EL E N G A Ñ O

Capítulo 1

"Sueños"

NO SENTIR SU CARGA ERA SU SUEÑO

New York, 1915

Terruce G. Grandchester conducía su auto frenéticamente para alcanzar lo inolvidable, aceleraba urgidamente como si huyera de algo. No era capaz de cambiar su situación y le faltaba la paciencia para sobrellevar su destino serenamente. En el horizonte de sus actos buscaba que la ausencia y la distancia guardaran el secreto que ni la imposición ni el honor habían podido remover: el contenido de su corazón.

A pesar de que ya podía arañar el éxito, Terry se dio cuenta de que su sueño no significaba nada para él, si lo comparaba con lo que notenía: el amor y compañía de su Pecosa. Terry no vivía en el presente y no era capaz de imaginar un futuro, porque seguía anclado en el pasado.

Mientras detenía su auto en el borde del puerto, sus nubes negras lo atormentaban con los vestigios del ocaso. Su pena y su melancolía se habían vuelto tan intensas que ya le parecían parte de su carácter. Necesitaba compartir su dolor, requería de alguien con quien platicar… pero no tenía a nadie ni a su único gran Amigo Albert. El joven aristócrata tenía que ser fuerte para enfrentar y superar esa agonía. Solamente las sombras de su amargura y soledad eran sus infalibles compañías.

No podía dejar de pensar que era todo culpa suya. Había sido demasiado egoísta para pensar en el futuro de Candy, de mil maneras la había abandonado. Internamente se lamentaba y reprochaba así mismo el actor inglés:

—"Si yo hubiera dejado de lado, mi infernal honor y la celestial bondad de Candy, nunca hubiera caído en manos de Susana. ¡Oh Candy, fuimos tan ciegos y tan tontos! ¡Tú con tu ambigüedad y yo con mi locura, el mal juego que avergüenza a las coronas del triunfo del amor. Avergonzados deberíamos estar nosotros ante el noble sentimiento por el que tantos luchan y solo los verdaderos amantes alcanzan… tú y yo a la primera contienda pusimos la mejilla en lugar de enfrentar con los puños!"

Nueva York le resultaba asfixiante… todos los lugares que él planeó compartir con su Pecosa, ahora solamente eran espacios vacíos que a Terry solo lo llenaban de soledad.

— "Solo un boleto de tren le envié…" recordaba mientras que de su bolsillo sacaba el otro boleto "de regreso". Sonrió al ver que era una perfecta réplica, pero la acuosidad invadió a sus hermosos ojos azul-zafiro mientras leía los datos de aquel boleto que le daría a la Pecosa después del estreno de su obra, durante la cena íntima que había planeado para su encuentro con Candy.

Origen: New York

Destino: Luna de Miel

Nombre: Candis White de Grandchester & Terruce G. Grandchester

Esos datos contenía el boleto con que Terry le propondría matrimonio a su Pecosa, mientras ella lo leía él colocaría frente a la rubia su siempre saboreado pastel de chocolate, sólo que en lugar de cereza, éste llevaría el anillo de compromiso.

"¿Le gustaría acompañarme en este viaje por toda la eternidad señorita Pecosa?" hubiese sido la frase que sustituiría al típico: ¿Quieres casarte conmigo?

"Si llegara ese día" .-con un amargo susurro dijo.

Mientras ardía con la fiebre de la juventud frustrada ante un amor platónico, un amor cada vez más lejano, un deseo llamado Candy cargado de cálidos recuerdos que lo abrigaron de la ola de frío que había cubierto toda la ciudad de Nueva York esa mañana. El mortecino entorno esbozaba un grotesco paraje, los hielos quemando más hielos parecía una tormenta sin fin. Así como caía la nieve, así llegaban las meditaciones del aristócrata.

"Los recuerdos sigilosos se traban en los poros de mi invierno, la nieve me remonta a aquella escena, donde los copos de nieve se convirtieron en mi peor dolor y el viento me marcó la cicatriz viva de la imagen en la azotea de un hospital cuando mis brazos cargaban el plomo de la imposición. Cuando la obligación habitó mi ser con renta congelada. Pues desde ese día el reloj marca sin misericordia las horas de mi ocaso, con el cansancio del atardecer y las decepciones por el mal decidir repetiré siempre esta historia soy un suspenso que ha hecho de sus deseos y anhelos solo silencios al borde del olvido."

Por más que intentara desesperadamente quitarse a Candy de la cabeza, su instinto más que su razón, lo había sumido en un profundo desasosiego la agitación le incitó traer un nuevo equipaje; la desviación de los caminosse cruzó por su mente, siendo un rebelde por naturaleza evitaba la resignación de sus derrotas y como si el más feroz cierzo lo hubiera zarandeado en el repetir de los huracanes de la inconformidad, como un milagro fue que Terry reaccionó con suspiros resistentes huyendo del martirio, decidió cabalgar sobre el tiempo para enfrentar el destino mientras se convencía a sí mismo de irse a otro mundo, uno que tuviera primavera donde su corazón volviera a palpitar.

Después de retirarse del puerto, Terry manejaba paralelamente a las vías del tren, aún perdido en sus cavilaciones aceleraba imprudentemente pues en su horizonte fantasioso en la lejanía veía aquella muchacha que en el pasado corría a la par del tren para alcanzarlo y despedirse. Las lágrimas hicieron que limpiara sus ojos y también le ayudaron para que viera lo cercano que estaba de una estación de trenes. Precavidamente el actor tomó el control de su auto, disminuyó la velocidad y decidió llegar a ese suburbio de Nueva York.

Inesperadamente, Terry se estacionó en aquella terminal ferroviaria; luego de unos minutos había malbaratado su auto en aquel aledaño lugar y de ahí emprendió su viaje contra el destino. Abordó el tren con destino a Chicago, el aristócrata iba completamente decidido a buscar a Candy.

Candis White Andlay, se revolvía entre las sábanas que parecían aprisionarla entre sus pequeños dobleces, la oscuridad la aplastaba y la asaltaban visiones de amor y dolor. A raíz del fin de su relación con Terry, Candy convirtió a la noche y a la soledad en sus confidentes. Solamente y a través de la larga vela y oscuro aislamiento, la rubia era libre de todo... de límites y fronteras... de responsabilidades y anhelos… de llorar y gritar hasta desahogar su pena.

Entre suspiro y suspiro Candy lentamente se reacomodó en su cama y se dispuso a dormir. Como era su costumbre se enfrascó en el mismo sueño que por primera vez había tenido mientras viajaba a Nueva York al estreno de Romeo y Julieta, y con el cual desde entonces siempre fantaseaba.

Soñaba con Terry… en que un día despertarían en el mismo lecho recibiendo el amanecer, y con el anochecer en el mismo lugar y juntos despedirían al día: Así de cercanos, así tan unidos y felices… pero eso era lo más lejos que ella dejaba correr su ensueño, pues con solo imaginarlo todo su cuerpo se estremecía… amor, matrimo nio, un futuro juntos, todo aquello que en la realidad le eran imposibles y que solamente en sus sueños los lograba alcanzar; cuando en la quimera se entregaba a la lucha por su amor reprimido. Y solo así dormida era que una sonrisa mostraba el deleite de sus deseos.

Pero en el avance de sus somnolencias y fantasías Candy también caía en un sueño inquieto donde se entremezclaban los momentos desagradables de su pasado que su conciencia trataba de borrar. Aún medio adormilada, procuraba pensar en sus buenos recuerdos. Tenía que conservarlos y mantenerlos, impedir que se mezclaran con los malos que eran tan oscuros y opresivos que sólo podían aparecer durante sus pesadillas. Cuando la inconsciencia se conecta directo al corazón y cuando sin control fluían los secretos y sentimientos que sólo ella conocía; pero en sus desahogos las dulces imágenes se tornaban en pesadilla al recordar la cruel separación, el amargo sabor la ahogaba y la hacían sollozar de dolor.

A pesar de que ya había transcurrido algún tiempo de su viaje a Nueva York, en cada noche sucedía lo mismo, desde su gélida separación con Terry, el fin de esa relación le congeló su presente, la rubia siempre despertaba alterada en la madrugada, su corazón se debatía entre el gozo de haber soñado con Terruce Grandchester, pero luego la fría soledad le arrancaba trozos de su alma desprendiéndolos con amargas lágrimas, pues siempre le hacía ver el vacío que había en ese departamento y sobre todo en ese abatido corazón que contradictoriamente seguía tan lleno de amor por ese rebelde actor inglés.

Candy aún sufría por Terry, y ni en sus sueños lograba olvidarlo. Todas las madrugadas eran iguales, sólo dormía unas cuantas horas. El lacerante adiós que se dieron ella y el actor en Nueva York la había herido letalmente, el descenso de su vida que inició en aquel hospital parecía no terminar, desde el momento en que Terry a mitad de las escaleras la alcanzó y la abrazó para despedirse y confirmar su rompimiento, el declive de la vida de Candy continuaba, no terminó solamente en aquel funesto viaje.

La Pecosa continuaba en su lucha interna por vivir normalmente, pese a las adversidades continuaba sonriendo, ayudaba y motivaba a Patty para que superara la agonía de la muerte de Stear, y lo hacía a pesar de que ella al mismo tiempo en silencio sufría el dolor por la pérdida del amor de su vida.

Luego de ser despedida injustamente del Hospital Saint Jane y de que todos los hospitales de Chicago se negaran a emplearla. Ahora la rubia enfermera trabajaba en una "clínica" donde también atendían a animales enfermos, y esa razón no fue limitante para que ella trabajara ahí. La rubia deseaba ejercer su oficio, su noble espíritu quería ayudar a esos clientes del Dr. Martin, pues ella sabía que en su mayoría eran gente con limitantes económicas. Por eso Candy entregaba toda su energía y tiempo a cada paciente, mil veces prefería estar en ese lugar que permanecer en su triste departamento, pues una vez más se había quedado completamente sola.

Albert su gran amigo y casi hermano se había marchado sin decirle adiós, se fue mientras ella dormía dejándole solamente una nota donde le escribió unas cuantas palabras, no esperó al amanecer, no le brindó un cálido abrazo de despedida ni un justificado adiós. Candy se preguntaba porque esa omisión producía un efecto tan grande en su corazón. "No Albert, tú no por favor".- sollozaba la rubia mientras leía.

El rubio, también se había olvidado de su promesa, aquella que le hiciera mientras compartían un trozo de pan frente al lago de "compartir sus problemas y tristezas". Otra promesa rota, una persona más que la abandonaba, uno más que sin decir adiós la había dejado con sus brazos extendidos a falta de despedida y abrazo… Candy lloraba por darse cuenta que "Estaba sola consigo misma nuevamente".

La mezcla de su triste realidad con sus sueños y pesadillas, la habían dejado demasiado alterada como para poder dormir. Se levantó y fue hasta la ventana necesitaba respirar aire fresco, pero al observar el manto oscuro plagado de destellos se maravilló con la hermosa luna que no era opacada por la imperiosa belleza negra del firmamento. La Pecosa desesperada buscaba una señal celestial para salvar su vida que sentía iba en picada. Encima de todos sus males, ahora tenía la presión de la tía-abuela Elroy que le exigía se casara con Neil Leagan.

Candy no sabía que era peor si la exigencia de la matriarca o la irrefrenable persecución que sufría de su recientemente declarado y enamorado Neil. Ambas locuras la obligaban a actuar inmediatamente, pues no cedería ante ninguno de los dos, ni todo el poder de Elroy la doblegaría, ni la sorpresiva declaración-obsesión de Neil por ella la atraparía. Era imposible llegar a un acuerdo que complaciera a todos y sobre todo que descartara su boda con Neil. Con solo imaginar los aspectos físicos del matrimonio con el joven Leagan le resultaban repugnantes.

En las horas que precedieron al alba consiguió meterse de nuevo en la cama, pero no pudo dormir. Se quedó abatida, mirando el techo, durante un largo rato, esperando la llegada del sueño reparador.

Pero, nuevamente la luz al otro lado de la ventana de la habitación se estaba haciendo más tenue a medida que llegaba la aurora, se encontró completamente despierta mientras veía que estaba llegando el nuevo día. Al darse cuenta de que la noche se había ido y ella aún estaba despierta y llorando, Candy se enderezó:

— "¡No, no estoy deprimida!".-

Se rehusaba a mirar retrospectivamente. Tenía que mirar hacia delante para iniciar una nueva vida, ser otra persona inclusive empezando de cero.

Y tratando de darse valor, recordaba que conforme fue creciendo fue amando su libertad, la naturaleza de su espíritu era sin ataduras, y no estaba dispuesta a perder la independencia que tanto valor tenía para ella. Aunque aún era muy joven, mentalmente era lo bastante mayor para afrontar la vida para buscar, conseguir y mantener un trabajo. Ya no era una chiquilla indefensa, sino una enfermera diplomada. Y como tal podía trabajar y tomar decisiones sobre su vida. Y había tomado unas cuantas que la hacían sentirse como una "mujer adulta". Y debido a esa seguridad, ahora estaba decidida en elegir no esclavizarse a ningún hombre y sobre todo al ilustre apellido Andlay. Por eso se marcharía de Lakewood, había elegido ganarse la vida de un modo honrado y si ahí la matriarca le había cerrado las puertas de todas las clínicas y hospitales. Entonces ella saldría a otros lugares para buscar trabajo, tenía que encontrar uno donde el poder de Elroy no la alcanzara, esta vez la rubia no se limitaría ni se quedaría de brazos cruzados. Sabía que estaba condenada de por vida a luchar contra corriente, pero eso no le impedía anhelar emociones fuertes y ni disminuir su esperanza de algún día poder dar rienda suelta a sus sentimientos. Por esa razón se refugiaría en el trabajo, si se ocupaba en actividades tal vez lograría olvidar a Terry: su futuro dependía de ello. Pues el hecho de guardar sus secretos, erigir barreras y sacrificarse no le había ayudado mucho. Lo había decidido y no permitiría que nada se interpusiera en su camino. Si el destino la provocaba con algo, sólo tenía que sacarle el mayor partido posible a la situación. Y eso era justamente lo que haría a partir de ese día.

Se mentalizó en que un día huiría de su prisión invisible y encontraría alguien a quien amar, un hombre que la adoraría y respetaría, que le permitiría ser amiga, mujer y compañera. Un hombre que compartiría sus sueños, que despertaría en ella las emociones más intensas. Un día, todo cambiaría y esto solo lo lograría si no perdía la esperanza.

Entonces Candy empezó a enviar solicitudes de trabajo a otras ciudades, pueblos e inclusive a otros estados. Se había gastado buena parte de sus ahorros en enviar tanta y tanta correspondencia sin recibir respuesta.

Ya empezaba a desesperarse, veía que pronto se quedaría sin dinero y que ahora era muy urgente encontrar un empleo para mantenerse. El tiempo seguía su curso, pero sorpresivamente el día llegó, recibió una carta donde le ofrecían un puesto de trabajo. La oficina regional de enfermeras públicas para el estado de Pennsylvania la citaba en un suburbio de Pittsburg, el cual estaba ubicado entre Chicago y Nueva York.

Milagrosamente la habían aceptado, casi era un hecho que la estaban contratando. El problema era que tenía que viajar hasta aquél lugar. La solicitaban de urgencia. Si cumplía con el perfil, allá se le proveería de todo lo necesario para empezar a trabajar inmediatamente.

Mientras viajaba en el tren a Candy el sonido y las imágenes de su última travesía por ese transporte la empezaron a invadir. Y por el dolor que ese recuerdo representaba, la rubia luchó por cambiar sus pensamientos, antes de que su ánimo se viniera abajo, pues ella sabía que tenía que estar concentrada para su entrevista de trabajo, y ese tema fue el que finalmente ocupó su mente.

Debido a sus últimas y amargas experiencias Candy meditaba en que ahora sí diría que tenía un hermano, solamente así le permitirían tener a Albert, y como ella aún mantenía la esperanza de encontrarlo para seguir apoyándolo, en cuidarlo y alimentarlo. Ella le diría a su entrevistador que vivía con su hermano, el cual más adelante la alcanzaría, la Pecosa pretendía dejar abierto y claro, que vivía con su hermano, lo hacía precavidamente para evitarse los problemas que en el pasado sufrieron ella y Albert cuando enfrentaron la osadía de alquilar un departamento y eran mal juzgados por vivir juntos sin ser familiares.

Otro dato que tenía que recordar, es que había decidido omitir su apellido de adopción: Andlay. No quería arriesgarse a que le obstaculizaran un empleo más, además le favorecía que en su diploma aparecía su nombre de huérfana, por ello no tendría problema si al final se cambiaba o inventaba otro apellido para no ser localizada por los Leegan o Andlay. Además, la habían despedido sin referencias; no se arriesgaría a que la localizaran y boicotearan.

28 de Junio de 2011

GIZAH

Esperando sea de su agrado, nuevamente aquí vuelvo.

G r a c i a s ¡