Nota: Este fic lo comencé a escribir hace como 6 meses! y bueno ya basta, quería publicarlo cuando estuviese terminado, pero si no comienzo a publicar nunca me apuraré. ¡Apúrenme! Es una mini serie de 4 capítulos, intentaré que no pase más de 1 semana entre uno y otro como mucho dos (¿vieron? soy realista, ahora trabajo, me es dificil). Espero que les guste.

Basado en ideas de película "Quadrophenia", ideas nacidas al alero de lecturas/estudios de Hermann Hesse y la escucha masiva de la banda inglesa The Kinks, una de las favoritas del movimiendo Mod. Menciono estas cosas porque creo necesario dar crédito a las obras previas que llevan a esto. Cada capítulo tiene el nombre de un disco o canción de esa banda y serán solo cuatro.

Disclaimer: ni Quadrophenia, ni The Kinks, ni Hetalia y sus personajes me pertecen y esto lo hago porque soy melómana y escritora compulsiva, sin fines de lucro, solo de reviews.

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I. Misfits

Básicamente todos los días eran iguales para Arthur Kirkland. Se levantaba a duras penas, se despertaba la fuerza, se metía a la ducha, luego el té negro, el traje, la moto y a la bodega de la paelería de la Chelsea street. Unas entregas a oficinas y colegios, unos cigarrillos para pasar el tiempo, la repetición de eso hasta las cinco de la tarde, la moto y la fuente de soda del viejo romano que se la pasaba contando sus historias de juventud e intentando coquetear con cuanta dama se le cruzaba. Sus amigos llegaban, se saludaban y veían que harían por la noche luego de volver a infundirse energía a la fuerza.

Tenía apenas veinte años pero se sentía en el vertiginoso límite entre la completa estabilidad y el caos. No le gustaba la idea, pero podía vivir con eso.

Arthur en ese entonces solo amaba tres cosas en su vida. En tercer lugar, su colección de discos de "The kinks" con los que ambientaba las fiestas, las reuniones de Mods y con los que presumía de su buen gusto musical. En segundo lugar, sus finos trajes de sastre hechos a la medida por el sastre francés, Bonnefoy, aunque fuesen doblemente costosos por el dineral que cobraba y porque en el proceso de confección y medida del traje, Arthur podría jurar que el frenchute aprovechaba de meter las manos donde no debía. Pero lo valía, porque parecía un verdadero caballero en esas prendas. Algo así como el Dios Mod.

Y en primer lugar su motocicleta Vespa color amarillo claro, decorada según la moda londinense con quince espejos retrovisores en cada lado (1). Exceso dirían algunos, para Arthur, un lujo necesario. Le gustaba mirar a través de sus retrovisores e imaginar que iba adelante de su pueblo que se fragmentaba en el múltiple reflejo. Ese pueblo miserable donde no había trabajos interesantes en que proyectarse , donde no le quedaba otra que encerrarse entre pilas de papel, ni más futuro que mirar las calles grises llenas de decadencia y tradiciones obsoletas de Portsmouth.

Arthur vivía con sus padres, su hermano mayor y su hermano menor en una pequeña casa del barrio residencial de Londesborough road. Sus otros dos hermanos mayores se habían mudado a Gales e Irlanda y solo los veía durante las festividades como navidad y año nuevo. Scott, el mayor de sus hermanos trabajaba en un garage que había habilitado en una vieja bodega dos calles más arriba. Tenía veinticinco años y su mayor logro era haber aprendido el oficio de mecánico por su cuenta y no haber caído en empléandose como obrero del astillero, como la mayoría de sus compañeros de colegio lo habían hecho.

Scott y Arthur eran los más cercanos en edad ya que Peter apenas tenía diez años y aún asistía al primario, pero casi no se llevaban, apenas tenían el contacto necesario y no eran precisamente agradables. De hecho, la única cosa que podría haberse considerado agradable en la casa de Arthur era la hija de la vecina, con quien apenas intercambiaba unas palabras.

La señora Margareth Smith era especialmente cuidadosa con todas sus posesiones: regaba sus rosas con ahínco, mantenía su casa en un meticuloso aseo y cerraba con pestillo puertas y ventanas antes de salir o irse a dormir, conociendo que al vivir en un puerto, su ciudad no era precisamente un lugar seguro. Aunque verdaderamente, en consideración del barrio y de su situación económica no había mucho que pudiese robarse en su casa. Sus tesoros consistían más que nada en cosas sentimentales, los recuerdos de su marido: el uniforme, la condecoración póstuma y la carta que le hubo enviado enviado el primer ministro. Esta última estaba resguardada celosamente en un marco en la sala para mostrarla y contarle – a quien estuviese dispuesto a oirlo – que su marido fue un héroe de guerra.

La otra cosa que la señora Smith cuidaba celosamente es a su hija Alice, de dieciocho años. Y puede que tuviera motivos, la candidez y belleza de la muchacha habían servido para llamar la atención de cuanto gandul vivía en la parte este de la ciudad. Incluyendo a su vecino, Arthur. El joven Kirkland sabía que necesitaba una chica como esa agarrándose de él mientras viajaban en su Vespa a las fiestas de la pandilla y, eventualmente, para bailar con ella y presumirla frente a sus subordinados. Lo que no sabía era cómo conseguirla. La bella en ese entonces solamente lo miraba con desdén considerándolo un chiquillo inmaduro, fiestero e insistente.

Tampoco ayudaba que la señora Smith le recomendase encarecidamente a su hija que se alejara de ese "mocoso vago", escandalizada por la manera de vestir de Arthur y sus constantes salidas nocturnas. Lo que ella no sabía es que realmente tenía razones para sospechar de ese estilo de vida, relacionados a la pastilla azul (2) que Arthur ingería dos veces al día para no dormir y que probablemente era la causante de sus migrañas, irritabilidad y constante mal humor. La viuda hubiera dado cualquier cosa por evitar que su angel respirara el mismo aire que ese vándalo, pero dado a que eran vecinos, al tamaño de la ciudad y las pocas opciones que ofrecía para el esparcimiento juvenil, era inevitable que se toparan en el local de entretenciones del "Romano", donde tanto los Mods, como las niñas bien iban a tomar sus bebidas y jugar en las máquinas de Pinball.

Arthur hacía ingreso al local dramáticamente abriendo la puerta, con su elegante abrigo de fieltro, escoltado por sus dos amigos: Vladimir y Lukas. El "Magic trío", llamado así por la capacidad que tenían de conseguir azules en cantidades y precios razonables. Si les preguntaban, Lukas, el noruego, solo diría con un tono formal que era "magia" y Arthur le apoyaría con la misma seriedad. El verdadero mago, era Vladimir, que desplegaba sus hechizos – o maldiciones – sobre la dependienta de la farmacia, Elizabeta.

Sus amigos, conocedores de la dinámica de la relación, no lograban entender cómo es que la chica accedía a relacionarse con él, y más aún, a entregarle mercancía con riesgo de perder su empleo. Vladimir no tenía el don de ser un caballero, ni de ser sutil, mucho menos amable. Y al ver las marcas de golpes y rasguños que ostentaba luego de una noche con ella, podían asumir que ella tampoco era precisamente una dama.

El excedente del dinero de la venta de pastillas del Magic trío se iba directamente a sus guardaropas o artículos para sus motos. Tanto los mecánicos de la ciudad, como Francis, el sastre, lo agradecían. Sin embargo, ellos no consideraban que estuviesen estafando a sus amigos al cobrarles un precio nada razonable por las pastillas. Habían desarrollado, luego de tres años, una moral y escala de valores muy conveniente en que todo les era válido si les permitía sostener su vida de seudo-burgueses con trajes a medidas, Vespas decoradas y fiestas de lunes a lunes.

Cuando Alice entraba a la fuente de soda con sus dos amigas parecía que un foco se posase sobre ellas. Entraba escoltada por Belle - su compañera de trabajo en el supermercado – y Madeleine, una chica que había llegado de América con su familia. Las muchachas se sentaban en la barra y pedían malteadas cremosas y coloridas, reían, jugaban en la máquina de pinball e ignoraban al resto con mayor y menor consciencia y arrogancia de sus actos.

Arthur había intentado varios acercamientos, invitando las bebidas, sentándose a conversar, pero Alice levantaba su naricita y apenas le miraba mientras conversaba con sus amigas sobre algún relato romántico o el nuevo éxito que sonaba en la radio. Arthur a veces se lamentaba en voz alta pero eventualmente olvidaba su pesar en alguna fiesta bailando con otra persona.

Muchas veces Scott le había sermoneado - mientras le hacía un mantenimiento gratuito a su moto – reprochándole su falta de espectativas y constante despilfarro. El menor parecía no encontrar ningún problema en trabajar exclusivamente para mantener su ilusión de lujo y ser en todos los demás términos un parásito de sus padres, pero no se le podía culpar por eso.

Después de todo, Arthur había vivido los primeros veinte años de su vida sin un objetivo. Sin jamás haber deseado nada en verdad.

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Los Jones llegaron desde Atlanta a Portsmouth en marzo de 1965, casi al filo del tiempo. Unos meses más y Alfred se hubiese visto obligado a enlistarse en el ejército y participar en el mayor de los sinsentidos nacionales. Apenas se instalaron en una de esas bonitas casas con antejardín de la calle Hudson, tanto él como su melliza Madeleine se matricularon en la escuela privada del sector norte de la ciudad. El muchacho había tenido bastantes problemas para acostumbrarse al tradicional sistema inglés con sus uniformes, horarios y pesada carga curricular pero al menos después de dos semanas había aprendido a acomodar bien el nudo de su corbata y a no contestar – tanto – a los profesores.

Apenas salía de la escuela, lo primero que hacía era aventar el uniforme a cualquier esquina y ponerse sus jeans, sus botas, su camiseta de algodón blanca , su chaqueta de piel negra y comenzaba a llevar su cabello hacia atrás con el peine mientras Jerry Lee Lewis reventaba desde el toca discos diciendo "I'm gonna keep a shakin' I'm gonna keep a movin', baby Don't you cramp my style I'm a real wild child". El mechón de su frente se negaba a cooperar con el peinado y luego de diez minutos decidió dejarlo en paz sintiendo que podía entender – en parte – lo que sentían sus profesores cuando intentaban hacerlo callar o sentarse sin éxito.

Extrañaba Estados Unidos, el movimiento de Atlanta, la libertad que sentía al conducir por el West End Trail con el viento en el rostro. Por eso estaría eternamente agradecido de que sus padres le hubiesen dejado llevar su Harley Davidson con él. Tenía planeado familiarizarse con los alrededores mientras volaba en ese vehículo que era una extensión de su cuerpo.

Apenas salió del barrio se lanzó por la Victoria road y siguió camino abajo hasta llegar a la explanada de Clarence Parade. La brisa marina le dio de lleno en el rostro y entonces tuvo que hacer un alto en el paseo del muelle para contemplar el paisaje. El cielo invernal de Inglaterra era gris y no sabía si alguna vez verá los cielos azules de Atlanta city, pero cuando siente el rugido del océano se da cuenta de que nunca ha vivido cerca del mar y que podría acostumbrarse a la idea.

Al regresar luego de haber enterrado los dedos de los pies en la arena pasa a tomarse una coca cola a una fuente de soda. Está lleno de chicos y la mayoría de ellas visten trajes elegantes y vistosos; le siguen con la mirada, Alfred tomó asiento en uno de los mesones y algunas chicas cuchichean. Él no hizo caso y siguió bebiendo cuando de pronto sintió que le hacían sombra. Miró hacia arriba y tres tipos con trajes y abrigos lo observaban con cara de estar cabreados.

-¿Algún problema? - preguntó alegremente intentando bajar la tensión. Entonces uno de ellos, de cejas gruesas, cabello revuelto, ojos verdes y expresión furibunda le contestó.

-Tú eres nuestro jodido problema – el norteamericano no entendió y puso una expresión extrañada. El inglés se explicó lo más antipático y cortés posible – este sitio es nuestro, no permitimos sucios rockers acá, así que te tragas esa mierda y te vas a ser un delincuente a otro lado. - Alfred, al sentir la hostilidad, abandonó su sonrisa. Escuchó tipos de otras mesas gritando "¡Fuera!" y entonces comenzó a tomar su bebida con mucha calma, intentando exasperar.

El muchacho tenía esta manía desagradable y poco conveniente de ponerse desafiante cuando tenía miedo, como si le resultara deshonroso reconocer que hubiera algo que no pudiese enfrentar. Acto seguido, y bajo la atenta mirada del trío hostil que había venido a molestarle se puso de pié demostrando que era más alto que ellos, los miró hacia abajo y agarró su chaqueta saliendo lenta y dignamente del local. Mientras se montaba en su vehículo un grupo de jóvenes de aspecto similar a él le observaban desde la cuadra de enfrente y nuevamente, sin sospecharlo, su presencia era tema de conversación.

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Como cada vez que lo molestaba algo, Alfred Jones cometió la osadía de ignorar dramáticamente al profesor de lengua abriendo de par en par y de forma muy visible, su revista de Iron Man (3), reposando los codos sobre el libro de texto de literatura. El profesor Eliot había atravesado la sala a grandes zancadas intentando retirarle la revista de un tirón, pero el muchacho la había jalado de vuelta para guardarla en su escritorio.

-Señor Jones, entrégueme eso -

Sus compañeros se dieron vuelta a mirar la escena. El estadounidense, como toda respuesta, introdujo la revista en su mochila y abrió el libro de literatura.

-Esto no se soluciona así, señor Jones – replicó Eliot intentando mantener la calma – tome sus cosas y vaya a la oficina del director ahora. - Como si le hubiera hecho un favor, el estudiante sonrió y cerró el tomo de literatura dejándolo abandonado sobre la mesa antes de tomar su bolso y salir del salón de clases. La mirada de Mathías Køhler siguió su andar con interés y mientras el profesor leía en voz alta:

- "Nuestra batalla está más llena de nombres que la suya; nuestros hombres son más perfectos en el uso de sus brazos; nuestra armadura más fuerte y nuestra causa, la mejor; entonces, la razón hará que nuestros corazones sean igual de buenos"... ¿Qué es lo que intenta decirlos Shakespeare con esto?... no lo vean desde el punto de vista clásico, es importante rescatar cómo este mensaje puede ser traído a nuestra actualidad... ¿sí, señor Vainamoinen?-

-Llama la atención, eso de exaltar el propio bando, siempre se asume que el propio lado es el más fuerte o que la razón y la bondad está en la causa propia...-

Eliot asintió, tomó notas en el pizarrón, dio una explicación larga y, a juicio de Mathias, tediosa sobre las interpretaciones que se pueden hacer de la guerra; siguió leyendo a Shakespeare. El muchacho esperó impaciente a que Eliot terminase y entonces levantó la mano, quiso parecer desesperado.

-¿Sí, señor Køhler?

-Necesito ir al servicio-

Unas risas estallaron y el joven docente se acomodó sus anteojos redondos e indicó: - Ya va terminar la clase-

-Lo sé, pero... me duele mucho el estómago- Mathias no gozaba de buena fama como estudiante, ni en lo académico ni en lo disciplinario. El profesor Eliot, negó con la cabeza, incrédulo, pero aún asó apuntó con su mano hacia la puerta. Mathias se puso de pie, dando saltos y salió apuradamente entre las risas de sus compañeros que probablemente sabían que sus ganas de ir al baño eran falsas.

Siguió por el pasillo hacia la oficina del director y afuera vio sentado al estadounidense, leyendo su revista de historietas.

-¿Alfred? - llamó - ¿ese es tu nombre?- el americano asintió y el otro chico se acercó estirando su mano – Mathias Køhler, somos compañeros... te ví ayer en el local del viejo Roma... -

-¿Estabas con esos...?-

-¿...Mods?, No, nada que ver con ellos, me parece que andas perdido por ciudad... - dijo sentándose – tu moto es una bestia -

-Gracias – asintió el estadounidense, guardando su historieta en el bolso, de nuevo. Mathias comenzó con un tema que pudiese interesarle.

- Yo tengo una Indian Ace Four, era de mi tío, la tuve que restaurar, conozco a un tipo que se consigue piezas originales a un buen precio, por si alguna vez quieres algo – Alfred asintió y Mathias continuó – si quieres tomarte una soda tranquilo deberías venir al local de Patrick, está una cuadra más allá del de Roma, por la vereda de enfrente, verás nuestras motos afuera... tomamos bebidas, a veces cervezas, jugamos billar-

-Suena bien-

-Sí, es genial y no tenemos que soportar a las jodidas Mods con sus triciclos de nena y sus delirios de burgués-

-Me agrada eso...-

De pronto el pasillo estaba lleno de estudiantes que se dirigían a sus casas, Eliot venía hacia ellos y al ver a los dos jovencitos preguntó.

-Espero que se sienta mejor del estómago, señor Køhler-

-Sí, sí... mucho mejor señor...-

-Veo que no ha querido entrar a la oficina, señor Jones -

-No quise molestar con mis tonterías al director... debe ser un hombre ocupado-

Mathias se sonrió, pero se mantuvo lo más serio posible. El profesor Eliot se puse enfrente del estadounidense y le dijo: - Entonces ven a mi oficina, a mí no me molestará tu presencia...- Y poniendo una mano en el hombro del muchacho, le instó a seguirle. Køhler le hizo un gesto lastimero y dijo:

-Bueno, espero verte más rato-

Alfred asintió y se encaminó detrás del joven profesor mientras pensaba en cómo olcultarle a su madre que había ya sido castigado apenas una semana de empezado el colegio.

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Al final resultó ser bastante peor – o mejor que un castigo, depende de cómo se mire – lo que sucedió en la oficina del profesor Eliot. El docente lo había invitado a sentarse, le ofreció un café y comenzó a contarle de cuando recién llegó a Reino Unido directo desde Sain Louis, Missouri. A Alfred no le interesaba en lo más mínimo la dura vida del centro este de Estados Unidos, en especial porque aparentemente ya no volvería jamás a su país. Eliot le había ofrecido ayuda, le dijo que podían hablar siempre que él quisiese. Alfred insistió en que no necesitaba hablar con nadie y – lo más educadamente que sus rudos modales se lo permitieron – dijo que debía irse a casa y se precipitó a la calle sintiendo que necesitaba su motocicleta más que nunca.

Como no tenía nada más que hacer, decidió hacer caso a la invitación de Køhler; luego de almorzar, escuchar a su madre decir a Madeleine que estaba orgullosa de sus buenas notas en el colegio y de evadir el interrogatorio sobre su propia rutina escolar; Alfred se cambió de ropa y, con lo que él consideró un buen intento de peinado, se lanzó en su Harley a la calle. Tal como Mathias había indicado, fuera del local estaba lleno de motos y algunos automóviles con chicos repatingados comiendo hamburguesas como si intentaran emular un escenario típico yankee. Se escuchaba salir de las bocinas salía Gene Vincent diciendo " Be-bop-a-lula, she's my baby...". Dentro, encontró un colorido wurlitzer, mesones de madera, paredes oscuras decoradas con fotos de artistas, de motocicletas, algunas imágenes de Bettie y Tempest Storm lo más vestidas posibles. Alfred pensó, que nunca se sentiría más en casa que entonces.

En una mesa de billar, al fondo del local, Køhler y otros chicos, vestidos con chaquetas de piel negra, jeans y botas, descansaban con los tacos en la mano y una soda - o algunas cervezas – esperando sus turnos para tirar. Alfred se acercó a saludar y Mathias le reconoció exclamando.

-A buena hora, colega, justo estamos terminando esta partida... ¿bebes algo?, acá nuestro buen amigo nos puede comprar cervezas si quieres-

-No, solo una coca cola-

-Dale... toma un taco, chico, te dejamos dar el primer tiro por ser el nuevo -

La tarde pasó rápidamente; no gana en el billar, pero luego recuperó su ego en partidas de poker en que logró hacerse de tres libras para invitar a sus nuevos amigos a unas bebidas. Eran ya más de las siete cuando salieron a buscar sus motos. El alegre ambiente de la tarde estaba agriado por una discusión que entre Teddy Cochrane y el mismo tipo que lo había corrido de la fuente de soda la vez anterior. Mathias le explicó que ese era Arthur Kirkland, uno de los líderes de los Mods y que, a falta de vida, tenía como pasatiempo ir a molestarlos con su pandilla de hadas.

-Mira, incluso aprendieron a beber en vasos, los monos evolucionan después de todo – apuntó Kirkland a las bebidas de los chicos que estaban sentados afuera.

-Mejor váyanse a comer un helado ya a limpiar sus espejitos – intervino Mathias – no vaya a ser cosa que no se puedan encontrar la cabeza para ponerse sus sombreros -

Un coro de risas se escuchó salir desde los chicos del bar. Arthur les miró con asco recorriendo con la mirada al nuevo integrante de la pandilla.

-Veo que se reproducen más rápido que las ratas -

-No tanto como ustedes, parece que ser un payaso arribista está más de moda – dijo Alfred mirando a los ojos al inglés. Arthur arrugó su nariz y escupió:

-Cállate, tú... sucio punk (4)-

El irlandés dueño del local, no se hizo esperar y con un fierro en la mano salió gritando.

-Ya basta de esto, no quiero este escándalo en mi local, los que quieren estar acá se beben algo sin peleas, los que quieren estar afuera ladrando amenazas se pueden ir a otro lado ¿entendido?-

Los mods gritaron algunos insultos aludiendo a la suciedad del local y ordinariez de sus ocupantes, antes de marcharse en un coro de motores y dejando la estela de humo tras ellos.

-Increíble que esos triciclos de muñeca los lleven a alguna parte – comentó Mathias molesto. -cuando no tienen nada mejor que hacer vienen a molestar, pero nunca entran así que no hay de qué preocuparse, dime ¿no te dan ganas de agarrarlos y lanzarlos a todos por el inodoro?-

-No vale la pena – contestó el americano. Alfred siempre había odiado las peleas y los bandos; detestaba tener que dividir a la gente en bloques y tener que luchar por un lugar en que perfectamente podían tener cabida todos, libremente. Pero, al ver a los mods pavoneándose como si el mundo les perteneciese, no puede sino pensar que puede que sí haya bandos malos y que haya algo de razón en que solo mediante muros o una guerra se puede construir la paz.

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Alice prometió llegar a ayudar a hacer la cena por lo que después de salir de su turno en la tienda se apura en ir a buscar a Belle a la sastrería. Madeleine está ya esperándola, o al menos eso creyó Alice que iba a hacer; en cambio, la norteamericana estaba frente al mostrador de las pañoletas intentando declinar a Bonnefoy que insistía en darle una, como cortesía de la casa. La muchacha casi tartamudeaba cuando Bonnefoy, confianzudo como siempre, simplemente tomó uno de los pañuelos y lo pasó por el cuello de la muchacha.

-Como he predicho, te ves encantadora... no es que entes no lo hayas sido, pero ahora simplemente me robas el aliento.-

-Pues, hablas demasiado, para ser un hombre sin aliento – le espetó duramente Alice atrayendo a su joven amiga hacia ella.

-Oh, mi pequeña fierecilla, tanto tiempo sin ver tus enojos en mi local, veo que usas el broche que te regalé en tu cumpleaños -

-Me dio pena que nadie quiera usar las tonterías que les das y decidí sacarlo de la basura-

-Ya veo... tanto corazón, eres un alma muy noble-

-Francis, no molestes a mis amigas- le reprendió Belle agarrando la coleta de su primo mayor.- Luego no reclames si nunca más las vuelves a ver-

-Pero si no las he molestado... ¿he hecho algo que te molestase, Maddie, querida?-

-Eh... n-no, señor, es solo que...-

-¿Lo ves?, nadie está molesto-

-La forma que tienes de construir tu realidad siempre me ha producido asombro- comentó Alice.

-Del mismo modo que a mi me asombran tus modales, me pregunto si en este mundo existirá un hombre lo suficientemente bestia como para que puedas ser tú su dama... un hombre rudo, grande... un mecánico tal vez..-

Alice enrojeció violentamente antes de voltearse y musitar un adios, al tiempo que arrastraba a sus amigas fuera ignorando el sonido de la campanilla de la puerta y la risa del sastre tras ella.

Apenas llegan al local de Roma se buscan un rincón alejado de la puerta, luego de que Belle llevara las bebidas Madeleine preguntó:

-Por qué tanto misterio...-

-Porque aparentemente hay oídos por todas partes, si no no se explica como Francis se entera de las cosas-

-Es que es un metiche- respondió Belle - y de todos modos, no debería preocuparte porque S no es su cliente ni se ven nunca-

-Como sea... hoy lo vi en la mañana y adivina qué – Maddie iba a contestar y Alice contestó inmediatamente- que como iba a su trabajo me ofreció llevarme a la tienda, fueron diez minutos en su auto, hasta logré hablar con él y todo ¿no es genial?-

-Felicidades – se alegró Belle - ¿te invitó a salir? ¿lograste algo?-

-No...- se apenó Alice- porque luego se empezó a acordar de cuando yo era pequeña y le preguntaba por el conejo volador -

Belle soltó una risa y se tapó la boca de inmediato, Madeleine tosió para llamar la atención de sus amigas y preguntó cuidadosamente.

-Es que... es bastante mayor ¿sabes?, o sea no tanto, pero puede que él no te vea así...-

-No es taaan mayor, son apenas seis años y algo... pasa que como me vio crecer se las puede dar de viejo sabio y eso... me molesta mucho.-

-¿Y por qué mejor no le prestas atención a su hermano?- recomendó Maddie – ese Arthur, parece que le gustas, ¿tiene tu edad o no Belle?-

-Sí, nos graduamos el mismo año-

Alice hizo una mueca de desagrado y se puso a sorber su jugo.

-No tiene que ser su hermano, igual puede ser cualquiera, cualquier chico estaría más que dispuesto a salir contigo-

-Pero yo no quiero un chico, menos un chico de una pandilla... yo quiero un hombre, Bel... un hombre que trabaje, que sea responsable, que se preocupe... -

-Hablas como una vieja – le reprendió su amiga – solo te falta decir que quieres un hombre para servirle la cena y plancharle las camisas-

-No me importaría tener que planchar sus camisas-

-¡Qué mal estás!-

-¡Oigan miren! ¡Una pelea!- exclamó Maddie apuntando a la ventana.

Efectivamente afuera se había armado un tumulto, algunos rockers habían atravesado la calle y venían con sus bates de baseball. Arthur, Vladimir y Lukas estaban al frente de los mods y tenían piedras y botellas en la mano. Madeleine soltó un grito al ver a su hermano en el frente de una de las pandillas, se veía que estaba discutiendo con uno de los del grupo contrario; le dieron un empujón y Alfred lo devolvió con el gesto embravecido.

Uno de los de chaquetas de cuero dio un batazo a uno de los espejos de una Vespa y con eso comenzó la guerra, las personas que caminaban por el lugar salieron corriendo y la turba de jóvenes arremetieron unos contra otro. Las chicas dentro del local de Roma se apretujaron unas contra otras, en especial cuando una piedra quebró un vidrio de la fuente de soda.

-Tenemos que salir de aquí- ordenó Alice. El viejo italiano, bajó las cortinas metálicas para proteger su local y finalmente terminó accediendo a la petición de las chicas de abrirles la puerta trasera para poder huir de allí. Deslizandose por un callejón, llegaron a la otra avenida buscando algún lugar para tomar un taxi o llamar a aguien que las fuese a buscar. El ruido de la turba se escuchaba incluso a cinco cuadras del lugar de la pelea y las muchachas debieron agarrar a Madeleine para que no corriera a buscar a su mellizo.

-Son cosas de animales, déjalos que se maten entre ellos- afirmó Alice tironeándola; en eso, un vocinazo de cerca las hizo saltar y gritar del susto. Scott las observó divertido y preguntó:

-¿Van a algún lado?-

-Por favor, ¿nos puedes llevar a casa?- suplicó Belle empujando a su amiga norteamericana al auto.

-Sí, sí... suban, ¿pasa algo?-

-Lo de siempre – explicó Alice- Mods y rockers queriendo matarse, ojalá lo logren de una vez por todas-

El mecánico apretó sus manos sobre el volante, bufando. Sabía que su hermano estaba metido allí y si no fuera por las chicas iría a buscarlo para llevárselo a patadas a casa. Pasaron primer por casa de los Jones, luego donde los van Eemeren y finalmente llegó a su barrio solo con Alice sentada pulcramente sobre el asiento del copiloto.

-Disculpa por lo que dije... la verdad no espero que se maten, sé que Arthur...-

-Si le pasa algo es porque él se lo ha buscado – contestó Scott poniendo una mano sobre la mano de la chica. Alice pudo haberse declarado demente en ese instante. - Me alegro que no les haya pasado nada... no deberían ir a esa calle, es peligroso para ustedes, más si andan solas -

-Lo sé... es que, no hay donde más ir en este pueblo – se quejó la ella. El mayor rió ante su expresión aburrida y comentó.

-Tal vez deberías mudarte a Londres... donde están las grandes diversiones-

-O podría quedarme acá siempre y cuando alguien me acompañase... así no me arriesgaría andando yo sola- repuso ella con cierto aire de insolencia, mirándole insistentemente.

-Claro... esa es otra opción-

"No se da ni por aludido", pensó la muchacha con desolada decepción. Estacionaron frente a la casa Kirkland y el se bajó a abrirle la puerta. Ella parecía enfurruñada por una razón que él no alcanzaba a descifrar y entonces, de la nada, cuando estaban frente al pórtico de la casa Smith, ella le atacó con un beso en la mejilla, un gracias y un extraño adiós.

Scott pensó que Alice tenía que haberse convertido en una mujer, porque en ese momento se sentía totalmente incapaz de comprenderla.

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(1) Los Mods decoraban sus motocicletas Vespa con una sobrecarga reflectores y espejos retrovisores, pongan "Vespa mod" en google images y van a ver a qué me refiero.

(2) Pastilla azul, azules, "blue pills": se les dice a así a las pastillas de éxtasis y anfetaminas porque algunas de ellas son de color azul.

(3) No es noñería antojadiza. Este personaje de Marvel fue creado en 1963, Stan Lee quería hacer un personaje ícono del capitalismo – millonario, arrogante y aparentemente invulnerable – y tratar el tema del armamentismo en plena guerra fría.

(4) Punk, no es solo una tendencia urbana, también es un insulto significa vándalo de baja clase, por resumirlo.