El amor llama dos veces.
Capítulo 1.
Francia.
Bryan Cruyffort apagó la alarma de su despertador y se dirigió al baño a tomarse una ducha. Era temprano, muy temprano, y tendría que apurarse si quería pasear por la rivera del Senna antes de que se llenara de turistas. Aun no estaba convencido del todo de ese viaje, pero era cierto que necesitaba respirar aire nuevo, conocer otros rumbos y otras gentes, y más importante aún, pasar un tiempo a solas con sus hijos.
Tras la muerte de su esposa, Marianne, Bryan había pasado momentos en verdad difíciles, pero gracias a sus amigos, conocidos y familiares, él había conseguido salir adelante y más importante aún, sacar adelante a su familia, a sus dos pequeños hijos. Edward, el mayor, tenía tan solo cinco años cuando su madre murió, por complicaciones relacionadas con el parto de su hermano menor, Vladimir. Obvio era que éste jamás conoció a su madre, pero Edward sí, y el perderla había sido un golpe tan duro como él, así como lo fue para el propio Bryan. Sin embargo, gracias a la madre de Marianne, y a su propia madre, Bryan aprendió a criar a sus hijos y a cuidar de ellos. ("Sí, es una vergüenza, pero no sabía ni cambiar un pañal, todo eso lo hacía Marianne", pensó Bryan). Habían sido años difíciles, pero ahora las cosas parecían marchar mejor. Sin embargo, a pesar del cariño de las abuelas y el cuidado constante del padre, era obvio que a Edward y Vladimir les hacía falta una madre. Sobre todo, a Edward, que parecía que iba a convertirse en un niño huraño, o por lo menos, sí solitario. Bryan, sin embargo, no se sentía aun listo para volver a enamorarse, había amado con locura a Marianne, y el perderla había sido desgarrador, por lo que ni en sueños imaginaba en tener otro amor, mucho menos volverse a casar. Así pues, él intentaba darles a sus hijos todo el amor que tenía, para tratar de llenar el vacío que los tres tenían en sus corazones.
Bryan pensaba en esto mientras miraba a sus hijos dormir. Edward, de siete años, era rubio, como él, mientras que Vladimir, de dos y cachito años, había heredado el cabello castaño de Marianne. Ambos tenían los ojos azules, uno los de Marianne, otro los de Bryan, daba lo mismo quien tuviera cuales ya que el tono era similar, aunque a Bryan le gustaba pensar que Vladimir tenía los ojos de su madre, ya que para él, Vladimir era el que más se parecía a Marianne, y Bryan pensaba que fue el último regalo que le diera su mujer antes de morir, alguien con quien recordarlo, la viva imagen de Marianne.
Después de tres años de estar en una rutina, Bryan se dijo que necesitaba vacaciones para ver si con eso podía olvidar aunque fuese un poquito a Marianne, así que, sin escuchar los consejos de su madre, tomó a sus niños y se los llevó a Francia, a un sitio diferente a lo que ellos conocían hasta entonces, ya que Edward y Vladimir solo conocían Holanda y Rusia, este último el país de nacimiento de su madre. Bryan no había tenido mucha oportunidad de visitar museos y esas cosas, pero había pasado momentos muy agradables con sus hijos y eso era lo que importaba.
- Niños, despierten ya.- Bryan ya había desayunado, se había arreglado y estaba listo para convivir con sus pequeños.- Ya es hora de levantarse.
- Cinco minutos.- balbuceó Vladimir, imitando a alguien a quien vio en la televisión y que no quería ir a la escuela.
En cambio Edward, como siempre, se despertó sin quejarse, sin decir una palabra, se levantó, fue al baño y se lavó la cara, comenzando después a vestirse, mirando de vez en cuando la televisión, en la que su padre acababa de sintonizar un canal de dibujos animados. Con Vladimir costaba un poco más de trabajo, simplemente porque era más pequeño, así que Bryan lo acompañó al baño, le cambió la ropa y lo sentó en la pequeña mesa del cuarto de hotel para darle un jugo en cajita y algunas galletas, mientras Edward, quien se empeñó en hacer todo esto solo, mordisqueaba distraídamente una galleta, con los ojos fijos en la tele. Una vez que los niños terminaron, Bryan les puso sus abrigos y los sacó del hotel.
- Vamos a pasear por París.- les dijo.
Bryan no sabía, por supuesto, que ese día le iba a cambiar la vida.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Lara Del Valle intentó ignorar a la recepcionista cuando le hizo señas de que tenía una llamada. Ella ya sabía que eso nunca indicaba nada bueno, porque casi nadie se atrevía a llamar a las instalaciones de la Interpol a menos que fuese estrictamente necesario.
- Hoy no, por favor.- rogó ella, en voz baja, mientras se dirigía en silencio hacia donde Laurette le hacía señales, mientras sentía la mirada de sus colegas clavadas en su nuca.
- Lo siento, Lara.-se disculpó Laurette.- Es de la escuela de tu hija.
Lara suspiró, aunque agradeció con una sonrisa, y tomó el teléfono. Al otro lado de la línea, alguien le decía (muy probablemente una profesora), que su hija Lizzie había vuelto a causar problemas. Lara se mordió los labios, era ya la tercera vez en el mes, era difícil que su hija se adaptase a cualquier escuela, Lara lo había intentado con varios internados pero en todas era el mismo resultado. Y es que no podía seguir negando por más tiempo, Lizzie extrañaba a su padre.
Tenía ya casi un año desde Ichigo se marchó a África, como camarógrafo del National Geographic. Lara había tenido un tórrido romance con él por poco más de diez años, y de ese amor había nacido Lara Lizzie, idéntica a su madre en todo, desde el cabello negro hasta los ojos grises. (Había sido Ichigo quien insistió llamarla Lara, como la madre, aunque Lara deseaba ponerle Lizzet; al final, decidieron combinar los dos nombres y usar Lizzie como diminutivo del segundo nombre, el cual Lara hija parecía detestar). Sin embargo, si bien Lara e Ichigo vivían en unión libre y se profesaban un amor mutuo, puro y sincero, ella no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que no solo se vive de amor ("al menos, los Beatles se equivocaron en eso", pensó Lara) y que las cosas entre ellos no iban a funcionar, más que nada porque él era menor que ella, era un chico rebelde e inmaduro, del tipo que vivían al día y no se buscaban un trabajo fijo, y Lara se cansó de ser ella la que pusiera el orden y los mantuviera a todos. No hubo odios, reclamos, ni nada de eso, ya que después de todo, la relación de ellos era de común acuerdo, no había papeles ni uniones sagradas de por medio, simplemente la relación se fue enfriando, así que un buen día Ichigo anunció que se marchaba al África a trabajar y se fue, diciendo que volvería pronto. Sin embargo, Lara notó que se había llevado todas sus cosas personales, así que en cuanto él le escribió, ella le preguntó si creía que valía la pena que continuaran juntos, e Ichigo le respondió que si ella no se sentía a gusto, él tampoco. Y ahí terminó todo. Ichigo siguió en África, o al menos eso era lo que Lara les decía a todos cuando preguntaban por él, y no se sabía cuándo volvería. Ya llevaba diez meses así, de "divorciada", como decía Lily, hermana de Lara, pero lo cierto era que llevaba años divorciada de Ichigo, aunque no había querido darse cuenta.
Por supuesto, la que sufrió en verdad con esto fue Lizzie, quien no aceptaba tan fácilmente la pérdida repentina de su padre. Lara notaba el dolor de su hija, pues desde que Ichigo se marchó, Lara tuvo que poner a Lizzie en internados, y la niña resintió el cambio pues antes era cuidada por su padre cuando su madre no estaba, y lo expresaba exasperando a sus profesoras o niñeras. Lara ya no sabía qué hacer con eso, quizás tendría que renunciar a su trabajo como agente de la Interpol si las cosas seguían así. Como decía Lily, ya no era lo mismo de cuando ella era soltera, pues ahora tenía una hija que cuidar. Lara se había esforzado en verdad, pero las cosas no marchaban bien, sobre todo, por Lizzie. Sin lugar a dudas, le hacía falta un padre, aunque de cualquier manera Ichigo Nasaoka nunca cumplió como tal la función de uno.
Lara habló con la profesora y le pidió que al menos tuviese a su hija por lo que restaba del día y que buscaría otro internado o a alguien que la cuidara. Para fortuna de Lara, su madre iba a ir a visitarla, y estaba segura que a Emily Del Valle le encantaría cuidar a la pequeña Lizzie, lo que le daría a Lara algunos días mientras buscaba una solución definitiva a su problema, no podía continuar experimentando con todas las escuelas de la ciudad, o de Francia misma, al paso que iban.
- ¿Problemas con tu hija otra vez?.- preguntó Jean Lacoste, superior inmediato de Lara.
- No puede hacerse a la idea de que su padre no está.- respondió Lara, con tristeza.- Mucho me temo que piensa que él la abandonó.
- Prácticamente, así fue.- dijo Jean, suspirando.- Ichigo se marchó de una manera muy cobarde.
- De todas maneras, lo nuestro ya se había ido al caño, yo simplemente dejé de amarlo.- repuso Lara.- Nuestra relación se enfrió, así de fácil.
- Lo sé, pero aun así fue muy cobarde al decírtelo por carta.- insistió Jean.
- En ese caso, fuimos cobardes los dos.- replicó Lara.- Yo tampoco se lo dije de frente.
Sí, no había sido muy maduro el terminar así, pero fue lo mejor. Al menos, Ichigo podía continuar en África, muy a gusto, y Lara hacerse cargo de su vida. Ella no podía decir que las cosas habían sido fáciles, le tomó algo de tiempo el volver a dormir sola (si bien tenía mucho de no mantener contacto íntimo con Ichigo, se había acostumbrado al calor de otro cuerpo al dormir), así como acostumbrarse a ser la única adulto en la casa ("no hubo mucho cambio en eso, en honor a la verdad", pensó Lara), aunque al menos tenía las ventajas de que nadie dejaba la tapa del excusado levantada, ni acaparaba la televisión con partidos de fútbol.
- ¿Qué harás?.- quiso saber Jean.
- No lo sé.- confesó Lara.- El problema principal es que no puedo hacerle entender a Lizzie que su padre no la va a volver a cuidar.
- Ya se acostumbrará.- dijo Jean.- Los niños son más fuertes de lo que uno cree.
"Ojalá que sea cierto", pensó Lara, mientras se preparaba para otro día de trabajo. Jean ya estaba convocando a todo su escuadrón, al parecer había algo importante ese día. No era momento para perder la concentración, su trabajo lo exigía y su equipo dependía de ella.
- Se nos ha informado que Logan está en París.- dijo Jean, muy serio.
- ¿Logan?.- cuestionó uno de los compañeros de Lara.- Creí que andaba por Londres.
- Pues al parecer, atravesó el Canal de la Mancha, porque ya llegó al continente.- replicó Jean.- Nos han informado que planea dar un golpe en el Palacio de Versalles, y está en París para verse con su contacto.
- Debemos detenerlo.- dijo Lara.
- Vigilaremos el perímetro, pero sin llamar demasiado la atención.- dijo Jean.- No queremos que nos vea y se esconda.
Todos sonrieron, al escuchar la frase favorita de Jean. Lara estaba acomodándose su pistola dentro de la funda cuando Jean la abordó.
- Quizás no debería dejar que vayas.- dijo.
- ¿Por qué?.- protestó ella, sorprendida.
- Porque tienes una hija que acaba de perder a su padre y a la que destrozaría perder a su madre.- contestó Jean, suspirando.
- Nada de eso.- negó Lara.- Sé cuidarme bien. No me va a pasar nada. No me puedes sacar del caso, sabes que soy la mejor del equipo.
"No solo la mejor del equipo, sino la mejor de toda la organización", pensó Jean, resignado.
- Está bien.- dijo.- Pero si me doy cuenta de que corres peligro, te sacaré de la misión.
- Hasta que hablas con coherencia.- dijo ella.
Lara terminó de prepararse y salió hacia su auto, preparada para la acción, como siempre. Ella no sabía que ese día su vida iba a dar un giro inesperado.
