Notas iníciales: Muy bien, este es un fanfic algo especial, en realidad, se podría considerar como, un fanfic de un fanfic.
Verán, he estado leyendo una historia de esta misma página, y me ha agradado bastante. Su nombre es "Uncle Len!" , escrito por Meridian Diamond y es realmente una buena historia, o al menos puedo decir que me ha gustado bastante. El plot es algo simple, aunque para no darles muchos espoilers en la trama (Más que el mismo fanfic que están por leer) Les dieré que es acerca de Rin, adulta, llendose a vivir con Len, adulto, acompañado de su hijo, es decir, el hijo de Rin, pero no de Len, (Len es un soltero virgen de 26 años). Les advierto, a quienes busquen una historia incestuosa desde el inicio, no la encontrarán, el incesto ocurre hasta el capítulo doce, y continúa un poco en el trece. Lo que me llamó la atención de el fanfic, y que hizo que me encantara, es la manera en la cual Len y Rin, siendo adultos, se relacionan de manera tan fraternal, y por supuesto, de la relación de Len con su pequeño sobrino, el cual ha estado a la merced de la pésima crianza de Rin, y de cómo este lo respeta y lo quiere como a un padre, hasta el punto en el cual, lo quisiera como tal.
En fin, lo que está a continuación, es una especie de prólogo a los personajes. Verán, no me gusta escribir fanfics ordinarios, y con eso me refiero, a que no sigo la línea normal de los fanfics, pues un fanfic, representa tu visión, de alguna manera, de la historia de otra persona, o al menos ese es su significado base, ya que se han observado toda clase de fanfictions. La mayoría de mis historias son originales, no siguen la historia iniciada por otros, pues no me gusta atarme a los personajes/escenarios/situaciones de otros autores, vean "Compromiso" como un ejemplo. Pero este caso, es diferente, pues ya que esta historia se socita dentro de la historia de Meridian Diamond, eso quiere decir que son sus personajes, sus situaciones, escenas, etc.
Así que, para manejar mejor a los personajes, escribí un par de prólogos de cada uno, de Len y de Rin, que hacen ciertos cambios a los de su historia original, para dejarlos como a mi adaptación.
Les recomiendo de verdad leer su historia, si lo hacen, quizá después la puedan comentar conmigo, de lo que les gustó, de lo que no, etc.
Pueden leer su historia, para entender un poco mejor mi fanfic, el que les presento, empezando por el prólogo, para así entenderle mejor. O pueden leer solo este prólogo, y luego continuar con el fanfic, el cual, espero, deje claro los sucesos ocurridos en el fanfic de Meridian Diamond para que no se confundan. O pueden simplemente saltarse la historia que escribí, al siguiente capítulo, y listo.
Sea como sea, disfruten la lectura.
Vocaloid no me pertenece, y la historia "Uncle Len!" es de propiedad intelectual de Meridian Diamond.
-De Len-
No sabría como describir correctamente mi vida amorosa, pues al verla en retrospectiva, sólo puedo ver el temor de clasificarla con la palabra "fracaso". Nunca he sabido exactamente como he tenido que hacer las cosas. Siempre supuse que el amar era solamente algo natural, tan natural como respirar y sentirse vivo, hacer lo que se deseara y lograr dar placer tanto como recibirlo, pero nunca pude comprender que es lo que hacía mal al momento de tener que interactuar con ese ser humano que tanto digo amar.
Mis lamentaciones tienen sus motivos y sus muestras, y claro que cada uno tiene sus circunstancias, pero al verme retratado como un hombre de veintiséis años con ya tres matrimonios fallidos en divorcios, debe de existir algo de lo cual no me he dado cuenta, algo con lo cual no puedo vivir en cada una de las personas con las que he interactuado.
De ahí viene esta reflexión.
La primera de ellas, fue Hatsune Miku, una chica angelical por donde se le vea, el retrato de la perfección misma por donde se le mirase, y quizá a un punto tan absurdo que termina por sentirse irreal, artificial, algo que no debería de pertenecer al mundo natural. Pero no era una perfección personal, lo podía sentir, no era mi perfección, pues yo no buscaba los atributos que ella decía poseer de manera tan resplandeciente.
No obstante, me sedujo por completo en aquel tiempo en el cual sólo era capaz de ver lo que era de interés para mí. Sus piernas, sus pechos, su rostro, toda la belleza y tanta inmutabilidad ante los factores externos, todo lo que podía desear, incluida una personalidad impecable, sin temores absurdos, sin metidas de pata ridículas, siempre actuando ante su edad, y siempre con la capacidad de decisión de siempre.
Era tan nostálgico recordar aquellos tiempos en los que la había conocido. Recordaba como todo había empezado como un tierno sueño de verano, de aquellos que nunca deberían de terminar. Iniciando con una mirada, siguiendo con las primeras palabras mutuas, con la primera invitación, el primer beso, el primer tome de mano, los abrazos, los toques, y aquella vez en la cual, tras el baile de fin de año, ambos habían entregado aquello irrecuperable, y de cómo después de eso, el típico juramento de amor eterno se había realizado.
Me tomó cerca de dos años el hecho de percatarme de lo mucho que necesitaba alejarme de ella, aunque bien tuve la sospecha desde el primer día, en la primera hora, justamente antes de nuestra noche de bodas, por la mera incomodidad que sentía al ser solo de ella, como in prisionero, aunque con el tiempo, las infidelidades, y la deslealtad, me daría cuenta de que era más por ella misma por la que me sentía aprisionada que por el anillo que llevaba en la mano.
Un año entero de matrimonio sin contacto, todo en trámites legales que se relacionaban con el quien se quedaría que, y quien no, todo por culpa de que la maldita no me quería conceder el derecho del divorcio con la facilidad con la que me había concedido el matrimonio, sin importar cuánto le recomendaba su abogado que tomara todo lo que yo tenía, siendo que el adulterio había sido cometido por mi parte. Al final, ella habría cometido el mismo pecado, y un acuerdo mutuo me habría salvado de sus cabellos verdosos hasta el final, tan solo con una porción de mis bienes materiales intactos, y quizá una condena al infierno, pero libre al fin y al cabo.
Akita Neru fue la segunda. Todo lo suyo fue un juego de dominación, de aquellos de los cuales todo joven al inicio de sus veinte o después quizás, debe de tener, aunque algo tardado y monótono al final, casi tanto como se tornaba al inicio.
Que puedo decir, adoraba tenerla suprimida ante mí, adoraba poder verla tan fuerte y potente como siempre, con su voz grave para mujer, con su fuerza siempre excediéndola que debería de tener una dama, y siempre con la actitud necesaria pasa asustar a quien quisiera, y que de pronto, se debilitara frente a mi toque, frente a aquello que ella llamaba "El toque", una sensación que decía que solo yo le provocaba. Pero aquello se vio mermado por la sensación de dependencia que ella siempre tenía sobre mí. No podía pasar un día sin tenerla a mi lado, con esa pretensión de ser superior a mí, tratándome con su fuera hecho para servirla, cuando yo realmente conocía a esa chica a la cual se derretía con el mero sentir de mi piel.
Debo de ser el único hombre del país cuyo registro de violencia hogareña estaba tan manchado por culpa de su mujer. No como si pudiera hacer nada, sin importar cuánto tiempo soportara sus gritos, jamás iba a romper mi paciencia, ni arremetería nunca de manera física contra una mujer, sino más bien que ella fue la que llegó a usar la fuerza física en mí, como si yo fuera un aparato doméstico que debía de funcionar a su parecer. Al final, todo terminó con una mera separación, tras año y medio de pretensiones, y una orden de restricción que le prohibía a ella el acercarse a mí, o tener contacto conmigo. Aunque de igual manera, yo tuve que tomar una muy necesaria sesión de control de ira, tan solo para superar mis deseos explícitamente expresados de querer asesinarla.
Y la tercera, la que pensé que sería la última, Megurine Luka. Tan solo recordar su nombre, el pensar en ella, me hace suspirar como antes lo hacía. Aquella mujer que me hizo revivir mis tiempos de colegial, en los cuales se podía tener un sucio secreto entre manos, algo como desear fornicar hasta el cansancio con la maestra de tu clase de inglés, un sucio y placentero secreto entre manos, que se volvió a un realidad una fría tarde solitaria de invierno en aquella oficina vacía de recursos humanos.
De ese punto, a que yo le presentara mi departamento, a que ella me presentara el suyo, a que nos conociéramos como humanos y como algo más allá, a que ella me satisficiera como ninguna de las otras lo hubiera hecho, dejándome respirando con dificultad, recostado entre sus pechos, mientras continuaba con el trazo de mi mano sobre su intimidad.
Ella disfrutaba lo que yo disfrutaba, disfrutaba ese lado mío que tanto deseaba conocer más, aprender, que tanto deseaba ser un ser humano mejor. Y con orgullo, se podría decir que con ella aprendía más, a disfrutar de la cultura de mi país y de otros, a leer, a escuchar música diferente, a ser un centro de información de trivialidades, quizá lo mejor de la vida.
Y como el idiota que siempre solía ser, decidí que sería buena idea darle mi apellido. Sin hijos, y con un eterno mar de placeres distintos por explorar, se podría decir que era finalmente feliz, como todo un hombre a mediados de sus veintes, siendo que había desperdiciado cuatro años y medio con otro par de errores.
¿Qué fue lo que arruinó mi relación con Luka? Solo un análisis menos a lo que ocurría en la cama, tras las relaciones podría develar lo que ocurría, lo que arruinó todo, sin siquiera tener que inmiscuirse en asuntos sin importancia.
Bien era sabido pues, que siempre terminaba yo con la respiración más que alterada, alterada por toda la dificultad física que traía el llevar el cuerpo al límite del éxtasis, y esa maldita, como si lo supiera de antemano, se recostaba a mi lado, a veces sin siquiera romper todo contacto físico, y sacaba un cigarrillo que se dedicaba a fumar, uno tras otro, durante un mínimo de media hora. No me hacía gracia, no me divertía, no me hacía sonreír, ni mucho menos. En un principio, la primera vez, parecía que yo expresaba mi desacuerdo con ese hábito, con ese mal hábito que siempre me provocaba tosidas más grandes de lo debido, hechas con la intensión de enfatizar mi desacuerdo con este.
Se diría que no era demasiado, pero ese hábito parecía ser el verdadero placer de ella, el ´poder fumar a toda plenitud tras el orgasmo. Como si ella pudiera engañarme con aquel cilíndrico amante frente a mis ojos, tan solo después de que yo sirviera como su consolador, seguía el periodo de su verdadero amor. Y no estaría de más, el dejar de lado el odioso olor a nicotina en ella, en las sabanas y en las almohadas, la frialdad de su separación al dormir, y como lo que tanto se había convertido en una sola célula de amor y de cooperación, se rompía en todos sus componentes internos, y morían lentamente.
A ella le sorprendió aquella petición de divorcio casi tanto como a mí me sorprendió aquel primer cigarrillo que sacaba de su bolso. Y de cómo finalizaba ese tercer amorío mío, no sin antes dejar en claro mi preocupación por su salud pulmonar, y de un mero "Púdrete" bien estilizado por su parte.
Al fin, terminé por huir de esa parte de la ciudad, tan cercana al distrito rojo, en la que tanto me convenía la cercanía, y me mudé a una zona cercana a los suburbios, cerca de toda necesidad que tuviera una familia, la iglesia, el centro comercial, la escuela. Lugar apropiado para que un marginado como yo se apropiara de una casa de dos pisos con más habitaciones de las que podía ocupar, conveniente para que la cuarta mujer de mi vida llegara a ocupar.
Aunque se podría decir que ella era, y siempre había sido, la primera.
-De Rin-
La cosa siempre había sido tan simple como parecía, y muy probablemente se debió de haber quedado de esa manera, como la de un par de simples hermanos que dependían mutuamente el uno del otro, como cualquier otro par de hermanos gemelos que deberían de separarse al salir del útero de su madre. Pero las cosas se fueron mal desde el principio, y lastimosamente, o quizá afortunadamente, nadie podía haberlo predicho, ni siquiera yo, quien fue quizá la que cometió el mayor error.
Cómo iba a saber yo, que mi pequeño gusto por tomar de la mano a Len, nacido de la extenuante petición de mi madre de que los dos jamás nos separáramos, podría derivar en esto que ahora siento cuando lo toco. No podría decir que es un fetiche, no puede llegar a eso, no es como aquel deseo que siente uno que le provoca un éxtasis sexual, simplemente es que al sentirlo a él, y solamente a él, puedo darme por complacida, de alguna manera, satisfecha.
No fue así en aquel entonces, cuando éramos solo niños, el siempre dándome la mano en todo momento, y yo aceptándola como si no importara realmente, hasta quizá el momento en el que debíamos de separarnos por más de cinco horas al día al ingresar a la escuela, fue cuando empecé a sentir cada vez con más fuerza su ausencia, y empecé a temer más por el hecho de que él no estuviera a mi lado, una rara soledad que los amigos, las tareas, y los pretendientes callaron poco a poco. Es curioso, pues recuerdo bastante mi abstinencia al contacto físico con cualquier persona aparte de él, y de cualquiera que no fuera de mi familia, pero más una afición por permanecer a su lado.
Todavía, en aquellos momentos en los que tenía que abrazarlo, o tomarlo de la mano por cualquiera que fuera el motivo, seguía sintiendo ese vínculo que lo diferenciaba de cualquier otra persona, ese electrizante sentir en mi mano al sostener la suyo que me tranquilizaba, que me decía que todo estaba bien, y que de alguna manera, me daba a entender que él siempre estaría allí para mí.
Desgraciadamente, luego de eso, llegó el momento en el cual conocí al hombre con el que me casaría, o con el cual cometería el peor error de mi vida. En un principio, él era lo que quería, y lo que necesitaba, después de todo, las amistades y la vida social me prepararon para aceptar el poder sentir a otras personas, y quizá simular aquello mismo que ellos me decían que debía de sentir al tocar a un chico que se suponía, debía de ser de mi gusto.
No me molestó en aquel momento, el estar con ese chico que tanto me agradaba, que tanto sentía que me hacía bien, ya fuera a mi necesidad de estar con mi hermano, que lentamente se acallaba, o a aquello que mis amigas creían que era mi salud mental, que alegaban, estaba deteriorada, a causa de mi característica de haber nacido al lado de Len.
El primer beso, jamás percibí más que un recelo fraternal por parte de Len, y la primera vez con él, tras un pequeño incidente de intromisión inadvertida en la regadera, pasó desapercibida para mi hermano, pues él ya hacía bien su vida, así que no me importó, y decidí concentrarme en la mía, más que nada para alejarme de los problemas del prematuro matrimonio de mi hermano que había contraído tan pronto como cumplió los dieciocho. Pobre tonto.
Las relaciones maritales estaban bien, y si, podía sentir el amor fluyendo cada vez que lo hacíamos, aunque muy en el fondo, algo seguía faltando, más que nada porque no me sentía la única para mi esposo, y eso, aunque fingiera todo lo que quisiera, terminaba por lastimar nuestra relación.
Entonces me embaracé, quizá como una petición, para evitar que todo acabara, como una pólvora que diera impulso a la relación que yo había tenido con ese sujeto, una última exigencia para ver si todo se ponía mejor. El embarazo fue normal, sin ninguna complicación, y una gran alegría surcó mi rostro al saber que tendría un pequeño varón, pero ya desde aquel entonces comenzaba a sentir la frialdad de mi esposo, quien prefería mantener su distancia de cualquier clase de necesidad sexual que yo tuviera, alegando que le parecía poco natural hacerlo con un él bebé estando en mi vientre. Y ese fue el indicio que dio a todo lo que siguió.
Digamos que el parto fue algo natural, sin complicaciones, más quizá algo de pérdida de sangre que me hizo desmallar al momento de que tuve a mi bebé en mis brazos, apenas siendo capaz de distinguir su cabello rubio de entre la placenta que seguía pegada a su cabecita. Pero todo era perfecto cuando lo tenía entre mis brazos, me hacía sentir que él era lo único que necesitaba, y que a la vez, él me necesitaba a mí más que a nadie, a su madre. Mi pequeño Rinto.
Pero el tenerlo ahora conmigo, me traía un sentir a estar completa, a que aquello era a lo que venía a estar en la vida, a criar a mi hijo, y tristemente, todo sentimiento de alegría que tuviera con él, era lentamente succionado con el hombre con el que lo había concebido. Y extrañamente, pese al haber sido el hombre al que había amado, ahora lo sentía como una persona desconocida, alguien en el cual no podía confiar ni mi propio cuerpo, ni a mi hijo. Y no crean que me aparté de él de manera estrepitosa tan pronto como llegué del hospital, lo intenté, juro por Dios que lo intente, pero el amor ya no fue lo mismo, el sentir de mi piel contra la de él, de sus dedos recorriendo mi piel, de sus labios y de su lengua colisionando con las mías, ya nunca fue lo mismo, y se había convertido en una sensación tan artificial, tan sintética como alguna vez lo fue el toque de cualquier otro ser humano, al ser tan solo una niña.
No tardamos en divorciarnos, pues todo lo que hacíamos era distanciarnos cada vez más, y él a la vez olvidaba quien era yo, y quien era Rinto, con la única suerte de que conservé la custodia total de mi bebé. Lo que siguió, debo de admitir, ha sido quizá el momento más frustrante de mi vida.
Una mujer en sus tempranos veintes, con tanto por lo cual vivir, imposible de satisfacer con plenitud de manera sexual, si es que eso fuera lo más importante, e imposible de soportar por su actitud, tanto así, que era imposible definirla. Esa era yo, y no me cansaba de buscar y no encontrar a ese príncipe azul el cual tanto necesitaba yo. No me agrada que las personas que han conocido mi vida me juzguen de mala manera, como si fuera una suripanta cualquiera, o una mujer que se apega a los hombres por conveniencia, que sólo los usa y luego los aparta de su camino, esas personas no saben que yo he sido quien más ha resultado insatisfecha de cualquier relación que he tenido con ellos, hasta el punto en el cual se nos hace imposible la continua convivencia. Pero más que nada, la razón por la que no podía encontrar a ese hombre adecuado, era a causa de que ellos no soportaban a ese problema que en realidad no era un problema.
El último de ellos, Mikuo, el sujeto más apuesto que hubiera conocido en mi vida, y el más agradable en casi todo sentido. Lo difícil no habría sido encontrarlo, sino más bien la espera, pues no se habría visto bien el haberme involucrado con el hermano de mi cuñada cuando ella se divorciaba de mi gemelo. El era alguien grandioso, y decir que él era finalmente la persona quien satisfacía a esa chica imposible de satisfacer, que soportaba a la insoportable Rin, era poco. Y todo habría sido magnifico, pues en aquel entonces lo abogados de mi esposo al fin habían logrado arrebatarme mi hogar, y digo sus abogados porque me asquea pensar en que él haya sido tan malviviente como para condenar a su hijo y a su ex esposa a la calle, pero vaya a saber.
Pero las cosas lo marcharon bien, me refiero a lo que pasaba con Mikuo y conmigo, pues muy pocas cosas podrían ir marchando de manera diferente en aquellos tiempos. No solo era su actitud con mi pequeño Rinto, su manera de verlo como un órgano vestigial, algo que ya no tenía utilidad en la vida que yo ahora llevaba con él, junto con sus indiscreciones cuando se refería a nuestra vida amorosa frente a quien en esos tiempos, sólo podía malinterpretar todo, y confundirse aún más. Aquello que derramó el vaso, fue cuando se atrevió a decir que ya no quería que viviéramos los tres juntos, que quería que mi hijo se fuera a otro lugar, quedándome sólo con él, con mi amante.
Hubiera sido la peor madre del mundo, si es que hubiera aceptado semejante arreglo, sobretodo uno en el cual no se garantizaba ninguna seguridad para mi pequeño.
En aquel entonces, recién conseguía un mejor trabajo, y un puesto de considerable visión en la empresa, algo para variar, y no estaba dispuesta a ir de casamentera buscando a un hombre que me sustentara, aunque creo que eso fue lo que terminé haciendo, al voltear la vista hacia la única persona en la que podía confiar.
Len, con quien he estado viviendo todas estas semanas, a quien siento cada vez más cercano, no solo a mí, sino también a Rinto, ¡Incluso recuerdo cuando nos sorprendió a ambos diciendo "Quiero que mi tío Len sea mi papi"!
Pero no vine a vivir con él en busca de un mero sueño erótico adolecente con mi hermano, ni a la aventura de mis medianos veintes, de probar el fruto prohibido aunque sea una vez en mi vida. Vine a subsistir por un tiempo, a pedir resguardo con él, durante un tiempo, nada más que pedir la ayuda que cualquier hermano debe pedir, aunque terminaría por tener que alejar a Rinto de cualquier tema relacionado con el incesto, pues eso es lo que menos deseo, que él mismo siquiera se percate de lo mal que ha sido que piense en Len como su padre, pues eso nunca va a ser.
