The Fluctuation of the Twisted Dream

Capítulo 1: Prólogo

"I got a scar where all my urges bled

I got people underneath my bed

I got a place where all my dreams are dead ".

25 de mayo de 1999

Las gaitas no paraban de tocar una melodía ensordecedora que retumbaba en sus tímpanos, a medida que los minutos pasaban el calor aumentaba, y los himnos de la prestigiosa universidad de Harvard resonaban sin parar en todo Harvard Yard.

Amy sentía que en lugar de estar envuelta en una túnica roja, estaba en el interior de un gran horno, calcinándose lentamente. Se preguntó si, entre alguno de los miles de idiotas felices que esperaban su diploma habría alguien que compartiera su calvario. Miró fugazmente a la izquierda: Nada, efusividad, alegría, e incluso lágrimas. Nadie parecía estar al borde de un colapso a causa del calor. Genial. A su derecha se repetía lo mismo.

Ahí van...》pensó Amy, mirando con desapego la felicidad excesiva de sus compañeros graduados,《Una futura generación de neurobiólogos sin poder controlar su sistema límbico. Llorando como un montón de estudiantes de artes liberales》.

Amy rebotó sobre sus píes mientras comenzaba una nueva canción, pero esta vez basada en el fuerte sonido de los bombos y platillos. Eran peor que las gaitas.

Todo este día había sido un ejercicio de paciencia para Amy. Desde ser despertada por una llamada telefónica de su madre a las cuatro de la mañana《¡Cuatro! ¡¿Realmente madre?!》con el motivo de notificarle a Amy sobre su ausencia en la ceremonia de graduación. Al parecer por el nacimiento prematuro de algún nieto de alguna de sus amigas. Amy no prestó atención a los detalles, luego de la decepción inicial actuó indiferente con su madre… hasta que se vio obligada a escuchar sus "consejos de vestimenta propios para un día tan importante" eso implicaba ponerse el maquillaje de payaso que de haber usado en cualquier otro día le habría provocado un ataque de moralismo a su madre, el cual terminaría con Amy encerrada en El armario del pecado durante tres horas. Al parecer, ser un graduado tiene el privilegio de que tu madre te permite vestirte como ramera ¡Ni hablar de los malditos contactos que ardían como el infierno! De no saber que era imposible, Amy estaría sospechando que sus ojos estaban a punto de salir de sus cuencas para ir en busca de sus cómodos anteojos de siempre.

Sus zapatos no le daban el apoyo y la comodidad que sus tobillos quebradizos necesitaban, su vestido negro era corto y estaba completamente oculto por la maldita túnica térmica. Su cabello ondulado no era nada práctico, necesitaba con urgencia un barrete.

En conclusión, Amy sentía que inició el "primer día del resto de su vida" poniéndose un disfraz. Fue amable en el desayuno con el resto de la facultad de ciencias, estrechó las manos necesarias y sonrío falsamente a, deberían ser, treinta y cinco profesores. Ellos la miraban con orgullo. Amy se preguntaba porqué. Ser la graduada más joven de la generación era sin duda, un honor. Amy debería sentirse agradecida, pero no lo estaba. Ella podría haber triunfado en cualquier universidad a la que se haya propuesto a entrar, con su coeficiente intelectual de 186 tenía bastantes posibilidades. No entendía el orgullo impersonal de sus profesores, ellos no crearon el éxito de Amy Farrah Fowler.

Amy acomodó su birrete de graduación con un gesto de fastidio, mientras sus ojos vagaban a la multitud de padres, amigos y familiares de los graduados, amontonados como una colmena de abejas eufóricas en los laterales del campus. Amy sabía que cuando esto termine empezarían las fotografías que hacían sentir al graduado como una estrella de Hollywood, los abrazos asfixiantes que robaban el aliento y las palabras pegajosas que calentaban el alma.

Al menos para el resto, porque ella, la chica más joven de la generación, el orgullo de los profesores, la envidia de sus compañeros. Iba a estar sola. No había cálidos abrazos para Amy, nunca los hubo.

El abrupto silencio sacó a Amy de sus pensamientos, y la expresión melancólica que había adoptado al ver a las, como ella decía, "animadoras de los graduados", se desvaneció para dejar paso a su cara de fría indiferencia.

Amy bajó sus pestañas espesas de rimmel y miró sus manos inusualmente temblorosas: Era demasiado. El calor se expandía por su cuerpo a una velocidad vertiginosa, acumulándose detrás de sus orejas y tiñendo sus mejillas de rojo oscuro. Amy levantó la vista hacia los árboles estáticos que serpenteaban por el campus, la inmovilidad petrificante de sus hojas confirmaba la ausencia de la muy necesaria briza de viento que Amy anhelaba.

El director de la facultad de ciencias de Harvard, —un hombre con una eterna sonrisa codiciosa en el rostro— inició con su discurso. Pero sus palabras aduladoras no llegaron a los oídos de Amy. Todo de sentía lejano desde su perspectiva. Los sonidos rebotaban, transformándose en un eco al que no le encontraba sentido, su cuerpo era ligero. El dolor punzante de sus talones era la única cosa que se sentía real.

El dolor y el calor, la humedad, la hipócrita sonrisa del orador frente a ella eran dagas de realidad penetrando en la bruma de lejanía que había envuelto la consciencia de Amy. Giró su cabeza: sonrisas. Los rostros no eran rostros, eran sonrisas plagadas de estúpidas esperanzas inalcanzables.

Quizás fue el calor agobiante, o los aplausos ensordecedores que iniciaron tan rápido como terminaron, o su nombre nítido que resonó en el inmediato silencio, pero Amy siguió lo único que encontraba real y tangible: su identidad.

Era Amy Farrah Fowler, graduada honorifica de Harvard, 16 años, CI de 186. Era la Dr. Amy Farrah Fowler, y movió sus píes lentamente. Dando un paso tras otro, cada vez más cerca del documento que oficializaba sus años de esfuerzo académico.

El director le dio esa sonrisa lasciva que sólo él podía lograr con ese grado de repugnancia e hipocresía. Después de unas palabras que Amy no escuchó, unos aplausos que no entendió, y el apretón de una mano que no sintió, Amy volvió a su lugar sosteniendo un diploma que se sentía vacío. Años atrás lo hubiera hecho enmarcar. Pero, ¿podía un diploma contener toda su experiencia universitaria? ¿hablaría ese diploma acaso, de la vez que despertó asfixiada en una fiesta por el peso de quince abrigos sucios?, ¿ese diploma llevaría el número de las noches en las que lloró sintiéndose como lo que era, una niña del otro lado del país sola en un mundo de adultos?, ¿llevaría una lista de los equipos que la rechazaron para participar en la búsqueda del tesoro?, ¿junto a ese diploma venían documentos de expulsión a las chicas noruegas que la encerraron con un maldito animal en celo?

¿Un diploma podía borrar por completo los años más miserables de su vida?

Claro que no, pero es un nuevo comienzo. Dr. Amy Farrah FowlerAmy se apoyó en ese pensamiento para sobrellevar el resto de la agotadora ceremonia.

Cerca de las seis de la tarde, sólo quedaban los restos de la ceremonia que le abría las puertas a una nueva parte de sus vidas a cientos de graduados. El final de una etapa y el comienzo de otra estaba presente en las sillas vacías, los birretes esparcidos por el suelo, y el aire de nostalgia que envolvía a cada ex-estudiante

Pequeños grupos de graduados paseaban por los campus de Harvard, con sus túnicas torcidas y sonrisas entusiastas en sus rostros, haciéndose promesas infundadas sobre no olvidarse, hambrientos por salir al mundo de los adultos. Creyendo que las decepciones no existían en su futuro.

Amy no tenía nada de eso. Como sabía, después de la ceremonia una colmena de efusividad explotó en los acompañantes de los graduados. Abrazos y besos se repartieron por doquier. Risas estridentes y brindis con copas de plástico coronaron el día para las autoridades de la universidad, mientras los recién graduados se marchaban a emborracharse y festejar con todo el ímpetu que exigían las fraternidades universitarias. Amy se encogía ante el pensamiento de cientos de personas acaloradas induciendo cantidades descomunales de alcohol, matando tantas neuronas como fueran posibles.

Dado que Amy no tenía amigos ni familiares, decidió "cerrar el ciclo" lo antes posible. A las siete de la tarde Amy abrió por última vez la puerta del apartamento estudiantil que fue su hogar durante los últimos tres años. Acarició las paredes verde manzana que fueron las únicas espectadoras de sus enojos, noches en vela estudiando, llantos, risas jubilosas por aprobar exámenes… en fin, las paredes de su apartamento, su única compañía. Amontonadas en una esquina había una pila de cajas de cartón que parecían estar a punto de estallar.

Amy sacudió su cabeza mientras empezaba a prepararse para lo que sería un largo viaje. Con un movimiento fluido pudo, al fin, deshacerse de la túnica que la fastidió toda la mañana, enrollándola la lanzó descuidadamente dentro de una caja de cartón. No pudo evitar dar un suspiro de alivio mientras se sacaba los zapatos que torturaron sus píes todo el día. Después de una larga ducha fría, se sintió nuevamente como Amy. No Amy la "Feliz graduada" ni Amy "La genio pedante" sólo Amy.

Acomodar las cajas de cartón fue más difícil de lo que suponía, pero finalmente lo logró. A las ocho pm. Amy estaba lista para abandonar Harvard. Se apoyó en el marco de la puerta mientras le daba una mirada cariñosa a su ex-apartamento, ni un alma aparte de ella lo pisó durante su estancia en la universidad.

—Fuiste un gran refugio, viejo amigo —susurró al cerrar la puerta.

Subiendo a su auto, con el volante en una mano y una bebida energizante en la otra, Amy condujo a través de las serpenteantes calles de Cambridge.

Un ligero viento acariciaba su rostro y enfriaba su cabeza. El contraste entre el día y la tarde estaba presente en el movimiento de las copas de los árboles y la casi imperceptible mirada de nostalgia que floreció en los ojos de Amy mientras miraba las calles. Esforzándose en empezar a ser feliz Amy se permitió enterrar en el fondo de su corazón una pequeña semilla de optimismo. Orillando el auto en la banquina del puente suspendido sobre el Rio Charles, Amy dio una carcajada.

Era una risa muy diferente a la que dieron esos cientos de graduados hace horas, y seguramente estaban dando en ese momento, mientras bailaban abanicándose con los títulos que tanto les costó obtener. Amy podía visualizar a los futbolistas tirándose cerveza unos a otros, el capitán con la mano fuertemente envuelta en la cintura diminuta de una chica rubia, claramente atractiva, que desempeñaba el papel de trofeo perfectamente. Pero sus risas eran ebrias, vacías y superficiales. Risas ingenuas de personas que fueron torturadores implacables para Amy.

La risa de Amy era la risa esperanzada de una mujer inteligente. Esa era la risa de alguien que se merecía ser feliz. Era alguien que tendría éxito. Era una mujer que estaba a punto de dejar su pasado donde pertenecía. Atrás. En Harvard. En su departamento. En recuerdos que nunca más evocaría.

Cegada por la determinación, Amy rebuscó entre las cajas de cartón que yacían desbordadas en el asiento trasero. Dio un chillido de deleite mientras sacaba la larga túnica roja que casi la asfixió hace unas horas. Abrió la puerta de su auto, mientras prácticamente zumbaba hasta la orilla del puente. Se tomó una segundos para contemplar el sol casi completamente escondido que bañaba a las nubes de naranja brillante.

Así, Amy Farrah Fowler lanzó su túnica al Río Charles. Y con ella se fueron años de malos tratos y torpezas. Sumergiéndose en el río estaban las chicas noruegas, los abrigos sucios, las burlas, los apodos, las noches de llanto y soledad. Se sumergía la Amy joven e insegura, y nacía la Doctora Amy Farrah Fowler, neurobióloga prometedora por la que dos de las más importantes universidades de California luchaban.

Amy giró sobre sí misma mirando el cielo naranja que estaba a punto de tornarse morado, azul, y negro. A punto de darle paso a las estrellas que alumbrarían todo su camino hacia California. Cerrando los ojos, Amy sostuvo la barandilla del puente entre sus manos, mientras echaba su cabeza hacia atrás y dejaba escapar un suspiro de tranquilidad… tranquilidad que se vio interrumpida ante la súbita intromisión de una voz.

—Estoy seguro de que disfrutaría más ver tu cuerpo desnudo flotando en el río... ¿saltarás de una vez, Farrah?

Amy apretó sus párpados con más fuerza, definitivamente estaba sufriendo alucinaciones… ¿no?, ¿y cómo diablos sabía su nombre? De seguro estaba padeciendo algún shock postraumático debido al calor que sufrió hace horas. Sólo una pequeña alucinación auditiva tardía...

—Vamos Farrah. Sé que deseas hacerlo. ¡Vamos, sólo un salto y despojarás al mundo de tu jodida presencia!

Se rindió. Definitivamente debería lidiar con el último idiota antes de dejar atrás su torpe vida de adolescente. Cautelosamente Amy abrió los ojos para hacerle frente a la molesta voz arrastrada y a su dueño.

Apoyado contra la puerta de su auto estaba él. Un hombre que Amy no había visto en su vida, aunque la forma en que estaba parado -como si fuera el rey del mundo- le resultó familiar. No se sorprendió al ver su rostro completamente pintado de rojo y negro, Amy supuso que salía de alguna fiesta extraña hora para regresar a casa, pensó. La campera de futbol atada en su cintura, y el cigarrillo que sostenía en su mano izquierda, junto a la sonrisa arrogante que se asomaba en su rostro cubierto de pintura, le daban a Amy la impresión de estar en frente de un típico futbolista idiota. La imagen estaría completa con una rubia borracha colgada de su brazo.

Arqueando las cejas como si observara el berrinche de un mono de laboratorio particularmente difícil, Amy adoptó el tono condescendiente que siempre usó como escudo ante situaciones amenazantes. Una reacción evolutiva -se dijo- los monos lanzan sus heces, yo mis palabras. Vamos Fowler.

—De saltar, me temo que no disfrutarías el espectáculo por mucho tiempo. Ya que debido al impacto del agua perdería la consciencia. Mi cuerpo sería un peso muerto hundiéndose instantes después de caer —Amy hizo una pausa mientras daba unos pasos hacia su auto—. Por otro lado, el disfrutar del dolor ajeno indica una fuerte tendencia al sadismo o la psicopatía… me inclino más por la primera opción.

—Estás tan llena de mierda, Farrah. Usando tus palabras inteligentes contra todos… como si fueras especial —escupió el sujeto. Cada palabra desprendía un enojo llameante, mientras observaba a Amy con los ojos negros de cólera—. Eres sólo una chiquilla idiota y egocéntrica. Rara. No deberían admitir niños fenómenos en Harvard ¡rayos, en ningún lugar! ¿crees que ya acabó todo? ¿crees que sólo abandoné una fiesta para molestarte con unas palabras?

Acortó la distancia que lo separaba de Amy y en un movimiento rápido agarró su brazo, con la misma mano que sostenía el cigarrillo. Amy ahogó un grito, sintiéndose por primera vez realmente amenazada.

—Yo pienso que tú tuviste mucha suerte. Niña genio, graduada a los 16 años, becas, preferida… ¡de todos! ¿no crees que es momento de equilibrar la balanza un poco, Farrah?

—Oye, no sé que diablos piensas que te hice. Ni quien diablos eres. Pero debo conducir hasta California ¡y no tengo tiempo para una charla ociosa con un maldito futbolista borracho y sádico!

Impulsada por el temor, Amy sacudió su brazo. Tenía que poner fin a esa conversación que de a poco se volvía peligrosa. Decidida a ignorar a su molesto acompañante, le dio la espalda con la intención de entrar en su auto.

No llegó muy lejos.

Amy lo sintió. Debajo de su pecho: un brazo. En su garganta: una fría hoja de metal. Sólo hacía falta un poco más de presión, un movimiento brusco, para que un manantial de sangre brotara de su cuello. Lo sintió sonreír en su cabello, el olor a cigarrillos y cerveza más potente que nunca.

—No me gusta que me griten Farrah. Ahora, si te comportas como la niña buena que sé que puedes ser, te trataré suavemente. En cambio, si eliges ser la perra obstinada que también sé que eres… las cosas se pondrán algo incomodas para ti —dijo con voz dulce; mientras plantaba un suave beso en la cabeza de Amy, suspirando de deleite ante el olor de su cabello—. ¿Comprendes?

—No tengo idea de cómo sabes mi nombre, ni de lo que te propones haciendo esto. Pero si es una broma, eres un idiota. Incluso los cerebros de los monos que examino tienen más materia gris que tú. ¡Ahora quita tus asquerosas manos de mí antes de que implemente mis técnicas de defensa personal en ti! —resultó ser un esfuerzo sobrehumano lograr que voz no se rompiera y sonar con la determinación y firmeza que la situación ameritaba. Realmente estaba aterrorizada.

Un instante de silencio dejó paso a una tensión que era casi tangible. Amy escuchaba la respiración irregular de él contra su cabeza. Lo siguiente ocurrió con la velocidad de un rayo. El impacto antes del sonido; el dolor antes de la reacción.

Un ardor fugaz detrás de su oreja. Liquido caliente bajando por su cuello. Y Amy lo supo: esta era la última broma. Una broma retorcida, ilegal, sádica, y de un solo victimario que ocultaba su identidad detrás de capas de pintura; ayudado por la noche. Una broma que ponía su vida en las manos de un completo extraño, que, al parecer, buscaba más que unas simples carcajadas.

—Escogiste ser una maldita perra obstinada ¡genial! —siseó mientras empujaba el cuerpo tembloroso de Amy hacia el asiento trasero del auto—. Ya que tú eres una perra, también lo puedo ser yo ¿no lo crees?

Amy observó con horror como deslizaba sugestivamente la navaja por la piel de su cuello. Él le hizo un gesto instándola a guardar silencio. Consideró la posibilidad de gritar, pero sólo una mirada a la navaja que bajaba lentamente por su pecho bastó para convencerla de callarse.

—Ahora —gruñó— jugaremos un juego… ¿qué, no quieres? —preguntó al ver la cabeza de Amy negar furiosamente. Enfurecido, presionó la navaja en un lateral del abdomen de Amy—. Dígame, Dr. Fowler ¿Qué hermoso órgano perforaré si presiono con algo más de fuerza? ¡Vamos Farrah, no seas tímida! Siempre te gustó alardear de tus conocimientos.

Presionando la navaja fuertemente contra el abdomen de Amy, ordenó:

—¡Respóndeme!

Amy inhalo temblorosamente mientras intentaba encontrar su voz. El hombre sobre ella parecía estar perdiendo la paciencia, pero Amy se estaba perdiendo en un mar de lejanía, nuevamente. Miró directamente a los ojos grises que la observaban con burla desde su rostro pintado, sombreado; irreconocible. 《Por favor…》 susurró, tan levemente que apenas ella pudo oírse.

Pero el sujeto que yacía sobre ella sí la oyó. Querido señor, la oyó; y le encantó.

Amy notó el cambio en el comportamiento de su atacante ante su súplica. Pupilas dilatadas, respiración aún más irregular, labios entreabiertos. Quizás después de todo ella realmente tenía razón y él era un sádico. Un impertinente sentimiento de orgullo nació dentro de Amy al ver que su anterior diagnóstico pudo tener fundamentos, y murió apenas se dio cuenta del peligro que eso significaba; un nuevo tipo de peligro, mucho más retorcido que el anterior. Empezó a inquietarse al sentir la mirada hambrienta que estaba recibiendo. Intentó mover las piernas, lo cual fue inútil, el peso de una persona sobre ella combinado con el reducido espacio que poseía no le dejaba lugar dónde huir.

—Ahora escúchame, niña genio. Si intentas gritar, si te mueves, o incluso si suspiras sin que yo lo permita… Jack el Destripador te parecerá un osito de peluche comparado conmigo, ¿entiendes?... buena chica.

La navaja se presionaba dolorosamente contra su garganta, Amy deseaba sentir sólo ese ardiente dolor, perderse en el fuego que desprendía su oreja sangrante, sufrir un conmoción cerebral extremadamente dolorosa que eclipse las demás sensaciones de su cuerpo… como la de esa lengua resbaladiza deslizándose por sus orejas, o las manos intentando abrirse paso entre su chaqueta. Amy deseaba no oír nada más que la sangre latiendo en sus oídos, en lugar de escuchar los gemidos entrecortados de un futbolista sádico con el rostro pintado. Deseó más que nunca perderse en los laberintos de su mente. Permitir que la realidad y los sueños se entremezclen en su cabeza dejándola con la sensación de flotar, de no pensar; de no sentir.

Ella escuchó sus propios sollozos de vergüenza, ira, y dolor al ser despojada de su camisa. Un nuevo sentimiento de ira la cegó momentáneamente. Ignoró la navaja sobre su garganta, o no le importó. Levantando su pierna adormecida golpeó con todas sus fuerzas la ingle del sujeto.

Pasó el destello de otro rayo; y Amy sintió el latigazo de una mano áspera azotando su mejilla. Le provocaba el recalcitrante deseo de gritar, pero la navaja estaba raspando levemente la piel de su garganta. Sólo un poco más profundo y cortaría su yugular. La mano áspera viajó por su rostro con suavidad irónica. Deslizando sus dedos manchados de pintura, dejando rastros de negro sobre la enrojecidas y húmedas mejillas de Amy, bajando hasta sus clavículas.

—Será mejor que cooperes de ahora en adelante. No me obligues a hacerte daño ¿sí? Tú misma te estás haciendo esto.

Habló de la misma forma en la que le explicas a un niño travieso que juegue levemente, en lugares seguros, para no lastimarse. La dulzura después de los insultos y los gestos tiernos le provocaron náuseas a Amy.

—Siempre fuiste tú Farrah. ¿Esto es lo que buscabas, no? ¡Hacerme perder la cabeza! —al son de sus palabras plantaba un fuerte sendero de besos que bajaba por las clavículas de Amy.

Los besos continuaron su viaje hacia sus pechos mientras ella temblaba bajo sus manos.

Amy plantó sus ojos verdes en los grises, apelando tácitamente a un poco de humanidad, rogando clemencia en su propio dialecto ocular. Pero lo único que encontró en aquellos grises anillos oscurecidos fue placer y curiosidad macabra. Los párpados negros de su atacante se ampliaban graciosamente ante cada chillido de dolor que Amy dejaba escapar. Sus anteojos se habían ido en algún momento, Amy deseó poder deslizarse a la parte delantera para coger sus repuestos, y así poder distinguir las estrellas a través de la ventana que descansaba sobre su cabeza; burlándose de ella, siendo una salida tan cercana e inaccesible al mismo tiempo.

Había fantaseado algunas veces sobre cómo sería su primera vez. En ninguno de los múltiples escenarios que se imaginó lo hacia en un auto. Claro que tampoco lo hacía con un completo desconocido… y, para ser más específica, en sus fantasías ella quería hacerlo.

Quería sentir besos suaves y tímidos, en lugar de los mordiscos bruscos que estaba recibiendo. Quería desnudarse tímidamente ante unos ojos inexpertos que la observaran como si fuera la criatura más bella de la tierra, no ser despojada de sus prendas con una bestialidad extrema. Quería estar riendo, no llorando. Quería poder mover sus manos a su antojo, jugar con el cabello de la persona que amaba y sonreír.

Amy quería hacer el amor; no ser violada en la parte trasera de su auto.

Pero quizás por eso sólo eran fantasías.

Amy cerró los ojos con fuerza mientras sentía que la última barrera protectora entre ella y él desaparecía. El sonido de un cinturón desabrochándose le produjo un nuevo acceso de pánico que desembocó en valentía; que no terminó bien.

Amy lo sintió. El frío desgarrador entre sus muslos. Las carcajadas frenéticas, el dolor punzante al ser despojada de una forma tan cruel.

"Es mejor tener un himen y auto respeto que amigos y diversión" las palabras de su madre jamás se sintieron tan fuertes como en ese momento. Zumbaban, creando un coctel esquizofrénico junto a la risa de la persona encima de ella, que de a poco, se volvía más liviana, casi hasta desaparecer completamente, dejando correr al viento frio sobre el dolorido cuerpo de Amy.

Los vidrios empañados de las ventanas de su auto eran una maldita broma. Los moretones en su cuello una cruel ironía. Y ese día un fatídico error.

Bastardo —Susurró con voz agrietada, pero jamás la escuchó.

El efecto mariposa expone como metáfora que el aleteo de una mariposa en determinado lugar puede provocar un huracán al otro lado del mundo. El desequilibrio de una pieza de dominó puede derribar toda la fila. Una pequeña acción puede ser el detonante de una serie de catástrofes.

Si la hija de la amiga de su madre hubiera elegido tener coito sin protección tres meses antes, Amy no estaría así. Su madre hubiera asistido a la ceremonia de graduación. Amy nunca se habría detenido en el puente; Amy nunca se habría encontrado con él.

De igual forma; si la maldita mariposa decidía aletear un milímetro más al sur, con más fuerza, muchas veces, quizás un huracán habría azotado Boston. Quizás un árbol -bendito árbol- habría caído justo encima de él impidiéndole que le haga daño.

La mente de Amy era un conglomerado de "quizás" y "habrías", buscando desesperadamente el lugar en dónde el dominó perdió el control; en dónde la mariposa aleteó muy -o nada- fuerte. La inocente acción inicial que acabó con ella desnuda y ensangrentada en su coche.

Amy conducía hacia California con la semilla de optimismo calcinada, la tierra de su corazón estaba bañada de sal y era infértil. Ella odiaba a las mariposas y los dominós. Odiaba el olor a pintura y las navajas. Odiaba los puentes. Odiaba los ríos. Odiaba Boston, Harvard, su apartamento, el color verde manzana, el calor y las túnicas rojas.

Odiaba salir de su casa sin llevar tres capas de ropa.

Odiaba cerrar los ojos, porque sabía que él estaría ahí; esperando terminar lo que comenzó, esperando llevarse más de su vida. Vaciar su alma de toda esperanza… como si quedara alguna. Él estaba ahí, rodeado de mariposas negras que no causaban ningún huracán. Y dominós que jamás caían.