Hola a todos! Éste es mi segundo fic. Espero les guste. Me tomó una enormidad idear una trama. Veamos cómo resulta.

Esta vez incluí algo de mitología, pero también acomodé esta información a mi historia. La introducción es un poco larga, pero necesaria. Además, muchos de los eventos de mi fic son casi iguales a los de la historia original.

Que disfruten

Saga Dreamer

Los personajes no me pertenecen y pertenecen a Saint Seiya de Masami Kurumada. Solo algunos personajes son míos. La imagen de la historia tampoco me pertenece, la tomé de un fanart.

Capítulo 1: Desventura

Introducción

Un año antes del nacimiento de Athena.

Hades, a diferencia de sus hermanos y otros dioses, no era una divinidad promiscua ni tampoco tendente a dejarse llevar por la pasión sexual. Solía ser muy fiel a su esposa Perséfone. Ambos se amaban profundamente y compartían su amor día a día. Desafortunadamente nunca tuvieron hijos, por lo que Hades se lamentaba en secreto para así no herir a su esposa, puesto que era ella la que no podía concebir. Él anhelaba un hijo, un heredero, con toda su alma. En ese sentido era muy diferente a su padre Cronos, que simplemente se había devorado a sus hijos con tal de que no le arrebatasen el poder. Sin embargo, esto no significaba en ninguna manera que él no quisiera seguir con su esposa. Tal vez su destino era nunca tener hijos.

El dios disfrutaba recorrer los terrenos del inframundo, cosa que hacía cada vez que era necesario. A veces lo hacía para supervisar a sus jueces y ver cómo avanzaban lo juicios y todas esas cosas. Muy raramente abandonaba el inframundo, por lo que se avocaba casi por completo a estar ahí. Normalmente se hacía acompañar por alguno de sus jueces, quienes a su vez daban sus reportes respecto a sus labores.

Cierto día, Hades había decidido de salir sin ánimos de supervisar nada, por lo que no solicitó la compañía de ninguno de su tres jueces. Ese día Perséfone se hallaba con su madre Deméter, con quien estaría algunos meses como había sido convenido en la era del mito.

Hades recorría tranquilamente el inframundo, sin nada que preocupara ni acongojara su corazón. Llegó hasta los Campos Elíseos y vio algo que lo dejó impresionado: era una hermosa, no, bellísima ninfa llamada Leuce. Jamás había visto a una tan deslumbrante como ella. Tenía largos cabellos negros y ojos verdes. Era una ninfa hija de océano que paseaba por el lugar junto a otras como ella.

Esta ninfa le pareció tan deseable a la vista que no dudó un momento en acercarse a ella, solicitando a las otras ninfas retirarse del lugar para poder estar a solas. La deseó tanto que no perdió tiempo en hacer alarde de sus atributos y siendo él una divinidad podía conseguir todo lo que quería. Llevó a la joven hasta sus aposentos y por primera vez le fue infiel a su mujer.

Lo que en un principio parecía solo una atracción del momento se convirtió en algo un poco más profundo. Hades no podía definir eso como amor, ya que eso solo era para Perséfone. Sin embargo, había un pequeño sentimiento de por medio.

Aprovechando la ausencia de su esposa, compartió su lecho con esta ninfa durante dos meses. Como que sentía remordimiento por su actuar, pero al mismo tiempo no. Por su parte Leuce, estaba perdidamente enamorada del dios: sus ojos azules era lo que más le cautivaba. Ella estaba muy consciente de que su lugar sería siempre la de una simple amante, pero eso a ella no le importaba. Todo fuera por estar con ese ser que había conquistado su corazón.

Un mes más tarde llegó un momento temido por Hades: Perséfone regresaría del Olimpo a pasar el tiempo que le correspondía estar con él. Se acabarían esas noches de pasión que junto a la ninfa había disfrutado. De hecho, se alejaría totalmente de ella en pro de su matrimonio, aunque sintiera un dolor en el corazón tras esa decisión. Leuce comprendió todo sin problemas, pero no por eso dejó de sentir pena. Se fue de vuelta hasta el océano para aminorar su dolor. Fue cuando estuvo allí que descubrió que estaba embarazada: esperaba un hijo de una divinidad. Eso la llenaba de alguna manera de alegría, pero a al mismo tiempo de tristeza al saberse no amada y con un bebé "sin padre", ya que nunca podría confesar quién era el progenitor.

Así los meses pasaron y su bebé crecía en su vientre. Hades no sabía nada al respecto y Leuce tampoco deseaba que él se enterase. En la tranquilidad del mar ella esperaba el momento en que la criatura llegara al mundo para estar con ella y para eso solo faltaba un mes.

Mientras tanto en el inframundo, las aguas no estaban tan quietas como Hades hubiese deseado: Perséfone se había enterado de su infidelidad, vaya a saber cómo. Estaba celosísima. Vale decir que la diosa no estaba tan molesta con su marido como era de esperarse, ya que sabía que había dioses mucho más infieles. Era cosa de pensar en Zeus y bastaba. Lo que sí podía afirmar es que estaba enfurecida con aquella ninfa que había osado meterse con su hombre y no descansaría hasta encontrarla y desquitarse con ella por tal ofensa. Le tomó alrededor de un mes averiguar cuál era el nombre de ésta, pero todavía debía descubrir dónde se hallaba, ya que por lo que había averiguado estaba lejos del inframundo.

Durante su estadía en el océano, Leuce es advertida de cómo la diosa Perséfone la buscaba incesantemente para – al parecer- acabar con ella, dado que ya sabía de su amorío con el dios del inframundo. Leuce temió por su vida, pero por sobre todo, temió por la vida de su bebé. Sabía que tenía todavía un poco de tiempo para idear qué hacer para que no la hallasen.

Al día siguiente y para su mala fortuna, Leuce comenzó con trabajo de parto, lo que cambiaría sus planes. Había llegado el tan anhelado día, pero con la diosa tras ella las cosas se complicaban, por lo que tomó una decisión que le desagarraba el corazón, pero que al mismo tiempo la tranquilizaba: dejaría a su bebé a merced del mar, para que un alma dulce y compasiva se apiadara de él y le cuidara. Tuvo a su bebé en compañía de otra ninfa amiga. Su bebé era una hermosa niña cuyos cabellos eran negros como los de ella y los de su padre y unos enormes ojos azules. La envolvió en una manta que ella misma le había tejido con unas algas marinas especiales que le daría un calor especial a la bebé, sobre todo en aquella fría noche. La abrazó, la besó y la llamó Cliantha, cuyo significado era Flor de gloria. Ella misma había hecho dos medallas grabadas. Una con ese nombre si era mujer y otra con un nombre masculino que obviamente no necesitó. Le colgó una cadena con el dije grabado en el cuello de la bebé y luego le entregó la recién nacida a su amiga para que la llevara lejos. Sentía un enorme dolor en su corazón, pero sabía que era lo mejor para Cliantha. Además, estaba segura que Perséfone estaba muy cerca de ella y no se equivocó: solo un poco después, la diosa llegó hasta ahí. No quiso enviar a nadie, pues quería ver en persona quién era la que se había metido con su marido. Cuando la tuvo enfrente, la odió con todas sus fuerzas y decidió convertirla en un sauce. Fue su dulce venganza. Así, ya no se volvería a enredar con Hades otra vez.

Hades no se enteró que la ninfa había engendrado una hija de él, pero llegaría el momento de saberlo.

Esa misma noche, orillas del mar de Japón.

Cliantha dormía apaciblemente en brazos de Mente, la amiga de Leuce. La pequeña que recién había nacido desconocía lo triste de su recién estrenada vida fuera del vientre de su madre y el desenlace que su progenitora tuvo.

Mente, al divisar a unos pescadores cerca, llevó a la pequeña para que estos la vieran y se hicieran cargo de ella. Los hombres que recogían sus redes en ese momento fueron interrumpidos por el llanto de un bebé, cosa que no era nada normal en ese lugar ni a esas horas de la noche, por lo que se apresuraron por llegar hasta donde provenía el llanto.

Para su asombro, los hombres confirmaron que era un bebé y sin nadie que le cuidara, por lo que no dudaron en tomarla y llevarla con ellos. Claro, sabían que ninguno de ellos podría hacerse cargo de la criatura, puesto que eran simples pescadores y con varios hijos a quienes mantener. Decidieron que la llevarían donde su jefe, el Sr. Kimura, un hombre rico dueño de una de las empresas pesqueras más importantes de todo Japón. Él era un hombre bondadoso y sin duda sabría qué hacer con la bebita.

Desde unos metros, Mente observaba todo. Sabía que todo saldría bien con el destino de la pequeña Cliantha. Aunque ella desconocía la mala fortuna que su amiga había tenido momentos antes.

Santuario, Grecia. Año del nacimiento de Athena.

- -No Kanon! No puedo creer eso que me estás diciendo- decía Saga molesto y preocupado. – ¿Cómo me pides que matemos a Athena, nuestra diosa que acaba de descender a la tierra para salvarnos? No lo haré. No quiero ese poder del que hablas. ¿Cómo dices que podemos ser como dioses? ¡Eres un blasfemo! Un ser malvado y mereces ser encerrado en Cabo Sunión! Quizás algún dios se apiade de ti y te salve algún día.-

- -Jajajaja! No sé porqué te sorprendes tanto Saga. Tú eres tan malo como yo, tú lo sabes, aunque aparentas ser un hombre bondadoso al que todos admiran. Sé que en el fondo de tu corazón anhelas el poder tanto como yo. – decía Kanon con firmeza. –No me cansaré nunca de decírtelo: eres malo Saga. ¡Convéncete de eso!-

Saga no soportó más los dichos de su hermano gemelo y lo llevó hasta Cabo Sunión. Sabía que no saldría vivo de ahí, pero no podía permitir que un ser tan malévolo siguiera suelto por ahí, incluso si era su hermano. Él no permitiría que nadie dañara a su recién reencarnada diosa. Claro, todo esto lo pensaba mientras tenía una incesante lucha de palabras con Kanon, quien insistía en hacer aflorar ese lado malo que supuestamente habitaba en Saga.

Así pasaron varios minutos, cuando repentinamente, una enorme sombra apareció por sobre Saga. Luego le rodeó por completo. Mientras tanto, Kanon observaba toda esta escena desde la prisión de Cabo Sunión.

-Saga- decía la sombra. Tenía una voz verdaderamente aterradora. – Desde ahora tu voluntad me pertenecerá a mí y harás todo lo que te diga. Nadie podrá librarte de mí aunque lo desees. Haremos muchas cosas juntos. Comenzaremos por matar al Sumo Sacerdote y luego a Athena. Ya verás lo que lograremos juntos. Tú y yo. Solo una parte de las tinieblas puede librarte de mi obscuridad y mi maldad. Serás mi marioneta. -

Dicho esto, se escuchó una fuerte y tenebrosa carcajada. El semblante de Saga cambió: su azulado cabello se tornó gris y sus hermosos ojos esmeralda se volvieron rojos. Sin duda alguna ya no era el mismo, estaba poseído y las cosas se pondrían muy mal en el Santuario.

Kanon observó esto con un dejo evidente de satisfacción. Su hermano mayor finalmente mostraría quien, según él, realmente era.

Saga, objeto de esta fuerza maligna, acabó con la vida de Shion, intentó acabar con Athena siendo ésta una bebita y muchos caballeros de Athena fueron también asesinados por orden de él, tanto de plata como de oro, como fue el caso de Aioros de Sagitario.

Al parecer, no había esperanza para el otrora bondadoso Saga.

Tokio, Japón. 15 años después.

Sumiye, una hermosa joven de 16 años vivía una vida fácil y acomodada. Su padre, el Sr. Kimura, la había adoptado y la amaba profundamente. Desafortunadamente nunca supo decirle sobre sus verdaderos padres antes de morir, puesto que no tenía esa información. El buen hombre le había dado una buena vida y la había hecho heredera de toda su fortuna.

El Sr. Kimura le había puesto ese nombre después que la encontraron y decidió adoptarla. Nunca le ocultó la verdad a su hija y le explicó que le dio ese nombre por ser él japonés, pero que ella tenía un dije con su verdadero nombre dado seguramente por sus verdaderos padres, el cual era Cliantha. Por ello ella llevaba ambos nombres: Sumiye Cliantha Kimura. Ese dije era el que Sumiye usaba desde que tenía memoria.

El Sr. Kimura nunca se casó, por lo tanto no había tenido hijos biológicos. Amaba a los niños, por lo que siempre estuvo en contacto con su amigo el Sr. Kido ayudando a unos muchachitos huérfanos que eran preparados en la Fundación Kido. Les apoyaba económicamente y les visitaba mientras era posible antes de que estos se marcharan a sus lugares de entrenamiento donde debían convertirse en caballeros.

Sumiye compartió mucho con esos pequeños huérfanos a quienes quería como hermanos, en especial con un pequeño llamado Shyriu, a quien siempre llamó "hermano" dado que se llevaban muy bien y tenían un gran parecido: ambos tenían cabellos negros. También desarrolló una muy cercana relación con la nieta del Sr. Kido, Saori. Ambas crecieron siendo muy cercanas ya que quienes las habían criado eran amigos de toda la vida y ambas tenían una vida muy parecida.

Las dos crecieron siendo muy unidas, convirtiéndose en hermosas jóvenes con destinos que desconocían completamente.

CONTINUARÁ…..

Uf! Espero les haya gustado como para seguir leyendo el próximo capítulo. Saludos!