axle, Richard Peter!

El chico rubio que sobresalió de la multitud era esmirriado y parecía frágil, y tropezó al subir los escalones hacia la profesora, lo cual provocó risas entre los estudiantes mayores, pero hizo que el resto de los alumnos que esperaban su nombre incrementaran su miedo al ridículo.

Cuando Jason, Morgana fue enviada a la Casa de Slytherin, Albus ya empezaba a impacientarse. Tras ella, Jane Jordan se convirtió en el primer miembro de Gryffindor de la selección, y la mesa bajo el estandarte del León rojo y dorado pareció estallar. Unos cuantos nombres después, la profesora leyó:

-Malfoy, Scorpius Regulus.

Albus contempló a los Slytherin sonriendo y dándose codazos, mirando con sorna al chico del pelo rubio platino, que ascendía lentamente pero con la cabeza bien alta. Sin embargo, al girarse hacia ellos sentado en el taburete, Albus vio temor e inseguridad, los mismos que él mismo sentía, bajo la máscara de altanería, y sintió una mezcla de empatía y deseos de que Scorpius terminara en cualquier casa que no fuera Slytherin.

Albus se mantuvo en silencio mientras el sombrero tomaba su decisión. Tras un tiempo tremendamente largo, se movió para gritar:

-¡Gryffindor!

Rose reprimió un grito, y se llevó las manos a la boca en un gesto de exagerada sorpresa para el gusto de Albus. La mesa de Gryffindor murmuraba, y nadie aplaudió. Scorpius se quitó él mismo el Sombrero, devolviéndoselo a la perpleja profesora McKinnon, y lentamente se encaminó hacia la mesa que le correspondía. Cuando estaba junto a un asiento vacío, Albus sintió un impulso extraño: casi sintiendo sus manos ajenas, las unió en una palmada, y tras ese sonido se le unieron poco a poco los alumnos de Gryffindor, aunque algunos permanecieron impasibles.

No fue un aplauso caluroso ni hubo recibimientos joviales para el pequeño Malfoy, pero éste no pareció esperar más. Tampoco era de extrañar, después de que toda la familia Malfoy, que se caracterizaba por ser de las únicas totalmente Sangre Limpia que quedaban, había pertenecido a Slytherin, eso sin contar con que su abuelo, Lucius, era un famoso ex-mortífago, y éstos habían sido asesinos de muchos de los familiares de la gente que ahora le rodeaba. Los pensamientos de Albus fueron interrumpidos cuando su nombre llegó a sus oídos, como si proviniera de mucho más lejos:

-Potter, Albus Severus.

Sus nervios se habían disipado, pero seguía notando rígidas las piernas mientras avanzaba hacia el estrado. Por suerte, no tropezó, pero se sintió igualmente ridículo cuando el Sombero le cubrió los ojos, viendo como última escena del Gran Comedor a su hermano James mirándolo con ansiedad.

«Mmmmhh, he aquí otro Potter... el cuarto que tengo bajo mi ala, difícil como los anteriores, y la dificultad de selección sigue en aumento, mmmh, veamos...»

Albus no pudo evitar pensar «¿También con mi hermano, James?».

«¡Oh, sí, James! Una elección verdaderamente compleja, él no tenía nada claro... sin embargo, tú no pareces dudar de lo que deseas, ¿eh, chico? Aunque yo no estaría tan seguro de que eso sea lo que más te convenga...»

«No quiero ir a Slytherin»afirmó con vehemencia.

«Hum, sí, realmente ese es un factor común en todos los Potter... y no obstante, detesto tanto los prejuicios...»

Albus lo interrumpió:

«Mi padre me dijo que tenía usted en cuenta las preferencias. De verdad, lo he estado pensando mucho, no soy un Slytherin»

«Bueno, las cosas eran distintas con Harry. Había mucho valor en su corazón. Tampoco en el tuyo hay carencia de nobleza... Sin embargo, la astucia no es precisamente tu punto débil, y eso es tan característico de la Casa de Slytherin... Mmmmh, veamos... esta conversación ha sido casi tan interesante como la de Scorpius Malfoy, y estoy seguro de mi decisión para con él, por tanto lo mejor es que seas...»

-¡Gryffindor!

Albus casi se olvida de que tenía que moverse para reunirse con sus nuevos compañeros de Gryffindor de puro alivio. Guiándose por el terrible estruendo que producían los vítores y gritos de esa mesa, se unió a ellos, dejándose caer en el primer asiento libre que encontró, y siendo inmediatamente acogido por caras sonrientes que chocaban sus manos con las del chico.

Desde allí, terminó de presenciar la Selección. El chico del bote, Jack, se le unió poco después, y Albus se apresuró a hacerle sitio a su izquierda. Esperó, ansioso, el turno de su prima, que fue de las últimas en ponerse el sombrero, y tras unos instantes fue asignada también a Gryffindor, reuniéndose con Albus en el asiento de enfrente, con una sonrisa complacida.

Tras un corto discurso de la Directora McGonagall, la mesa que tenían delante se llenó por arte de magia de platos y platos de comida, ofreciendo el Banquete de bienvenida del que tanto hablaba el tío Ron.

-Entonces, ¿por qué reaccionasteis todos así cuando ese tal Scorpius no-sé-qué fue un Gryffindor? -preguntó un chico con la cara llena de pecas, mientras cubría su tarta de queso con mermelada de arándanos.

Rose miró a Albus, con expresión sombría.

-Bueno, supongo que ha sido producto de una mezcla de sorpresa y desagrado...

-Sí, puede que tenga un poquito que ver con que su familia es de las pocas que quedan que siguen regodeándose en el hecho de haber sido de las más cercanas a Quien-Tú-Sabes -ironizó el chico que se sentaba al lado de Rose, de aspecto mayor y serio-. Debes ser hijo de muggles, ¿no? Para que te hagas una idea, no estarías aquí si las cosas fueran como quiere la gente como los Malfoy, probablemente te acusarían de ladrón de magia, y buscarían cualquier excusa para asesinarte o torturar a tu familia. Esa gente son escoria. Por cierto, me llamo David Doyle, soy prefecto.

Jack miraba su tarta, meditabundo. Albus quiso decir algo, sin saber muy bien el qué, pero Rose le interrumpió:

-Te acostumbrarás a todo cuando comprendas la historia de la magia, absorberás con rapidez nuestra mentalidad y las costumbres mágicas, no te preocupes -se estiró y bostezó, tapándose la boca con descaro-. Ah, tengo tanto sueño... mañana va a ser un día duro, y muy excitante, si me lo permitís. Creo que me voy a dormir.

Jack le dirigió una media sonrisa y se apresuró a levantarse a su vez. Encogiéndose de hombros, Albus le siguió a través del abarrotado Comedor, que se iba vaciando poco a poco.

Cuando, seguidos por el chico de las pecas, lograron encontrar la Sala Común, y hubieron traspasado el retrato que servía de guardián y puerta de ésta ante los demás estudiantes de otras Casas, Albus y Jack ascendieron por la escalera de caracol que los llevó hasta su dormitorio, donde ya habían sido trasportados sus baúles.

-No puedo llegar a imaginarme cómo va a cambiar mi vida este año, ¿no es así? -preguntó Jack, medio dormido nada más tumbarse en la cama con dosel junto a la de Albus.

Albus se encogió de hombros lacónicamente. Ambos miraron al otro chico, que al advertirlo les sonrió tímidamente.

-¿Cómo te llamas? -preguntó Jack.

-Holden Stevenson, encantado. Vosotros sois magos, ¿no? Bueno, sí, claro, yo también soy mago, hmm, quiero decir... que ya lo sabíais antes de... que habéis crecido en medio de todo este... -carraspeó- ¿Vuestros padres son magos?

Holden hablaba extremadamente rápido y su tono de voz era esquivo y nervioso. Albus sonrió, callado, mientras Jack le contestaba pacientemente a esas y todas la apresuradas preguntas que vinieron después.

- Eh, tío, no te duermas. Hay algo que necesito saber antes de adentrarme de lleno en el mundo mágico -murmuró Holden, un rato después de haberse metido en su cama.

-Soy todo oídos -contestó Albus.

-Bien. ¿Quién es ese tal Quien-Tú-Sabes?

Albus tragó saliva. No estaba preparado para una pregunta como aquella. Sin embargo, era de una lógica aplastante que Holden quisiera saber más detalles, tras la reacción de David Doyle a su pregunta, es más, de todo el Gran Comedor, cuando Malfoy fue elegido para la Casa de Gryffindor.

-Su nombre verdadero era Voldemort. Bueno, de hecho su nombre humano era Tom, pero casi nadie lo sabe. Él fue... el mago tenebroso más importante de toda la Historia de la Magia, o algo así. Mató a tanta gente...

-Entonces, ¿puede utilizarse la magia para matar? Y, ¿por qué nos enseñan cómo hacerlo?

Albus casi sonrió:

-Esa es una gran pregunta, ¿sabes? El caso es que... a ver, la magia está en cada uno de nosotros. Realmente no sé hasta dónde podría llegarse sin que nos educaran, pero probablemente esos magos que ansían usarla para matar podrían inventar, o descubrir, cómo hacerlo. Alguien tuvo que empezar, ¿no? De todas formas, no creo que en el colegio nos enseñen a matar a nadie. Ya verás, va a ser todo mortalmente aburrido al principio -alegó, repitiendo las palabras del tío Ron.

Se sumieron en el silencio premonitorio del sueño, pero de pronto la voz de Holden volvió a oírse, más suave que anteriormente:

-¿Cómo murió?

Albus no supo qué contestar.

-Esa es una larga historia -respondió enigmáticamente al final.

-Su padre lo mató, Hold. Pero, sí, tiene razón, es una historia larga y apasionante -explicó Jack, pero no estuvo seguro de que Holden llegara a oírlo.

Mucho tiempo después, cuando los demás ya dormían, la puerta se abrió y se cerró suavemente. Albus contempló en silencio como Scorpius Malfoy escudriñaba la habitación quedamente, antes de encaminarse hasta su cama, desvestirse sin el menor ruido y tumbarse en ella.