Aquí dejando un pequeño OS, o bueno, no sé si definirlo de esa manera. Solo algo que voló por mi cabeza.
Proyecto BoruHima
"Mi amado girasol"
- Hermano, ¿estás seguro de que esto es una buena idea?
Boruto Uzumaki se tomó un segundo para observar con cuidado a su pequeña acompañante, quién, de pie en el umbral de la puerta le miraba con un ligero mohín en sus labios. Todo en su rostro indicaba una clara preocupación por lo que él estaba a punto de realizar.
- ¡Por supuesto que sí-dattebasa! -afirmó, con una falsa seguridad.
Porque no, por supuesto que no era una buena idea lo que planeaba y, lo más probable, es que acabaría con algún castigo por ser el autor de tal magistral travesura. Pero en ese momento, lo que más deseaba Boruto era ver la delicada sonrisa de su pequeña hermana menor y el brillo que sus ojos adquirían cuando lo veían a él realizar alguna proeza, como si se tratara del chico más genial del mundo.
Nada más ansiaba en ese momento, por ese motivo se encontraba colgado del librero, a punto de lanzarse directamente sobre su padre quién, despreocupado, dormitaba en el sofá en vez de cuidarlos como debía.
- Esto le enseñara a no tomarse a la ligera su trabajo -declaró, como si aquel acto de rebeldía significara en verdad una reivindicación de su parte. La pequeña de ojos azules le observaba expectante y emocionada, por lo que supo no tenía más opciones que terminar con lo que ya había empezado. Y claro que planeaba hacerlo-. ¡Aquí voy!
Sintió sus pies despegarse del librero y durante el escaso segundo que duró todo, no hubo sensación más gratificante que el golpe de emoción en su estómago mientras iba en caída libre. Aterrizó sobre su padre, manteniendo el equilibrio, y para cuando los gritos empezaron ya se encontraba huyendo por la casa.
- ¡Boruto, espera a que te ponga las manos encima-dattebayo!
Y Himawari comenzaba a reír, divertida con la manera en que su padre lo perseguía por las habitaciones. Él lo veía al pasar corriendo a su lado: sus ojos, que brillaban entusiasmados; y aquella sonrisa que le tranquilizaba el alma.
Ese era el tipo de cosas que a Boruto le hacían soportar el castigo posterior por sus travesuras…
Pero está historia no comienza aquí. Parte antes, mucho antes, está es solo una pequeña anécdota cotidiana, que constituiría gran parte de su infancia -y que, por motivos explicados más adelante, se detendría casi por completo al cumplir los 13 años-. En realidad, la historia inicia como todas las historias: con un encuentro.
En nuestro caso, la primera vez que Boruto Uzumaki vio a su pequeña hermana, fue el día en que mamá volvió del hospital.
Él no la conocía aún, pero si sabía que su nombre era Himawari y que había vivido por meses en el estómago de mamá. El cómo había llegado allí era algo que su padre no había querido explicarle, probablemente porque tampoco lo sabía…
(Y, hablando de eso, el pequeño Boruto continuamente lamentaba que su padre no supiera cosas tan simples en la vida: era obvio que Himawari había llegado al estómago de mamá porque, durante una noche, la cigüeña había dejado la semilla en donde venía su pequeña hermana justo sobre la almohada de mamá, quién la había tragado accidentalmente, provocando la situación. ¿Ven? Muy simple. Boruto no entendía como su padre no podía saberlo, después de todo era tal y como comerse las semillas de la sandía -todos saben que si eso sucede te crecerá una sandía en el estómago-. Y así había sucedido con la llegada de Himawari, un pequeño error que la había dejado atrapada por casi nueve meses hasta que el doctor, por fin, había podido rescatarla)
Aunque para aquel Boruto, aquello no importaba (solo se trataba de una anécdota que le recordaría al crecer: "¿Sabes Hima? En realidad, estuviste mucho tiempo atrapada en el estómago de mamá…"), todo lo que le importaba es que ella era su hermanita y él era, ahora, su hermano mayor. Y aunque por el momento tampoco entendía lo que aquello significaba, con el pasar del tiempo descubriría que se trataba de algo así como ser su cuidador. Él la protegería y la defendería siempre que fuese necesario… Pero volvemos a adelantarnos, lo siento, estábamos hablando de la primera vez que Boruto vio a la pequeña Himawari.
Y claro, eso significa que hablamos de los bebés.
A nuestro pequeño bribón siempre le habían parecido horribles. Todo lo que sabía de ellos es que nacían de semillas -que debían plantarse en la tierra y regarse, como las plantas-; que lloraban mucho y siempre querían comida. De hecho, él mismo había sido un bebé alguna vez, o eso decía mamá, sin embargo, incluso sabiendo eso, Boruto no conseguía superar el rechazo que les tenía a las pequeñas criaturas lloronas.
Solo que, con Himawari, fue algo distinto.
En cuanto se inclinó para verla, envuelta en una pequeña manta y a salvo en los brazos de mamá, sintió que su mundo se detenía y comenzaba a girar nuevamente, todo en el mismo segundo. Era pequeña, arrugada y respiraba tranquilamente. No lloraba, solo mantenía sus enormes ojos azules directamente sobre él, examinándolo tal y como él la examinaba a ella.
- ¿Estás seguro, Naruto-kun? -oyó en ese momento preguntar a su madre. Sin embargo, su vista continuaba fija en ella, embelesado con las marcas en sus mejillas, iguales a las que él mismo tenía.
- Claro que sí-dattebayo, él puede hacerlo.
Y de pronto era él, y no mamá, quien la cargaba entre sus brazos, sintiendo su peso, su respiración pausada y su calor directamente, temeroso de dejarla caer y al mismo tiempo entusiasmado de poder tenerla en brazos, mientras que mamá y papá sonreían emocionados ante la escena y les miraban con infinita ternura y amor.
Sea como sea, en ese instante Boruto supo, sin lugar a dudas, que amaría con locura a aquel bebé.
A ella, su pequeña hermana… Y durante los siguientes años de su infancia todo su mundo giraría en torno a hacerla feliz, a animarla cuando estuviera triste y a protegerla de cualquier niño que la humillara de alguna forma, todo con tal de que ella no perdiera su sonrisa encantadora y el brillo en su mirada. Incluso ayudaría a mamá a cuidarla cuando estuviese muy ocupara; y a distraerla asegurándole que había visto a Santa, mientras papá colocaba rápido los regalos de Navidad bajo el árbol.
En resumen, Boruto cumpliría su papel de hermano mayor a la perfección. O bueno, al menos lo haría hasta su adolescencia…
…porque a partir de ese momento las cosas cambiarían por completo para él…
- Hermano, hermano, ¡tienes que despertar!
Sería una mentira decir que Himawari hablaba en voz muy baja o que Boruto tenía el sueño muy pesado. La realidad era que él la escuchaba incluso antes de que ella entrara a su cuarto, cuando golpeaba la puerta para hacerlo abrir los ojos, y continuaba fingiendo dormir mientras la oía deslizarse silenciosa por la habitación al ver que el primer plan no funcionaba. Aguantaba su respiración y luchaba contra los golpes furiosos que daba su corazón, mientras ella subía al colchón únicamente en su búsqueda por despertarlo.
Y entonces ella aparecía frente a él, abriéndose paso a través de las mantas con sus ojos brillantes y la sonrisa luminosa que siempre solía llevar…
- ¡Hermano, buenos días!
A veces Boruto conseguía odiar todo eso.
- ¿Qué te he dicho sobre entrar a mi cuarto?
Y a continuación la empujaba, derribándola de la cama con mantas y todo. Se colocaba de pie deprisa y salía al pasillo antes de que incluso ella pudiera liberarse.
- ¡Hermano, que cruel eres! -le acusaba ella, envuelta entre las sabanas. Él fingía no escucharla y, para cuando volvía encontraba su cuarto vacío, tal y como debía estar.
Solo entonces respiraba, aliviado y culpable de aquella rutina, de aquella farsa tan cuidadosamente preparada, que él orquestaba tal y como de niño solía preparar las travesuras a su padre.
Para Boruto, los miles de recuerdos y anécdotas familiares en donde él jugaba al papel del hermano mayor perfecto, ahora parecían un sueño lejano. De hecho, él mismo había cambiado en el transcurso de los años. En comparación al niño travieso y entusiasta que solía ser, se había convertido en un muchacho amargado y serio, que pasaba sus tardes encerrado en su habitación jugando en línea o leyendo mangas. La puerta, que antes había permanecido siempre abierta para la pequeña Himawari, ahora permanecía cerrada y con pestillo.
A diferencia del resto de la familia, ella era la única que -exceptuando la rutina de las mañanas-, tenía específicamente prohibida la entrada.
Aunque a muchos les parezca raro, es común que algunos hermanos discutan cuando sus personalidades son muy diferentes, por eso no todos los hermanos consiguen llevarse bien entre ellos. Por lo mismo, mamá y papá asumían que se trataba de algo normal para su edad. Y aunque papá no había tenido hermanos con quienes jugar o discutir, mamá había atravesado por algo similar con su hermana menor durante la infancia de ambas. Era normal, entonces, que la adolescencia marcara diferencias en la conducta de los hijos.
"Son las hormonas" -había asegurado una amiga de sus padres, doctora, cuando ellos le habían comentado esa preocupación-, "es un proceso de muchos cambios para él, es normal que este más irritable y que prefiera estar solo". Y con eso, como si fuesen palabras mágicas, mamá y papá se habían sentido mucho más aliviados.
Solo era temporal, claro, de seguro dentro de un tiempo volvería a ser el mismo muchacho alegre que pasaba día y noche jugando con su pequeña hermana.
Boruto, en cambio, no lo creía así. Él no era idiota -a diferencia de su padre-, y comprendía los cambios físicos y psicológicos que traía la adolescencia en los chicos de su edad (después de todo lo había visto en la escuela); así como la gama de nuevas emociones que lo invadían a diario, provocadas por las malditas hormonas.
Sin embargo, la adolescencia no había sido la responsable de que tomara aquella distancia, como todos creían. Porque sí, había una serie de sentimientos que si eran normales y perfectamente explicables para un adolescente de 13 años.
Por ejemplo, era normal que se enojara tan rápida y fácilmente porque Himawari hubiese roto su figura coleccionable; o que se sintiera avergonzado cuando ella le hablaba en frente de sus mejores amigos…
Las erecciones, en cambio, no eran normales… ni tampoco lo eran los sueños húmedos que a veces no podía evitar tener.
No era normal.
Así como tampoco era normal lo que sentía cuando ella lo miraba; ni el cosquilleo que recorría su cuerpo cuando por accidente chocaba con ella; o el salto de alegría en su corazón cada vez que ella lo llamaba.
Nada normal para quien solo se suponía era solo un hermano mayor.
Solo hasta que leyó una novela de amor prohibido -escondido bajo las sabanas de su cama-, Boruto pudo entender esa mezcla de alegría, culpa y temor que sentía por pensar en ella; solo hasta que tuvo edad para comprender que no todo amor era correcto, entendió que era peligroso el revelar aquellos temores internos, sobre todo con los adultos; solo hasta que notó que, si pensaba en besar a alguien como en las películas románticas, era su hermana pequeña quién aparecía en esas fantasiosas… comprendió lo que sentía.
Comprendió que estaba enamorado.
Sin embargo, ante todo eso, no hizo más que guardar silencio. Y por supuesto que solo iba a guardar silencio.
Incluso en aquellos tiempos modernos, en donde todo tipo de amor prohibido se encontraba siendo defendido bajo la absoluta creencia de que el amor es amor y merece ser celebrado sin miedos… lo suyo no era más que un conjunto de pensamientos enfermizos. O al menos así era como todo el mundo lo pensaba.
Él lo sabía, lo tenía más que claro. No había forma en que la adoración que sentía por ella fuera normal, sin embargo, mantenía todos aquellos sentimientos en secreto, reprimidos lo más dentro que le fuera posible.
Se forzaba a ignorar el latir desenfrenado de su corazón cuando ella surgía de pronto frente a él, convenciéndose que se trataba del susto ante la repentina aparición y no de algo más: así como con las mariposas que de vez en cuando insistían con revolotear en su estómago cuando estaba con ella, nada que ver con la adrenalina que experimentaba al jugarle una broma a su padre.
Estaba al tanto de que todo eso no era más que una farsa, un engaño para seguir siendo el hermano mayor perfecto, pero siempre insistía en negarlo. Porque si no lo decía, no sería real, solo serían las divagaciones -algo extrañas-, de un adolescente.
Porque, mientras se negará a mencionarlo, seguiría allí, existiendo en secreto.
Y Himawari continuaría a salvo.
Solo que, con el pasar de los años, Boruto no podría evitar preguntarse qué tan a salvo estaría su hermana realmente…
Y que tan lejos sería él capaz de llegar por mantener ocultos sus sentimientos…
