Disclaimer: El Potterverso no me pertenece.
Esta historia participa en el reto "Casas de Hogwarts" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Últimamente ando muy interesada en el tema del año de los Carrow en Hogwarts y en cómo fue para los alumnos que se quedaron ahí. Así que aquí tienen otro fic mío sobre el tema. Esta vez he usado personajes que no he usado antes como protagonistas, y espero no meter mucho la pata.
En la oscuridad
Capítulo 1
Gryffindor
La esperanza es poder ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad. – Desmond Tutu.
—Por supuesto, las actividades extracurriculares han sido suspendidas. Cualquier reunión de más de tres alumnos será considerada una conspiración y castigada como tal —declaró la chillona voz de Alecto Carrow en la mitad del Gran Comedor.
En la mesa de Gryffindor, Demelza intercambió una mirada con Jimmy. No había que ser demasiado inteligente para adivinar que los equipos de Qudditch estaban incluidos en esa norma. Sabía que era una tontería preocuparse por eso, con todo lo que estaba pasando, pero no podía evitarlo. Se había esforzado muchísimo para entrar al equipo de su casa. Por el rabillo del ojo vio que Ginny se mordía el labio y fijaba la cabeza en el plato que tenía en frente.
Demelza se sintió fatal. Ahí estaba ella, lamentándose porque les habían suspendido el equipo de Quidditch. El novio de Ginny, su hermano, su familia entera, estaban peleando contra el Que-No-Debía-Ser-Nombrado y ella no decía nada. Debería avergonzarse.
Desde que comenzó el curso, Ginny está muy callada. Normalmente, la chica solía bromear con todo el mundo en la sala común, pero ya no. La vio intercambiar miradas silenciosas con Neville Longbottom, pero entonces la voz de Alecto vuelve a alzarse.
—Siento decirles, chicos, que hemos agarrado a uno de ustedes en pleno acto de insubordinación. Y creo que tendremos que hacerlo un ejemplo —dijo, haciéndoles una seña a unos chicos grandotes de Slytherin. Estos subieron a la tarima, arrastrando a alguien.
A pesar de la distancia, no era difícil distinguirlo. No había muchos alumnos con ese pelo rizado, ni así de altos.
Ritchie.
—Este mocoso —anunció Alecto, cogiendo a Ritchie del pelo—decidió que era buena idea meterse a mi despacho, a comunicarse con elementos peligrosos.
Un primo de Ritchie se había unido a la Orden del Fénix, después de la toma del Ministerio. Le había pedido al chico que le pasara información desde adentro.
Merlín, había salido fatal.
—Y para colmo, este infeliz se ha negado a decirnos quién era su contacto.
Demelza tragó saliva al notar los moretones en el rostro de su amigo. Un corte le atravesaba una mejill. Se veía fatal, pero no agachaba la cabeza. Estaba demostrando por qué el sombrero lo había puesto en Gryffindor.
Alecto se acercó a él y le cogió el cabello rizado con la mano, obligándolo a echar la cabeza hacia atrás.
—Así que, niñatos, hoy les vamos a dar una pequeña lección. Para que aprendan desde ya por qué no les conviene desobedecernos, o ayudar a esos indeseables de afuera.
La chica sintió que el aire del comedor de un momento a otro se volvía espeso. Alecto soltó a Ritchie, que cayó de bruces en el suelo, intentando detener su caída con las manos y las rodillas.
La muchacha tragó saliva al ver que Alecto alzaba la varita.
—¡Crucio!
Ritchie, en el suelo, se retorció de dolor. Demelza agradeció a todos los cielos nunca haber tenido que enfrentarse a esa maldición. Porque por cómo gemía su amigo en la tarima, debía ser algo horrible.
Cuando Alecto decidió que era suficiente, bajó su varita.
—¿Has entendido, mocoso?
A duras penas, Ritchie se incorporó y miró a la bruja a la cara.
—Creo… que me hace falta… una clarificación —musitó. Despacio, pero todo el Gran Comedor lo escuchó. Quizás porque nadie se atrevía siquiera a respirar.
—¿Ah sí? —La sonrisa de Alecto se amplió, como si estuviera disfrutando de la situación—. Bien, mocoso, te aclararé las cosas. ¡Crucio!
Esta vez, Ritchie gritó. Su voz estaba tan cargada de dolor que Demelza pudo sentir que sus propios músculos se agarrotaban.
—¡Basta, señorita Carrow! —exclamó McGonagall, obligando a la bruja a detener la tortura—. ¡Es un niño, por Merlín!
—Y tú una vieja insolente, McGonagall —espetó la otra. Demelza nunca había escuchado a nadie hablarle de esa forma a la profesora—. Ya sabes que el Ministerio nos ha dado permiso para que le enseñemos a estos mocosos las verdades de la vida.
—No permitiré que le hagas daño a estos chicos, Carrow —dijo la otra, con un tono que era de clara amenaza y alzando su varita—. Ahora, deja a este chico en paz.
Después de unos momentos que se hicieron eternos para todos, Alecto bajó la mirada y masculló algo parecido a «saquen a esta mierda de aquí». De la mesa de Gryffindor se levantaron un par de chicos para ayudar a su compañero a levantarse y lo sacaron del comedor antes de que Alecto pudiera decir nada más. Amycus Carrow, detrás de su hermana se limitó a observarlos hoscamente, pero los chicos no se inmutaron.
Demelza se sintió fatal.
Porque en un momento había tenido el impulso de levantarse y decir algo, pero no había sido capaz. Sólo había mirado cómo su amigo era torturado sin hacer absolutamente nada. Paralizada por el terror.
Después de lo sucedido, la tensión había inundado el comedor. La comida había terminado en silencio, con todos mirándose y temiendo decir algo. Apenas los postres —que normalmente eran la mejor parte de una comida, pero ese día tenían un sabor amargo— se hubieron desvanecido, todos intentaron irse lo antes posible. Normalmente los mayores demoraban la hora de irse a las salas comunes, conversando en el comedor con los amigos de otras casas.
No ese día.
Demelza se vio arrastrada por Jimmy hacia la torre de Gryffindor, entre una masa de sus compañeros. Fueron los primeros en llegar ante el retrato de la Dama Gorda, que parecía estar particularmente conmocionada.
—Por Merlín, acaban de traer a un chico herido y… ¿qué ha pasado?
—Los Carrow —musitó Jimmy, antes de decir la contraseña. El cuadro se movió y los chico se abalanzaron al interior—. Se lo habrán llevado a nuestro cuarto —dijo Jimmy, indicándole que subieran por las escaleras hasta el dormitorio de los chicos de sexto.
Ritchie estaba tendido sobre su cama, muy pálido. El corte en su mejilla se veía feo, pero no profundo. Demelza escuchó a Chad, uno de los chicos de su año, decir que iría a pedirle esencia de díctamo a Madame Pomfrey. Ella se inclinó sobre su amigo y suspiró.
Vistos de cerca, los moretones eran aún más horribles. Y tenía otro corte horrendo que le atravesaba una ceja. ¿Qué carajo le habían hecho los Carrow?
¿Ella también habría hecho lo que él?
Mientras miraba la cara de su amigo inconsciente, Demelza aún no sabía qué responder ante eso. Quería responder que sí, que haría lo mismo que Ritchie para defender lo que era correcto. Pero no estaba segura de eso. Lo más seguro era que en esa misma situación, terminara por salir huyendo, cual cobarde.
¡Menuda Gryffindor estaba hecha! Se suponía que tenía que ser valiente.
—A…gua… —lo escuchó decir débilmente. Rápidamente conjuró un vaso de agua y se lo acercó a los labios.
—Ritchie… musitó cuando él volvió a reclinarse sobre la cama. Una mueca de dolor contraía su rostro y Demelza sintió que el corazón se le encogía de nuevo—. ¿Por qué?
—No… no podía… hacer otra cosa —dijo él con dificultad.
La joven lo miró con el ceño fruncido.
Y para su eterna sorpresa, Demelza se dio cuenta de que lo entendía perfectamente. Ritchie sólo había hecho lo que tenía que hacer. Porque era un Gryffindor y eso era parte de su ser. El valor ante todas las cosas.
Incluso ante lo que más miedo podía dar.
-o-
Amycus Carrow estaba con la mirada clavada en la pared. Alguien había escrito con grandes letras azules una desafiante frase:
Harry Potter está aquí.
Un grupo de estudiantes, de distintas casas, miraba la pintura. Algunos musitaban entre ellos, emocionados. Otros miraban a su alrededor con desconfianza. Ninguno se atrevía a alzar la voz, ni a acercarse al profesor, que parecía estar a punto de hacer explotar la pared.
Súbitamente, Amycus se dio media vuelta.
—¿¡Quién ha sido!? —rugió. El hombre era famoso en el colegio por sus arrebatos de ira. Más escasos que los de su hermana, eran conocidos por ser aún más intensos y violentos. El sadismo de la mujer era comparable a la violencia de la que era capaz el profesor—. ¡Tú! —volvió a gritar, apuntando directamente a Demelza—. ¡Tú lo sabes, mierda!
La joven se quedó paralizada, mientras el hombre se acercaba a ella y la cogía por el cuello de la túnica.
—¡Dime! ¡Dime quién fue el que hizo esto!
Demelza rehuyó la mirada inyectada en sangre del mortífago, pero él le cogió la cara con una mano y la obligó a mirarlo.
—¡Responde, carajo!
—No… no lo sé, señor.
—¡Sí que lo sabes! —insistió él—. ¡Lo sabes! ¡Dilo!
Demelza tragó saliva y negó de nuevo. Amycus la soltó, dejándola caer cual saco de papas en el suelo de piedra del pasillo. Ninguno de los estudiantes a su alrededor se movió, aterrados como estaban del mal carácter de Carrow.
—No lo sé, señor —repitió Demelza.
Aunque ella sabía lo que venía a continuación, nada hubiera podido prepararla para lo que siguió. El dolor que invadió cada centímetro de su cuerpo no se parecía a nada que hubiera sentido jamás. Era como si la estuvieran aplastando por todos lados, al mismo tiempo que algo intentaba estirarla hasta hacerla reventar.
Quiso que todo acabara, quiso morir de una vez por todas.
No supo cuánto tiempo estuvo bajo la varita del mortífagos, pero para ella fue eterno. Cuando por fin el dolor dejó de atacarla, a ella le parecía que llevaba siglos sintiéndolo. No podía ver nada a su alrededor, sólo oscuridad.
—¿Vas a decirme quién lo hizo, puta? —vociferó la voz del hombre—. ¿O tengo que hacerlo de nuevo?
Por suerte, algo capturó la atención del hijo de puta, porque la segunda descarga no llegó nunca. Algunos brazos acudieron a cogerla y se apresuraron a llevarla por los pasillos a la torre de Gyffindor.
Demelza sentía la cabeza pesada y todos los músculos agarrotados. La cabeza le daba vueltas.
—Demelza, eres jodidamente idiota. Una estúpida, vamos. —Escuchó decir a Jimmy entre dientes, que parecía ser uno de los que la llevaban en andas.
Ella sonrió débilmente. Sabía que en los labios de su amigo eso era muy cercano a un cumplido. Le estaba diciendo que era valiente, que era toda una Gryffindor por hacerle cara al peligro. A pesar del dolor, a pesar del miedo. Demelza había encontrado la respuesta que llevaba tanto tiempo buscando, desde que todo se había empezado a ir a la mierda.
Y había hecho lo que tenía que hacer.
Los Gryffindor se caracterizan por su valor antes que su lógica. Quise poner a Demelza cuestionándose el tema y después aceptándolo. Después de todo, por algo la puso el sombrero ahí.
Son 1750 palabras según Word, sin contar notas, el título y el epígrafe.
¡Hasta el próximo capítulo!
Muselina
