Capítulo 1:

Capítulo 1:

Las cosas en la escuela eran siempre lo mismo, escuchar al profesor de turno y tomar los apuntes adecuados para luego poder estudiar en casa. La vida de una adolescente normal consistía en ir al instituto, hacer las tareas, sacar buenas notas, salir con las amigas y tener un novio. Esa era la vida que interiormente quería tener ella, pero eso era imposible, encargarse del templo de su abuelo le suponía todo su tiempo libre.

Su abuelo insistía en que su poder espiritual despertaría en cualquier momento, por lo que tendría que estar preparada. No solo tenía que soportar las largas horas de clase, sino que al llegar a casa tenía que dar clases de meditación, de lucha y encargarse del templo. ¿Cómo podría tener tiempo para hacer amigos?

Aunque era terriblemente popular entre los chicos de su instituto no podía tener ninguna relación con ellos, ¡incluso tenía un club de fans! ¿Pero que podía hacer ella? Solo los rechazaba uno por uno intentando herir lo menos posible sus corazones.

Era la única chica en el club de artes marciales, y aunque había chicos con un nivel muy alto ninguno había podido ganarla en un combate cuerpo a cuerpo. Era la mejor con la catana, incluso tenía una con su nombre tallado en el filo, había sido un regalo del director del instituto después de ganar un torneo en el que se jugaban una sustanciosa cantidad de dinero para la institución.

Si te parabas a observarla nadie diría que era la campeona mundial de artes marciales ya que todas sus acciones iban acompañadas de una delicadeza casi divina, al caminar parecía que flotaba y su piel blanca parecía ser la mas pura porcelana comparando su suavidad con la seda mas exquisita. Su pelo negro con pequeños destellos azulados lo hacían único, sus ojos del color del chocolate se fundían en la mas infinita ternura cuando su atención era captada por algún niño indefenso y sus labios siempre rosados incitaban a ser besados con solo mirarlos.

Las chicas creían que ella se consideraba mejor que ellas ya que siempre estaba sola o rodeada de chicos que intentaban llamar su atención sin conseguir nada. Para eso también tenía un club, se hacían llamar odio, ya que era el sentimiento que les causaba verla. Aunque en realidad deberían llamarse envidia ya que muchas de ellas en su interior querían ser como ella, especialmente una de ellas, la organizadora. Era muy parecida a ella solo que no la rodeaba ese aura sobrenatural e irresistible, era simple, como cualquier otra, los chicos solo la hacían caso después de que la perfecta los rechazara, así era como la llamaban, la perfecta porque incluso decir su nombre parecía pecado.

La perfecta tenía un hermano mayor que iba a recogerla todos los días a la puerta del instituto, aunque nadie sabía que era su hermano. En realidad nadie sabía nada de ella, solo suponían las cosas, como ahora.

Las clases habían terminado y como siempre Kagome recogía sus libros para poder llegar cuanto antes al templo, hoy tenía que practicar tiro con arco, para ella era un poco difícil por lo que su abuelo ponía mucho énfasis en practicar el doble de tiempo para que no tuviese ningún punto débil. Al llegar a la salida del edificio pudo ver a su hermano recostado en el tronco del árbol más cercano, pudo leer en su cara una mueca de fastidio ¿Qué le pasaría hoy?

¡Sota! Grito la chica al estar un poco lejos y así captar su atención.

El chico de pelo castaño y ojos del mismo color que poseía un cuerpo que parecía esculpido por el mismísimo Miguel Ángel abrió los ojos y vio a su hermana corriendo hacia el. Como siempre todos los chicos lo miraban con cara de odio cuando veían esa escena. Tendría que hablar con su hermana para que aclarara ese asunto en su instituto, no tenía ganas de ser asesinado por un grupo de enclenques poseídos por el dios de los celos.

Sus pensamientos se perdieron cuando sintió el abrazo calido recibido por su pequeña como el la llamaba. Siempre pasaba igual, no se atrevía a decirla nada ya que la sentía indiferente con ese asunto, como si no se enterase de nada.

Pequeña, sabes que no me gustan las demostraciones amorosas en público. Como le gustaba molestarla.

Pero si…… enmudeció al ver que eran el centro de atención de toda la institución. Miraba a todos lados y podía ver como nadie era indiferente a su muestra de cariño con su hermano, ¿pero que les pasaba? ¿No habían visto nunca a dos hermanos abrazarse? Su rostro comenzó a enrojecerse de pura vergüenza.

Sota solo le dio un beso rápido en la frente y pasó un brazo por sus hombros para conducirla hasta su coche para así volver a casa. En el fondo le encantaba espantar a todos esos idiotas, ninguno de ellos se merecía tocar a su hermana, de echo, ninguno de ellos debería siquiera mirarla. Eso era algo que el tenía muy gravado a fuego en su mente, ningún hombre era suficiente para su pequeña, ninguno daría nunca la talla y el se encargaría de espantarlos a todos.

Al llegar a su hogar vieron un camión de mudanzas que estaba estacionado en la puerta de la casa de al lado, se extrañaron un poco ya que esta estaba deshabitada desde hacía muchos años. La pelinegra no le dio mucha importancia y se dirigió casi corriendo a su habitación, tenía que preparar las cosas para ir al templo de su abuelo.

Con las cortinas abiertas de par en par para que entrase bien la luz comenzó a cambiarse de ropa sin darse cuenta de que ahora en la casa de al lado vivía gente. Se puso sus mallas de color negro y una camisa de tirantes del mismo color, se recogió el pelo en una coleta alta para que su larga cabellera no la desconcentrara de su actividad. Después de revisar que todo lo necesario ya lo tenía, volvió a salir corriendo diciendo un simple adiós al cerrar la puerta de su casa. Para que dar explicaciones de donde iba si ya todos en su casa sabían donde se dirigía.

Al llegar al templo su abuelo ya la estaba esperando con las dianas preparadas a distintas distancias para así mejorar la fuerza del tiro y la puntería. Como la fastidiaba, siempre igual, pero que iba ha hacer, ¿quejarse? Ya lo hizo en el pasado y no la sirvió de nada.

Kagome, cariño…… cuando quieras podemos empezar. Y ahí estaba, la voz cariñosa de su anciano abuelo, no podía decepcionarlo, solo lo veía sonreír cuando ella llegaba.

La pelinegra simplemente asintió con un leve movimiento de cabeza y se preparó para disparar la primera flecha siendo observada por los ojos viejos y cansados de su abuelo y por otro par de ojos ocultos en lo alto del árbol sagrado. Estiró la cuerda hasta tener la postura adecuada, apuntó a centro de la diana y con una pose segura y firme soltó la flecha al mismo tiempo que soltaba el aire contenido en sus pulmones. El brillo de su mirada se intensifico al comprobar que había dado justo en el centro.

Así continuó durante dos horas, de todas las flechas que había lanzado, solo una se había desviado de su trayectoria dando a un lado del centro de la diana. Un chico escondido entre las ramas del primer árbol que vio observaba la situación. La verdad es que mas que ver como esa chica daba en el blanco una y otra vez, veía esos ojos que brillaban intensamente al darse cuenta que había acertado y recibía la aprobación de un viejo que estaba con ella.

En los tiempos en los que vivía era muy difícil ver a una chica de su edad o quizá un poco más joven practicar con un arco de madera en un templo medio viejo y con un kimono de sacerdotisa. Quien sabe, lo mismo era una especie de secta que tenían comido el coco de la chica. ¿Pero a el que le importaba?

Después de un rato de observar como la pelinegra limpiaba y hacía todo lo que ese viejo la decía decidió volver a su casa, tenía que deshacer las maletas y organizar su habitación. Después de todo mañana empezaría en un instituto nuevo y tenía que encontrar sus libros y todo su material escolar. ¿En que caja lo había guardado?

Sota, cariño, ¿podrías ir al mercado a comprar carne? Es para la cena. Preguntaba una mujer de mediana edad a su hijo que estaba tumbado en un sillón del salón viendo la tele.

Claro, solo dame el dinero…… por cierto ¿sabes quien se a mudado a la casa de al lado? Preguntó un poco intrigado el chico.

Pues la verdad es que no, solo he oído que es una familia con tres hijos, dos niños y una niña, pero bueno…… venga, cotilla, sal ya para el súper que no quiero que se me acumulen las tareas. Contesto la mujer mientras entraba nuevamente en la cocina.

Cuando Sota salió por la muerta murmurando dios sabe que en contra de su progenitora chocó con un chico de ojos ámbar y pelo negro. Al principio se quedó un poco descuadrado al ver esos ojos, pero después volvió en si murmurando un pequeño disculpa, reanudando con ello su camino para terminar cuanto antes el recado de su madre.

El ojidorado se quedó mirando por donde se había ido ese chico y después recordó todo lo que tenía que hacer en su habitación haciendo que se diese prisa en volver a su casa.

Al entrar por la puerta todo era un caos, su hermana que no hacía mas que sacar y sacar ropa de sus maletas, su madre que estaba en la cocina desenvolviendo la bajilla, y su padre que no paraba de sacar libros de un montón de cajas. Bueno, el bastante tenía con su habitación.

Al entrar en su habitación lo primero que hizo fue deshacer las maletas y colocar la ropa en el armario, después abrió la primera caja que vio y colocó todo lo que contenía, después montó su cama y su escritorio colocando en el su ordenador y sus cds de música, cuando solo quedaba una caja entró su hermana para decirle que la cena ya estaba lista.

Seguro, si solo a el le pasaban estas cosas, la verdad es que no tenía pensado colocar su habitación entera, lo único que quería era encontrar el dichoso material escolar, pero claro, este tenía que estar en la última caja haciendo que trabajara de mas.

Kagome llegó a su casa a la hora de la cena, como siempre, cenaría, se daría una ducha y después haría la tarea que no la había dado tiempo de terminar en la hora del almuerzo, solo así conseguía tener tiempo para todo.

Al terminar de hacer la tarea se puso su camisón de hello kiti de color amarillo y salió al pequeño balcón de su habitación para poder respirar un poco de aire antes de acostarse y así recargar pilas para el día siguiente. Solo en ese instante en el que cerraba los ojos y disfrutaba del aire fresco rozando su cara sentía verdadera paz, solo en ese momento sentía que todo el cansancio acumulado se esfumaba con la brisa fresca y podía volver a abrir los ojos.

La diferencia con el resto de los días, era que hoy se sentía observada. Justo en el momento en el que abría los ojos pudo ver a un chico que la miraba desde el balcón de enfrente. Frunció el entrecejo un poco y se metió en la habitación cerrando las cortinas. Su momento de paz había terminado al ser interrumpido por el nuevo vecino.

Su hermano había observado todo desde su balcón, le gustaba ver la expresión de paz en el rostro de su hermana todas las noches, era un momento mágico, incluso en algunas ocasiones podía haber jurado que su hermana irradiaba un poco de luz divina. Y ese estúpido le había quitado ese momento íntimo.

¿Se puede saber que estas mirando? Sota tenía el ceño fruncido y los labios apretados conteniendo el fastidio de ver como ese chico seguía mirando el sitio por donde su hermana había desaparecido.

Nada, ¿Por qué, tenía que ver algo? Preguntó el ojidorado mientras se metía en su habitación dejando con la palabra en la boca al estúpido que lo había sacado de sus pensamientos.

Sota tenía ganas de estrangular a ese pervertido que había visto a su pequeña hermana con poca ropa mientras tenía su momento de paz, un momento que sabía que a ella no la gustaba compartir con nadie, aunque el lo hiciera sin su consentimiento.

Después de una noche sin pesadillas ni sueños que pudiesen atormentarla unos ojos perezosos comenzaron a dejarse ver entre unas espesas y largas pestañas. Primero bostezó y estiró su menudo cuerpo mientras se concienciaba de que tenía que levantarse, no la apetecía nada, ¿y si decía que no se encontraba bien? No, mejor se hacía a la idea y se daba una ducha para despejarse. Abrió el balcón para que entrara la brisa fresca de la mañana y se asomó un segundo en el que pudo ver al chico de ayer por la noche llegar corriendo con ropa deportiva a su casa, ¿vendría de hacer deporte? ¡Uf, que pereza!

Se metió a la ducha y se puso su uniforme, una falda escocesa de cuadros rojos y negros con una camisa abotonada de color blanco y una corbata roja. Después se calzó con sus botas de color negro y se puso su mochila al hombro, hoy dejaría su pelo suelto, no tenía ganas de estar secándoselo, así que se lo dejaría a la naturaleza, que ella se encargara de secárselo.

Sota ya estaba sentado en su sitio tomándose su desayuno, tenía prisa, hoy tenía clase a primera hora en la universidad.

Pequeña, hoy no podré ir a buscarte, tengo práctica de baloncesto. La informó.

No hay problema, yo tengo práctica de kendo, así que me retrasaré un poco. No te preocupes, no soy una niña indefensa, puedo volver sola a casa. Contestó un poco ofendida la pelinegra.

Kagome fue la última en salir de su casa ya que no la gustaba llegar temprano al instituto, simplemente con llegar a su hora era suficiente, después de todo no tenía con quien perder el tiempo hablando.

Al llegar a su clase se sentó en el mismo sitio de siempre, justo en el medio de la clase, ni muy detrás para poderse enterar de la clase y tampoco muy delante para así tener un poco de privacidad y no ser molestada continuamente por las preguntas del profesor. Estaba un poco cansada de las cartas de amor que se encontraba en su mesa todas las mañanas y de tener que tirarlas al cubo de la basura ante las miradas de asombro de sus compañeros ¿es que no estaban ya acostumbrados?

En cuanto entró el profesor un silencio atroz azotó la clase, apenas se podía escuchar la respiración de uno mismo ya que corrías el riesgo de que ese viejo estúpido te echara de la clase. La verdad es que la daba igual, pero necesitaba asistir a la clase para poder aprobar esa asignatura.

Alumnos, les informo de la incorporación a nuestra aula de una nueva alumna, espero que sean amables con ella. Señorita Sango Taisho, acérquese y preséntese a la clase. Dijo con su voz autoritaria el viejo calvo.

Una chica de pelo castaño muy largo y liso se dejó ver al entrar por la puerta, su figura era menuda pero no carente de atractivo y sus ojos eran de un color miel preciosos.

Buenos días, como dijo el profesor me llamo Sango Taisho, vengo desde china, me gusta la lectura y el teatro y espero hacer amigos pronto. Se presentó tímidamente la chica mirando hacia el frente observando como cierta pelinegra bostezaba y miraba por la ventana

Bien, señorita Taisho, siéntese junto a la señorita Higurashi. Terminó la presentación el profesor señalándola con el dedo el sitio donde debía sentarse.

Kagome resopló al saber que ya no estaría sola en ese pupitre, joder con su mala suerte, con lo a gusto que estaba ella sola. Miró de reojo a su nueva compañera y pudo ver como esta se sentaba tímidamente a su lado mientras sacaba el libro y un lápiz para tomar notas en una pequeña libreta. Si así esperaba coger todos los apuntes que este profesor histérico daba se iba a quedar sin papel, porque no creía que en esa libreta fuese a caber toda la información que daba ese hombre.

Al terminar la clase pudo ver la cara de frustración de la castaña, no, si ya lo decía ella. Kagome sacó uno de los cuadernos que ella tenía y se lo dio a la castaña. Todos miraron eso con cara de sorpresa ya que sabían que ella no solía dejar nada suyo a nadie.

Toma, si quieres coger los apuntes necesarios para esta clase necesitarás un cuaderno tan grande como este. Decía la pelinegra ante la mirada brillante de Sango.

Muchas gracias, no sabía que hacer, ya creía que tendría que ir a pedirle uno a mi hermano, y la verdad es que no me apetecía nada que me dijese lo de, te lo dije. Contestó sonriendo

La pelinegra esbozó una pequeña sonrisa para sorpresa de todos y siguió sacando las cosas para la siguiente clase.

Así pasó el día, Sango se quedó con ella en la hora del almuerzo para enterarse un poco de cómo iban las clases a lo que Kagome un poco fastidiada la ayudo. Al final se acostumbró un poco a ella y terminaron entablando una pequeña amistad.

Bueno Sango, nos vemos mañana, no olvides traer lo necesario. La dijo la pelinegra mirándola a los ojos.

¿Nos vamos juntas? Preguntó con ojos brillantes la castaña.

No puedo tengo clase de Kendo. Contestó Kagome

¿Puedo ir a verte? Porfa, no digas que no. Suplico Sango. Era la primera vez que escuchaba que una chica practicaba ese deporte y quería verlo.

Como quieras, pero no me molestes. Y así salieron las dos, rumbo al gimnasio donde ya muchos estaban con la armadura puesta.

Nadie vio entrar a Kagome, solo cuando salió del vestuario recibió una reverencia de respeto por parte de todos sus compañeros, excepto por uno, ¿era nuevo? Sango estaba emocionada. Se sentó a un lado y vio a su hermano que se acercaba a ella.

¿Qué haces aquí? Sabes que no me gusta que vengas a molestarme. Dijo Inuyasha un poco enfadado.

Sango no pudo contestarle ya que el entrenador los llamó a todos para que empezaran la clase.

Bien, hoy hay un alumno nuevo por lo que la clase será un poco mas suave, pero no se confíen, en el momento en el que yo vea que el nuevo está a gusto la intensificaré. Comencemos…… Higurashi, póngase con el nuevo, y por favor, no se pase.

Tranquilo profesor, no soy tan nuevo, soy campeón de china de Kendo. Contestó todo orgulloso Inuyasha mientras miraba desafiante a su contrincante, ese flacucho no podría hacer nada contra el. Todos lo miraron con una sonrisa maliciosa cosa que el no entendió y tampoco le dio mucha importancia.

Muy bien, Higurashi, te lo dejo a ti, tu veras hasta que punto debes contenerte.

A Inuyasha apenas le dio tiempo a esquivar el sable hecho de bambú, cosa que lo hizo enfadar, le fastidiaba verse lento a comparación de su contrincante que tenía una fuerza y rapidez que jamás pensó al ver ese cuerpecito. Cada minuto se sentía mas cansado, estaba dando lo mejor de si y no conseguía puntuar, el ver a su contrincante tan fresco, como si no se cansara lo enfurecía mas, ¿Qué se creía? Lo iba a machacar.

El profesor dio por finalizado el combate al ver la obstinación de Inuyasha aunque supiese que ya había perdido. Incluso los demás habían dejado de pelear para ver como el chico intentaba una y otra vez golpear a Higurashi sin lograrlo.

Bien, como habrás comprobado nunca hay que menospreciar al contrincante aunque este sea una mujer…… el profesor enmudeció al ver la cara de asombro del chico al escuchar la última parte. En ese momento su contrincante se quitó el casco y dejó caer una melena azabache sobre su espalda.

¿Una mujer? ¿Lo había ganado una mujer?

FIN………………………………………………

¡¡He vuelto!!

Esta es una de mis nuevas historias, espero que les guste. Me sentía inspirada y escribí el capítulo del tirón, y son 9 páginas. Un record para mí cuando se trata de un capítulo.

Bueno, como siempre espero sus comentarios. Estoy entusiasmada con esta historia así que no creo que tarde en escribir el siguiente capitulo, lo mismo para finales de esta semana os doy la sorpresa.

Un beso para tods