Aviso: Crepúsculo pertenece a Stephenie Meyer y esta historia a musegirl.

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Double Down

Capítulo uno

—Tú puedes con esto, Bella —me dije a mi misma mientras observaba mi reflejo en el espejo—. Tienes dieciocho años, graduada del secundario, pronto universitaria, loca y estúpidamente enamorada. Si alguna vez había un momento para decir "a la mierda las reglas y cumple tus fantasías" era este fin de semana.

Evalué a la chica delante de mí. Pelo castaño, ojos marrones y piel pálida dado la falta de sol en Seattle. La blusa roja de escote redondo que estaba usando acentuaba los tonos miel de mis ojos y sabía que mis piernas lucían geniales con la falda blanca que me llegaba a las rodillas. En conclusión, no estaba mal. Tal vez no fuera la chica más hermosa del mundo, pero al menos tenía la suerte de lucir bien.

—¡Bella! Hora de irse, cariño —gritó mi papá desde las escaleras. Tomé aire profundamente y exhalé muy lento antes de asentir una vez, volviéndome a tomar mi maleta.

Mi mejor amiga, Alice, quién estaba radiante y saltando de puntillas de la emoción, me recibió al pie de las escaleras.

—¡Dios mío, Bella! ¡Venga! Nos vamos a Las Vegas, ¿puedes creerlo? —chilló y me pregunté otra vez por qué éramos las "mejores" amigas, como ella insistía en llamarnos—. ¡Vamos, vamos! Jazz y mi papá están esperando afuera.

Oh, cierto. Su padre era la razón por la que éramos prácticamente inseparables. Desde que Alice y su padre se mudaron a Seattle cuando yo tenía trece años, me había puesto como misión ser su amiga sólo para estar cerca de él. No me malinterpreten, Alice me caía bien y ella era una buena amiga, pero no estoy segura de que hubiera hecho de su casa mi hogar, si no fuera por el beneficio de su caliente padre. Si me gustaba salir juntas, pero la mitad del tiempo conducía como una loca para conseguir sus tendencias caprichosas. Yo odiaba a su molesto novio, Jasper, la manera en que siempre tenían sus lenguas enroscadas en la garganta del otro. O cómo follaban igual que conejos, pero eso sólo eran celos de mi parte.

Edward era peligrosamente sexi y el único hombre en protagonizar mis sueños. Estaba desesperada en saber cómo lucirían sus ojos mientras me miraba por entre mis piernas mientras yo tomaba sus cabellos cobrizos y lo acercaba más a mi coño mientras me enterraba su lengua.

Froté mis muslos y apreté mis dientes para que no se me escapara un gemido ya que mi imaginación empezaba a correr salvajemente por los distintos escenarios dónde Edward y yo podríamos encontrar la felicidad orgásmica juntos. Seguí a Alice hacia el coche y sentí mi corazón latir más rápido mientras su padre me sonreía. Amaba esa sonrisa sexi y torcida que siempre me dedicaba. No era la misma que mostraba al resto, al menos en mi mente y me encantaba ese hecho.

—Buenos días, Isabella —dijo con su voz suave y profunda. Su mano rozó la mía tomando mi maleta.

Ese simple toque enviaba una descarga por mi cuerpo y suprimí un escalofrío.

—Hola, señor C. —respondí con una suave sonrisa.

Él sonrió y negó con la cabeza.

—¿Cuándo vas a empezar a llamarme Edward? Te he dicho una infinidad de veces que estaba bien.

Tal vez porque sólo me permitía decir su nombre cuando tenía tres dedos en mi sexo y soñaba con todas las cosas sucias y sexis que quería que me hiciera.

—Costumbre, supongo —me encogí de hombros tratando de lucir indiferente.

—Eres adulta tanto como yo. Pronto, Bella, tendrás que parar con eso de "Sr. Cullen" —contestó con una sonrisa sexi.

Me mordí el labio y vi cómo sus ojos seguían ese movimiento. Me pregunté si alguna vez él pensó en mí de la manera que yo lo hacía. Si… no había ni una mínima oportunidad. Él tenía cuarenta años y yo era una niña en comparación. Probablemente salga corriendo lejos de mí si se entera de mis sentimientos hacia él.

Suspiré internamente mientras subía al asiento delantero del coche, así Alice se podía sentar con su novio. Tratando de no mirar directamente, vi a Edward de soslayo mientras conducía a través de Seattle hasta el aeropuerto.

Dios, estaba tan jodida. De la manera en la que estaba enamorada de este hombre lo suficientemente mayor como para ser mi padre. Las fantasías locas y llenas de lujuria que me imaginaba cuando estaba a solas y tocándome. Oh, lo que daría por tener la boca y manos de Edward sobre mí. Anhelaba sus besos y caricias, su cuerpo deslizándose contra el mío y su polla enterrada en mi coño. Ningún otro chico de mi edad había despertado en mí lo que sentía con Edward.

Y no estaba confusa o equivocada acerca de mis sentimientos. Esto no era sólo un enamoramiento por un hombre adulto, o incluso lujuria, aunque sí es que había mucho de eso. Estaba honestamente enamorada de él. Edward nunca me trataba como si hubiera una diferencia de edad entre nosotros. Me hablaba sobre política y acontecimientos mundiales y le interesaba mi opinión sobre todo. Nunca era condescendiente y siempre me tomaba en serio. Sentía como si él fuera más un amigo verdadero que con los que había ido a la escuela.

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Me dejé caer en mi asiento de tercera clase, al lado de Alice y Jasper y reprimí un gemido cuando inmediatamente comenzaron a besarse. Lamentablemente, Edward estaba instalado cómodamente en primera clase y ni siquiera tendría su hermoso rostro para mirar a hurtadillas y así ayudarme a mantener mi cordura. Aparentemente, Alice rechazó la oferta de su papá de comprarnos a ambas asientos en primera porque "el pobre de Jasper estaría solo" y sentarse con su papa "sería totalmente tonto". Sabía que no me debería quejar, estaba viajando gratis a Las Vegas para la boda de la madre de Alice y la celebración tardía por la graduación. Edward generosamente había pagado para que los acompañe. Jasper, por el contrario, estaba pagando su viaje y no pudo costearse un billete más caro. Pero tenía que preguntarme si este viaje valdría la pena al tener que soportar toda esa demostración de afecto nauseabundo a mi lado.

—¡Oh, Dios, ayúdame! —suspiré y me repetí otra vez que sólo serian dos horas y media.

De repente, el rostro de Edward se asomó por la división de nuestras secciones. Se expresión era resignada mientras captaba el juego de hockey de amígdalas que ocurría a mi lado. Entonces su vista se posó en mi triste expresión y sonrió maliciosamente antes de volver a esconderse. Suspiré con fuerza una vez más y metí la mano en mi bolso para sacar mi Kindle.

—Perdón, ¿señorita? —Una azafata habló a mi lado.

—¿Si? —respondí.

—¿Me sigue, por favor? Ha sido reubicada.

Se dio la vuelta y empezó a caminar sin mirar si la seguía. Rápidamente, tomé mis cosas y corrí tras ella, frunciendo el ceño sin entenderla. Entramos en primera clase y se detuvo junto al asiento de Edward.

—Aquí está —afirmó y señaló al asiento vacío a su lado. Parpadeé hacia ella y miré donde indicaba. Sonreí y Edward rió ante mi regocijo.

Me eché a su lado e incliné mi cabeza.

—¿Por qué es todo esto?

—Sólo pensé que sería un vuelo más placentero para todos. —Se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa.

—Gracias, Sr. Cullen. Esto es genial, realmente lo aprecio —dije y mordí mi labio.

Arqueó una ceja.

—¿Cuándo me llamarás Edward? —Sentí mis mejillas enrojecer y simplemente sacudí mi cabeza.

La primera parte del vuelo pasó en un amigable silencio hasta que no pude mantener mi curiosidad al margen. Al fin tenía la oportunidad de preguntar sobre el tema que nunca había sido lo suficientemente valiente para abordar, pero siempre había querido.

—Así que… ¿es raro esto para ti?

Sus brillantes ojos verdes me traspasaron cuando levantó la vista, sus labios se curvaron hacia un costado.

—¿Qué es raro?

—Tú sabes, que tu ex-mujer se vuelva a casar. Irás a su boda —hice un gesto torpe con las manos, como si eso ayudara a entrar en detalles.

Ahora fui recompensada con una gran sonrisa.

—Mmm. Isabella, ¿esta es tu manera de por fin preguntarme sobre la mamá de Alice?

—No lo sé —murmuré y miré a mi regazo. Había visto fotos de ella y no podía creer por qué Edward no se había quedado al lado de una mujer increíblemente hermosa. También me deprimía, porque no podía conciliar que Edward se conformara con alguien como yo cuando podía tener cualquier mujer.

Se acercó y alzó ligeramente mi barbilla.

—Está bien. No me molesta que preguntes.

Mi piel se estremeció donde presionó sus dedos y obligué a mi mente que se mantuviera concentrada y no imaginar donde me encantaría sentir sus caricias en mi cuerpo. Tragué un gemido en protesta cuando bajó la mano.

—Rosalie y yo nunca fuimos la pareja perfecta. Nos gustábamos y la pasábamos bien cuando salíamos, pero… no estoy seguro que nos hubiéramos casado si ella no hubiera terminado embarazada.

Me miró seriamente por un momento y supe que me estaba diciendo esto con confianza.

—Alice no fue planeada y éramos muy jóvenes. Ninguno de los dos sabíamos que queríamos de la vida, pero pensé que tenía que asegurarme que ella estuviese segura y cuidada, así que le pedí casamiento. El problema con Rosalie es que ella ama ser amada. Ansía la atención de todos a su alrededor.

—Eso también significaba que Rosalie llevaba las cosas demasiado lejos cuando disfrutaba de la adoración de otros hombres. Ignoré las señales todo lo que pude, pero cuando la vi con otro en nuestra cama, debía irme. Tenía que cuidarme a mí mismo. Afortunadamente, fuimos capaces de separarnos amigablemente dada las circunstancias. Siempre estaré agradecido por Alice, así que no puedo estar arrepentido de nuestra relación. Estoy feliz porque Rosalie parece haber encontrado a alguien con quien comprometerse honestamente.

—Lo siento mucho —susurré—. No debería haber preguntado.

—Está bien, Isabella. En serio —respondió Edward con una pequeña sonrisa—, tú siempre has sido curiosa. Estoy impresionado por cuánto tiempo te has contenido en preguntarme.

Me sonrojé y murmuré otra disculpa.

—Ahora, tú dime. ¿Hay alguien especial en tu vida? No creo haberte escuchado alguna vez mencionar a un chico.

—Um, no. En realidad, no.

Levantó una ceja y esperó que terminara de explicarme.

Traté de encontrar las palabras correctas para responder honestamente pero al mismo tiempo siendo vaga.

—Bueno, hay alguien… un hombre, pero no funcionaría. Estoy muy segura que él nunca ha pensado en mí románticamente.

—Estoy seguro que eso no es verdad. Sería un tonto al no querer a una joven y hermosa dama como tú. Cualquier hombre lo querría.

Sentí mis mejillas arder y bajé mi vista cuando me llamó hermosa. Era una respuesta tonta ante un simple cumplido paternal, pero mi corazón seguía latiendo fuerte.

—¿Sabe cómo te sientes? Si se lo dijeras, o insinuaras, sabrías si él siente lo mismo —continuó Edward.

—No se trata de que no me tendría en cuenta. No mucha gente aceptaría nuestra relación, sería muy poco convencional. —Levanté mi vista y me asombré ante la intensidad con la que ardían sus hermosos ojos verdes.

—Tal vez sí, pero si él piensa que vales la pena, no le importará lo que piensan los demás. Tal vez sólo está esperando el momento correcto.

Luché con todo lo que quería decir. Me dije a mi misma que pondría en juego todo, este fin de semana, pero cuando te enfrentas con la realidad, es más difícil de lo que habías pensado. Sacudí mi cabeza suavemente y respiré hondo para calmar mis nervios.

—No, él es… un poco mayor que yo. Y sería extremadamente complicado para muchas personas en nuestras vidas.

—Como dije, lo vales —murmuró, pasando sus dedos por mi mejilla.

Mi corazón latía con fuerza y no podía apartar la mirada. Sabía que no me estaba imaginando el deseo ardiendo entre nosotros; se palpaba la tensión. Mi respiración se aceleró y apreté mis muslos contra el latido doloroso y la humedad que había allí. Mis pezones se endurecieron dolorosamente y asomé mi lengua para lamer mis labios. Edward siguió el movimiento con su mirada y juro que escuché un gruñido. Sería tan fácil inclinarme y finalmente saber cómo se sentiría su boca contra la mía.

Mi cuerpo se inclinó sin voluntad propia y sentí su aliento en mi piel mientras él repetía mis acciones, cuando de repente la odiosa voz nasal de la azafata anunció nuestro inminente desembarco. Los dos nos echamos hacia atrás y solté una risa nerviosa.

Miré a todos lados menos a Edward para tratar de evitar la incomodidad que seguramente había allí, cuando sentí sus labios en mi oído.

—Terminaremos esta conversación pronto, Isabella —murmuró y mordí mi labio para ahogar un gemido. Estaba completamente excitada y todo lo que quería hacer era sentarme a horcajadas sobre él y montarlo hasta el éxtasis.

Salimos del avión con Alice hablando sin parar por todo el viaje en taxi hasta Bellagio. Sentí grandes mariposas aleteando en mi estómago mientras intercambiaba miradas con Edward durante todo el viaje. Por lo pasado antes, estaba convencida de que había algo entre nosotros, pero ahora… no estaba tan segura. Casi perdía las esperanzas ya que Edward no me volvió a mirar, pero cuando me entregó la llave de mi habitación que compartiría con Alice, sus dedos acariciaron los míos suavemente y me guiñó el ojo tan rápido que casi me lo perdí.

¡Oh, santas bragas húmedas!, no me había imaginado todo. ¡Edward estaba interesado en mí! Él no sería tan cruel como para jugar con mis emociones, pero si quería "algo sin ataduras, nadie lo sabrá y sólo pasar momentos sexis los fines de semana", no lo rechazaría. Siempre me arrepentiría si dejaba pasar la oportunidad de tener algunos momentos secretos con Edward.

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—¡Wow, Bella! —exclamó Alice cuando salí de mi habitación hacia la sala de estar—. ¡Estás jodidamente sexi!

—Gracias, Alice —respondí con aire de suficiencia. Me veía muy, muy sexi si era honesta. Había elegido un vestido color zafiro que se ceñía al cuerpo y llegaba a la mitad de mi muslo con tacones plateados de tiras que llegaban a mis tobillos. Mi cabello estaba en ondas sueltas sobre mis hombros. Me puse un poco de maquillaje para acentuar mis ojos y labios, pero no quise sobrecargarlo. Íbamos a la boda y luego a rondar por la ciudad. No sabía hasta que punto Edward estaría con nosotros en todo caso, ya que había sido invitado a la ceremonia pero lo había rechazado cortésmente al último minuto.

Probablemente estaba siendo optimista, pero estaba usando un corpiño sin tirantes, negro con encaje y una tanga a juego. Espero que valga la pena.

No era virgen, Mike Newton se había encargado de eso en un momento triste de mis dieciséis, cuando Edward había salido brevemente con una rubia escultural llamada Tanya. Afortunadamente, fue de corta duración para ambos. No había estado con nadie desde entonces y estaba desesperada por terminar con mi sequía, pero sólo con Edward.

—Vamos, Ali. Vamos a ver a tu mamá casarse —sonreí.

La boda fue barata-chic de una manera que no lo había esperado. Vistieron Vera Wang y Armani mientras una persona vestida como Elvis los casaba. Fue divertido y delicado, con chistes de Rosalie y Emmett, pero también tuvieron votos hermosos escritos desde el corazón. Fue una explosión, pero estaba feliz al ver a los recién casados irse en un Cadillac rosa con latas atadas en la parte trasera. Tenía que admitir que Emmett parecía un tipo estupendo y hacía buena pareja con Rosalie. Él era un gran oso de peluche y parecía ser capaz de darle toda la atención que ella anhelaba.

Después de eso, Alice, Jasper y yo nos fuimos al club The Bank y nos ubicamos en nuestra mesa vip. Amaba los colores ricos y oscuros, las texturas mezcladas con toques de oro y lámparas de cristal colgando del techo. La música vibraba y bombeaba a través de mi cuerpo y bailé al ritmo de ella.

Jasper le entregó un billete de cien a nuestro camarero y mágicamente teníamos unos cócteles en nuestras manos. Bebí un sorbo de mis Martinis y dejé que mi mirada vagara por la gente bailando en el piso debajo de nosotros. Le tomó poco tiempo a Alice para ponerse a horcajadas en el regazo de Jasper y prácticamente follar en seco, allí en nuestra mesa.

Puse mis ojos en blanco en exasperación y tomé mi bebida antes de mirar a la multitud que había en el club y mover mi cuerpo al ritmo. Me perdí en la música y las luces girando durante un tiempo, antes de aburrirme. Algunos chicos habían intentado bailar conmigo, pero los alejé. Había sólo un hombre en el cual estaba interesada y claramente no estaba allí.

Dejé el club sin decirle adiós a Alice o Jasper y paseé por el hotel. Me encontré en el casino, explorando entre la multitud en su busca. Al fin vi una cabeza familiar de mechones cobre y me acerqué. Estaba jugando al Black Jack y tomando lo que parecía ser su trago habitual, whisky con hielo.

Inhalé profundamente.

Ahora o nunca, Isabella.

Caminé hacia la mesa e hice notar mi presencia acercándome a él y murmurando en su oído.

—¿Cómo está tu suerte esta noche?

Sentí la tensión en sus hombros y apretó su agarre al vaso.

—Bastante buena de hecho —respondió y lentamente me vio de pies a cabeza.

—Una lástima que no pueda decir lo mismo de la mía —comenté—. Tenía esperanzas esta mañana, pero parece que las cosas cambiaron. Creo que malinterpreté las señales.

Tomó aire y me miró directamente.

—No lo hiciste, Isabella, pero he tenido tiempo para pensar y sería mejor dar un paso atrás antes que hagamos alguna locura. Algo que termines arrepintiéndote si afecta a algunas relaciones que aprecias.

Mi corazón se detuvo ante sus palabras. Había cambiado de parecer y estaba preocupado de que dirán de nosotros los demás. Me acerqué más a él.

—Estamos en la ciudad del pecado, ¿qué mejor momento que este para hacer alguna locura y ver a dónde nos puede llevar? Soy lo suficientemente grande para saber lo que quiero. Desearía decir lo mismo de ti.

Me di la vuelta y me apresuré hacia la salida, peleando con mis lágrimas por todo el camino. Una mano agarró mi muñera y me giró, poniéndome de frente a un Edward enojado.

—No cuestiones que no sé lo que deseo. Te quiero, Isabella. Es completamente jodido que me sienta de esta forma por la hija de mi mejor amigo, pero no puedo cambiarlo. Créeme, lo he intentado.

—¿Entonces por qué luchar contra ello? —grité—. ¡No me importa lo mayor que seas o que eres el padre de Alice! Obviamente hay algo aquí, un lazo demasiado fuerte que ninguno de nosotros puede negar. ¡Pero tú sigues evitándolo y no entiendo el porqué!

—¡Porque no quiero sólo una salida o un fin de semana de sexo contigo, Isabella! Estoy muy viejo para esas cosas sólo porque tú eres joven y descubriendo quién eres y qué quieres en la vida. Sé todo eso, he tenido mis años de locura y ahora estoy listo para más.

Me frunció el ceño y quería golpearme a mi misma por no darme cuenta antes de lo sexi que era cuando estaba enojado. Me enfureció más que haya asumido que no supiera lo que quería. Que no me conocía por dentro y por fuera. Yo nunca había sido la adolescente vanidosa que cambiaba de parecer cientos de veces. Una vez que tomaba una decisión, no cambiaba de idea.

—Hubiera sido cualquier cosa por ti. ¡Cualquier cosa! ¡Algo de una noche, tu sucio secreto, o la mujer en tu brazo! ¡He estado enamorada de ti por años, pero te niegas a creer que sé quién soy! Puedo ser joven, pero nunca fui voluble y yo que pensé que me conocías mejor que eso.

Mi lagrimas caían fuertemente y me alejé, así no podía verme destruida. Estaba horrorizada ante mi confesión amorosa y no creí que fuera capaz de verlo a los ojos otra vez. Dios, era una estúpida por exponerme a esto.

Sentí unas manos tomarme fuertemente por mis caderas detrás de mí y girarme. No tenía idea como supe, pero estaba segura que eran las de Edward.

—¿Lo dijiste en serio? —preguntó suavemente—. ¿Me amas?

Inhalé débilmente. Asentí despacio e incliné mi rostro en su cuello.

—Te amo, Edward. Siempre lo he hecho.

Me giró y me atrapó en sus brazos.

—También te amo, Isabella. Que Dios me ayude, pero lo hago.

Su boca encontró la mía y era el beso más increíble, mientras dejábamos que nuestra pasión tomara el control. Sus labios eran suaves, pero empujaban fuerte contra los míos y nuestras lenguas se acariciaban y bailaban juntas de la forma más erótica. Enredé mis manos en su cabello para acercarlo más hacia mí y respondió chocando mi cuerpo contra el suyo. Estaba tan excitada que mi pobre tanga estaba goteando y sentí la humedad entre mis muslos. Sus labios pasaron por mi cuello y gemí mientras el fuego me quemaba por dentro.

—¿Isabella? —murmuró en mi oído. Giré mi rostro hacia él, encontrándome con su mirada—. ¿Realmente serias cualquier cosa que yo quisiera?

—Cualquier cosa —suspiré, completamente feliz en sus brazos.

—¿También como mi esposa?

Jadeé y me congelé, mirándolo sorprendida.

—¿Tu… esposa?

Me regaló mi hermosa sonrisa torcida.

—Una noche contigo no sería suficiente y nunca te mantendría como mi secreto, del cual nadie sabría. Quiero que estés conmigo públicamente, que todos lo vean. También quiero protegerte de que alguien saque ideas o diga algo que nos pueda separar. Quiero que nunca dudes de mi o de nosotros y no quiero que alguien tenga la oportunidad de robarte. Quiero hacer el amor contigo todas las noches y despertar contigo en mis brazos cada mañana. Y no quiero desperdiciar ni un segundo más. Además, tú dijiste que estabas segura de lo que sentías por mí.

Acarició mi mejilla con sus dedos y mantuvo mi mirada.

—¿Te casarías conmigo, Isabella?

—Si —murmuré y lo miré atontada—. Si, Edward. Me casaré contigo.

Su sonrisa me dejó sin aliento mientras me tomaba y abrazaba fuertemente.

—¡Gracias, nena! No tienes una idea de lo feliz que me acabas de hacer.

Me reí fuerte.

—Creo que si la tengo.

Me puso sobre mis pies y tomó de mi mano.

—Vamos, hermosa.

—¿Ahora? —pregunté, incrédula.

—¿Qué mejor momento que el presente?

Su entusiasmo era contagioso mientras nos llevaba a la Capilla de Bellagio para una ceremonia íntima y pequeña. Nos ofrecieron diferentes combos y elegimos uno simple, con algunas fotos y vídeo para que tuviésemos recuerdos del evento. Edward me dejó escoger el ramo de flores mientras que él arreglaba los últimos detalles.

Una mujer dulce llamada Kate se acercó a darme el anillo de bodas de platino que Edward había escogido y fue hacia el pasillo como mi testigo.

Era algo simple, intercambié votos tradicionales y lloré mientras Edward decía "acepto". La única sorpresa vino cuando me puso mi anillo de bodas. Me había comprado una hermosa sortija con pequeños diamantes insertados alrededor de él. Brillaba en mi dedo y me encantó esa sencillez elegante.

Cuando llegó el momento de besar a la novia, él sonrió suavemente y tomó mi rostro entre sus manos mientras gentilmente presionaba sus labios contra los míos. Nuestras lenguas se encontraron por unos segundos y luego Edward levantó su rostro y me miró contento.

—Te amo, mi esposa.

No pude evitar reírme como una tonta ante sus palabras; hacían que me emocionara sin fin.

—También te amo, mi esposo.

Después de aceptar las felicitaciones del personal a nuestro alrededor, tiré las rosas blancas y lirios sobre mis hombros hacia Kate y nos fuimos tranquilamente de regreso a través del hotel.

Él se veía tan sexi con esa sonrisa que mantuvo regalándome que al fin acepté que era mío. Edward y yo estábamos casados y ahora era el momento de consumir la unión. Mierda, ¡podría tenerlo entre mis piernas el tiempo que yo quisiera! Podríamos hacer el amor todos los días, múltiples veces al día, si quisiéramos. Mi clítoris palpitó ante la idea.

—Edward —supliqué con los ojos llenos de lujuria y eso fue todo lo que necesitó. Su boca estaba sobre la mía y nuestro fuego rugía como el infierno.

Nos llevó contra la pared y envolvió una de mis piernas alrededor de su cadera. Apretó su erección contra mi coño y eché la cabeza hacia atrás.

—¡Oh, jódeme! ¡Edward! —grité.

—Eso planeo hacer, nena —gruñó en mi oído antes de morder y lamerlo, moviéndose hacia mi garganta—. Puedo sentir lo mojada que estás. Dios, lo que daría por poder arrodillarme y lamer tu dulce coño justo ahora —murmuró Edward con su voz de terciopelo.

Me sentí despojada cuando se alejó, pero Edward mantuvo su brazo a mí alrededor y nos movió hacia los ascensores.

Una vez adentro, me apretó contra la pared de espejo y me besó fuerte. Gemí en su boca mientras su lengua dominaba la mía y sus manos vagaban posesivamente por mis caderas y muslos.

De repente su mano estaba en mi sexo, su pulgar dando círculos en mi clítoris a través de mi tanga. Mordí su hombro para no gritar y temblé en sus brazos mientras él seguía.

—Edward… ¡Oh, Dios! Me vengo —gemí.

—Eso es lo que quiero, Isabella. —Frotó mi clítoris con más fuerza—. Quiero que te vengas. Quiero mostrarte lo que es ser amada por un hombre de verdad. Arruinarte para alguien que no sea yo.

Corrió mis bragas hacia un lado y deslizó dos dedos dentro de mí. Ambos gemimos y me acerqué más hacia el éxtasis.

—¡Mierda, mierda, mierda! Isabella, te sientes jodidamente perfecta. Tengo que tenerte, nena. Necesito enterrar mi polla en tu coño caliente. —Dejó besos húmedos en mi cuello—. ¡Mía, eres mía!

Jadeé ante sus palabras y ante la manera que movió sus dedos para llegar a partes de mí que no sabía que existían.

—Sí, ¡soy tuya! Solo tuya. —Me fundí contra él, perdiéndome en mi orgasmo.

El repicar del ascensor nos trajo bruscamente a la realidad y Edward se enderezó así pareciera que estuviera ubicado frente a mí. Un grupo de borrachos de veintitantos entraron, uno de ellos mirándome descaradamente.

—Hola, sexi —dijo arrastrando las palabras y me estremecí. Sentí a Edward tensarse mientras lo fulminaba con la mirada y sin vergüenza quitaba su mano de entre mis piernas y lamia los dedos que habían estado dentro de mí, sin dejar ninguna duda de lo que había estado haciendo.

Ahora cada uno de los chicos nos miraba boquiabiertos y sonreí ante sus expresiones. Me puse de puntillas y metí mi lengua en su boca.

—Mmm, amo mi sabor en tu boca —dije lo suficientemente alto para ser escuchada. El ascensor se detuvo en nuestro piso y se abrieron las puertas. Levanté mi mano izquierda y la mostré para que vieran mi anillo. Tironeé a Edward hacia delante—. Llévanos hacia nuestra habitación, esposo. También quiero saborearte.

Edward soltó un gruñido mientras me seguía y se escucharon varios gemidos de envidia y un "suertudo hijo de puta" desde el ascensor.

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Ni bien la puerta de la suite estaba abierta, Edward me estaba guiando a la cama y besando apasionadamente de nuevo. Sus manos se enterraron en mi cabello y mis dedos desabotonaban torpemente su camisa. Prendas, zapatos, su cinturón y medias volaron lejos. Edward acarició mi cuerpo y lentamente subió mi vestido, sacándolo por mi cabeza antes de dejarlo caer en el piso.

Su mirada bajó y subió.

—Eres tan hermosa, Isabella —murmuró y se acercó más a mí.

Apoyé mi mano en su pecho para detenerlo y le saqué su camisa. Mi boca se hizo agua al ver su torso tonificado y no podía creer que estuviera aquí conmigo. Él definitivamente no era un niño, Edward era todo un hombre y lo quería más que a nada.

Posó sus brazos en mi cintura y me atrajo hacia su cuerpo, acercando su boca hacia la mía. No podía evitar que los pequeños sonidos de deseo salieran de mi boca y su beso parecía estar cada vez más hambriento.

—Hazme el amor, Edward —rogué contra sus labios y me dejé caer en la cama. Se sacó sus pantalones y cubrió mi cuerpo con el suyo. Me deleité con el calor y peso de él y pasé mis manos a lo largo de su espalda.

Edward trazó el contorno de mi corpiño con una mano antes de desabrocharlo con la otra. Cayó a un lado y besó hasta encontrarse con mi duro pezón en su boca. Grité mientras que el calor húmedo de su lengua lo movía, burlándose de mí hasta volverme loca de anticipación. Yo estaba empapada y dolorosamente excitada. Levanté mis caderas contra las de él, desesperada por cualquier tipo de fricción para aliviar el deseo que Edward creaba en mí.

Se echó hacia atrás y deslizo mi tanga por mis piernas antes de hacer lo mismo con sus bóxers. Me quedé mirando descaradamente su gran erección y lamí mis labios ante lo dotado que era mi marido.

Me levanté sobre mis manos y rodillas, envolviendo mis labios alrededor de la cabeza de su polla. Le pasé mi lengua y probé el líquido salado y algo amargo que se había juntado allí. Lo miré mientras ahuecaba mis mejillas y chupé tanto como me fue posible.

Edward gruñó fuerte y tomó mis cabellos con sus manos mientras me observaba. Guió tiernamente mi cabeza, mientras chupaba y masajeaba su polla con mi lengua. Cuando hice un zumbido con mi nariz en apreciación, sus ojos se pusieron en blanco y me levantó hacia él.

—Si sigues así, nena, me vendré en tu pequeña y caliente boca. Por mucho que eso me atraiga, quiero venirme en tu dulce coño primero —gemí un poco ante sus palabras sucias, excitada por ellas mucho más de lo que hubiera imaginado.

Me recosté sobre las almohadas y me lo comí con la mirada de nuevo. Edward se puso un condón y sonrió ante mi buena observación de su cuerpo. Se arrastró hacia mi otra vez y acarició mis pliegues con la cabeza de su polla. Grité ante la deliciosa sensación.

Entonces, estaba empujando y llenándome completamente. Solté un gemido-sollozo cuando Edward se detuvo por un momento y dejó caer su frente sobre mi hombro.

—Jesús, Isabella, nunca imaginé poder sentirme así.

Se sentía tan increíble y yo estaba cerca de mi clímax. Su polla me estiró de la mejor manera e instintivamente me apreté a su alrededor.

—¡Mierda, nena! Tu coño será la muerte para mí —gruñó y moví mis caderas para animarlo a moverse.

Hizo un sonido ininteligible y empezó a empujar. Era una sobrecarga sensorial para mí. Su pecho se deslizaba contra mis pechos, provocando a mis hipersensibles pezones; los besos suaves y húmedos que presionaba contra mi garganta, más la manera en que frotaba y contorneaba su polla contra mí era perfecto. Sentí tensarme y apretarme mientras me acercaba al éxtasis con cada estocada.

—Ung, por favor, Edward. Más, necesito más, cariño —supliqué y empuje mis caderas al ritmo de las suyas—. ¡Más duro, hazme estallar!

—Esa es mi chica mala —gruñó y se enterró en mí, inclinándome, para con cada estocada tocar mi clítoris—. Tu coño es tan bueno, tan jodidamente apretado. Puedo sentir como me aprietas. Suave y cálido. Ahora sé una buena y sucia chica y vente para mí. Vente sobre mi polla, necesito sentirte bañándola.

Se estrelló contra mí y sus palabras y movimientos fueron mi perdición. Grité mientras mis paredes se contraían a su alrededor y sentí una nueva oleada de humedad. Edward tiró su cabeza hacia atrás y gritó mientras sucumbía conmigo, antes de caer sobre mi cuerpo.

Me quedé allí sintiéndome de gelatina y más saciada de lo que había estado nunca. Esa fue la experiencia más alucinante de mi vida y sonreí como una tonta cuando me di cuenta que este sorprendente e increíble dios del sexo era mío para tomar cuando me diera la gana.

Edward se sostuvo sobre sus codos para reducir el peso sobre mí, pero no me importó y lo tiré hacia mi otra vez.

—Eso, Isabella, fue hacer el amor, el más satisfactorio e intenso que he tenido en mi vida. No creo que me hubiera venido así de fuerte en mi existencia.

Nuestros labios se encontraron y gentilmente se moldearon juntos. Podía sentir su amor irradiando en cada beso y caricia con suaves suspiros entre nosotros. Me sentí apreciada y protegida en sus brazos. Con él, había encontrado mi hogar.

Lentamente, Edward se movió y salió de mí. No pude evitar sentirme desolada cuando se bajó de la cama para tirar el condón, pero volvió bajo las sabanas y me envolvió en sus brazos. Finalmente nos pudimos dormir en paz cuando estuvimos en los brazos del otro.

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Me desperté cuando el sol daba a lo largo del piso y busqué a Edward. Pestañeé hacia él mientras me observaba despierto.

—Buenos días, mi hermosa chica —dijo con una sonrisa perezosa.

Me estiré y sonreí ante sus palabras, absurdamente feliz.

—Buenos días, Edward. —Moví mis piernas y tarareé al sentir la maravillosa tensión en el vértice de mis muslos. Levanté la mano izquierda y la pasé por su cabello. Mi anillo brilló bajo la luz.

Me llené de aprensión al instante.

—¿Qué pasa ahora? Nos… nos casamos anoche.

—Sí, lo hicimos —respondió seriamente—. Y no me arrepiento, ¿tú lo haces?

Negué con la cabeza rápidamente.

—Bien. Entonces creo que deberíamos bajar a desayunar y hablar sobre los detalles. Aunque, no importa qué, estoy comprometido en esto y tú también. Eso es lo más importante, todo lo demás caerá en su lugar.

—Suena como un plan —respondí con una sonrisa suave.

—Pero primero —susurró y se inclinó para besarme—, tengo la intención de hacer gritar mi nombre a mi sexi esposa, conmigo enterrado en ella.

Gemí mientras nos uníamos en un baile tan viejo como el tiempo, pero este era nuevo y emocionante. Mucho más intenso de lo que había pensado posible.

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Acababa de bañarme y vestirme en mi habitación. Estaba esperando a que llegara Edward, cuando Alice apareció. Yo había estado mirando por la ventana y sonriendo como una loca. Ahora, caí en la cuenta de que era su nueva madrastra y no tenía idea de cómo reaccionaría ella. No muy bien, eso seguro.

-¡Bella, ahí estás! ¿A dónde te fuiste anoche? Desapareciste y cuando volvimos con Jazz a su habitación, tú no estabas aquí. ¡Por favor, dime que encontraste a alguien caliente y al fin follaste otra vez! Quiero decir, tú y Mike eran una combinación desastrosa y tú necesitabas saber lo que era el buen sexo. Juzgando por tu sonrisa de "gato que se comió al canario", ¡definitivamente lo hiciste! ¡Necesito detalles, cuéntamelo todo! ¿Es sexi? ¿Cuántas veces te viniste? ¿Vas a volver a verlo? ¿Quién es y cuándo puedo conocerlo?

Ella saltaba sobre sus pies y me sentí mal por tener que decirle la verdad. Iba a odiarme.

—Alice, para. ¡Alice! —grité para detenerla. Solté el aire nerviosamente y pasé la mano por mi cabello.

—¡Oh, mi puto Dios! —chilló—. ¡Te has casado! ¡Mierda, Bella!

Miré horrorizada a mi anillo que le había mostrado sin darme cuenta. La puerta se abrió detrás de ella y Edward entró, ajeno al desastre que estaba ocurriendo. Posé mi vista de Edward a Alice una y otra vez.

Su rostro se mostró atónito por un momento, pero luego su mirada estaba en la mía y me asintió. Sonreí ante su tranquilidad mientras se movía hacia mi lado.

Tomó mi mano en la suya mientras nos enfrentábamos al primero de muchos desafíos que nos vendrían. Sabía que cualquiera que fuera su reacción, estaríamos bien mientras estuviéramos juntos.

—Alice —dije firmemente y mordí mi labio para luchar contra el impulso irracional de sonreír de felicidad—. Anoche, nos casamos.

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¿Qué tal les pareció?