Esta es la última historia del pequeño Legolas. En la siguiente ya será todo un adolescente, aunque los problemas lo seguirán a dondequiera que vaya. ¡Disfruten el primer capítulo! :)

Capítulo 1

"Prohibido el paso a hermanos mayores."

Los tres elfos miraron el letrero clavado en el árbol, escrito con unos garabatos infantiles sobre una tabla delgada de madera.

"Hmm –dijo Elrohir, el hijo de Elrond, frunciendo el ceño y frotándose la barbilla-. ¿Hermanos mayores? ¿Se refieren a nosotros?"

Elladan, su gemelo, le echó un vistazo a la casa del árbol encaramada entre las ramas robustas muy por encima de sus cabezas.

"Sí. Creo que se refieren a nosotros. No hay más hermanos mayores cerca."

Con una carcajada, Keldarion Thranduilion palmeó el hombro de Elrohir.

"¿Por qué estás tan decepcionado, Ro? ¡No me puedo creer que ya eches de menos a esos dos elflings problemáticos."

Sonriendo tímidamente, Elrohir se volvió hacia el príncipe heredero del Bosque Negro.

"No los echo de menos, exactamente. Tengo curiosidad. ¿Qué estarán haciendo ahí?"

"Jugar a ser reyes, supongo" –sugirió Elladan, enarcando una ceja.

"O tal vez están jugando a ser esposos" –dijo Keldarion, con una sonrisa traviesa.

Elrohir se carcajeó.

"Oh, me encantaría verlos ahora mismo. Quiero averiguar cómo han conseguido estar en la compañía del otro sin tirarse de los pelos. ¡Son como un viejo matrimonio!"

Keldarion y Elladan intercambiaron miradas divertidas, con los ojos brillando con picardía.

"Vamos a ver, ¿de acuerdo?" –dijo el príncipe, sonriendo ampliamente.

Saltó a la rama más cercana y comenzó a escalar sin esfuerzo por el árbol. Sonriendo con anticipación, Elrohir imitó sus acciones.

"Claro, ¿por qué no?" –murmuró Elladan encogiéndose de hombros, solo un momento antes de unirse a ellos en la escalada.

Keldarion estaba a diez pies por debajo de la casa del árbol cuando sintió, más que ver, un objeto que iba a toda velocidad hacia su cabeza. Gracias a sus rápidos reflejos, torció su cuerpo fuera del peligro. Y el 'misil' golpeó a Elrohir en su lugar.

"¡Yeowwww!" –el elfo dio un grito de sorpresa cuando el objeto le dio de lleno en la cara y apartó frenéticamente la pulpa de su rostro, casi perdiendo su asidero en el proceso.

"¡Es un tomate podrido!" –a la vez que el gemelo más joven ponía cara de asco, con el jugo maloliente corriendo por su barbilla, Keldarion y Elladan aullaban con sus carcajadas, casi doblados por la cintura de la risa. Pero entonces más tomates cayeron de arriba.

"¡Aiieee!" –los dos dejaron de reír al instante y se movieron apresuradamente para esquivar los proyectiles.

"¡Tomad eso, malvados!" –gritó Legolas cuando lanzó otro tomate. Sonrió con satisfacción, pues golpeó a su hermano mayor en la parte posterior de la cabeza.

"¡Alejaos de nuestra fortaleza!" –gritaba Arwen a su lado, lanzando el último tomate.

Entre ambos habían conseguido sacar de contrabando algo de comida podrida desde las cocinas de palacio sin que la cocinera se enterara, por supuesto. Ahora solo les quedaba un pequeño saco de patatas. Les había supuesto un gran esfuerzo subir el cargamento al alto árbol, pero ser testigo de las caras de sus hermanos mayores en ese momento había hecho que valiera la pena.

"¡Aquí van más!" –el pequeño príncipe de cabellos dorados empezó a tirar las patatas y saltó arriba y abajo con alegría cuando escucharon los gritos y maldiciones de los tres elfos.

Los ojos de Keldarion se estrecharon hasta volverse rendijas, mirando hacia la casa del árbol con sombría determinación. Zumo de tomate goteaba de su pelo largo y oscuro y había recibido un buen golpe en la sien por una patata voladora que casi le hizo caer al suelo.

"¡ATACAD! –le dijo el príncipe a sus amigos, ya metido en el juego-. ¡Atacad, mis compañeros guerreros!"

En medio de la batalla, los tres jóvenes elfos treparon apresuradamente por el árbol como monos salvajes y tras su escalada a toda velocidad, se metieron en la casa del árbol a través de la ventana abierta y cayeron sobre sus desventuradas víctimas.

Keldarion y Elrohir agarraron los brazos y piernas de Legolas, aplastándolo contra el suelo. Arwen, por su parte, pataleaba y gritaba en brazos de Elladan.

"¡Quitaos de encima!" –gruñó Legolas, mientras luchaba para liberarse.

Keldarion sonrió.

"Solo si te rindes."

"¡No lo haré!" –replicó el principito, intentando golpear a su hermano en el ojo. Keldarion lo esquivó con rapidez, sin dejar de sonreír.

"¡Suéltame… matón!" –chilló Arwen. Levantó la mano y tiró del pelo de Elladan con fuerza. Elladan aulló.

"¡¿Qué demonios pasa allá arriba?!"

Todo el mundo se quedó inmóvil al oír el vozarrón familiar que venía de abajo. Después de un breve silencio, Legolas empezó a gritar.

"¡Padre, ayúdame! ¡Estamos siendo invadidos!"

"¿Legolas? –Thranduil frunció el ceño, subiendo ya al gran árbol-. ¿Estás bien?"

"Sí, estoy bien, ¡pero tienes que subir para que me rescates de Kel!"

El rey del Bosque Negro hizo una breve pausa, poniendo los ojos en blanco. Debería haberlo sabido.

Thranduil estaba pasando un momento tranquilo y relajante en su estudio, intentando leer algo, cuando escuchó los gritos de los niños procedentes del jardín. Temeroso de que los pequeños hubieran sido picados por las abejas o que hubieran sufrido algún accidente, que era algo frecuente cuando esos diablillos estaban juntos, el nervioso padre había salido corriendo a buscarlos. Y se encontró cara a cara con ese maldito árbol.

Thranduil suspiró, trepando por la rama robusta y agarrando otra mientras seguía subiendo. Esos cinco jóvenes solo le habían producido dolores de cabeza desde que Elrond había llegado con toda su familia hacía dos días. Habían venido para asistir a la Fiesta de Primavera, un evento que no se había celebrado en el Bosque Negro desde hacía diez años. La fiesta duraba tres días seguidos, con canciones y bailes y juegos para los niños.

Keldarion y los gemelos habían salido a toda velocidad a explorar todos los rincones del reino y lo único que hacían era meterse en el camino de los trabajadores que estaban montando las carpas y plataformas. Naturalmente, Legolas había salido corriendo tras ellos para unirse a la aventura, pero los chicos mayores se las habían arreglado para librarse de él. Lívido, el principito había tenido que conformarse con Arwen, que parecía muy decidida a pegarse a él.

Al principio, Legolas se había sentido muy ofendido porque lo habían dejado solo para que jugara con una chica. Pero poco a poco empezó a gustarle su compañera en el crimen. Inteligente y bonita, Arwen siempre tenía ideas brillantes para atormentar a sus hermanos mayores. Ella era la que había sugerido lo de los tomates y las patatas. Y el día anterior habían trabajado juntos para poner un montón de harina en la entrada del dormitorio de los gemelos, solo que la broma no salió como habían planeado. Lord Elrond había entrado de repente, en busca de su hija descarriada.

Bueno, de hecho la había encontrado. Pero acabó cubierto de harina.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Thranduil al recordar la apariencia de su amigo después del incidente. No, a Elrond no le queda bien el blanco.

Otra ronda de gritos y chillidos explotó por encima de su cabeza, causando que Thranduil acelerara su ascenso. Maldiciéndose a sí mismo por ceder a las demandas de Legolas de tener una casa en el árbol, saltó sobre el alféizar de la ventana y miró a los ocupantes.

"¡DETENEOS UN MOMENTO!"

Todos se quedaron inmóviles. Envuelta con fuerza en los brazos de Elladan, Arwen estaba mordiendo la oreja de su hermano. En el suelo, entre Elrohir y Keldarion, Legolas empujaba la garganta del príncipe mayor con una mano, mientras tiraba del pelo de Elrohir con la otra.

"¿Qué es todo esto?" –preguntó el rey, frunciendo el ceño hacia sus dos hijos.

Liberando a sus 'atacantes', Legolas se levantó de un salto y corrió a los brazos de su padre.

"¡Invadieron nuestra fortaleza! ¡Necesito una ruta de escape!"

Arwen también soltó a Elladan y enganchó los brazos en la cintura del rey, mirándolo con enormes ojos de cachorro.

"Por favor, ayuda, mi señor. Estos malhechores están intentando robar mi virtud."

"Err…" –Thranduil parpadeó ante esto, quedándose sin palabras.

Elladan se mordía el labio, intentando no reírse, mientras que Elrohir y Keldarion se ahogaban de la risa. Tras enviarles una mirada que les hizo ponerse serios en un momento, Thranduil se giró hacia Arwen.

"Arriba, mi dulce señora –dijo, alzando a la hija de Elrond en su espalda-. Te llevaré a mi gran palacio donde puedes quedarte y ser mi reina. Estos… err… malhechores no te harán daño allí."

Riendo, Arwen se instaló correctamente en su espalda, para la envidia de Legolas.

"¡Ey! Eso no es justo. ¡Yo también quiero subir!" –gritó el príncipe y empezó a tirar de ella para bajarla de la espalda de su padre. Ella se resistió. Y entonces los dos elflings empezaron una ruidosa pelea.

"¡Ay! ¡Ay! ¡Dejad eso!" –Elladan y Elrohir alejaron a su hermana de Legolas.

"Bueno, ahí va su dichosa 'luna de miel'" –sonrió Keldarion mientras sostenía la parte posterior de la camisa de su hermano.

Thranduil alzó los brazos al aire.

"Valar, dadme fuerzas."

"¿Hola? ¿Hay alguien en casa?"

Todos se volvieron cuando Elrond apareció de repente en la ventana. Divertido, el señor de Rivendel se sentó en el alféizar de la ventana y miró a su alrededor. Gritando de alegría, Arwen saltó a los brazos de su padre.

"Hola, princesa –Elrond acarició cariñosamente el pelo largo y oscuro de su hija y arqueó una ceja hacia el otro padre-. ¿Cómo puede un gran rey como tú perder el control sobre unos simples niños, Thranduil?"

El gran rey en cuestión resopló mientras recogía a su hijo menor.

"Mira quién habla. Como si tú lo hicieras mejor ayer, con la cabeza cubierta de harina."

Arwen y Legolas se miraron y estallaron en carcajadas, haciendo las paces otra vez. Sonriendo para sí mismo, Elrond abrazó a su hija que reía nerviosa bajo su barbilla.

"Creando problemas de nuevo, ¿verdad?"

"No, no lo hicimos –respondió Legolas rápidamente, defendiendo a Arwen, y miró a sus hermanos mayores-. Estábamos jugando aquí, pensando en nuestras cosas, cuando vinieron a atacarnos."

Por primera vez, los dos padres se fijaron en la apariencia de sus hijos mayores.

"Estáis hechos un desastre" –declaró Thranduil, mirando a los tres jóvenes de arriba abajo.

"Sí. ¿Y qué es ese olor? –Elrond arrugó la nariz, disgustado-. ¿Tenéis tomate en el pelo?"

Keldarion y los gemelos intercambiaron miradas cómplices cuando los demás se olvidaron del tema de su culpabilidad. Increíblemente orgullosos de lo que habían hecho, Arwen y Legolas señalaron a sus hermanos y se echaron a reír como un par de bribones. Su risa era tan contagiosa que sus dos padres no pudieron evitar sonreír.

"Muy bien, ustedes dos –dijo Thranduil, revolviendo el pelo de Legolas-. Dejad ya de atormentarlos. Necesitáis un baño."

Legolas dejó de reír de golpe y abrió los ojos, consternado.

"¿Un baño? ¡No!"

Para sorpresa de Thranduil, su joven hijo se movió frenéticamente intentando liberarse.

"¡Legolas! ¿Qué…?"

"¡No quiero bañarme! ¡Quiero jugar!" –exclamó el principito, escapando de los brazos de su padre.

Thranduil frunció el ceño con disgusto y entonces, sin apartar la mirada de su niño testarudo, ordenó con calma.

"Ayudadme a cogerlo."

Al oír eso, los gemelos y Keldarion lo agarraron a la vez. El elfling gritó, incapaz de escapar. Se retorció todo lo que pudo pero no podía liberarse.

"¡No me quiero bañar! ¡No me quiero bañar! ¡Soltadme! ¡No me quiero bañar! ¡Quiero jugar!" –gritó, golpeando a su hermano en la espinilla.

Keldarion hizo una mueca y se frotó la zona dolorida, solo para recibir otro golpe en la cabeza. Ya estaba empezando a enfadarse.

"¡Silencio! –exclamó el príncipe anciano-. ¡No seas un bebé molesto!"

Tan pronto como emitió sus últimas palabras deseó volver a tragárselas, pues Legolas lo miró sintiéndose profundamente herido. Incluso su padre lo taladró con la mirada.

"Kel, no digas eso" –dijo Thranduil mientras abrazaba a su hijo. Legolas había dejado de luchar y enterró su rostro en el cuello del rey para ocultar su vergüenza. Suspirando con pesar, Keldarion tocó el hombro de su hermano."

"Lo siento, Legolas. No eres un bebé. Solo eres un poco enclenque."

Legolas se volvió lentamente con una sonrisa tímida.

"¿Y de quién es la culpa?"

Todos se rieron por su rápida respuesta, entendiendo lo que quería decir. Su familia y el personal de palacio lo mimaban sin descanso, aunque no era por su culpa. Él era el manyan más joven de la historia, por lo que podía curar todo tipo de heridas y enfermedades con el simple toque de su mano.

Naturalmente, todo el que conocía a Legolas lo apreciaba y protegía. Incluso a veces, los trabajadores de palacio se peleaban entre ellos para cumplir sus deseos. Y, comportándose como cualquier niño haría, Legolas se aprovechaba bastante a menudo de toda la atención que recibía, intentando salirse con la suya cada vez que lo deseaba.

"Nos tiene bien envueltos alrededor de su dedo meñique –se había quejado Thranduil el día que acordó construir la casa del árbol después de la persuasión y halagos interminables de su hijo-. Alguien tiene que enseñarme cómo decirle que no."

"Venid, volvamos al palacio –dijo el rey finalmente cuando todos dejaron de reír-. Queda poco para la cena y, Legolas, de verdad que necesitas un baño. Hueles a mis botas viejas."

Los ojos de Legolas se abrieron como platos a la vez que jadeaba.

"¡No es verdad!"

Sonriendo, Thranduil le ofreció su espalda.

"¡Sube, chico! Se acabó de hablar. Es hora de bañarse."

Aun gruñendo, Legolas se subió de un salto. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de su padre y las piernas alrededor de su cintura.

"Espero que al menos haya galletas después…" –dijo, malhumorado.