PRÓLOGO

¿Cómo moriré? ¿Qué hay tras la muerte? ¿Es cierto que existe el cielo? Y si no existe, ¿a dónde vamos?

Jamás me lo había planteado antes, ni siquiera pensaba realmente que la gente muriera sin más. Vivía como cualquier adolescente, preocupada por los amigos, la moda, las fiestas y los estudios, sin ver que detrás de mis caprichos había cosas más importantes.

Ahora, la muerte nos rodeaba con su gélida mano, asfixiándonos a cada paso que dábamos, sin saber si veríamos un nuevo amanecer. Todo lo que había conocido había desaparecido, todos aquellos a los que había amado estaban muertos. En ocasiones pensaba que habría sido mejor no haber visto nada, morir antes de que todo se convirtiera en una locura, feliz por la vida que había vivido y no asustada por lo que nos esperaba.

La expedición había sido un fracaso, jamás debimos habernos acercado al pueblo. No les vimos llegar, tan silenciosos como son, como se habían vuelto. El cazador cazado. Nos rodearon lentamente y cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde. Había cientos de ellos, más de los que jamás habíamos visto y todos hambrientos y furiosos. ¿Furiosos? ¿Acaso esos monstruos tenían sentimientos?

Sentía la sangre latiéndome en los oídos, los dedos me dolían de los disparos y el arma temblaba en mis manos. Oía su respiración acelerada por el miedo y el sonido de nuestros cañonazos se acompasaba. Estaba aterrorizada y los monstruos seguían avanzando, impasibles a nuestras balas.

El terror inundaba mis venas mareándome. La razón me pedía que parase, que me dejase morir y mi instinto luchaba contra ella, pero era una batalla perdida. Hacía tiempo que ya estábamos muertos.