Hola a todo el mundo! Gleeks y no Gleeks! Parece ser que hay grandes posibilidades de que nuestro adorado Sammy regrese a Lima. Yes! Ha pasado tanto tiempo desde que dije que publicaría mi segundo One-Shot Samcedes que el one-shot acabó convirtiéndose en Long-Shot y después en un fic! Este fic se lo dedicó a mis niñas Deb y Mine, porque aún en la distancia, me acompañan y me cuidan. Ojalá podamos celebrarlo pronto, me encantaría poder celebrarlo con vosotras! Estuvisteis conmigo el día que supimos que no volvería y estuvimos juntas la tarde que supimos que él podría volver. :)
Él me unió a vosotras, por eso le tengo tanto cariño. Porque gracias a él, nuestra amistad se hizo todavía más grande! Muchas gracias por estar ahí, por aguantarme y cuidarme, y darme ánimos cuando os he necesitado.
Os quiero
Syl
Disclaimer: Glee no me pertenece, de lo contrario, él volvería, le daría una patada en el culo a Shane y los Samcedes serían endgame. (¡Hasta rima! LOL)
Solo Mía
Capítulo 1: Un golpe de suerte
Hacía minutos que Sam Evans se paseaba intranquilo por la oficina de su representante. Éste había ido al baño y todavía no había vuelto. No conocía la razón por la cuál después de tantos años, él todavía permitía que lo representase. Quizás porque era él único que aguantaba su mal humor y sus desplantes o quizás porque Jason Walsh no era de los que se daban por vencido con una estrella.
Su carrera como cantante iba cayendo en picado, otro escándalo más y lo próximo que haría sería recoger basura en las calles.
Un hombre moreno de unos treinta y pico entró por la puerta, subiéndose todavía la cremallera de los pantalones. Sam rodó los ojos al verlo. ¿Acaso no podía tener un poco de educación?
—Bien, te lo voy a decir rápido y sin dolor, Sam. Evan Allen está totalmente acabado. Acéptalo, recupera tu nombre y prueba a buscar un trabajo —Jason observó su reacción—. ¿Por qué sabes hacer algo además de cantar, no?
Claro.
Pensó Sam.
Por ejemplo, recoger basura.
—Vamos, Jason. No me jodas. Siempre se te ha ocurrido algo, piensa.
—¡Hey! Yo ya te di ideas, pero no me has hecho caso.
—¡Tus ideas eran hacer una peli porno! ¡Soy cantante! ¿No sé si te acuerdas de eso?
—¡Oh! Vamos, todos lo han hecho alguna vez. Y te habrían pagado bien, ¿Cuánto era, medio millón?
—Doscientos mil dólares.
—Yo les decía que sí en el momento —le aseguró Jason.
—Ya seguro... pero yo no soy igual que tú.
—Eso es cierto —Jason trató de convencerle—. Sam, esa peli hubiera sido la hostia, ¿sabes los beneficios que daría? ¡El triple de fama que la que tienes ahora! Las mujeres la verían a todas horas y probablemente hubiesen tenido que ponerle escolta a la actriz para no morir asesinada.
Sam francamente lo dudaba.
—¿Y una serie? Haces un capítulo o dos como hizo Britney Spears para levantar su fama. ¿Qué te parece?
—Ni de coña, me conozco y sé que me encariñaría con mi personaje. Además, soy cantante, Jason. Can-tan-te.
—Entonces... no sé me ocurre nada más que...
—¿Que qué? —Le preguntó Sam, temiendo algo peor que la peli porno.
—A no ser que vuelvas a llamar la atención por algo mejor que peleas y escándalos...
—¿Qué propones? —Se interesó Sam.
—Un dueto.
—¿Un dueto? ¿Con quién?
—Con alguien nuevo, alguien que esté empezando a sonar. Un tema del momento —Jason se calló durante unos segundos—. Y creo tener a la persona adecuada.
—¿Quién?
—Mercy Jones está grabando un álbum. Una llamada y podrás conseguir que tu voz aparezca en él. ¿Qué me dices?
¿Mercy Jones? No, no... Dime que no es la misma, Dios, por favor.
—No... no la conozco. ¿Cómo es? ¿Canta bien?
—Tengo aquí un vídeo suyo, mira —dijo buscando en su portátil.
Sam se quedó pálido viendo cómo cantaba la chica. Era ella, su Mercy. Después de tantos años, Dios había vuelto a unir sus caminos.
—Haz la llamada —le dijo a Jason.
—Perfecto —le respondió éste, frotándose las manos con una enorme sonrisa en su rostro.
Minutos después, Sam salía de su despacho oyéndolo descolgar el teléfono antes de cerrar la puerta.
Estaba igual, igual de guapa que la última vez que la había visto. Era preciosa.
Y volvería a verla. Iba a tener esa suerte.
Una hora más tarde, en otro despacho de la misma ciudad...
—Me estoy haciendo famosa, Kimberly. Sé que llevamos tiempo buscando a alguien para el dueto, pero no pienso hacerlo con alguien que esté acabado. ¿Quieres que me estrelle antes de despegar? —Mercedes estaba realmente cabreada. Su representante le había soltado la noticia hacía media hora, y llevaban discutiéndolo desde entonces.
—Vamos Mercy, inténtalo. Le debo un favor a su manager. Puede que él esté acabado pero no tú. Y os llevaréis a la cima, ya lo verás. Tienes talento y él también. Además —dijo mostrando una pícara sonrisa—. ¡Está muy bueno, Mercedes! ¡Favor por favor! ¿Cuánto hace que no follas?
—¡Kim! —Chilló la chica.
—Vamos, Mercy, no seas mojigata. ¡Aprovecha lo que te ofrecen! A ver... ¿Cuánto hace? ¿Tres, cuatro meses? ¿El último fue Paul, no? Francamente, no sé qué le veías.
—Era simpático —le contestó la chica.
—Simpático, ajá... ¿y te dejaba satisfecha?
Mercedes intentó no responder pero Kim no despegaba sus ojos de ella.
—La verdad es que no —se sinceró.
—Ahí lo tienes... ¡Blanco y en botella! Estoy segura de que ese tío es un dios del sexo, Mercy. ¡No has visto sus labios! ¡Oh Dios! Esos labios deben hacer milagros. Su boca... esa boca está diseñada para susurrar obscenidades al oído de una mujer.
—¡Kim! —Chilló Mercedes otra vez.
—¡Qué! Joder, ¿no puedo soñar o qué?
Ella se rió.
—¿Seguro que no quieres saber quién es? —Le preguntó su representante.
—No quiero.
—Pero dime que aceptas, por favor —le dijo, suplicándole con las manos.
—Acepto, diles que acepto.
—Bien, sé que te gustará.
—Kim... —dijo la chica medio molesta.
—Mercy, escúchame bien, si no te lo tiras tú, lo haré yo. ¡Así que ya sabes, ponte las pilas!
Sabía que Kimberly hablaba en serio, no sería la primera vez que se lo decía, ni tampoco la última.
Su amiga lo tomaba como una competición pero Mercy no lo veía así. Al fin y al cabo siempre ganaba Kim, así que, ¿se le podía llamar competición a eso?
Ella tenía razón, hacía mucho que no se acostaba con alguien. Poco si contaba a Paul, pero las pocas veces que lo habían hecho, no merecía la pena tenerlas en cuenta.
Tenía ganas de conocer a alguien, ganas de volver a enamorarse. Pero ya lo daba por imposible, pues todos los hombres que conocía, acababan rindiéndose ante Kim y sabía que su compañero de dueto también acabaría por hacerlo. Entonces... ¿Para que perder el tiempo en competir?
Ella sabía lo que era regresar a casa y sentirse sola. Sin nadie con quién hablar, con quién compartir los momentos del día. Tenía treinta y un años, pero sentía como si tuviese más de cincuenta. Se sentó en el sofá, agarrando el mando de la tele y buscando algo que consiguiese dormirla.
Por la hora que era solo podía haber anuncios de sartenes y poco más.
Su dedo se detuvo en el canal de cotilleos. Hablaban nuevamente de Britney Spears e informaban que seguramente la volviesen a meter en la cárcel. ¡Ay Brit, después de tantos años!
Se quedó mirando el programa durante diez minutos, hasta que pareció quedarse dormida.
—Finalmente, todos los damnificados por la avalancha de Kentucky, se recuperan favorablemente. Evan Allen se ha negado a hacer declaraciones acerca de lo ocurrido. Solo pide respeto para los asistentes y sus familias.
Evan Allen.
Mercedes abrió los ojos viendo cómo aparecían las imágenes del concierto de Sam en la tele. Esa vez él no había tenido la culpa. La pelea se había formado en medio del estadio, revolucionando a todos los presentes. Haciendo que muchos corriesen hacia la salida, de ahí la avalancha de personas. Nadie había muerto afortunadamente, pero aún así, Sam había sumado ese escándalo a todos los que lo precedían.
Peleas de bar, apariciones en sus conciertos pasado de copas, problemas con la ley...
Mercedes se resistía a pensar que el Sam Evans que ella había conocido, fuese el mismo que había visto por la tele.
No había vuelto a verlo desde su despedida, años atrás. A su padre lo habían destinado a otro estado, así que toda su familia se había mudado con él.
A pesar de salir con Sam durante más de dos meses, no habían llegado más lejos de cogidas de manos y besos castos, pues ella no se veía preparada para acostarse con él.
Con el paso de los años, ella se había imaginado como habría sido su relación con él si no hubiese tenido que marcharse.
Lo habían dejado como amigos, de hecho, él la había llamado durante las dos semanas siguientes a su marcha, pero ella no le había cogido el teléfono. ¿Para qué? Si no iba a verlo nunca más.
¿Qué pasaría si lo hubiese hecho? ¿Seguirían juntos? ¿Evan Allen habría existido o solo sería Samuel Evans?
No sabía qué era lo que había hecho que Sam se convirtiese en un peligro humano, pero le dolía verlo así. Le había querido y le había echado de menos. Ninguno de sus novios la había tratado tan bien como él lo había hecho. Ninguno de ellos había sido tan especial como Sam.
Pero el Sam con el que ella había pasado el verano de sus diecisiete años, se había transformado en Evan Allen, un famoso problemático con demasiados humos.
Apagó la tele, yéndose a dormir.
Su cama era grande, de matrimonio. Irónico, sin duda.
Esa noche, Mercedes soñó que se reencontraba con Sam en su graduación. Volvían a salir, casándose años después y formando una familia. Evan Allen no llegaba a existir.
De hecho, para ella, Sam y Evan eran dos personas completamente distintas.
—¿A que hora dijiste que llegaban? —le preguntó por quinta vez a su representante.
—Están al caer —dijo mirando el reloj—. ¿Se puede saber qué te pasa? Parece como si fuese el día de tu boda. ¡Detente! Vas a hacer un camino si sigues paseándote — le dijo al verlo dar vueltas.
Tocaron a la puerta del despacho de Jason. Él se levantó rápidamente.
—Hola Kim —se inclinó para darle un beso en la mejilla—. ¿Dónde estabais? Llegáis tarde.
—Hemos pillado cola —se disculpó ella—. Esta es Mercy Jones, mi representada.
—Jason Walsh —dijo, ofreciéndole la mano—. Encantado.
—Un gusto, Jason.
Mercedes recorrió la habitación con su mirada buscando a su compañero de dueto. Fue en ese momento cuando lo vio.
Al fondo de la habitación se encontraba ni más ni menos que el mismísimo Evan Allen.
Mercedes se dirigió hacia él decidida. Sam no se había sorprendido de verla, así que ya sabía que haría el dueto con ella. Él quería relanzar su carrera, pues bien, ella lo ayudaría.
Ayudaría a Evan Allen a salir a flote y si en el proceso volvía Sam Evans, mejor que mejor.
—Soy Mercy Jones —dijo, ofreciéndole la mano, con una amplia sonrisa en su cara.
¿No le había reconocido? ¿No se había dado cuenta de quién era? No, seguro que estaba disimulando delante de ellos.
—Evan... Allen —le respondió aceptando su mano.
—Llámale Evan —le dijo Jason, al ver que él se había quedado paralizado dándole la mano.
Ella le sonrió, intentando soltar su mano. Y él se dio cuenta de que seguía apretándosela, por lo que la soltó.
—Tenemos que hablar de las condiciones del contrato —dijo Kim.
—Sí claro, no hay problema —le respondió Jason, viendo cómo Sam y Mercy no se quitaban el ojo de encima.
—Podrías enseñarle el estudio Evan, ¿qué te parece?
—Sí, claro. ¿Qué te parece a ti? —Le preguntó a Mercedes.
—Claro. Me encantaría.
—Iremos en mi coche, luego te traeré de vuelta —le dijo.
—Perfecto.
Salieron por la puerta dejando a Jason y Kim hablando de negocios y pusieron rumbo al aparcamiento.
—Sé que necesitas este dueto como nadie, Evan, pero si quieres conseguir levantar tu carrera, necesito que pongas todo de tu parte. No planeo hundirme contigo, quiero dejártelo muy claro.
Un momento, ¿Por qué le llamaba Evan? ¿Y por qué le hablaba así? ¿No le reconocía? No había cambiado tanto, ¿o sí? Habían pasado catorce años, pero él se seguía viendo igual frente al espejo.
—No quiero hundirme más de lo que estoy, te lo juro, pondré todo de mi parte para que esto salga bien.
Ella lo miró de refilón. La verdad era que sonaba sincero, pero no se fiaba, no de Evan Allen al menos.
Siguieron hasta el coche sin dirigirse la palabra. Era un silencio demasiado incómodo, sobretodo para dos personas que habían sido pareja.
—A parte de tus escándalos, no sé nada sobre ti. Cuéntame cómo es el verdadero Evan Allen.
¡Ya estaba otra vez! Era Sam Evans, no Evan Allen.
Sam llegó a su coche, abriéndolo con el mando. Las luces parpadearon y él corrió hacia el lado del copiloto para abrirle la puerta.
—¡Que caballeroso! —Le dijo ella asombrada.
—Siempre —le contestó Sam. ¿Acaso se había olvidado de ello?
—¿Siempre? Con razón te persiguen todas las chicas.
Sam se subió al coche, encendiendo el motor y maniobrando para salir del aparcamiento.
Su mano buscó la palanca de cambios, rozando sin querer la pierna de Mercy. Ella dio un respingo lo suficientemente visible. Él la miró asustado.
—Lo siento, de verdad.
—No pasa nada —¿Seguro que se trataba de Evan Allen? ¿El cantante problemático? ¿Por qué razón ella solo veía al Sam Evans que había querido hacía catorce años cuando lo miraba?
Ella se reacomodó en su asiento, evitando por completo el contacto con su mano.
—Dime Evan, ¿tienes hermanos?
¡Por fin! Ahora le diría los nombres de sus hermanos y ella se daría cuenta.
—Sí, tengo dos, Steve y Stacy, tienen 22 y 20 años respectivamente.
—¡Vaya! Que jóvenes son. Como les envidio. Tus padres debieron de tenerlos muy tarde, ¿no?
—Más bien, yo llegue muy rápido —bromeó él, intentando que no se notase su dolor.
No solo no le recordaba, sino que tampoco se había dado cuenta de los nombres de sus hermanos. Habían pasado catorce años, sí, pero él seguía recordándola tal como era. ¿Por qué ella lo había olvidado?
—¿Tú tienes hermanos? —Sam decidió seguir con el paripé.
—No. Soy hija única.
—¡Vaya! Te habrás sentido muy sola —le contestó.
Ella aceptó como pudo la palabra, intentando sonreír.
—Puede que a veces desease tener a alguien a mi lado.
Tal como lo estoy deseando ahora.
Pensó.
El cambió de tema drásticamente.
—¿Vas a cantar con alguien más en tu álbum?
—No. Solo contigo.
—Me siento honrado —rió él.
—Deberías hacerlo sí —le contestó ella, sin poder evitar reírse a carcajadas—. Evan... —Dijo, una vez había recuperado la compostura.
—¿Sí?
—¿Puedo preguntarte algo personal?
—Tú pregunta —dijo él, encogiéndose de hombros.
—¿Cómo llegaste a este punto? ¿En qué momento Evan Allen pasó de ser una estrella a estrellarse estrepitosamente?
Vale, Mercedes... Quizás la pregunta ha sido demasiado directa.
Él se quedó callado. No quería responderle.
Ella se dio cuenta y no le insistió, se giró hacia la ventana, viendo cómo los edificios se iban quedando atrás.
—El estudio está dos calles más abajo —dijo, tratando de volver a hablar.
Ella asintió con la cabeza, murmurando un "ajá" casi inaudible.
No volvieron a hablar en todo momento hasta que llegaron al salón de grabación.
—Quizás no sea tan bueno como el que tú utilizas pero... algo es algo.
—¡Está genial! —le contestó la chica.
—¿En serio?
—Sí, claro. Ven, cántate algo —dijo la chica, acercándole una guitarra que estaba guardada en una funda.
Él empezó a cantar la canción "You'll be in my heart" de Phil Collins y ella, por un momento, creyó volver al pasado.
Era la canción que él siempre le cantaba cuando se quedaban al cuidado de sus hermanos.
Él la miraba mientras tocaba su guitarra.
—¿Sabes tocarla? —le preguntó el chico.
Ella negó con la cabeza. Sam le había prometido hacía catorce años que la enseñaría a tocar, pero no había podido hacerlo.
—Me gustaría enseñarte —le dijo.
—Yo no puedo tocarla, mis dedos son demasiado gruesos —se excusó la chica.
—Tonterías —le respondió él—. Ven.
Ella acudió a su llamada y él le colgó la guitarra del cuello, colocando sus brazos y sus manos en la posición correcta.
—Bien, ahora concéntrate. Sostén estas dos y luego cambias a esta cuerda, luego vuelves a estas dos... ¿A que es fácil?
Ella lo miró sintiendo su respiración en la nuca. Estaba tan cerca de él que podría olerlo. Podría incluso besarlo.
El chico se había inclinado buscando sus labios, pero Mercedes se había movido en el último instante, dándole con la guitarra en pleno estómago.
—¡Oh Dios mío! Lo siento —se disculpó, viendo que el chico se retorcía de dolor—. ¿Estás bien? Quizás debería dejar esto en su sitio —dijo, sacándose la cinta de la guitarra y dejándola en su funda—. Ven, siéntate.
Él la siguió hasta el sofá.
—Lo siento, de verdad. Fue mi culpa —dijo la chica, avergonzada.
—No, no. Fui yo. No me fijé que estaba muy cerca.
¿Ella lo había golpeado con la guitarra y él era el que se disculpaba? ¡Sam! Era Sam, no el estúpido de Evan Allen. En algún lugar de él, Sam seguía existiendo.
—¿Estás bien? —Le volvió a preguntar. La chica estaba sentada a su lado y se giró quedando frente a frente a él.
—No.
—¿No? —Ella se preocupó aún más de lo que ya estaba.
Él no demoró tiempo. Se inclinó hacia ella acariciando su rostro con su mano derecha. Buscó sus labios y se unió a ellos en un beso lento y pausado. Un beso suave. La atrajo hacia sí, acariciándole la espalda con sus dos manos, mientras su lengua hacia contacto con la de ella.
Él se dio cuenta que a pesar de que respondía al beso, ella no le tocaba. Pero él si quería, quería acariciarla, tocarla por todas partes... Había estado esperando aquello tanto tiempo.
Metió una de sus manos por debajo de su camiseta, rozando su piel cálida. Ella se tensó, dándose cuenta al instante de lo que el chico pretendía.
No. No era su Sam.
¡Era el estúpido de Evan Allen! Y él no era el único estúpido en ese estudio.
Sacó fuerzas, colocando una mano sobre su pecho y lo empujó hacia atrás, separándolo de ella.
Él abrió los ojos como platos ante el gesto.
—Llévame de vuelta —demandó la chica, levantándose rápidamente del sofá.
—Mercy... —dijo el chico en un susurro, levantándose detrás de ella.
Alzó la mano, intentando agarrarla, pero la chica no se dejó. Se alejó de él caminando decidida hacia la puerta.
—No soy como las demás, Evan. Te has equivocado conmigo. Puede que el numerito de la guitarra te funcione con tus grouppies, pero no conmigo —dijo, agarrando el pomo de la puerta.
—¡Mercy, espera! —dijo él, cerrándole la salida con su cuerpo.
—¡Evan, abre la puerta o te quedas sin dueto!
Sam sopesó las posibilidades durante unos segundos. Si no abría la puerta, no solo no tendría dueto, sino que la cagaría nuevamente con Mercy. Y esta vez, dudaba de que ella volviese a hablarle. Sin embargo, si abría la puerta, todavía tendría su dueto y una oportunidad para poder hablar con ella.
Decidiéndose por la segunda, abrió finalmente la puerta.
Ella salió con prisa, sin decirle ni una palabra, y el chico la siguió cabizbajo.
¿Por qué la había besado? ¿Por qué no se había contenido? Porque quería comprobar si ella recordaba sus besos, sus manos... Y no lo había hecho.
Mercedes no le recordaba. Después de catorce años, para ella, Sam Evans era un completo extraño.
Además de un aprovechado.
¡Qué idiota había sido! ¿No podía mantener sus manos quietas? No. No podía. No con Mercedes Jones.
Llegaron al coche y él se apresuró a abrirle la puerta, pero ella se le adelantó antes de que él lo hiciese.
—Puedo yo sola, gracias —dijo la chica con cara de pocos amigos.
¡Joder! Estúpido idiota. No solo no te recuerda, ¡sino que has conseguido caerle mal!
El camino de vuelta se les hizo realmente incómodo, él manteniendo su mirada fija en la carretera, ella viendo los edificios que dejaban atrás.
Aparcaron y volvieron a las oficinas sin decirse ni una sola palabra.
Jason y Kim ya habían acordado las condiciones y los esperaban sentados escuchando música.
—¿Nos vamos? —Le preguntó Mercy nada más entrar por la puerta.
—¿Qué tal si nos tomamos algo? —Lle propuso Kim.
—Quédate tú si quieres, yo me voy —dijo secamente.
—La jefa manda, chicos, otro día será —les dijo, dándoles un beso a cada uno—. Un gusto el conocerte, Evan, puedes llamarme Kim.
Él la miró de arriba abajo, como haciendo un escáner. Solían decir que las apariencias engañaban, pero Sam dudó que en ese caso, la frase llevase razón.
Ante la atenta mirada de los dos hombres, Mercedes salió de las oficinas, seguida de su representante.
—Su número... ¿Lo has conseguido? —Le preguntó Sam en cuánto las perdió de vista.
—Tal y como me pediste —le respondió, pasándole una tarjeta de visita—. Es la de Kim, el número de Mercy está apuntado en el reverso.
El rubio no perdió el tiempo y lo apuntó en el móvil.
—Sam... ¿Qué has hecho?
—El idiota, Jason.
—Oh, por Dios Santo, dime que no te la has tirado y que seguimos conservando el dueto.
—Tranquilo, el dueto sigue adelante.
—O sea que te la has tirado.
—¡No! Claro que no —chilló Sam.
—Eso es que no se dejó... ¡Evan Allen está perdiendo facultades!
Sam le lanzó una mirada asesina. Evan no existía, era una fachada y sí, lo ayudaba a ligar. Pero en cuánto las chicas conocían al verdadero Sam, se largaban por patas. Él no podía entenderlo. ¿Qué tenía Evan para ofrecer? Nada. ¿Qué tenía Sam? Todo y más.
—No la llames, Sam. Ni se te ocurra joder esta oportunidad. Espérate al dueto y luego Evan podrá tirársela cuando quiera.
Evan podría querer tirársela, pero Sam quería mucho más. Sam quería volver a besarla, volver a abrazarla. Tocarla de nuevo con sus dedos, sentir su piel bajo la suya. Oírla decir su nombre... Sam. Había pasado demasiado tiempo después de que se habían dejado de ver, pero él sentía que ella no había cambiado, seguía siendo la misma Mercy de siempre. Aquella Mercedes que se ponía nerviosa cuando la agarraba de la mano y cuando besaba sus dulces labios. Envidió al chico con el que ella hubiese compartido su primera vez. Él deseaba haber sido ese chico. No se debía haber marchado, pero Dios lo había querido así.
Y ahora, Dios quería juntarlos de nuevo, les estaba concediendo una segunda oportunidad y Sam quería aprovecharla.
Entonces, recordó lo que había pasado y recordó también cómo ella había reaccionado. No solo no le recordaba, sino que se creía lo peor de él.
Su boca clamó por ese líquido necesario para él y media hora después, llegaba a un bar para hacer lo único que Evan Allen sabía. Beber hasta no pensar.
Si quieres que Sam Evans te dé clases de guitarra como se las "dio" a Mercy, dale clic a "Review this Chapter" :)
