¿Qué es belleza?


Prólogo

La secundaria había acabado para mí sin pena ni gloria. Era una etapa más en mi vida, un paso más que tenía que dar para forjar mi camino y llegar a lo que quería, pero ¿qué quería? Ahora mismo no tenía ganas de buscar respuesta a estas preguntas existencialistas, quizás mañana cuando estuviese menos cansada o simplemente cuando tuviese el humor de enfrentarme a ello. Pero por el momento iba a seguir recogiendo todo lo importante de mi cuarto cosa bastante aburrida, tenía demasiadas cosas y me era difícil seleccionar que dejar y que lelvarme.

Después de más de tres horas metiendo cosas en cajas bajé a la cocina a picar algo para matar un poco el hambre y el aburrimiento. Me saqué una caja de quesitos de la nevera y me senté sobre la encimera para disfrutarlos a gusto. Adoraba estos momentos en los que estaba sola en casa y podía evitar la mirada que me dirigían cada vez que me veían en esta pose.

Mi gozo en un pozo pensé a los cinco minutos cuando se abrió la puerta de casa dejándome ver a mi madre seguida de mi padre, cargado de bolsas del súper.

Ambos me saludaron secamente, Charlie se volvió para traer las demás bolsas mientras que Renne comenzaba a sacar los alimentos. Decidí guardar la caja de quesitos y ayudar a mi madre. Cuando me giré observé su cara, en ella no había nada más que reproche, de nuevo…

Resoplé, ignoré el gesto y cogí una de las bolsas. Hice mi tarea sin decir una palabra. Cuando terminé me despedí y volví a mi habitación. Era mi refugio, donde mejor estaba y donde nadie me juzgaba.

Odiaba decepcionar a mi madre de esa manera no siendo la hija estrellada que a ella la hubiese gustado pero también odiaba el hecho de que ella me juzgase de esa manera, que me hiciera de menos por ser gorda. ¿Era acaso un pecado? Parecía más bien una penitencia, era como arrastrar una cruz pesada bajo mis espaldas.

Debía cambiar el rumbo de mis pensamientos. Cada vez quedaba menos para irme y cambiar. No tenía muy claro si el cambio iba a ser para mejor o para peor pero por fin quería salir de allí. Quizás en un lugar más grande donde nadie me conociese podía estar más tranquila y menos cohibida.

Empezar de cero y demostrarme a mí misma que era capaz de construir la vida que quería, que era capaz de estar lejos de mis padres, aunque tuviese problemas con ellos, en definitiva: que era capaz de dar inicio a mi vida adulta.

Una semana después estaba en el aeropuerto despidiéndome de mis padres. Aún recordaba el silencioso trayecto. Recordé en esos momentos la típica escena de las películas en las que la familia feliz pasea en el coche, intercambiando risas y palabras cariñosas. Intentaba hacer memoria y buscar un momento así en mis recuerdos pero me era imposible. ¿Lo había olvidado o nunca había sucedido?

A pesar de todo lo echaba de menos.

-Llámanos cuando llegues hija- me dijo Renne, cuando llegó el momento de la despedida.

-De acuerdo, aunque quizás sea mejor que os mande un correo- sugerí sabiendo que nuestra conversación no iba a ser muy larga.

-De cualquier forma avísanos- zanjó Charlie el asunto.

-Bueno, creo que ya llegó el momento.- avisé en parte ansiando irme y en parte sintiéndome triste por lo que dejaba aquí. Estúpido pensamiento si lo pensaba con más calma.

-Cuídate.- dijo mi madre mientras me abrazaba.

-Disfruta de la universidad Bella y compórtate- me dijo mi padre a modo de despedida. Él nunca había sido muy dado a expresar sus sentimientos y no esperaba algo más de él.-Ya eres mayorcita y lo sabes, pero espero poder estar orgulloso de tu forma de actuar a pesar de que nos estemos allí.-

Nos dimos un torpe abrazo, besé a Renne de nuevo y me volví hacia el pasillo que me llevaría a California.

No hubo ni te quieros ni lágrimas, por lo menos, no delante de ellos. Cuando estuviese sola podría llorar tranquila, era una técnica que había mejorado con el tiempo. Aguantarme y luego descargar, porque cuando lloraba lo hacia con ganas.

No mostraría mi debilidad. No de nuevo. Pero dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y yo era débil, a pesar de todo lo que quisiera era débil. Para los demás resultaba obvio ese punto flaco, no sólo porque saltase a la vista sino porque yo misma lo acentuaba.

No me sentía bien conmigo misma y eso saltaba a la vista. Ser gorda me amargaba.


Hola! Aquí vengo con una nueva historia… es algo que lleva tiempo dándome vueltas en la cabeza y espero poder plasmar con ella lo que opino sobre el tema del sobrepeso.

Muack!